“contra la muerte disfrazada de progreso”
Andalgalá, una larga caminata de re-existencia

Por Horacio Machado Aráoz

“Lo que está en juego con un proyecto de minería a gran escala, es sencillamente la vida misma de poblaciones enteras, su pasado, su presente y su legado” sostiene Horacio Machado Araoz, Doctor en Ciencias Humanas e investigador del Conicet en la Universidad Nacional de Catamarca. El autor de “Potosí, el origen” recupera la lucha de catamarqueños y catamarqueñas por no dejarse convertir en un enclave y aclara qué entraña el grito “el Aconquija no se toca”.

 

“El primer derecho vulnerado es el derecho a la autodeterminación, qué queremos hacer nosotros como comunidad. Lamentablemente, a nosotros nos han puesto el rotulo de comunidad minera. Nosotros no somos una comunidad minera… Somos una comunidad membrillera, aceitera, dulcera…  Desde Autoconvocados tratamos de hacerle entender al poder que sí tenemos derechos, y que los tenemos que hacer cumplir”. (Autoconvocados de Andalgalá, 2005).

“¿Quieren que dialoguemos? No hay diálogo posible con quien te vulnera, con quien te manipula, con quien te quiere arrancar la vida de tu territorio… La violencia es de ustedes, no nuestra. De ese fuego (del sábado) ustedes pusieron la chispa”. (Karina, Asamblea Pucará, 2021)

La primera vez que pisé las calles de Andalgalá, allá por el año 2004, fue para ir a conocer qué pasaba ahí, en ese pueblo que, por entonces, era ya noticia por su rechazo a “la minería”. Fui a conocer, pero nunca imaginé que aprendería tanto. Jamás sospeché siquiera que ese viaje, que no termina y que sigo andando, me ayudaría a comprender hasta qué punto eso que el mundo llama “minería”, así a secas (y que aprendimos a colocar las adjetivaciones correspondientes, para desnudar así, su tan presumida como falsa universalidad), está en las raíces ontológico-políticas y epistémicas de los más graves y acuciantes problemas que hoy nos aquejan, como especie y como (emergencia tardía de la) Tierra, Comunidad Geológica con-viviente.

Con la potencia reveladora que la palabra humana sólo alcanza en la poesía, el gran poeta Carlos Drummond de Andrade (1902-1987) –al fin y al cabo, hijo también de una emblemática tierra minada, nada menos que Itabira, epicentro de la explotación ferrífera brasileña-, llamó a esta minería, “la máquina del mundo” (1951)[1]. Y se trata de una sentencia tan inapelable, precisa, como profundamente esclarecedora. De esa minería – la minería colonial moderna-, nació este mundo, que hoy, a duras penas, habitamos. Porque es claro que este mundo que hoy se derrumba a pedazos, que cruje de crueldad y que al mismo tiempo permanece impávido de indolencia; este mundo que se asfixia y se quema en sus propios gases, en los efluentes y las “externalidades” de su propio desarrollo; este mundo, con su devenir apocalíptico, es un mundo propiamente mineral; mineral-colonial; mineral-patriarcal; capital-mineral[2]

Eso que empecé a sospechar ahí, entonces, hoy, a más de seiscientas y sesenta caminatas, lo comprendo a cabalidad. Nunca imaginé una caminata tan reveladora. Hace ya casi veinte años de aquella tarde fría que caminé la plaza de Andalgalá por primera vez, en busca de “esos cuatro gatos locos que se oponen a la minería”, al decir de El Ancasti (el diario más influyente de nuestra aldeana provincia). Y allí, en una esquina, los encontré; eran tres, no cuatro. Estaban allí, Urbano Cardozo, Aldo Flores y Patricia Álvarez, con unos folletos en las manos y un “sonido” pequeño que comunicaba las razones de “Los Vecinos Autoconvocados por la Vida” para movilizarse y rechazar el proyecto Agua Rica.

