Políticas de la memoria
Noche de los lápices: Una efeméride, múltiples voces

Por Emilce Moler
Ex detenida -desaparecida de la Noche de los Lápices
Docente -investigadora

Cada 16 de septiembre se nos presenta, a quienes sentimos el deber de conmemorar el trágico hecho de la Noche de los Lápices, una oportunidad para recrear experiencias, evocar imágenes, tejer tramas de la memoria y, sobre todo, proyectar nuevos horizontes.

Porque la memoria colectiva no es solo una pugna sobre las interpretaciones del pasado, sino los significados que elaboramos de nuestro presente y, en especial, de nuestros futuros posibles.

Ya hemos visto que el mero hecho de recordar, u olvidar, determinados acontecimientos no nos garantizan su carácter transformador, y es por ello que debemos complejizar los procesos de trasmisión de la memoria.

La preocupación por sostener la memoria colectiva surge en aquellas sociedades que intentan construir formas democráticas de convivencia, como estrategia de reparación del daño producido por la violencia perpetrada por el Estado, como un elemento que permitiría que hechos de este tipo de violencia nunca más se vuelvan a producir. Sin embargo, actualmente, la preocupación por el tema se está desplazando hacia una búsqueda por comprender el presente a partir de su articulación con el pasado.

El resurgimiento de regímenes autoritarios en América Latina hace urgente, no solo hacer memoria de las violencias que éstos han ejercido en nuestra historia reciente, sino también comprender aquellos elementos que contribuyeron a su restablecimiento.

Debemos concebir acciones que, además de recuperar la memoria de las víctimas de las violaciones a los derechos humanos -que por supuesto sigue siendo una obligación histórica-, incorporen la multiplicidad de voces que construyan relatos sobre el pasado, y no solo de experiencias de dolor, sino sobre todo de luchas y resistencias, y su articulación con las prácticas actuales de desaparición forzada.

Las universidades deben propiciar espacios para que se reflexione sobre las acciones que implican ejercer la memoria, promoviendo la construcción de nuevas interpretaciones y sentidos que nutran formas diferentes y móviles de producir sujetos sociales. Espacios que generen debates que permitan explorar sus articulaciones con las luchas políticas que se desarrollan en el presente, reflexionar críticamente al fenómeno de las migraciones contemporáneas, y a las relaciones posibles entre memoria y género, desde una perspectiva feminista.

A continuación, expongo reflexiones, en primera persona, sobre una efeméride y nuevas políticas de memoria.

Construcción de efemérides

Llevamos 36 años de una democracia que, a pesar de muchos obstáculos, fue fortaleciéndose. Mucho de lo que pudimos construir fue, en parte, gracias al compromiso y la lucha de los ex detenidos y las ex detenidas, quienes, junto a todos los militantes de derechos humanos y ciudadanos comprometidos, desde los primeros momentos, decidimos hablar. Salir a contar lo que nos pasó, además de remover historias muy dolorosas para muchos, nos liberó de ese lugar donde los mismos represores habían decidido ponernos: en la clandestinidad, en la ilegalidad, allí donde nada parecía verdadero.

Después de muchos años de lucha, de relatar nuestras historias; las voces de los sobrevivientes se convirtieron en testimonios, los cuerpos de los desaparecidos permitieron reconstruir los lazos que faltaban, el silencio se hizo discurso, la memoria, la verdad y la justicia fueron políticas públicas.

Estas conquistas no han sido fáciles, fueron tiempos de lucha en soledad, de encontrarnos con gran parte una sociedad que no quería escuchar lo que teníamos para decir. Sin embargo, con el gran impulso de las políticas implementadas a partir del 2003, fuimos, de a poco, venciendo el silencio y el miedo que los represores implantaron como herramienta fundamental para la instauración de un modelo socio-económico excluyente, apelando al adormecimiento de una sociedad, y eliminando los canales de participación política en un Estado democrático.

Actualmente, a casi cuatro años del gobierno de Macri, vivimos muchos retrocesos, pero gracias a las luchas populares, no todos los que se propuso. Este escenario nos interpela a repensar nuevos escenarios y trascender las conmemoraciones de las efemérides.

Quienes asumimos el compromiso de abrazar la lucha por los derechos humanos, nos hemos planteado en forma permanente un sinfín de preguntas: ¿Cómo transmitir a las futuras generaciones la historia del horror? ¿Qué queremos trasmitir?  ¿Cómo lo hacemos? Y pese a que durante este tiempo fuimos encontrando respuestas -de acuerdo a las diferentes coyunturas políticas que atravesamos-, estos interrogantes siguen emergiendo y planteándonos nuevos desafíos para avanzar en el camino de la verdad y la justicia.

En lo personal, durante todos estos años, he compartido cientos de charlas, entrevistas y encuentros con jóvenes, que me han ayudado a comprender las demandas de cada momento, así como también los diferentes obstáculos a vencer.

“¿Señora, es cierto que torturaban?” Esta fue la pregunta que he contestado cientos de veces durante los primeros años de la democracia. Fue el período que los esfuerzos se centraban en “intentar que nos crean”. Tuve que describir los horrores perpetrados por la dictadura, contando una y mil veces lo sucedido porque debía vencer el “aquí no pasó nada”, vencer el silencio.

