Mayo del 68
Circulaciones del Mayo Francés en Argentina

Por Lucía Álvarez (IDAES-UNSAM)

Tras las huellas de un acontecimiento impuro

Hay una trama común entre Francia ‘68 y la Argentina de finales de los sesenta. Entre el regreso de la Revolución a la ciudad de la luz, al lugar que la gestó como idea y como práctica, y el desarrollo, en ese país periférico, de una vida política que se inclinaba de a poco por la opción armada. Allí, entre ellos, están la juventud, la rebeldía, el deseo. Una tríada que irrumpió a ambos lados del globo para alertar sobre una nueva composición del mundo y un nuevo horizonte de expectativas.

Los sesenta inauguraron una experiencia de radicalidad política compartida, por primera vez, a escala universal. Ideas, bienes, imágenes en torno a la revolución atravesaban fronteras nacionales y continentales y generaban entre jóvenes urbanos, hijos del baby-boom, un lenguaje común. Los viajes, los encuentros culturales y políticos, la publicación en simultáneo de los mismos textos en librerías de Europa y América latina alimentaban aún más la idea de un destino único y difícil de eludir.

En el marco de ese “gran rechazo”, las luchas anticoloniales y las experiencias políticas del Tercer Mundo contaron con un lugar de privilegio. La lectura de Los condenados de la tierra, el manifiesto político literario de Franz Fanon o las lecciones de la revolución cultural china se extendían entre los jóvenes rebeldes tanto como las discusiones del Che Guevara y Fidel Castro en torno al lugar estratégico de la lucha armada. Y sobre todo, estaba Vietnam: esos hombres pobres, apenas provistos, resistiendo a la brutalidad de un sistema que, en los países desarrollados, se mostraba amable y opulento.

Sabemos que esas imágenes y esas ideas circulaban, aunque no conocemos exactamente el sentido que ellas adquirían a nivel local, el modo en que se convertían en guías de la propia acción política. Pero conocemos menos aún sobre el impacto de las revueltas europeas o americanas del otro lado del globo, y particularmente en la Argentina, aunque la pregunta guarda un potencial analítico.

Cierta historiografía supone que la palabra liberación, presente aquí y allá como un denominador común, guardaba en los distintos contextos un único significado. En ese marco, Mayo del ’68 suele presentarse como emblema o incluso como modelo de ese impulso global, al punto de que algunas de las sublevaciones posteriores fueron interpretadas como réplicas de la experiencia francesa. Es más, de modo ligero se suele decir que distintos países tuvieron su “Mayo”. En la Argentina, ese título le corresponde al levantamiento de obreros y estudiantes en la Ciudad de Córdoba, en 1969. Pero, ¿qué significa esa denominación, que Córdoba fue como París? ¿O que los jóvenes del mundo buscaban imitar la experiencia de sus pares franceses?

Nos interesa rastrear las vidas del Mayo 68 en Argentina, en ese país del Tercer Mundo con el que la revuelta obrero-estudiantil se soñó hermanada, porque suponemos que ese ejercicio nos puede revelar algo nuevo sobre los sucesos en Francia, sobre el lugar que tuvo ese gesto destituyente más allá de sus fronteras. Pero sobre todo, considerando aquello de que la recepción es un proceso creativo, es decir, que está sujeto a los proyectos y apuestas intelectuales de sus receptores, creemos que también nos dirá algo sobre nosotros mismos.

Estamos, de todas formas, ante una gran disputa de sentidos donde no necesariamente es esperable ni deseable un orden: la lucha interpretativa sobre Mayo 68 se inserta en la lucha del campo de ideas y discusión política de una Argentina que, al mismo tiempo que buscaba modernizarse culturalmente, acababa de inaugurar, con la dictadura de Juan Carlos Onganía en 1966, un nuevo período de autoritarismo político.

El problema de la recepción

La pregunta por el impacto del Mayo francés en nuestro país se inscribe, de algún modo, en el problema de la recepción, un tema clásico de la sociología de los intelectuales y un tema especialmente sensible para la Argentina, tan porosa a las tradiciones de pensamiento europeas. En tanto momento particular del proceso global de circulación de ideas, la recepción nos habla de un interés, una voluntad por difundir, discutir, adaptar localmente obras, teorías y argumentos producidos en otros contextos.