Por supuesto, no eran sólo ellos. Junto a ellos, un grupo grande, numeroso que todas las semanas se reunían para intercambiar información y planificar actividades. El grupo fue creciendo hasta convertirse en una multitud, e inclusive, una contundente mayoría electoral que ha hecho de las urnas, una herramienta de resistencia a las avaricias minerales[3]. Pese a todas las dádivas del clientelismo, a la coercitividad inherente a un régimen estado-dependiente, en el que el empleo público es moneda discrecional de la clase política, el rechazo a la minería condiciona determinantemente la conformación del gobierno local, muy a pesar de quienes se alternaron en los gobiernos de la Provincia y de la Nación.

Pasaron los ciclos, pasaron los gobiernos, las empresas y sus aliados sofisticaron sus tecnologías de control y manipulación social; pasaron sucesivas represiones: la del 2005, la del 2010, la del 2012, la del 2019, la de 2021, la de este año. Cada nuevo momento de intensificación del asedio mineral representó un vendaval de balas, gases lacrimógenos y municiones dinerarias en forma de “responsabilidad social corporativa” para intentar quebrar la resistencia. Y, sin embargo, más allá de todo, de los desgastes inimaginables, los sufrimientos, las persecuciones, la criminalización, el hostigamiento mediático, y las judicializaciones acumuladas, esa población sigue ahí, firme en su determinación histórica de defender su territorio; es decir, su memoria, su identidad, su propia visión de futuro.

Porque, hay que tenerlo claro, lo que está en juego con un proyecto de minería a gran escala, es sencillamente la vida misma de poblaciones enteras, su pasado, su presente y su legado. Es su agua, es el suelo que caminan y cultivan y el aire que respiran; son sus montañas, sus ríos y costumbres; sus poesías, sus aromas, sus flores y sus pájaros; sus cosechas y sus crías, los frutos de su trabajo y las propias condiciones autonómicas de producir sus condiciones de existencia. Todo es lo que peligra con la avanzada des-arrolladora de la minería.

Porque, en el fondo, lo que la minería rompe son las relaciones vitales –humanas y no humanas- de un territorio habitado; destruye los circuitos locales por los que fluyen las energías y los ciclos de nutrientes, las dinámicas del trabajo y la cooperación social intra-específicas e inter-especies sobre la que reposa la vida social como una producción-en-común. La minería, para progresar, requiere convertir la identidad misma de los pueblos: hacer de sus territorios un mero yacimiento; de sus habitantes, una población “minera”; en realidad, minada.

Minar es justamente hacer del territorio un enclave: un fragmento geosocial arrancado de su temporalidad, sus horizontalidades y arraigos; desprovisto de su socio-biodiversidad, progresivamente condenado a tornarse un paisaje monocultural, uniforme; por tanto, sin vida propia; sin autonomía. Un enclave opera así: rompe las relaciones; secuestra la autonomía; borra la identidad. Las y los andalgalenses lo tienen claro. Luchan por no dejarse convertir en un enclave.

Enclave minero, zona de sacrificio

“Estamos cateados… no sólo en nuestros cerros, que ahora parece que son de ellos, que ni pasar nos dejan, y que saben hasta el último miligramo de mineral que tienen, sino también nosotros. Somos un pueblo cateado: saben lo que decimos y lo que pensamos, bah!, quieren saberlo todo; controlarnos… Así nos sentimos, ‘cateados’ de los pies a la cabeza.” (Patricia, Auntoconvocados, 2008)

“La minera nos trata como un pueblo de mendigos… En eso nos quieren convertir.” (Marcos, maestro diaguita calchaquí, 2010).

En un memorable ensayo de la teoría social latinoamericana, viejo pero vigente, es decir clásico, Cardoso y Faletto (1969) definían la minería de exportación como un caso extremo, paradigmático de una economía de enclave, una forma social en la que las actividades locales (las económicas y todas las demás) pasan a ser “controladas en forma directa desde afuera”. El capital extranjero adquiere el control sobre la vida de la sociedad local: “la producción se convierte en una prolongación directa de la economía central en un doble sentido: puesto que el control de las decisiones de inversión depende directamente del exterior, y porque los beneficios generados por el capital (impuestos y salarios) apenas pasan por los flujos de circulación local, yendo masivamente a incrementar la masa de capital de las economías centrales. (…) En el enclave minero (…) existe una tendencia favorable a pagar salarios diferenciados en beneficio del sector obrero especializado, pero sin alcanzar a la economía orientada al mercado interno. (…) Las alianzas entre los grupos y clases (…) acentúan la estructura local de dominación polarizada: oligarquías tradicionales, sin gravitación económica, adquieren sin embargo peso político a través del control del aparato del estado, lo que les permite pactar con el capital externo, las condiciones de la explotación”. Así, aunque “no existen realmente conexiones con la economía local –con los sectores productivos vinculados al mercado interno- toda la sociedad pasa a ser dependiente, a través de canales como el sistema de poder, que define las condiciones de la concesión”.[4]

