La filosofía en tiempos del Coronavirus
Pandemia y la economía de la incertidumbre 

Por Nicolás Panotto (Director GEMRIP)

En una muy interesante nota, el filósofo Byung-Chul Han hace una comparación entre los tipos de políticas aplicadas en Oriente y Occidente frente la coyuntura pandémica que estamos atravesandoLos países occidentales exponen su fragilidad no sólo en el desborde de sus sistemas de salud, corroídos por las lógicas antiestatistas y neoliberales, sino también en el impacto que produce la carencia de cohesión social como producto de un individualismo que ha carcomido genealógicamente cualquier posibilidad de acción colectiva frente a coyunturas de crisis pública. Por su parte, en algunos países asiáticos, que –según Han- responden a una visión más verticalista y autoritaria de la relación con los liderazgos políticoshan desarrollado estrategias mucho más severas y panópticas, basadas en el Big Data y la vigilancia digital, identificando casos de contagio a través de inteligencia artificial dando aviso a través de redes sociales, con el propósito de gestar movimientos de disuasión, contención y resguardo.  

Más allá de las lecturas con respecto a la efectividad los fracasos de estas medidas en medio del caos pandémico, y de la comparación que podríamos hacer entre ambos hemisferios, lo que Han pone sobre la mesa es que si la crisis del capitalismo neoliberal contemporáneo factor que muchos pensadores de izquierda enarbolan como una inminente victoria- muta hacia una política de la excepción permanente y de vigilancia digital, como vemos actualmente en algunos Estados asiáticos, el panorama no pinta para nada alentador. El romanticismo crítico que vemos hoy día con respecto a la fractura de la hegemonía capitalista, se encuentra lejos de dibujar un horizonte utópico, además de parecer poco realista. 

Pero la nota de Han arroja un último elemento que merece una reflexión más profunda sobre su posible contra-efecto. Cito: “No podemos dejar la revolución en manos del virus. Confiemos en que tras el virus venga una revolución humana. Somos NOSOTROS, PERSONAS dotadas de RAZÓN, quienes tenemos que repensar y restringir radicalmente el capitalismo destructivo, y también nuestra ilimitada y destructiva movilidad, para salvarnos a nosotros, para salvar el clima y nuestro bello planeta.” Vemos, otra vez, el “tropezón” de muchas teorías críticas contemporáneas. En un contexto donde la racionalidad humana ha sido confrontada con la mortalidad de un organismo indivisible que se le escapa de sus mediciones, la salida –propone Han- se deposita en la radicalización de este mito moderno, como es el de la indestructibilidad del Gran Hombre (sic) Todopoderoso que se levanta como un homónimo de los más clausurantes prejuicios de la teología medieval decimonónica que pretende superar. 

La pandemia del COVID19, así como otros sucesos del trágico siglo XX, pone otra vez en evidencia las fantasías del progreso y las promesas perdidas de la modernidad. Mitos que han dejado cicatrices aún sangrantes, pero que continuamos apelando cual síntoma de un complejo de Edipo no superado. Es la arrogancia antropológica que se oculta en narrativas que nos sofocan día a día, a través de las ilusorias ofertas de la meritocracia, de las abstractas elecciones racionales, de la panacea de la libertad individual, sostenidas –paradójicamente- en un conjunto de entramados metafísicos, como la auto-gestión del mercado, la naturalización ontológica de las clases, las dinámicas de demarcación racial y, sobre todo, de la quimera de la autosuficiencia de la Humanidad como animal supremo en la escala evolutiva 

De alguna manera, el impacto de la pandemia da prueba de las desigualdades e injusticias que las ideologías contemporáneas siguen naturalizando, así como de la devastación total de los dispositivos que fueron creados al servicio del cuidado y la dignificación de la vida, los cuales finalmente sirven al abandono la destrucciónPero también, una vez más, exponen los erróneos mecanismos históricos que construimos para lidiar con aquello que más angustia nos trae: la incertidumbre, lo imprevisible, la fragilidad, la debilidad de la vida. Por ello, ¿dónde reside nuestro problema? ¿En los dispositivos por sí mismos, o más bien en ese eterno vicio ontológico moderno-colonial del que se nos hace imposible deshacemos, el cual no sabe cómo lidiar con las realidades del descontrol, la imprevisibilidadla desproporción, la desazón?  

Como afirma Alberto Moreiras, “la vida se captura a sí misma como poder, pero al mismo tiempo la vida se excede a sí misma como fuerza más allá del poder” (Moreiras 2019:113) La lógica capitalista y colonial que nos atraviesa como sociedades posmodernas nos ha engañado, embanderando el eslogan de que es posible construir órdenes de poder y dispositivos tecnológicos que anulan el hiato de indecibilidad que habita la frontera entre la vida y la muerte. Es la falsa promesa de la eternidad en nuestras propias manos. La máquina y los sistemas han pretendido absorber la potentia de la historia y sus cuerpos a través de inercias y reflejos que apelan a la no-diferencia y la inexistencia de límites o fronteras, cuando en realidad, por detrás, han levantado murallas que tapan lo reprimido, el descontrol que nos exaspera, así como la escoria que creamos y no queremos ver, y que al final, nos pone en un lugar de aún más fragilidad, cuando la puerta de lo impensado se abre.   

