La reingeniería del Estado y la transformación social de la nueva derecha

Día del Trabajador
A su imagen y semejanza

Por Sergio Morresi
Conicet /UNGS

La reingeniería del Estado y la transformación social
de la nueva derecha

La reingeniería del Estado y la transformación social de la nueva derecha
La reingeniería del Estado y la transformación social
de la nueva derecha

Los despidos en diversas reparticiones del Estado que tuvieron lugar desde que Mauricio Macri asumió como presidente de la Nación han provocado que varios (y variados) sectores sociales, culturales y partidarios expresaran su preocupación. Sin embargo, los argumentos usados por varios analistas no siempre consiguen apuntar al corazón de la política desplegada por Propuesta Republicana (PRO). Si se tienen en cuenta (y se toman en serio) las declaraciones públicas de los dirigentes de PRO, se podría concluir que, por detrás de los despidos, existe un proyecto de enorme envergadura que implica una reingeniería del Estado que abre las puertas a una apuesta por una profunda transformación social y cultural de la Argentina.

Problemas de diagnóstico

A pocos días de iniciada la gestión de PRO se comenzó a implementar una política de despidos en distintos ministerios y secretarías del gobierno nacional. Además, medidas económicas de “austeridad” y “sinceramiento” también impactaron en algunas provincias y municipios, donde las cesantías y las bajas de contratos se multiplicaron.

Sería difícil sostener que se trató de una sorpresa, porque la medida había sido anticipada durante la campaña electoral. El candidato Mauricio Macri había expresado en más de una ocasión que revisaría los contratos de personal realizados durante el kirchnerismo y que emprendería una revisión de muchas políticas públicas que, a su entender, eran cuestionables. A pesar de ello —ya sea por la elevada cantidad de personas que fueron separadas de su empleo o por el modo confuso pero a la vez sistemático con el que desactivaron iniciativas que venían desarrollándose— diversos actores hicieron conocer su alarma y su desconcierto. Así, a apenas unas semanas de la asunción del nuevo presidente, algunos analistas políticos que se habían mostrado hostiles a la continuidad del proyecto kirchnerista coincidieron con los líderes del Frente para la Victoria (FPV) y acusaron a PRO de estar actuando de modo irreflexivo y avasallador.

No todos los que hicieron oír su descontento se basan en el mismo diagnóstico.

Para algunos, lo que guía al nuevo gobierno una ideología orientada a “reducir” el Estado con la intención deliberada de dar más espacio y mayor capacidad de acción a los actores económicos más concentrados. Quienes adhieren a esta visión suponen que PRO está embarcado en llevar adelante una agenda neoliberal que vendría a continuar la tarea de “achicar el Estado para agrandar la Nación” que comenzó con la dictadura y fue retomada por el gobierno de Carlos Menem.

Otros suponen que la política de despidos de PRO debería entenderse como una vendetta, como la expresión material de un espíritu de revancha que sería a la vez cultural y política. Cultural porque los principales blancos de los despidos serían los jóvenes trabajadores que, con menor o mayor vehemencia, se identificaron con la conducción política que proveía el FPV o alguna de las organizaciones que orbitaron alrededor del liderazgo de la ex-presidente Cristina Fernández de Kirchner. Política, porque la ola de despidos se orienta, prospectivamente, a interrumpir políticas de Estado que habían sido encaradas por el gobierno anterior.

Para otros más, los despidos decididos en los ministerios, las gobernaciones y los municipios son un síntoma del perfil inexperto y el carácter atolondrado de los miembros del nuevo gobierno, que serían incapaces de comprender la complejidad de la trama estatal. En esta tercera lectura, al eliminar empleados y cuadros técnicos por razones de caja (para achicar el déficit) o de marketing político (para mostrar en público cómo se elimina la grasa que rodea al músculo profesional y eficiente), el gobierno de Macri estaría socavando el engranaje que él mismo va a necesitar para desplegar políticas.

Por supuesto, los tres diagnósticos no son excluyentes entre sí y, por eso, en los pronunciamientos de algunos grupos políticos es posible encontrarlos entremezclados. No obstante, vale la pena distinguirlos porque de este modo los cuestionamientos resultan más inteligibles y también porque así es más sencillo notar que las diferentes posturas comparten un rasgo: hacen oídos sordos a las explicaciones que los miembros de PRO postulan como motivos de sus acciones.