Pero lo más interesante del concepto es la complejidad hermenéutica que encierra. Como el texto no es una entidad autónoma y soberana, sino que existe para un lector que lo realiza y lo recrea -dice el historiador Horacio Tarcus, en su libro Marx en Argentina– el texto no es sino la historia del texto, la historia de sus lecturas. No se puede, por eso, pretender encontrar una vía de acceso directa a un contenido neutro y virgen de interpretaciones. Asumir el carácter abierto de una obra nos lleva a aceptar que no hay formas correctas o incorrectas de leer y que más importante que preguntarse por la corrección o la fidelidad es pensar los sentidos posibles de un escrito, las productividades político-intelectuales de sus interpretaciones.

Mayo 68 no es obra, pero en cierta medida también lo es. Fue ocupaciones, manifestaciones, enfrentamientos con la policía, fuego, humo, caos. Y fue también palabra, lucha discursiva. Hay quienes creen que fue sobre todo eso: un accionar político que cuestionó a los poderes concretos, pero cuya fuerza radicó, antes que nada, en romper los pactos sobre lo decible y lo pensable. La escritura de las calles de París, ella misma, decía Barthes, es violenta, es lo que hay aún de violencia en la escritura.

A diferencia de quienes suponen que el Mayo 68 no tuvo una buena recepción política porque la cultura peronista funcionó como un obstáculo o porque se trataba de “francesitos que hicieron un gran despelote”, como expresó alguna vez José Pablo Feinmann, creemos que los sucesos en Francia formaron parte del imaginario de la Argentina rebelde de los sesenta, aunque su lugar haya sido marginal respecto a otras experiencias emancipatorias.

Nicolás Casullo dijo algo cierto: París nunca fue pancarta, cartel, eslogan o estribillo estudiantil, barrial, gremial, de las corrientes, armadas o no, insurreccionales o guerrilleras, ni en Argentina ni en América latina. Nunca fue Cuba, Vietnam o Argelia. Ni por el modo en el que, desde una posición tercermundista, muchos latinoamericanos se vinculaban con los procesos insurgentes en Europa, ni por la idea bastante generalizada de que “los riesgos se corren acá y no en París”.

Tampoco fue modelo para la acción política. Es difícil imaginarse a los jóvenes y obreros del Cordobazo emulando a París: las realidades de ambos países eran demasiado distantes y ese encuadre nacional funcionó como primer modelador de las experiencias sesentayochistas. Sin embargo, esa gran crisis nacional desatada en el centro de Europa ponía en evidencia un estado del mundo, una convulsión, y como tal, reforzaba el sentido de inminencia, avivaba la convicción de que se estaba frente a un presente en el que era necesario asumir fuertes compromisos. Al mismo tiempo, la revuelta obrero-estudiantil proponía una mirada de la revolución distinta a la latinoamericana, una en la que se mixturaban de modo novedoso sociedad, arte, cultura y política.

Porque es importante recordar también que Mayo 68 fue un acontecimiento impuro, como la definió Alain Badiou. Fue muchas cosas contradictorias a la vez: deseo de revolución y deseo de la revolución en la revolución; cuestionamiento a una sociedad de consumo y demanda de integración a la misma; un movimiento de masas que rechazaba la figura del poder tanto como lo situaba en el centro de la discusión política. Fue además una revuelta estudiantil, con reclamos y agendas específicas, que negaba al estudiante como sujeto revolucionario y se soñaba y proyectaba como revuelta obrera. Así como implicó el paro general más importante de la historia de Francia, llevado adelante por obreros que antes que provocar una crisis revolucionaria deseaban una integración plena a la sociedad de bienestar.

No es extraño observar por eso que Mayo 68 haya tenido vidas variadas y contradictorias en Argentina. En este sentido, otro trabajo de Horacio Tarcus, El mayo argentino, es referencia ineludible. Siguiendo sus rastros veremos que fue una sublevación sobre la que se detuvieron artistas, poetas, intelectuales, así como militantes peronistas, marxistas y cristianos. Que fue negada y celebrada, y se leyó con distintos usos y como justificación de diferentes estrategias políticas, y que incluso personas de igual ideología vieron en él oportunidades opuestas.