Claro, las condiciones a las que referían Cardoso y Faletto no son las mismas hoy. La realidad ha cambiado sustancialmente; para mucho peor. Por caso, los niveles de concentración y capacidad de disposición del capital externo; la globalización e integración vertical cadenas de suministros y sectores económicos; la liberación y desregulación comercial, fiscal y financiera; las dinámicas especulativas y la financierización de la economía mundial; la ultra-movilidad del capital y su capacidad de chantaje respecto a condiciones laborales y ambientales; el agotamiento de los yacimientos, la escasez hidro-energética y las nuevas tecnologías de explotación de minerales de baja ley; el deterioro general de la biósfera; el calentamiento global, la crisis climática y la de la biodiversidad; las tensiones geopolíticas entre potencias que se disputan mercados, fuentes de materias primas y sumideros en un “mundo lleno”[5] o más bien sobresaturado.  Esos factores y otros más, hacen que la ecuación sociometabólica (ecológica, económica y política) de los enclaves extractivistas mineros resulten hoy mucho más ruinosos y destructivos que hace cincuenta años atrás. Con precisión, la ecología política contemporánea caratula las áreas de mina como zonas de sacrificio[6]. Del pasaje del fordismo keynesiano al neoliberalismo, asistimos hoy al capitalismo del desastre[7]

En este nuevo contexto, las condiciones de operación de las actividades extractivas a gran escala requieren el control total del territorio. Ya mucho antes de la puesta en explotación, las empresas mineras lo tienen todo cateado, desde el subsuelo a las cabezas; generan un entorno de dependencia asfixiante. Ese estado de control minero, esa asfixia, se produce por la doble vía la erosión de las bases autonómicas de la economía local y la creciente dependencia coercitiva a la renta extractiva administrada por la alianza estatal corporativa. Aunque las poblaciones locales no vivan de los pocos y efímeros empleos durante la “vida útil” del yacimiento, se crea un estado de percepción que “sin minería no se puede vivir”; la estructura social de recompensas genera disuasión y resignación; no aceptación.

Publicidad al por mayor; donativos selectiva y estratégicamente distribuidos; empleos exiguos pero muy bien remunerados, temporales y rotativos para mantener en vilo la expectativa de “entrar a la mina”; la renta extractiva que fluye hacia el fisco y que engorda el poder discrecional del clientelismo y el prebendarismo de las élites locales; las obras de infraestructura requeridas para “conectar el territorio al mundo” repartidas en comerciantes locales, prestos a armar las “cámaras de proveedores mineros” y no mucho más… Tales los principales rubros de la ecuación económica que en su apogeo anestesia el proceso de deterioro estructural de las bases productivas locales. El dinero que fluye durante la explotación modifica los patrones de consumo y perturba la economía local; proliferan los comercios que venden mercancías de afuera. Mientras, los campos, las majadas, y los talleres van siendo abandonados. En el corto plazo –propio de la mina- no hay actividad que compita con la renta extractiva. Ese es típicamente la fisiología económica del enclave: un crecimiento superficial de corto plazo que ocluye un empobrecimiento estructural de larga duración.