En política se suele considerar pecado tomar como ciertas y veraces las miradas que de sí y de sus acciones tienen los dirigentes. Habría que aclarar que es igualmente contraproducente suponer que se puede hacer un buen diagnóstico sin tomar en cuenta esas miradas, sin buscar entenderlas y ponerlas en contexto. En este punto el análisis político tiene algo que aprender de las ciencias sociales. Para interpretar (no digamos correctamente, pero sí de un modo más comprensivo) la política de despidos implementada por PRO es necesario incorporar a las explicaciones que dan aquellos que efectivamente decidieron esos miles de despidos.

Destrucción creativa

Los miembros de PRO explicaron su decisión de despedir a miles de trabajadores y discontinuar políticas que habían sido emprendidas por el gobierno anterior a partir de una idea sencilla: sería necesaria una “reingeniería del Estado”.

La noción de reingeniería proviene del vocabulario empresarial, tan caro a muchos miembros de PRO, y alude a un rediseño radical, a la implementación de cambios en los fundamentos que son el fruto de una nueva mirada “desde cero” sobre todas las instituciones y circuitos que le dan densidad a una organización. Destruir lo que no funciona, pero también aquello que funciona deficientemente e incluso lo que sí funciona para construir algo que funcione mejor, que sea más eficiente, más eficaz y más productivo. Se trata de repensar el sistema, de desmontarlo para volver a concebirlo.

Por supuesto, sería posible pensar que el recurso a esta destrucción creativa organizada no hace otra cosa que escamotear las verdaderas intenciones del elenco gobernante. Sin embargo, si se consideran las declaraciones de algunos ministros y del propio presidente, el perfil y los objetivos de la reingeniería adquieren cierta claridad. En este sentido, dos ideas parecen centrales en la agenda de PRO: el Estado como oferente de servicios y el Estado como coordinador general.

El Estado al servicio de la gente

La primera idea fue postulada por Macri durante la campaña: “Nosotros creemos en un Estado presente, pero en un Estado al servicio de la gente, no de los políticos”. Obviamente, la frase podría leerse de muchos modos (por ejemplo, como un Estado libre de negociados y componendas, tal como fue interpretada durante la campaña). Pero si se observa la propuesta a la luz de las acciones del nuevo gobierno, puede percibirse la idea de que un Estado cuyo rol político (ideológico desde la mirada de PRO) debe desaparecer.

El Estado que imagina la nueva administración no es necesariamente más pequeño ni más débil que aquél que germinó durante los últimos años. Pero sí es un Estado que dejaría de orientar a la sociedad, de marcar un rumbo. Más que un Estado gendarme, sería una suerte de Estado ascéptico y agnóstico. Un Estado-herramienta, puesto a disposición de una sociedad civil a la que se imagina compuesta de emprendedores y “gente” que quiere cumplir sus metas personales sin que los políticos y “los que tienen ideología” pretendan dirigirlos u obstruyan su camino.

El Estado coordinador

La segunda idea de Estado también se anunció durante la campaña presidencial, pero solo se perfiló con claridad una vez que asumió el nuevo gobierno. Hasta el mes de octubre de 2015 abundaron pronunciamientos acerca de la necesidad de desandar el camino unitario y centralizador de la Argentina y de relanzar las economías regionales. Se trataba, entonces, de una formulación convencional (y tradicional en la política argentina) que servía para morigerar el cariz porteñísimo de la fórmula presidencial de PRO. Sin embargo, una vez que se produjo el cambio de autoridades, el presidente Macri y varios de sus ministros insistieron en la idea de que el gobierno que ellos venían a reemplazar era “el más unitario de la historia, el que concentró más recursos en desmedro de las provincias”.

Para mostrar la vocación federalista de PRO se ensayaron gestos tales como convidar a los gobernadores a conversar en la Casa Rosada o realizar reuniones de gabinete en distintas localidades del interior del país. Sin embargo, al mismo tiempo que se repetía la necesidad de avanzar en la descentralización Macri derogó uno de los últimos decretos firmados por la ex-presidente Cristina Fernández de Kirchner (el DNU 2.635/2015) que establecía que todas las provincias pasasen a cobrar el 15% de los impuestos coparticipables retenidos por la administración nacional. Algunos analistas leyeron las acciones del flamante gobierno como una simple contradicción (entre hechos y palabras, entre intenciones y realpolitik, entre las necesidades de la caja y las ideas de campaña).