Todo ello no es más que un pobre intento por encubrir nuestra condición más básica, la nuda vida (Agamben) en su estatus más pobre y más real; es decir, incontrolable. “La ficción de que la voluntad del yo no tiene límite, de que todo podría ser controlable, deconstruible y reconstruible a imagen y semejanza del ideal, es la carne de la ansiedad, que no es sino la expresión de la inquietud frente a lo contingente: a lo que no se sabe, no se puede, a lo que hace esperar”, resume la psicoanalista chilena Constanza Michelson (2020:25) 

Para la lógica moderna aún enclaustrada en nuestros poros, la falta de cesura y la carencia de registro es moralmente más dañina e inaceptable que el sufrimiento causado por el asesinato de las masas como desenlace natural de aquellos sistemas que creamos para el auto-engaño de nuestra eficacia. Es la lógica del “daño colateral”, que se carga miles de vidas al día, con tal que nuestro ego de auto-suficiencia siga funcionando como una trampa sintomática. 

La pandemia nos ha puesto de frente con la vulnerabilidad más real, que siempre estuvo allí y que aún no queremos ver. La ciencia está desorientada y no puede dar respuestas de la noche a la mañana, como muchos pretenden. La clase política camina a prueba y error, reconociendo la inevitabilidad de lo peor. Nuestras vidas diarias se han transformado en pequeñas cárceles que, por más seguras que parezcan (quédate quieto y todo saldrá bien), no dejan de ser espacialidades plagadas de inseguridades. Vivimos en la paradoja de que todo depende de nosotros y nosotras, aunque nuestro “enemigo” (como algunos neo-malthusianos andan predicando frenéticos por doquier) es absolutamente impredecible.  

Byung-Chul Han tiene mucha razón en advertir que el capitalismo actual y su violencia sistémica pueden mutar en algo aún peor. Pero la esperanza no se encuentra en crear Otra Gran Épica, como lo deslizan sus palabras sobre este Súper Humano-Persona Racional y RevolucionarioEllo sería caer en la misma maquinaria tanatológica de los sacrificios que exige la lógica moderno-colonial para sobrevivir (Hinkelammert). El desafío reside en crear caminos que asuman la vacilación constitutiva de toda narrativa, de toda performance, de toda ideología, de todo lugar en la historia, no con el propósito de diluirnos en la nada misma de la no-creatividad e inacción, sino de estar preparados y preparadas para una economía de la incertidumbre cuando la vacilación nos abrace 

Principalmente, dar cuenta que lo que creemos incondicional, en realidad puede ocasionar aún más daño del que pensamos frente a una coyuntura que nos sobrepasa, cuando le otorgamos un estatus que no posee, tal como lo están mostrando algunos modelos políticos, de salud y económicos que se mueven reactiva y mecánicamente en una arena movediza insospechadapor entronizar diversos principios axiológicos por fuera de una sensibilidad real desde el movimiento de los procesos sociales y los cuerpos. El modelo neoliberal y su mentirosa predicación de la total apertura, es una clara muestra de cuando la metafísica del mercado y de la meritocracia esconden los principios de poder, clasificación, represión y racialización más nefastos, dejando arrojados a su suerte (es decir, a su muerte inevitable, como la exposición a un virus) los sectores que quedan fuera de sus fronteras inalienables. Los cálculos y las predicciones, abstracciones que sirven a la legitimación de poder algunos grupos y narrativas particulares, están mostrando lo peor de su fugacidad.  

A pesar de que el llamado es #yomequedoencasa, muchos análisis agregan a este importante acto de solidaridad de cuarentena hacia los sectores más vulnerablesel deber de los gobiernos y espacios políticos en actuar en base a una ética (global) de la responsabilidadPor ello nace la pregunta: ¿cómo ser comunidad en un contexto de incertidumbre y desde el reconocimiento de lo endeble que nos une? El psicoanalista y filósofo Jorge Alemán nos desafía a que la comunidad no puede separarse de la soledad. “Nuestro Común es lo que podemos hacer juntos con el vacío de lo que ‘no hay’. No es la propiedad que nos unifica, ni la potencia que nos constituye; el Común es lo singular del síntoma, la Soledad que inventa al lazo social para que la misma se transforme en una voluntad política” (Alemán 2012:60)  

