Feminismos y ciencias sociales
Batatita y las feministas de derecha

Por Carolina Justo von Lurzer

El libro escrito por Melina Vázquez y Carolina Spataro Sin padre, sin marido y sin Estado. Feministas de las nuevas derechas ha despertado interés por su lectura, como así también debates en torno a su objeto de estudio. En esta nota, Carolina Justo von Lurzer, docente de la UBA e investigadora del CONICET, aborda algunas de las críticas que ha recibido esta investigación de reciente publicación para indagar sobre los peligros que acarrea “pasar de una epistemología del punto de vista a una epistemología de las anteojeras”, al esquivar la incomodidad de las preguntas sobre fenómenos sociales que conmueven certezas establecidas.

 

Fascinaciones y obstáculos en la producción de conocimiento.

Adentrarse en el fondo del mar puede garantizarnos momentos de total deslumbramiento como los que vivimos durante las horas de transmisión de la expedición llevada adelante por un equipo de investigación a bordo del buque Falkor en el Talud Continental IV. Esto es en parte así porque nos expone a lo inesperado y a lo desconocido. Me gustaría partir de una comparación exótica, pero constatable: ¿por qué somos capaces de sumergirnos al encuentro de Batatita y nos cuesta tolerar que se arrimen a nuestras costas las feministas de derecha?

Hace algunas semanas se publicó en Anfibia una reseña del libro Sin padre, sin marido y sin Estado. Feministas de las nuevas derechas, de Melina Vázquez y Carolina Spataro, escrita por la aguda pluma de Rosana Reguillo.[1] Esta era la segunda vez que el portal publicaba un adelanto de esa investigación –antes bajo el título “Las hermanas bastardas”, de sus propias autoras–[2] y era la segunda vez también que sus planteos recibían una enorme cantidad de comentarios negativos. Este texto surge de la inquietud que me generaron esas intervenciones, pero no se ocupa de discutirlas o refutarlas sino de señalar qué riesgos tiene la posición desde la que se enuncian.

Reguillo arranca su nota recuperando la distinción entre una mirada desde lejos y arriba, como la que puede ofrecer un dron, y la que puede ofrecer estar cerca, entre los cuerpos, en la calle, experimentando las interacciones, las tensiones, los agrupamientos y las diferenciaciones. Esa cercanía a la que accedimos durante días a través de ese robot que bajaba a grandes profundidades y permitía discernir las singularidades que una mirada superficial no hubiera conseguido alcanzar. Un mar que se diversificaba, se complejizaba y se volvía más y más atrapante conforme se lo continuaba explorando.

¿Qué dice de nosotrxs aquello que no estamos dispuestxs a nombrar? Dice menos, o más bien nada en absoluto del sujeto o el problema, pero mucho de la posición epistemológica y política que adoptamos. También de las tensiones y disputas del tiempo histórico en el que esos fenómenos acontecen: ¿qué y cómo es capaz de procesar simbólicamente el escenario público? La disputa por las inclusiones/exclusiones es estructural a los feminismos, allí no hay quizás novedad; es parte de lo que alimenta la vitalidad de un movimiento que todavía discute, entre muchas otras cosas, si las putas pueden enarbolar la identidad feminista o si deben convertirse al abolicionismo como condición necesaria. Como éste se les vendrán a la cabeza muchos otros debates acalorados, contemporáneos y de larga data.

Pero retomando justamente el problema del contexto, de la coyuntura específica en que algo es posible de ser pensado, debatido o es directamente obliterado como tema de conversación y reflexión, lo que los comentarios de esta nota disparan es un problema adicional que enfrentamos hoy de manera más general y que terminará por afectar nuestras prácticas feministas si no nos ocupamos a tiempo. Brutalmente dicho, pasar de una epistemología del punto de vista a una epistemología de las anteojeras. Lo que no cuaja con mis expectativas no existe. Lo que no se adecua a mis esquemas de pensamiento no es real. Lo que implica tensiones, incluso aquellas flagrantes o que parecen irreconciliables, ha de ser sosegado y contenido en el marco de lo posible. ¿No luchábamos contra la estrechez de estos modos de imaginar el mundo? ¿No creíamos en el desacuerdo como principio político y en la incomodidad como modo de intervención?

