Por Nahuel Sosa
(UBA)
La autonomía universitaria en crisis
Al cumplirse 40 años de la noche de los lápices, se torna indispensable problematizar acerca de los principales desafíos del movimiento estudiantil, sea secundario o universitario. Recuperar los debates y las formas de concebir la praxis transformadora de aquella época, su compromiso y articulación con el movimiento obrero, nos plantea la tarea de redefinir el rol del movimiento estudiantil en tanto actor político comprometido con las urgencias de esta nueva etapa.
En ese sentido es preciso indagar sobre las principales características que han distinguido al movimiento estudiantil argentino (especialmente universitario) del siglo XXI y cómo ha dialogado con los procesos de emancipación social que surgieron en América Latina. Brasil, Bolivia, Venezuela, Uruguay, Ecuador, Nicaragua y Argentina marcando, con sus distintos matices, un cambio de época que desplazó al paradigma neoliberal, retornando el Estado y la política a ser protagonistas en el devenir histórico de los pueblos. La nueva reconfiguración del mapa regional, con la aparición de gobiernos progresistas y populares, repercutió de distintas maneras en el estudiantado, generando nuevas contradicciones y posiciones.
En este contexto político la cuestión de la autonomía universitaria vuelve a estar en el centro de la escena, pero con un carácter significativamente distinto al que asumió en otras etapas de la historia Argentina. Surgen las sospechas, de que el concepto de autonomía está en crisis, y el carácter disruptivo y hasta revolucionario que supo tener durante el siglo XX hoy ha perdido dicha potencialidad para ser una polea de transmisión de los intereses que enarbolan los sectores dominantes de la elite universitaria.
En este punto es preciso abordar el desplazamiento de una autonomía de carácter disruptivo, que luego de la Reforma del ´18 proponía una separación definitiva con los sectores eclesiásticos y asumía su compromiso con la Modernidad y la ciencia, hacia el debate de la autonomía en tanto problema político durante las décadas del ´60 y el ´70, momento en que se discutió el rol de la autonomía universitaria en los procesos revolucionarios. Luego de la última dictadura cívico-militar puede observarse que la autonomía se repliega al ámbito corporativo convirtiéndose en una bandera que curiosamente será sostenida desde sectores reformistas liberales hasta sectores de izquierdas, pero con argumentos netamente antagónicos.
La relación universidad-Estado y el rol que debe asumir el movimiento estudiantil en tanto sujeto histórico en un proyecto de transformación social, han sido ejes de tensión permanente en las diferentes corrientes universitarias. La autonomía es históricamente un punto clave en los acalorados debates universitarios, porque discutirla es asumir indefectiblemente una posición política que excede la paredes de universidad, aun, sin reconocerlo.
Si en los ´90 el neoliberalismo le dio un sentido utilitarista a la autonomía, manipulando su significado para convertirla en una herramienta que justificaba la ausencia de la responsabilidad del Estado con la universidad y la dejaba a merced de la mano invisible del rectorado y la necesidades del Mercado, en esta última década, por el contrario, se cuestionó desde el Estado la autonomía en tanto desapego de la universidad con su función social. En los últimos años, la autonomía ha dejado de ser un patrimonio común de todo el arco universitario para volver a ser puesta en cuestión. Su crisis se explica, justamente, porque ya no da cuenta de un sentir universitario de lo público como condición de amplitud de derechos, sino más bien que lo que expresa o debería expresar está en puja.
También conviene reflexionar sobre las propuestas que emergieron en la universidad después de la rebelión popular del 2001. Nuevos actores marcaron el pulso de la dinámica universitaria: ha surgido una oleada de agrupaciones independientes, un ascenso de la izquierda trotskista y la irrupción del kirchnerismo como elemento dinamizador de un nuevo progresismo, en algunos casos peronistas y en otros no.
Por otra parte la última década trajo un crecimiento significativo en la matrícula de las universidades. En la actualidad hay más de 1.700.000 estudiantes en todo el país y 53 universidades nacionales, más del doble que en 1985. Ya en el 2013 unas 12 universidades bonaerenses albergaban unos 150.000 estudiantes, más de la mitad de los que tiene la Universidad de Buenos Aires (UBA). La creación de nuevas casas de estudios implica también pensar las características de un nuevo sujeto estudiantil, que expresa la primera generación de universitarios, en su mayoría, de familias bonaerenses. Este es un hecho destacado ya que si bien estas nuevas camadas están dando sus primeros pasos en términos de construcción gremial, y cuentan con un potencial indescifrable, aun no logran condicionar la agenda universitaria.
