Fútbol y cultura
Por el boulevard de los tangos fatales: el Affaire Enzo

Por Mauro Greco

“Los mundiales son momentos-espacio de discusión colectiva y el fútbol, lejos de ser “sólo fútbol”, o “22 energúmenos detrás de una pelota”, es una valiosa entrada para indagar la historia, el presente y la cultura de un país” dice Mauro Greco en este artículo a partir del canto del jugador Enzo Fernández en las celebraciones por el bicampeonato de América. El investigador del CONICET recorre algunas de las repercusiones y propone una lectura sobre el estado de situación de lo decible, lo escuchable y lo deseable en la coyuntura actual.

 

Cuando, el 15 de noviembre de 2022, palpitando el mundial de Qatar (20 de noviembre al 18 de diciembre), un grupo de amigos argentinos (todos blancos, “con el acento finito”), entonaron, ante las cámaras de TySports, el hoy famoso “escuchen, corran la bola”, hubo algún runtuntun pero nada comparado con el live de Enzo Fernández festejando el bicampeonato de América. ¿Es, como dicen algunas voces tanto liberal-libertarias como nacandpop, porque Argentina es muy grande (a nivel futbolístico) y entonces “no saben cómo bajarnos”? En su momento L’equipe, Franceinfo, MediaParisien dijeron lo suyo, pero, además de palpitar el último mundial de Messi, por entonces estábamos ocupados disfrutando de la canción que Fernando Romero, profesor de media en provincia de Buenos Aires, había hecho bajo el título de “Muchachos”: “Malvinas” y “Maradona desde el cielo” en lugar de “juegan en Francia pero son todos de Angola”.

Pero mantengamos la pregunta abierta e intentemos pensar sin barandillas. Más bien durante el desarrollo del Mundial, tuvo lugar otro debate (y esto reafirma que los mundiales son momentos-espacio de discusión colectiva y que el fútbol, lejos de ser “sólo fútbol”, o “22 energúmenos detrás de una pelota”, es una valiosa entrada para indagar la historia, el presente y la cultura de un país). Aquel debate fue disparado por el desafortunado título (“Why does not Argentina have more Black players in the World Cup?”) del Washington Post sobre la valiosísima investigación de la académica afro-norteamericana Erika Denise Edwards. Por suerte, luego de este debate, al menos una editorial argentina se interesó en costear su traducción y publicación, y ahora el libro, Escondidas a plena vista. Las mujeres negras, la ley y la construcción de una República Argentina blanca (Prometeo, 2023), se encuentra disponible en castellano para ser consultado antes del reflejo de twitear, Quizá “escondidas a primera vista” haya sido una traducción un poco literal del “Hiding in Plein Sight” original, porque también podría haber sido quizá “la carta robada” (“the purloined letter”), retomando menos el cuento de Poe que su lectura lacaniana. Argentina, mal que nos pese ahora que alguna gente en Francia nos dice racistas, fue tallada decimonónicamente -como es sabido- a imagen y semejanza de la civilización francesa, que era nuestro modelo cultural si Inglaterra (no Escocia ni Gales ni Irlanda) era el económico. Quizá por eso nos duele tanto que nos critiquen desde París: el siguiente viaje que vayamos a sacarnos una sefie (“phénoménologie de la”) delante de la Tour Eiffel vamos a escuchar, como un fantasma, el rintintin de: “ra-cis-tas”.

Pero volvamos al debate y al live de Enzo: Ezequiel Adamovsky, un especialista argentino en la temática, cuando ya habíamos ganado la copa y no dejábamos de decir “segundo, Francia”, aportó y sistematizó “lo que dejó el debate”. Se destacan las referencias a Laje criticando las políticas de diversidad, a una escritora de derecha llamando al debate “absurdo”, pero también y sobre todo a especialistas y activistas argentinos/as en la cuestión: Federico Pita, Alejandro Mamani y Magdalena Candioti. Traigo estos nombres no sólo porque me encuentro leyendo Una historia de la emancipación negra. Esclavitud y abolición en la Argentina (Siglo XXI, 2021), sino también porque recientemente Pita, en Página/12, publicó una nota “El racismo no es un chiste”, referido a las bromas rebordianas sobre la africanidad de Iván Schargrdosky que, para variar, fue tomada a la chacota y criticada por progre. El reel de Enzo, entonces, me atrevo a hipotetizar, cae en un momento post-albertista/alfonsinista/socialdemócrata asumidamente mileista/provocador/incorrecto, donde todo lo que está mal es ser, decirse, o parecer progresista (algo parecido al tweet de Laje por el debate de Edwards). Todo lo que aprendimos a identificar como progresista desde los 90s (la crítica a la corrupción menemista, a la pulsión represiva duhaldista, inclusive las políticas de la memoria kirchneristas) se nos aparece ahora (hay que sumarle asuntos de género, libertades sexuales, derechos reproductivos) como piantavotos, o incluso más, directamente antipopular. Como si el peronismo modelo ’45 de Moreno, la cruz que atraviesa el pecho de Grabois o la ristra de insultos de Cuneo no fueran el intento desesperado por chupar algo del maná panelista de Milei, sino el reencuentro orgásmico con un peronismo puro y duro pervertido por el progresismo kirchnerista. Quizá tengan razón y haya que seguir a Pichetto prohibiendo la entrada de inmigrantes de países vecinos. Habrá, con seguridad, que dejarse convencer por Pablo Stefanoni en ¿la rebeldía se volvió de derecha? cómo el antiprogresismo y la anticorrección política están construyendo un nuevo sentido común (y por qué la izquierda debería tomarlos en serio) (Siglo XXI, 2021), pero también que ningún espíritu rebelde, transgresor y juguetón quiere dejar de serlo, entonces, si hay que fascitizarse un poco para seguir siéndolo (decirle africano a un no judío de vientre materno, hacer chistes sobre la supuesta homosexualidad de Petri, etc.), pues se hace. Kicillof al gobierno, el streaming al poder.