El mismo diario local, que defenestra a las asambleas que resisten el extractivismo y las acusa de “fundamentalistas que se oponen al desarrollo”, se rinde ante lo inapelable de las evidencias. Una editorial póstuma, coetánea al cierre de mina de Alumbrera, admitía amargamente: “A casi dos décadas del inicio de la explotación de Bajo la Alumbrera, el sueño de varias generaciones de catamarqueños puede considerarse sepultado.  Los gobiernos radicales y peronistas que se sucedieron en la administración de lo que, con muy benevolente criterio, se denomina política minera, no solo son responsables de una gigantesca malversación económica, social y política. Les corresponde sobre todo el mérito de haber convertido la minería en una maldición para Catamarca, tras el despilfarro de la renta pública proveniente de la actividad en clientelismo, demagogia y corrupción, y gestiones caracterizadas por la falta de claridad y las maniobras impregnadas de sospechas. Como resultado, la minería que arrojó dividendos multimillonarios a las arcas estatales, carece de arraigo cultural en la provincia y es visualizada por la mayor parte de la sociedad catamarqueña como una amenaza. En términos utilizados por los transeúntes del rubro, carece de licencia social. (…) Andalgalá, Belén, Tinogasta, Santa María -los pueblos mineros- están devastados… Sus sistemas productivos fueron arrasados junto a la cultura del trabajo. Las drogas se les enquistaron sobre adicciones en expansión. Las aberraciones sexuales son moneda corriente en paralelo a la prostitución, la timba y el alcoholismo. El vicio en todas sus formas los erosiona moralmente”[8]. Los cuerpos que acuerparon las re-existencias siempre lo supieron: “la minería es la muerte disfrazada de progreso”[9].

“Liberen el Cerro”. El clamor de una nueva (vieja) gramática política

“Chaquiago es como mi centro del universo, de mi vida… Siento la frescura que baja del cerro, contemplo la belleza de nuestro lugar, la confianza que te da, su espiritualidad, la amistad y los alimentos y digo, pucha, ¿dónde más voy a ir a vivir? Éste es mi lugar en el mundo, único, irremplazable. ¡Cómo no voy a salir a defenderlo!” (Aldo, Asamblea El Algarrobo, 2019).

“Siento que la asamblea fue un nuevo actor político en Andalgalá; marcó un hito, un antes y un después de la vida política… Mirando todo el camino recorrido, todas las represiones, y percibo todo lo que hemos aprendido, lo que hemos crecido… Hoy vemos nuestro territorio de otra manera; hoy sabemos que lo más preciado es el agua; sabemos que somos suelo, que somos montaña y que somos hijos de todo lo que nos abastece y sustenta la vida… Toda esa relación realmente la hemos ido aprendiendo en el intercambio, en el marco de la lucha anti minera. (Rosario, asambleísta de Andalgalá, 2019).

“Yo creo que las caminatas persisten porque representan la esperanza de nuestro pueblo.” (Daniela, asambleísta de la primera hora, 2021)[10].

En medio de la devastación, la resistencia da lugar a la creación política de nuevos horizontes de existencia, radicalmente otros. Nuevos lenguajes de valoración y nuevas ontologías son incubados en las luchas contra el vaciamiento territorial que pretende la alianza estatal-corporativa del extractivismo de nuestro tiempo. Porque lo que empezó como una rebelión por frustración ante las “promesas incumplidas del desarrollo” hoy expresa la indignación frente a la violencia des-arrolladora de la vida. Caminata tras caminata, el pueblo de Andalgalá fue madurando un sentido radical sobre la naturaleza de la economía que defienden.

En veinte años pasan muchas cosas: les niñes de ayer, que eran llevados en brazos de sus madres y padres a la caminata de los sábados, hoy son les jóvenes que las animan de arte, gracia y energía renovada; los cuerpos muestran las huellas del tiempo transcurrido, las canas, las arrugas, las cicatrices se conjugan con los moretones de las represiones más recientes. Y, sin embargo, esas pieles se han tornado más sensibles. Son pieles que sienten en carne propia los dolores de cada voladura, de cada tajo que se abre en los cerros. La economía que defienden no es la que habla en el lenguaje abstracto de los números y las finanzas. El discurso de geólogos y economistas –que se queda embelezado en los millones de dólares de exportaciones, de sumas de dinero pagadas en salarios, publicidad y servicios de seguridad privada, de ingresos fiscales por regalías-, a les asambleístas no les dice absolutamente nada; les suena como un lenguaje propiamente nihilista. Sus caminatas no son por empleos, ni planes sociales, ni obras de infraestructura, así sean escuelas y hospitales. Sus caminatas son para defender el cerro. Su grito es ése: “Liberen el cerro; bajen las maquinarias que lo están devorando”.