La universidad no estuvo exenta de los niveles de mayor politización que se dieron en la sociedad argentina, especialmente con la incorporación a la militancia política de ciertos sectores juveniles, sin embargo sus mayores procesos de lucha fueron en torno la democratización del co-gobierno universitario y la No acreditación de las facultades a la CONEAU. Estos reclamos, más allá de la radicalidad que puedan adoptar, no dejan de ser demandas endogámicas de la propia universidad.
Las modalidades de defensa de la autonomía han variado siempre de acuerdo con los contextos sociopolíticos. Existe actualmente cierto imaginario en la memoria académica sobre la autonomía como directamente asociada a la independencia de las universidades públicas frente al Estado y el gobierno, con posibilidad de ejercer su propia administración y dictar su propio régimen interno. Curiosamente en el “Manifiesto de la Juventud universitaria de Córdoba” de Junio de 1918 “no se hace mención explícita de la autonomía universitaria ni se caracterizan las relaciones entre la universidad y el Estado.”1 Es recién a partir de 1953 que la UDAL (Unión de Universidades de América Latina) ofrece el concepto de autonomía generalmente aceptado y difundido en el cual la universidad tiene el derecho a organizarse y administrase a sí misma.
Según esta perspectiva, la independencia sería la garantía para producir conocimiento verdadero solamente sometido a las necesidades de la ciencia y no de un gobierno de turno. Sin pretender abordarlo desde un carácter filosófico, el problema de su autonomía en un mundo capitalista, y en tal caso si es factible un conocimiento escindido de las relaciones sociales de producción, podemos hacerlo desde el carácter político que adquiere el conocimiento producido en el ámbito universitario.
En este punto siempre podemos encontrar variaciones de quienes defienden o atacan la autonomía según el grado de afinidad o distancia que tengan con un determinado gobierno, pero es una dicotomía falsa ya que no se trata de pensar a la autonomía como un ente que se desplaza ininmutable por los caminos historia, sino que lo que debería estar en cuestión es la propia esencia de la autonomía como tal, que se ha naturalizado como la única totalidad posible. Perfectamente podríamos desdoblar a la autonomía en tanto concepto hegemónico liberal y pensar en autonomías, es decir luchar por la autonomía en tanto soberanía del conocimiento que permite generar nuevos saberes, y también pelear por una autonomía que promueve esos saberes en tanto prácticas de transformación social. En ese caso la cuestión de la autonomía es netamente política, su relación con respecto al Estado depende de la correlación de fuerzas de los proyectos políticos en pugna.
Rediscutir la autonomía es por sobre todo una urgencia política, porque la existente no sólo está en crisis, sino que su sentido hegemónico es fundamentalmente inofensivo hacia las leyes de mercado. Es preciso dejar de pensar la cuestión de la autonomía con las propias categorías que convirtieron a la universidad en un actor meramente observador de la realidad y avanzar en la construcción de nuevos sentidos.
1983-2015. La autonomía entre la democracia y la democratización
El movimiento estudiantil argentino carga en sus espaldas con una trayectoria importante de lucha, más allá de flujos y reflujos, avances y retrocesos que haya tenido. Con la vuelta de la democracia, la universidad volvió a ser el epicentro de una nueva cultura democrática y el proceso normalizador encabezado por el alfonsinismo redujo de forma parcial algunos de los elementos más retrógrados que se habían instalado en el seno de la estructura universitaria.
Luego, entre 1988 y 1994, las universidades entran en un periodo de estancamiento y recién en 1995 inician un proceso de grandes luchas contra la Ley de Educación Superior (LES) que tiene como protagonistas a la Universidad del Comahue, la Universidad Nacional de La Plata y la Universidad de Buenos Aires. Este nuevo conflicto fue una suerte de refundación para el movimiento estudiantil, ya que dio paso a una serie de oleadas de tomas y movilizaciones que se produjeron en 1997, 1999 y 2001.
El enfrentamiento directo con las políticas mercantilistas que promovían el FMI y el Banco Mundial que se ejecutaban al pie de la letra en nuestro país, permitió ya no sólo pensar a la autonomía en tanto relación de la universidad con el Estado, sino también con el mercado. También con el levantamiento del Ejército zapatista en México la autonomía comienza a estar en boga en distintas agrupaciones estudiantiles, pero no por la función que debe cumplir la universidad, sino más bien por las prácticas sociales insurgentes que configuran nuevos espacios de contrapoder al poder hegemónico.