Pero ¿qué fue lo que efectivamente sucedió en el affaire Enzo? Un jugador de fútbol filmó un live, de los millones que se filman en todos los vestuarios del mundo, mientras la selección bicampeona, en otro gesto de simbiosis retomando una de las creaciones del pueblo, cantaba: “escuchen, corran la bola/juegan en Francia pero son todos de Angola/ya van a ver, van a correr/son cometrabas como el puto de Mbappé/su madre es nigeriana, su papá camerunés/pero en el pasaporte, nacionalidad: Francés”. Lo que sucedió de ahí en más es bastante vertiginoso, seguramente en un par de meses ya comiencen a aparecer artículos académicos al respecto: el (ex)secretario de Deportes de la Nación fue echado -uno más y van- por pedir que Messi y Tapia pidan disculpas (las mismas que pidió la hermana del presidente en la embajada de Francia luego de los dichos de la vicepresidente “bancando” al jugador y llamando “colonial” a Francia). Una diputada libertaria especializada en mostrar sus tetas dijo que Garro estaba a punto de “soplar la quena”. El Duo Soplanacu de Capussotto y Saborido vuelto libreto de gobierno. En las filas (no) progresistas, populares o nacandpop, tampoco faltaron las voces saltando a defender al jugador, negándose a que Francia nos diga ni mu porque ellos todavía mantienen la France d’outre mer. ¿Nos damos cuenta, pragmática y no moralistamente, dónde estamos cayendo por ganar, o dejar de perder, un voto? Más Martínez Estrada y menos realpolitik 2.1.  ¿Nos damos cuenta que ya estamos bajando y no enrollando las banderas para no sentirnos aún más lejos de un mundo popular que se nos aparece tan inasible como misterioso? En una reciente entrevista en Gelatina Cristina llamó “visionario” a Perón pero criticó las tablets; también, en un juego de espejos (“su esposo se murió y quedó sola”), fue contemplativa con Isabel Martínez de Perón. Dentro de poco, como bromeaba el año pasado en X, nos van a pedir que votemos a Biondini para que no gane la derecha.

Muy a priori, y cualquiera que haya viajado un poco lo sabe, preguntarle a alguien de dónde viene es una empresa sensible. Si una persona nos responde “London”, aunque uno vea en sus rasgos que no pertenece a los pueblos originarios de lo que hoy es Inglaterra (es decir, más bien blancos y rubios), uno puede -incorrectamente- insistir en la pregunta (“but where are you really from?”), o tomar por buena su respuesta y aceptar -faltaba menos- que esa persona se sienta más inglesa que siria o palestina, aunque toda su familia allá nacido en África o Asia. ¿No fue uno de los proyectos fundantes de la Argentina argentinizar inmigrantes? ¿O pensábamos que la escuela, los niños sacados a las familias por la policía, la escarapela eran para efectivamente ser el primer país patriota que terminó con el analfabetismo? En todo caso, esa es la pregunta a hacerse hoy: ¿cómo un Estado débil, atacado desde fuera y dentro, sigue produciendo argentinitos, es decir orgullo, sentido de pertenencia, y no vergüenza de haber nacido y crecer en estas tierras? El fútbol, como tanto han analizado al respecto Eduardo Archetti y Pablo Alabarces los últimos 30 años, tiene mucho que decir ahí. Donde hay vergüenza por los niveles de pobreza, indigencia, desigualdad con los que convivimos, cada 2 o 4 años nos sentimos mundialmente orgullosos porque nuestra calidad futbolística es excepcional y la inventiva cancionera otro tanto. Parece un bilan, un saldo bastante desfavorable: en un libro que leí para reseñar académicamente, Tales of South American Football. Passion, Revolution and Glory (Fairplay Publishing, 2024), de un académico brasilero radicado en Australia, Jorge Knijnik, no recuerdo si João Saldanha, Reinaldo o Socrates dice en algún momento —y Brasil tiene algunas para elegir— que preferiría tener una o dos Jules Rimet menos y más igualdad en su país. ¿Quién, sensato y bienpensante en Argentina, y sin necesidad de ser Jey Jey Sebreli, podría decir lo contrario? ¿O no daríamos la copa del mundo ganada bajo el signo militar por nunca haber abandonado el modelo agotado sustitutivo de importaciones? ¿O no resignaríamos “La mano de Dios” por haber dejado de pensarnos, todavía en los 80s (Borges y Alfonsín), como europeos exiliados en Sudamérica? ¿O no desconfiaríamos de todos los penales que recibió la selección de Messi por haber bien aprovechado las ventajas comparativas de las commodities post-2001? El canto, los cantos, el live de Enzo —una vez más— no sucede en el vacío, sino que cae en una petite histoire du football argentin, que es también una pequeña historia de la Argentina reciente.