Con las caminatas han aprendido otro lenguaje; han creado otra ontología. RE-existir es eso: la (re)creación de mundo de vida otro, a partir de la resistencia a lo que se impone como lo dado. Y las caminatas hablan de otra oikos-nomía: la de las relaciones y los flujos vitales, la de los valores concretos de uso que brotan de la tierra, con la participación necesaria de la energía solar y la maravilla vegetal de la fotosíntesis que la capta y la echa a andar por el mundo orgánico de los seres animados, los humanos incluidos. La riqueza que defienden y protegen es también una riqueza mineral:  al fin y al cabo, la vida es una danza de elementos que entreteje los organismos en los circuitos del carbono, el hidrógeno, el potasio, el calcio, el sodio, el hierro, el magnesio, el manganeso, el cobre, el litio y tantos minerales más que pasan por los cuerpos, animando y sustentando la vitalidad concreta, biodiversa, multi-especie, de la Tierra.

El lenguaje radical de las caminatas de Andalgalá se nutre de esa consciencia de saberse y sentirse Tierra; de saber/sentir que sus cuerpos nacen en las cumbres de los cerros (aquellas que mentes perdidas y corazones desviados sólo quieren destruir brutalmente y saquear). Ella/os saben que los glaciares allí escondidos son los que dan vida a las aguas que bajan por la compleja cuenca del río que da nombre e identidad a la tierra que habitan. Ella/os saben que los humanos, por ser seres terráqueos, son también seres mineralógicos, vocacionados a ser parte y co-laborar en la danza de la vida que tiene en el ciclo de los minerales una fibra clave, extremamente delicada y sensible, donde las proporciones, los volúmenes, los ritmos y las temporalidades se cuentan en micrones y milenios y donde el más mínimo desequilibrio puede perjudicarlo todo; es decir, la continuidad de la vida misma. Por eso, apoyados en esa consciencia, en esa sensibilidad, sábado a sábado, les caminantes dicen tajantemente “El Aconquija no se toca. Andalgalá no se vende”.

A los mineros, esto les suena “fundamentalista”, “antidemocrático”. Se han acostumbrado a manosear la democracia degradando el proceso deliberativo sobre lo común, por una mera feria de repartijas. Sus convocatorias al diálogo son, en realidad, llamados a la negociación: ellos creen que todo tiene un precio, y que finalmente, las personas razonables deben saber fijar un precio que torne viable la explotación. En este punto, surge la pregunta sobre quiénes son, en realidad, los fundamentalistas: si los que parten del presupuesto de que la explotación se hace sí o sí, o si quienes dicen “el Aconquija no se toca”.

Saberse y sentirse seres –también- minerales, no es lo mismo que ser mineros; es todo lo contrario. La economía minera sólo puede ver los cerros con los ojos ciegos de la codicia; para geólogos, contadores, administradores y funcionarios estatales, los cerros son puros escombros a desbrozar para lixiviar los metales que cotizan en la Bolsa de Toronto. Para ellos sólo eso es lo valioso. Esas cotizaciones son el punto de referencia que marca los precios de todo. La mirada minera es una mirada propiamente moderna, esa que nació del ojo pornográfico de Colón y que desató la guerra de conquista. Se trata de una mirada segada por el brillo del oro; sólo ve riqueza en aquello que puede extraer, que puede explotar.

La ontología política de las caminatas de Andalgalá nos habla absolutamente de otro mundo. Sienten el cerro como parte de sus entrañas; más bien, cada uno de esos humanitos que sábado a sábado se dan cita en la plaza de Andalgalá, caminan porque saben que, en realidad, son ellos quienes hacen parte de las entrañas del Cerro. La consciencia de pertenencia deroga absolutamente las leyes de propiedad. Para ellos, el Cerro es un ser vivo, con-viviente, una entidad que gesta y cría las aguas que riegan los valles, y corre fluida por los tallos de las plantas y las venas de los animales, humanos y no humanos. Para ellos, ver el Cerro como un simple reservorio de recursos financieros, es una mirada primitiva.