La especie bautizada “Batatita” por la audiencia reunida en torno del streaming de la expedición de aguas profundas fue observada con sorpresa por expertxs que no habían descrito nunca antes un ser de esas características. La sorpresa fue no sólo celebrada por quienes seguíamos la transmisión con fervor y ansiedad, sino que se convirtió en el motor de otras búsquedas e incluso discusiones. Se debatió acerca del impacto ambiental de la incursión científica, de las implicancias éticas de las tomas muestrales, entre muchas otras cuestiones más o menos cercanas al acontecimiento “Streaming de CONICET”. Sin embargo, nadie nunca en ninguna parte dijo: eso no existe, siguiente pregunta. Nadie mandó a Nadia Coralina a leer para “darse cuenta” de que lo que describía mientras observaba, aquello que era capaz de discernir ahora que no sobrevolaba –como un dron – la superficie marina sino que tenía acceso a la profundidad de esas aguas insondadas, era un invento, una entelequia, una jugarreta de su pensamiento. Hubo, entre quienes asistimos a ese streaming de un universo que nos es ajeno, disposición para conocer y comprender. No hubo, insisto, acuerdos plenos. Hubo disensos en tierra. Incluso los hubo en vivo en altamar: no había que “contar un cuento que no es” acerca de la sobrevida de los pulpos marinos hembra luego de cuidar a sus crías. Sin embargo, nadie pensó que de eso que ocurría no se podía, no se debía o no era importante hablar.

Una gran cantidad de comentarios directamente responden de manera negativa a la pregunta que da título a la nota: ¿Existen las feministas de derecha? No, siguiente.

Nadie duda, todas las respuestas son categóricas. La duda, la sospecha, la indecisión, la consulta entre colegas y pares fue uno de los aspectos más atrapantes del streaming de CONICET. No sabían y estaban aprendiendo en vivo. Estaban aprendiendo precisamente porque no sabían. En una de las múltiples entrevistas que fueron dando durante esos días uno de los biólogos dijo “nos hacían preguntas en el chat que nos obligaban a ponernos a leer”.

¿Perdimos la capacidad de sentirnos interpeladas por ciertas preguntas? Verdaderamente interpeladas, es decir, convocadas a buscar, leer, reflexionar, conversar, consultar, discutir y construir una posición fundada a partir de ese proceso. Incluso una que arribara a una respuesta similar. Y subrayo similar porque lo que pone en evidencia el libro de Vázquez y Spataro, y también la nota de Reguillo, es que es un hecho que hay mujeres de derecha que se definen feministas. Entonces, en el terreno de la producción de conocimiento científico esto es una evidencia irrefutable, están allí, las vemos, nos hablan. Como la Batatita y la Estrella culona. Pero por supuesto, en el terreno del debate político, el proceso gatillado por la incomodidad de la pregunta que interpela puede resultar en un debate provechoso acerca de los contornos de los feminismos hoy.

En ese sentido se orientan otra enorme cantidad de comentarios que indican lo que no puede ser el feminismo, lo que queda excluido de sus márgenes. “Feminismo sin justicia social no es feminismo. Feminismo sin centralidad de lo común y la sororidad colectiva no es feminismo”. ¿Saben estas personas lo que piensan, leen, proponen las feministas de derechas? ¿Han notado el plural en esa pregunta? ¿Habrá alguna diversidad incluso al interior de ese colectivo? Muchas de esas respuestas están en la profundidad de la investigación de Vázquez y Spataro, el conocimiento construido en esas páginas es un insumo para seguir con el problema. Las intervenciones traen a colación la idea de justicia social, debates sobre el peronismo, el anarquismo, el liberalismo, el ambientalismo. Sobre el lugar que ocupan en la agenda y la praxis feminista la clase, la raza, una perspectiva interseccional, entre muchas otras dimensiones que moldean la disputa por el sentido del feminismo. Esa conversación la provoca la investigación que llevaron adelante Vázquez y Spataro.