Por esto también la incomodidad que genera el cántico, la indecisión entre salir a bancar a Enzo (como Villarruel), un doppelgänger gardeliano y gardelito que tuvo que remarla en el dulce de leche de Defensa y Justicia para hacerse un lugar en la primera de River, y pronunciarse políticamente sobre el cántico, su transfobia, homofobia y racismo inconsciente desde el culo del mundo. El gobierno lo resolvió mucho más rápido y fácil (“entonces why not?”): deponiendo sus funciones soberanas. Además de todo lo escrito, y lo que seguiremos escribiendo, sobre Milei and company, este es un soberano que no pretende educar al soberano, sino festejar sus salidas, auto-celebraciones y costados crueles, discriminatorios y actualizadores de un extraño complejo de superioridad. Por supuesto, es un soberano que depone la educación del soberano en todo aquello menos en lo financiero: en esto se propone ser el Doctorado del grado que fue la dictadura y la maestría que fue el menemismo, pero también del postdoc perdido en algún lugar que implicó el kirchnerismo —como decía “Rozitchner el que ruge”— como “neoliberalismo nacional” (consumo + DDHH: cuando se paró el primero, se secaron los segundos). Por eso no hay que creerle mucho al gobierno, en el sentido de no dejarse atrapar por su posición, cuando, en ataque de furia liberal, echa a un funcionario que osa pedir que pidan disculpas, manda una coldsplayer a decirle “soplaquena” al exfuncionario de marras, pero se inmiscuye en la embajada de Francia para, debajo de sus sábanas, disculparse ante cónsul y embajador (que la sangre no llegue à la Seine). Es como si el gobierno hubiera entendido que, ante los tangos fatales filmados por Enzo, la posición correcta es la de un movimiento adorniano, o browniano, donde no se está mucho tiempo o al mismo tiempo en ningún lado, y en cuanto el otro me quiere agarrar ahí yo ya me corrí. Como dijo Pagni de Ámbito: una guerrilla neoliberal. Bancar el canto es una estupidez, porque es racista, bruto y macho. Criticarlo, para colmo encaramándose contra Enzo, también parece simplista, porque, efectivamente, que al menos 70 años de estudios de y post-coloniales nos sirvan para fruncir el entrecejo cuando una expotencia imperial pretende dar lecciones de moral. ¿Pero qué sucede, o qué queda, entre los provocateurs qui épatent les bourgeois a base de discriminaciones, transfobias y homofobias (contra el sentido común progresista), y los donneurs des lessons morales que, con el dedito levantado, pero también con los hijos franceses de familias africanas jugando para su selección, nos dicen desde la Tour Eiffel que somos unos salvajes discriminadores?

Una última nota: leamos, o mejor dicho traduzcamos, The Darkening Nation: Race, Neoliberalism and Crisis in Argentina (University of Wales Press, 2018) de Ignacio Aguiló, otro argentino en tierras british, donde, a través de la literatura, el cine, la moda y la música, propone un recorrido por la latinoamericanización forzada que el neoliberalismo post-Rodrigo le propuso a la Argentina, otrora joya blanca de la corona británica. ¿Pero no quería la izquierda setentista, armada o no, ser parte de la Patria grande, de las luchas que, desde la Patagonia hasta Cuba, se libraban contra el imperio yanquee? Como se dice, hay que tener cuidado con lo que se sueña o desea porque los sueños suelen cumplirse exactamente como los deseamos. Solamente que, no transparentes (ni blancos) al fin, no sabíamos lo que queríamos. “Si yo fuera un ciudadano de 1°/amparado por una Constitución/te podría decir que me cago en tu amor/y que me gustaría ser negro, y con mucho olor”.

 

 

 


Mauro Greco trabaja como Investigador del CONICET. Doctor en Ciencias Sociales por la UBA, y Comunicólogo por la misma casa de estudios, ha trabajado como Asociado Postdoctoral en l’EHESS (Paris) y en la Universidad de Edimburgo (UK). Actualmente se encuentra investigando la figura de Maradona como forma de entrada al pasado reciente argentino.

 

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