En estos tiempos que los geólogos –un poco más informados que la media de los que trabajan para las mineras- nos dicen que habitamos el “Antropoceno”[11], una nueva Era geológica de verdad tenebrosa, signada por las perturbaciones que el “progreso” provocó en la composición química de la atmósfera, expandió gases tóxicos, químicos, plásticos y basura de todo tipo –radioactividad incluida-, por los suelos, los aires y los océanos, y está desatando el sexto evento de extinción masiva de especies habidos en los 4500 millones de año de la vida terrestre, vale la pena preguntarse y cuestionarse seriamente, cuáles son las miradas, los lenguajes y las ontologías que nos conviene adoptar. Ya sabemos hasta dónde nos trajo la mirada minera del conquistador, el lenguaje de la primitiva ciencia moderna, la ontología de la explotación. Quizás, por sobrevivencia, nos convenga adoptar la (vieja)nueva lengua que hablan las caminatas de Andalgalá. Quizás no sea tan tarde para empezar a aprender a sentirnos parte de las entrañas de la Tierra.

 

 


Horacio Machado Aráoz es profesor de Sociología en la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional de Catamarca e investigador en el Instituto Regional de Estudios Socioculturales (IRES)-CONICET-UNCA. Participa del Colectivo de Investigación de Ecología Política del Sur. Es autor del libro “Potosí, el origen. Genealogía de la minería contemporánea”, editado en Argentina, Bolivia, Perú, Ecuador y Brasil, así como de otros libros en co-autoría sobre minería, extractivismo y ecología política.

 


[1] Drummond de Andrade, Carlos (1951) “Claro enigma”. En Poesía completa. 2006. Rio de Janeiro: Editora Nova Aguilar.

[2] Machado Aráoz, Horacio (2014). Potosí, el origen. Genealogía de la minería contemporanea. Mardulce: Buenos Aires.

[3] Desde que estalló en conflicto, las elecciones para el gobierno local fueron ganadas por candidatos que asumieron un discurso claro en contra del proyecto Agua Rica. Esas posiciones en realidad reflejan –menos que una convicción de los políticos de carrera y de los partidos- una estrategia electoral condicionada por posturas mayoritarias de la población: “las encuestas sobre el tema (incluidas en el Informe de Impacto Ambiental de Empresa Minera Agua Rica) arrojan un resultado contundente: el 85 por ciento de las y los habitantes de este suelo prefieren vivir en un ambiente sano por sobre el “desarrollo” megaminero”. (Chayle, 2021)

[4] Cardoso, F. H. y Faletto, E (1969). Desarrollo y dependencia en América Latina. México: Siglo XXI. (p 50-53)

[5] Daly, Herman, (2005) “La economía en un mundo repleto”. En: Investigación y ciencia, Nº 350.

[6] Zhouri, Andréa, P. Bolados, E. Castro (Eds.) (2016). Mineração na América do Sul: neoextrativismo e lutas territoriais. São Paulo: Ed. Annablume.

Castro, E. (2019) “Estratégias de Expansão Territorial de Empresas Minerais na Amazônia, Desastres Socioambientais e “Zonas de Sacrifício”. Dossiê Desastres e Crimes da Mineração em Barcarena. Edna Castro y Eunápio do Carmo (Organizadores). Belem: NAEA Editora.

[7] Klein,N (2008) La doctrina del shock. El auge del capitalismo del desastre. Barcelona: Paidós.

[8] “La Maldición Minera”, El Mirador Político, Diario El Ancasti, Domingo 06 de marzo de 2016, Catamarca.

[9] http://www.ecologiapoliticadelsur.com.ar/nota/74-la-rebelion-de-la-os-patasucias-contra-la-extincion-de-la-yareta-

[10] Ana Chayle, “Andalgalá, la autodeterminación y 600 caminatas por la vida”, 05 de agosto de 2021. https://agenciatierraviva.com.ar/andalgala-la-autodeterminacion-y-600-caminatas-por-la-vida/

Chayle, Ana (2022) “Aldo Flores y Enzo Brizuela, presos por defender el agua y los cerros en Catamarca”. En: https://agenciatierraviva.com.ar/aldo-flores-y-enzo-brizuela-presos-por-defender-el-agua-y-los-cerros-en-catamarca/

[11] Crutzen, Paul y Stoermer, Eugenne (2000). “The Anthropocene”. IGPB Global Change News, 41.

Zalasiewicz, Jan et Alt. (2008) “Are we now living in the Anthropocene?”. Geological Society of America Today, 18 (2).

 

 

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