Elecciones en EEUU
Trump, vecino presidente

Por Gerardo Tripolone
(Conicet – Universidad Nacional de San Juan)

La elección en Estados Unidos y América Latina

El análisis sobre lo que pueda esperarse de la presidencia Donald Trump desde América Latina depende de al menos dos factores: (i) el grado de cumplimiento de sus promesas de campaña y (ii) el nivel de adhesión a la idea que afirma que no importa quién sea el presidente, la política de Washington es siempre la misma; en otras palabras, de la supuesta paridad entre cualquier candidato a la Casa Blanca.

La campaña y después

En principio, Trump parece un presidente hostil a los países latinoamericanos. El ex secretario de relaciones exteriores mexicano Jorge Castañeda Gutman afirmó hace pocos días que la elección de Trump es “el inicio de un camino de dificultades”.

Con su victoria se dieron dos fenómenos económicos en principio perjudiciales para América Latina: el aumento de la tasa de interés y la devaluación de las monedas en México y Brasil.

A esto debe sumarse los posibles efectos del proteccionismo anunciado por Trump, lo cual impactaría en las economías regionales. Las consecuencias repercutirían, sobre todo, en los países de la Alianza del Pacífico y, de cumplirse la anulación del Nafta, en México.

Desde Argentina, Mauricio Macri y su gabinete consideran la caída del TPP (Acuerdo Transpacífico, por sus siglas en inglés) como la peor noticia. Con Trump, Macri ve alejarse la posibilidad de insertar a la Argentina y al Mercosur en un tratado de libre comercio.

No obstante, es posible ver en esta misma posición proteccionista y contraria a los tratados de libre comercio una buena noticia. Se conocen los efectos adversos para la industria nacional de este tipo de tratados. Por tanto, que Trump cumpla con su promesa de no insistir en el TPP parece positivo.

La prédica anti intervencionista del nuevo presidente también puede seducir. Alejado del internacionalismo liberal, en teoría, Trump dejaría márgenes de actuación mayor para nuestros Estados. De ahí el apoyo de, por ejemplo, el geopolítico ruso y anti occidental Aleksandr Duguin. Para Duguin, Trump representa la mejor opción para los intereses de Moscú. Una de las razones es el discurso contrario a las intervenciones, en especial las armadas, del presidente electo. Algo similar podría decirse desde América Latina.

Al intervencionismo declarado de Hillary Clinton se le opone un (supuesto) aislacionismo de Trump. Parece ser más tranquilizador un presidente que dejaría de enviar tropas a todo el mundo que una candidata que festejó la invasión a Irak y la destrucción de Libia.

Sin embargo, el discurso de campaña puede ser engañoso. Es posible que el anti intervencionismo en Medio Oriente se traduzca en una profundización de la intervención en América Latina. Como afirmó Leandro Morgenfeld en Página/12, la profundización de la guerra contra el narcotráfico en Latinoamérica es uno de los puntos más álgidos donde Trump puede causar daño.

De cualquier manera, hay una cuestión más general sobre sus promesas de campaña: ¿podrá Trump hacer todo lo que anunció? Sea la continuación del muro fronterizo con México, la reindustrialización, la expulsión de inmigrantes, la generación de empleo, el aislacionismo o la derogación de los acuerdos de libre comercio, hay razones para pensar que no será capaz de imponer su voluntad en todos los aspectos.

Existen ejemplos en la historia mundial de dirigentes ajenos a la elite política que transformaron radicalmente sus países. Pero nunca un personaje similar ganó en Estados Unidos y logró un giro de esas características. Confiado en la historia, Max Boot, republicano que se opuso a Donald Trump, afirma que el nuevo presidente no podrá llevar a cabo todo lo que prometió. De hecho, “quizás no sea tan mal presidente”.

Tanto los encandilados con la política estadounidense como los críticos más acérrimos coinciden en afirmar que el presidente de Estados Unidos no es el órgano más poderoso. Si los primeros justifican la aserción en el sistema constitucional y las virtudes cívicas, los segundos lo hacen en el poder económico que domina el sistema político. Unos afirman que el Congreso y el Poder Judicial frenarán a Trump, otros que lo hará la industria militar, el poder financiero u otros actores económicos. De esta idea surge la supuesta igualdad entre Trump y Clinton, el segundo factor que quisiera analizar.

 

Trump y Clinton “son lo mismo”

Si para los críticos Trump representa la ostentación, la xenofobia, los privilegios y las desigualdades económicas en Estados Unidos, para los opositores a Clinton, ella es la imagen viva de la corrupción política, los halcones de Washington y la ineptitud del diletante, probada en su paso por la Secretaría de Estado.

Existiría una paridad valorativa entre Trump y Clinton. Sin embargo, ciertas posiciones van más lejos y afirman que sin importar quién sea el presidente, la política de Estados Unidos será siempre la misma.

Para esta teoría, el gobierno de Estados Unidos estaría guiado totalmente por las corporaciones y no por los políticos. Que haya ganado Trump no tiene ninguna relevancia. Lo único seguro es la continuidad de la política que importa a los grupos económicos dominantes.

Trump o Clinton “dan lo mismo”. Ellos no gobiernan en verdad. Los intereses de Washington sobre América Latina no cambiarán porque cambie el nombre del presidente. Sea quien sea que gobierne, Estados Unidos seguirá buscando la hegemonía en la región porque así lo desea el poder económico.

En verdad nadie desconoce el peso de este factor de poder. Se hace sentir desde la financiación de la campaña hasta el control de las decisiones políticas. Pero si el poder económico se esfuerza tanto por colocar un candidato en la Casa Blanca, entonces es porque le interesa tener a ese representante y no a otro. No le da lo mismo cualquier candidato.

De ahí el pavor de Wall Street por Donald Trump y el apoyo a Hillary Clinton durante la campaña. La candidatura de Clinton se presentó como garantía del status quo del sistema financiero y económico. Hillary era el seguro del TPP, del Nafta y las metas de déficit fiscal que parecen no importarle a Trump.

 

Reflexiones finales

En definitiva, las predicciones sobre lo que vendrá con Donald Trump dependen de si se cree o no en su discurso y si se piensa o no que un presidente en Estados Unidos tiene real incidencia en la política de aquel país.

Sobre el segundo punto, para mí es claro que los presidentes y, en general, las elites políticas sí son trascendentes en Estados Unidos o en cualquier país. Esto es así aun cuando las capacidades de acción no sean absolutas.

Ningún Estado tiene plena autonomía. Todos se insertan en una red de poderes globales, desespacializados y que no responden a ningún Estado, ni siquiera a Washington. Pero de eso no se deriva que cualquier presidente sea lo mismo o que no tenga poder de decisión en ningún tema. Predicar la igualdad entre cualquier candidato me parece simplista.

En relación al primer punto, no creo que sea posible estar seguro sobre el cumplimiento o no de sus promesas de campaña y sobre la capacidad para llevarlas a cabo. Ya comprobamos la habilidad de Trump para imponerse en la interna republicana y triunfar en las elecciones. Sin embargo, me parece casi imposible anticipar qué puede venir de su gobierno a partir del 20 de enero de 2017. No encuentro un ejemplo ni una analogía válida en la historia norteamericana que permita pensar qué se avecina para nuestro continente. Por tanto, no puede decirse mucho sobre las consecuencias y la adaptabilidad de los países latinoamericanos en un escenario totalmente novedoso.

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