Quiero prestar especial atención a aquellos comentarios que insisten en lo innecesario de este trabajo: “la pregunta de Reguillo se responde por sí sola sin trabajo de campo”. ¿Le hubieran dicho lo mismo al equipo de CONICET que navegó en el RV Falkor?

¿Cómo conocemos el mundo? ¿En qué se diferencian la opinión y el conocimiento científico? Hay una lógica de la reacción –el like, el comentario, la calificación de servicios, etc. – que se impone como modalidad de la interacción en cuya inmediatez se resuelve muchas veces la definición de nuestro universo social. Uno de los pocos comentarios favorables en la nota lo expresa así: “para qué estudiar, investigar y escribir libros si tenemos acá la caja de comentarios llena de iluminadxs que saldan la cuestión en un par de líneas (si es que admiten la legitimidad del planteo, claro).”

Podríamos pensar que esto ocurre porque se trata de fenómenos sociales frente a los que todxs nos sentimos convocados a expresarnos, tenemos algo significativo para decir, un saber suficiente, una posición tomada. Ah pero los terraplanistas… Hay hoy un encarnizamiento particular con las ciencias sociales y humanas, pero tal vez lo que estos comentarios expresan es también una deslegitimación de la producción de conocimiento científico como punto de encuentro para la construcción de lo común. No el único, no el privilegiado, pero uno necesario por su carácter sistemático y su propósito transformador.

El conocimiento científico implica la ruptura con la primera impresión; el trabajo metódico de pensar de manera radicalmente diferente a lo que se considera obvio o se pensaba evidente en el pasado. El conocimiento avanza por disconformidad también consigo mismo y sus limitaciones. Dice Bourdieu, retomando a Bachelard, que así como todo químico debe luchar contra el alquimista que tiene dentro, todo sociólogo debe ahogar en sí mismo el profeta social que el público le pide encarnar. Y acá se juega el último riesgo que quisiera señalar: el público activo que comentó en ambas ocasiones las notas sobre este tema hizo suyo un lenguaje, pero sobre todo un tono que se aleja de un modo abismal de cualquier posición de debate democrático. No me asustan las pasiones políticas, pero me repelen los discursos odiantes. Soy feminista. La clausura del “Fin” escrito a repetición, la banalidad del insulto anónimo o la recurrencia del desprecio cínico que llega a enunciar: “a este paso, la próxima pregunta va a ser si existen nazis buenos”, me resulta inadmisible.

Vázquez y Spataro traen a escena un sujeto político áspero, que no se ajusta a los cánones de esta audiencia activa de Anfibia y que probablemente exprese a un sector del movimiento de mujeres. Hacen precisamente lo que se espera de la ciencia y del feminismo: conmover lo establecido, movilizar el pensamiento, abrir una conversación y nutrirla de argumentos. Adentrarnos en ese mar revuelto o quedarnos en la orilla serena depende de nosotras.

 

 


Carolina Justo von Lurzer es Investigadora Independiente de CONICET y profesora adjunta a cargo de Epistemología de la Comunicación en la Carrera de Ciencias de la Comunicación de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA. Se dedica a la crítica cultural feminista.

 

 


[1] Reguillo, R. (2025). ¿Ellas también son feministas? Recuperado de https://www.revistaanfibia.com/feministas-de-las-nuevas-derechas-sin-padre-sin-marido-y-sin-estado/

[2] Vazquez, M. y Spataro, C. (2024). Las hermanas bastardas. Recuperado de  https://www.revistaanfibia.com/las-hermanas-bastardas-se-puede-ser-feminista-y-mileista/

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