Sin embargo, y a la luz de la idea del Estado como prestador de servicios, puede ensayarse otra lectura. De acuerdo con esta interpretación, el rol del Estado nacional procurado por PRO no sería el de un impulsor políticas generales sino el de coordinador de las iniciativas llevadas adelante desde las provincias. No habría, por ejemplo, lugar para una política cultural delineada de forma centralizada, sino para una diversidad de políticas a ser coordinadas (y no necesariamente financiadas).

En este sentido, lo que se procura es desactivar proyectos y programas (y, consecuentemente, estructuras) que le permitían al Estado nacional intervenir, orientar y hasta dirigir políticas de alcance nacional sobre cuestiones puntuales. Pero, al mismo tiempo, esta reorientación del Estado no impide la continuidad de la concentración de las decisiones en determinadas áreas (como economía y defensa).

Transformación social

Dicen los manuales empresariales que las reingenierías son procesos costosos cuyos beneficios no siempre resultan visibles para todos los miembros de la organización. Es tarea de los líderes exponer esos beneficios con claridad y comunicar su visión de futuro a los cuadros intermedios y a los empleados. En cierto sentido, eso es lo que buscó el presidente Macri cuando, en una conferencia de prensa en la que se preguntó su opinión sobre los despidos en el Estado explicó:

[L]o que yo sueño como Presidente […] es que tengamos una Argentina donde cada uno de nosotros encuentre la manera y el lugar donde ser feliz […] Lo que ustedes hacen lo hacen porque es una vocación, porque los hace sentir que aportan, los hace sentir dignos e íntegros. Y yo quiero que cada argentino esté orgulloso de su trabajo, que no haya más argentinos a los que les dibujan un recibo salarial […]. Este país puede dar oportunidad de trabajo a todos para que podamos crecer. Y cada uno de esos argentinos que hoy hemos encontrado escondido, que no viene y que cobra un salario, él tiene que entender que va tener un lugar y no necesita seguir dependiendo de venir a cobrar un sobre para devolver tal vez la mitad de su salario a aquel que se lo consiguió. Entonces lo que estoy proponiéndoles es que creamos en nosotros mismos, que merecemos, que podemos vivir mejor, que somos mucho más de lo que nos han dejado ser. [1]

Aunque puede leerse el discurso presidencial como un acto de puro cinismo, el mismo también cabe ser interpretado como el fruto de una apuesta política. Esta apuesta supone que los trabajadores despedidos pueden reconvertirse y moldearse de acuerdo con la imagen que de sí mismo tiene el partido PRO. En lugar de continuar como trabajadores de un Estado centralizado y al servicio de un proyecto político-ideológico, los despedidos podrían ser emprendedores en el mundo privado e incluso agentes proactivos y productivos de un renovado sector público. De ese modo, gracias a la reingeniería del Estado los hombres y mujeres despedidos tendrían —en razón de su propia expulsión— la valiosa oportunidad de ser felices y, al mismo tiempo, de recuperar la dignidad y la integridad que el modelo anterior les habría impedido tener.

Por supuesto, la apuesta de PRO no se detiene en (y probablemente ni siquiera contempla seriamente) la reconversión de quienes fueron despedidos. Apunta, en realidad, a una profunda transformación social y cultural del país cuyo punto de partida y condición de posibilidad es precisamente la reingeniería del Estado que se inició con el nuevo gobierno.

Si se persiste en los diagnósticos parciales que apuntan al revanchismo, el atolondramiento y el neoliberalismo dogmático, se termina perdiendo de vista un proyecto de Estado que, aún cuando no esté definido con claridad, tiene un innegable potencial performativo. Es por eso que resulta imprescindible investigar y reflexionar sobre ese proyecto teniendo en cuenta las voces de quienes lo lideran.

[1]Extracto de la conferencia de prensa del martes 12 de enero del 2016 (casarosada.gob.ar).

 

Comentarios:

0 comentario en “Día del Trabajador
A su imagen y semejanza
Agregar comentario →

Dejá un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.