Con la crisis del 2001 las fuerzas de izquierda junto con las agrupaciones independientes ganaron las federaciones universitarias de Buenos Aires (FUBA) y de la Plata (FULP), obteniendo por primera vez la Secretaria General de la Federación Universitaria Argentina (FUA). El freno a los recortes presupuestarios es la consigna principal, el apartidismo produce un conjunto de nuevos colectivos políticos independientes que debaten novedosas formas de organización. En el 2006 las autoridades de la UBA proceden a elegir al nuevo rector pero lejos de pasar inadvertida, la elección se convierte en el inicio de un nuevo proceso de lucha en rechazo a un sistema de gobierno universitario estamental y antidemocrático. Un conflicto local pasa a tener carácter nacional (especialmente en Rosario, La Plata, y Comahue), donde ante cada elección de autoridades se discute la necesidad de democratizar estructuralmente a las facultades.
El conflicto por la democratización permitió volver a poner en la escena el carácter elitista de la universidad y proponer una serie de cambios que tenían entre sus puntos principales democratizar el co-gobierno universitario. Si en la Reforma de 1918 la autonomía se sostenía en el principio democrático del co-gobierno, en tanto condición imprescindible para garantizar una ciudadanía universitaria que ejerciera su autocontrol y permitiera la libertad de producción dentro del campo científico, ahora al cuestionar los mecanismos de aquel sistema de gobierno, se pone en crisis la legitimidad de ese tipo de autonomía. A su vez se plantea que el sistema de co-gobierno no es solamente antidemocrático sino que es la herramienta que permite que una elite y/o camarilla realice negociados con las multinacionales. La desvirtuación del co-gobierno es entonces la llave para que el capital avance en la violación de las leyes laborales y una casta se ampare en sus funciones ejecutivas sin que la comunidad universitaria tenga ningún tipo de injerencia real.
El conflicto del gobierno de Cristina Kirchner con las patronales agrarias, conocido como el “conflicto del campo”, supuso una nueva reconfiguración del mapa estudiantil, entre agrupaciones que fijaron posturas a favor del gobierno, otras que hicieron lo mismo pero con la Mesa de Enlace, y por último, quienes optaron por tener una postura independiente de ambas. Vale decir que a partir del 2008 y hasta a la actualidad, el kirchnerismo comienza a consolidarse política y electoralmente como un actor significativo en la vida universitario, a la vez que crecen las agrupaciones que se inscriben dentro de la denominada izquierda independiente o izquierda popular. Esta segunda oleada de independientes, a diferencia de aquella de finales de los noventa, va a plantearse convertir el paradigma político en herramienta política, es decir, discutir seriamente la necesidad de armar partidos políticos con nuevos formatos y entablar la disputa en las calles y en las urnas.
Es también en esta etapa donde comienza a discutirse con mayor vehemencia el rol de la ciencia y de la universidad. La autonomía pasa a debatirse es su multiplicidad de formas. La relación que debe tener el movimiento estudiantil y los grados de independencia de los centros de estudiantes con los nuevos gobiernos latinoamericanos (especialmente el de Cristina Kirchner) fue un punto común en cada elección universitaria. La discusión acerca de la necesidad de construir un nuevo modelo de universidad, supuso directa o indirectamente, pensar la cuestión de la autonomía en torno a los nuevos procesos latinoamericanos. Más aún se complejiza cuando dentro de esos procesos algunos se inscriben dentro del marco del capitalismo, y otros por el contrario, buscan tejer estrategias anticapitalistas. Pero lo cierto es que de algún modo volvió a estar en cuestión cómo debería ser una universidad popular y latinoamericana.
Hoy con la asunción del Gobierno de Macri, necesaria y saludablemente se abrirán nuevos interrogantes sobre qué tipo de autonomía hay que construir frente a un nuevo gobierno de derecha, recargada y actualizada.
Profundizar en estos debates permite fortalecer y dinamizar a la universidad. La última dictadura cívico-militar tuvo entre sus objetivos no sólo exterminar físicamente a nuestros compañeros y compañeras sino también quitarles su calidad de sujetos históricos. “Las prácticas sociales genocidas no culminan con su realización material”2 como es el aniquilamiento del otro sino que también persiguen una realización simbólica para destruir las relaciones sociales que las personas encarnaban. Recuperar sus luchas, sus discusiones y sus ideas es fundamental para construir una universidad que sea capaz, en esta nueva coyuntura, de ser protagonista en la lucha para enfrentar el avance de los sectores concentrados hacia nuestro pueblo.
1 Delgado Ornelas, J. “Reflexiones en torno a la autonomía universitaria.” Recuperado de http://biblioteca.clacso.edu.ar/ar/libros/grupos/reforAboit/05delgado.pdf.
2 Feiersetein, D. (2007). El genocidio como práctica social. Entre el nazismo y la experiencia argentina. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, p. 237.
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Los nuevos desafíos del movimiento estudiantil”Agregar comentario →