A medida que nos iban creyendo, comenzaban a surgir las preguntas que ponían en evidencia la impunidad: ¿Señora, y dónde están los militares que hicieron todo eso?” Y ante esta reflexión tenía que contestar: caminando libremente por las calles. Y allí describía las distintas estrategias que fuimos encontrando para que los hechos no queden impunes, producto de las leyes de Obediencia Debida, Punto Final, y los indultos. Y pese a todos los logros -Juicios en España, Juicios por la Verdad, Juicios penales- sabíamos que aún faltaba mucho y que, además, era una carrera contra el tiempo.

Siempre en las charlas surgía: “Señora: ¿qué es la militancia o militar’” y aquí había que poner en juego elementos didácticos para que puedan hacerse alguna representación de estas actividades de participación política, que, para esos años, década del ´90, eran prácticas casi desconocidas o al menos bastante ajenas.

Las charlas se daban en grupos reducidos, en algún aula, en alguna escuela de adultos, en horarios alternativos. Cuando la situación no estaba pedagógicamente trabajada de modo previo, era un desgaste personal muy grande. Cuando asisto a lugares donde trabajaron el tema, las preguntas son distintas, interesantes de acuerdo con el contexto político que se vive, y entonces sí empieza a tener sentido mi presencia y es altamente gratificante por los aportes de los jóvenes.

Un nuevo momento y una nueva oportunidad se nos presentó a partir del 2003 cuando el Estado, empezó a acompañarnos en nuestros reclamos, como nunca antes. Un escenario promisorio se nos presentó con un gobierno que demostró, en reiteradas oportunidades, la voluntad política de hacer de los derechos humanos un tema central de su agenda política, no desde lo declarativo sino con acciones concretas.

Nos dio la oportunidad de interpretar de otro modo la década del ´70, que había sido reducida al horror de la dictadura, a cadáveres y a desaparecidos. Permitió que salgan a la luz las historias y los proyectos políticos de aquellos años, que habían estado invisibilizados. El giro ocurrido en lo público abrió la oportunidad de otra indagación del pasado reciente, permitió correr el velo que nos impedía pensar lo que fuimos, lo que soñamos, lo que significó el compromiso político para muchos jóvenes hasta ser alcanzado por la brutalidad del poder que terminó haciendo añicos ese impulso transformador. El concepto de militancia adquirió otra magnitud, y, para muchos jóvenes, una oportunidad de abrazar la política como herramienta de trasformación de la realidad.

Cambios de escenarios, cambios de realidades  

Es en este punto donde volvemos a actualizar los cuestionamientos sobre cómo seguir para afianzar lo alcanzado y que no se convierta en un punto ciego. Durante los gobiernos kirchneristas se abordaron en forma permanente estas temáticas, tanto en las conceptualizaciones sobre la memoria, como en las tensiones en que se inscriben y los conflictos que generan.

Hubo espacios donde se repensaron cómo continuar en estas trasmisiones. Y en este nuevo desafío, los y las jóvenes son quienes vuelven a crear interrogantes que nos atraviesan. Permitir y promover que surjan estos conflictos naturales, estas contradicciones, es un paso no sólo necesario sino sumamente motivador para que ellos y ellas puedan apropiarse de la historia. Muchas veces, algunos docentes, padres y madres se paralizan y se angustian frente a este tipo de dificultades; pero hay que tener en cuenta que para los y las estudiantes, las controversias y tensiones, funcionan como una especie de antídoto ante situaciones que les resultan lejanas y colaboran en el proceso de producción del relato histórico.

Si era una tarea compleja sostener estos relatos con un gobierno que lo propiciaba, la tarea que tenemos por delante, con un gobierno que, sin decirlo a veces explícitamente deshizo todo lo hecho, es aún más compleja. Se desfinanciaron programas educativos, de difusión, proyectos y políticas de pedagogía de la memoria, programas de inclusión educativa, de acciones vinculadas a los juicios por lesa humanidad. Hay sentencias que permiten que los genocidas vuelvan a sus casas, cada vez más voces de “justicia por mano propia” construyendo esto como el sentido común. En definitiva, múltiples retrocesos históricos.

Múltiples voces para la construcción colectiva de la memoria

Pero la diferencia entre los albores de la democracia, y estos tiempos, es que no son solo estas voces las que resuenan. A veces se sienten amplificadas por los parlantes de las radios y televisión, pero en las plazas, en las calles, como en este histórico 24 de marzo, o en las marchas de la resistencia la 2×1, otras voces, nuestras voces, se hicieron escuchar.

Las voces de olvidar el pasado, de dar vuelta la página, son sofocadas por las risas, los cantos de los jóvenes en las plazas, en las marchas, con banderas, en los miles de actos que se realizan en las escuelas a lo largo del país para cada manifestación que lucha por sus derechos.

No hay más voces únicas. Eso fue lo que se logró, lo que logramos entre tantos. Y en las efemérides resuenan fuertes. Y para mí, todo esto, no es poco. El difícil desafío es que las voces se escuchen cada día, en cada momento, en cada decisión, no como susurro, sino fuertes, altas, como en las efemérides.

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