Mayo en Argentina

En Argentina, como en el mundo, se escribieron cientos y cientos de páginas sobre los sucesos de Francia. A veces con atracción y a veces con desconfianza, se detuvieron sobre él los diarios locales (sólo por poner un ejemplo, entre el 14 de mayo y el 2 de junio, el diario Clarín le dedicó a los acontecimientos seis tapas y casi cincuenta artículos, entre textos centrales y recuadros) pero también las principales revistas de análisis político de la época. De hecho, las crónicas desde una “París más París que nunca” de Roberto Aizcorbe, secretario de redacción de la emblemática Primera Plana, fueron una de las primeras y más completas vías de acceso al Mayo Francés en el país.

También lo fue el Cuaderno “Los estudiantes” del seminario uruguayo Marcha, publicado en julio de ese año con textos de algunos de los nombres más emblemáticos de Mayo 68: Sartre, Malraux, Marcuse, Cohn-Bendit, Aron, Sauvageot, Garaudy, entre otros. La publicación político-cultural de sesgo antiimperialista que dirigía Carlos Quijano y contaba con un amplio prestigio y difusión en el país, era prudente, sin embargo, a la hora de evaluar las repercusiones de la revuelta en el Río de la Plata. No esperaba encontrar en ella una guía para la acción, entre otras razones, por la distancia que existía entre los trabajadores europeos y latinoamericanos. Si en Europa podía funcionar la hipótesis de una clase obrera inactiva e integrada por la vía del consumo, en la región todavía se estaba frente a un conjunto de necesidades materiales insatisfechas. Contra todo intento de imitación, Marcha establecía una distancia entre ambos sucesos acudiendo a la noción de Tercer Mundo, un concepto que resultará crucial para enmarcar la recepción de Mayo en Argentina.

Pero no solamente las revistas comerciales se adentraron en la comprensión de los acontecimientos. Editoriales y revistas intelectuales y culturales publicaron y tradujeron en los meses siguientes los textos, los grafitis y las fotografías a través de los cuales el Mayo francés viajó por el globo. Pasado y Presente, Eco Contemporáneo, Signos, Galerna, Tiempo Contemporáneo, Insurrexit fueron algunos de los emprendimientos que se abocaron a esta tarea.

Sus miradas tampoco fueron lineales: mientras José Aricó veía en los sucesos de Francia una posibilidad ejemplar para debatir acerca del Partido Revolucionario, para pensar en el instrumento político capaz de llevar a buen puerto la crisis revolucionaria y así “enriquecer las luchas parciales en nuestro país”, el poeta Mario Pellegrini encontraba en las barricadas de París la apertura de una nueva época de experimentación, el anuncio de vanguardias y de acciones que vinculasen “la ética revolucionaria con el derecho del hombre a la poética de la vida”.

También entre la juventud militante de esos años, la revuelta francesa tuvo vidas diversas. Uno de los olvidos más significativos quizá haya sido el del diario de la CGT de los Argentinos. Guiado por la desconfianza al protagonismo juvenil y las lecturas sobre el adormecimiento de la clase obrera, el semanario no le dedicó una sola mención a los acontecimientos, a pesar de que seguía con interés el desarrollo del movimiento estudiantil en América Latina.

Tampoco lo hizo la revista Problemas del Tercer Mundo, cuyo comité editorial integraban Roberto Cossa, Ricardo Piglia, Andrés y Jorge Rivera, León Rozitchner, Raúl Sciarreta, Francisco Urondo, David e Ismael Viñas y Rodolfo Walsh. El olvido en este caso no es tan sorprendente porque ya desde su primer número, la revista rechazaba a ese “internacionalismo que nada sabe de la comarca donde apoya los pies” y promovía, en línea con la experiencia cubana, una nueva moral de renunciamiento y de “despojamiento de la blandura”, bastante lejana al espíritu del Barrio latino.

Sin embargo, no sucedió lo mismo con la Revista de las Cátedras Nacionales, Antropología del Tercer Mundo ni con Cristianismo y Revolución (CyR), el punto de encuentro de activistas del Comando Camilo Torres, algunos de los cuales fundarían luego la organización Montoneros. A pesar de que en 1968 CyR no había dedicado ni una página a los acontecimientos, un año después, para el primer aniversario, la revista los caracterizaba como una “virulenta y creadora explosión revolucionaria”.