Podemos tomar la “Soledad” como esa condición ineludible de fragilidad, no sólo de los lazos y las estructuras que construimos, sino también de aquello que nos constriñe, que nos excede. Por la propia débil cadencia de lo que nos une y creemos eterno, debemos aprender a mirarnos, a traspasar la fronteras impuestas con el Otro y construir un Común solidarioEs una soledad que se arroja a lo común, a la construcción de un sentido de colectividad, al reconocer su transitoriedad. Soledad-Común como una abertura hacia una amistad innovadora, solidaria y sensible a los procesosPor ello, una pandemia, así como todo fenómeno que nos confronta sorpresivamente y nos desnuda por completo, no se lucha con la “racionalidad humana”, como desliza Han. Sin duda, ella es un ingrediente también inevitable. Pero la dimensión tanatológica de lo vital, en su iracunda presencia, se desvía de cualquier cálculo o medición, por lo cual la salvación se encuentran en la dimensión inherentemente relacional de la existencia, con sus complejidades, contradicciones, debilidades y fracturas. Por ende, ¿estamos preparados/as cuando las fórmulas fallan? ¿Nos sabemos seres que formamos un cosmos que nos excede, y por momentos también puede aplastarnos? ¿Contamos con herramientas para lidiar con esos síntomas tan propios de la colisión entre el surrealismo exitista neoliberal y el fracaso de la inercia de la vida, como son la ansiedad, el pánico, la angustia? ¿Cómo nos acompañamos como Común en tiempos donde lo conocido parece acabar? ¿Cómo potenciamos horizontes de sobrevivencia? 

Por ello, una economía de la incertidumbre no envuelve únicamente la deconstrucción de nuestras nociones ontológicas más fundamentales, como son lo humano, lo cosmológico, lo saludablelo sostenible, entre otros. Una dislocación epistémica de dichos valores tiene directa incidencia sobre nuestras prácticas y estructuras políticas. Por ello, una economía de la incertidumbre significa asumir la previsión y el cuidado como dos respuestas políticas inherentes, lo cual, a su vez, también impacta en el desarrollo de políticas públicas que favorezcan la protección colectiva, una economía regida por la dignidad y la administración de la sustentabilidad.  

En estos días circuló un meme que decía: “creíamos que el miedo a morir convertía ateos en creyentes, pero resulta que convierte a neoliberales en keynesianos”. Una humorada más que oportuna sobre el rol que se le ha exigido a los Estados en esta coyuntura, que ha puesto en evidencia la hipocresía de la ortodoxia liberal, así como del pensamiento conspirativo de cierta izquierda. El reciente debate entre Agamben y Nancy da cuenta de cómo cierto sector de la teoría crítica contemporánea tiene dificultades en pensar sobre la institucionalidad política sin caer en la supuesta inevitabilidad de un estado permanente de excepcionalidad. Creo que es posible –y éste es el gran desafío del pensamiento social hoy- imaginar una práctica, institucionalidad y administración de lo político, sin caer en los extremos de la resignación nihilista y la concepción represivo-panóptica de cualquier institucionalidad.  

Dentro de todas las cosas que requeriremos repensar cuando pase lo peor de esta situación, es cómo entendemos los mínimos de “lo humano” fuera de las retóricas modernas que parecen no abandonarnos. El COVID19 no nace gracias al capitalismo, la modernidad o el colonialismo. Pero sin duda, expone una flaqueza histórica con la que aún cargamos, que es el cómo lidiar con aquello que nos sobrepasa y no tenemos capacidad de manipular. Al final, lo que se levanta como un orden que sutura los sentidos y las prácticas, como grandes promesas del progreso humano, nos deja aún más expuestos/as frente a las disyunciones de la existencia. Como dijimos, esto no significa abandonar las estructuras, las estrategias y las tecnologías que nos acompañaen el sobrellevar las condiciones de debilidad cósmica y humana. Más bien, conlleva deconstruir el estatus ontológico que le otorgamos a algunas de ellas, y con ello, reconocer que la defensa férrea de ciertos dispositivos e ideologías, puede traernos un sufrimiento cuyo origen no es el manejo de la contingencia y lo inevitable, sino la injusticia provocada por nuestro egoísmo y arrogancia 

Reconocernos débiles, susceptibles, atravesados por vacíos que no tienen nombre, puede despejar la mirada hacia la identificación de atajos desconocidos en momentos de desesperación, potenciando la creatividad a través del sentido de lo Múltiple, ayudándonos construir prácticas de prevención a partir del reconocimiento de que no tenemos el destino bajo nuestro mando. Limpiar nuestros prejuicios para ver con mayor claridad el punto de im-potencia que nos asienta, para extender la mano en solidaridad y en exclamación al prójimo para ser sujetados/as. Así, tal vez, podremos estar preparados/as para salvar muchas más vidas en momentos de vulnerabilidad, evitando caminar por el sendero de las mentiras grandilocuentes de la autosuficiencia, desde las quimeras que la modernidad nos vendió a través de los sentidos dados por la ciencia, la política, la gobernabilidad, el orden, la moral, la economía, el control, sacrificando vidas en defensa los “sectores productivos” para el sistema, la naturalización de las escalas clasistas y la protección del movimiento bursátil del mercado, en lugar de ser responsables con la versatilidad de la propia existencia. 

 

Bibliografía

  • Alemán, Jorge (2012) Soledad: Común. Políticas en Lacan. Buenos Aires: Capital Intelectual 
  • Michelson, Constanza (2020) Hasta que valga la pena vivir. Ensayos sobre el deseo perdido y el capitalismo del yo. Santiago: Paidós 
  • Moreiras, Alberto (2019) Infrapolítica. Santiago: Palinodia 

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