El cambio se corresponde, de hecho, con los modos novedosos de leer a la revuelta luego del Cordobazo. El Mayo francés y el “Mayo” argentino se parecían poco, pero compartían un núcleo universal de coincidencias: la emergencia de la juventud, el deseo de unidad obrero-estudiantil, el enfrentamiento cuerpo a cuerpo, la lucha en las calles, la espontaneidad de masas sin partido, y sobre todo, la ansiedad y las expectativas por un futuro que se creía promisorio y cercano.

Estos elementos permitieron, por eso, que varios presenten a ambos acontecimientos en un juego de espejos. Incluso el propio Juan Domingo Perón envió por esos días desde el exilio dos cartas alentando a los jóvenes argentinos a ver en las revueltas de París y Córdoba dos expresiones de una misma sublevación internacionalista. “La Revolución está en marcha. Como en 1789 ha comenzado en La Bastilla. Por primera vez parecen ser contemporáneos todos los hombres”, escribía Perón, citando a Octavio Paz.

Pero además de los textos, las conexiones entre Argentina y Francia en esos años estuvieron marcadas por las experiencias, porque Mayo 68 viajó también a través de las narraciones de los argentinos que por esos días estaban en París. Los nombres son de lo más diversos: Tomás Eloy Martínez, Julio Le Parc, Roberto Santucho, Julio Cortázar, Nicolás Casullo, Sky Bellinson, Héctor Schmucler, Tomás Abraham, Emilio Tenti Fanfani, Jorge Denti. Algunos fueron simples testigos, otros participaron de la producción de afiches del Atelier Popular. La mayoría, sin embargo, formó parte de la toma de la Casa Argentina en la Ciudad Universitaria de París, bautizada por esos días “Pabellón Che Guevara”.

Finalmente, otros vínculos estuvieron mediados por el puro azar. Por ejemplo, el Instituto Di Tella, ese símbolo de los sixties, el espacio de la vanguardia artística de la ciudad de Buenos Aires, contuvo como parte de su famosa exposición, Experiencias 68, una obra “mediático-político-utópico” de Roberto Jacoby en la que se proyectaban cables de la agencia France Press. Así, los asistentes al Di Tella pudieron leer, cortar y llevarse el relato de los acontecimientos en Francia casi en simultaneidad con el momento en que se producían. Pero también y sobre todo, ese hecho conectó directamente al Mayo francés con la muestra que resultó ser un punto de inflexión para la vanguardia artística de los años sesenta, el principio de un desplazamiento contra las instituciones, contra el mercado del arte y hasta contra el arte mismo, según describió años más tarde el propio Jacoby.

No todo es política

La historiografía latinoamericana tendió por bastante tiempo a leer a los sesenta y los setenta bajo una clave dicotómica: insurgencia revolucionaria-contrainsurgencia. Esa mirada solía pensar a la militancia política disociada de las prácticas y consumos culturales de los jóvenes de esos años y al mismo tiempo, a entender el fenómeno juvenil solamente vinculado a la acción revolucionaria.

Sin embargo, en el último tiempo, un conjunto de estudios concentrados en la sexualidad, la vida comunitaria, la moda, la música y otras prácticas de consumos culturales, empezaron a ampliar los horizontes conceptuales sobre esos años. Por un lado, se recuperaron las experiencias de un sector mayoritario de la población joven que, aunque no participó activamente de los movimientos revolucionarios, se vio influido por las tendencias culturales y políticas de ese entonces.

La Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires pudo haber sido definida por Ernesto Laclau como “el lugar donde todo comenzó”, pero la identidad juvenil de los sesenta en Argentina discurrió también en otros escenarios. Jóvenes fueron los hippies de la Plaza Francia, los seguidores de los Beatles, los que sabían de Antonio Berni y Marta Minujin; los que usaban jeans y bailaban rock; los interesados por las libertades sexuales, el pacifismo o la psicodelia.

Por otro lado, esos textos ayudaron a trazar la idea de una militancia juvenil más diversa y compleja, que compartía también algunos de esos mismos consumos y prácticas, negadas en su momento bajo la necesidad de asumir sin dobleces un compromiso revolucionario, y que hoy comienzan lentamente a ser revisadas por sus propios protagonistas.

Si leemos, por ejemplo, a los autores de las Cátedras Nacionales difícilmente se encuentren allí referencias vinculadas a la revolución cultural que se desarrollaba en el mundo. Y sin embargo, como narraba, décadas después, Alcira Argumedo en la Introducción a las Obras completas de Roberto Carri:

“Muchas de las ideas o actividades de las Cátedras se concibieron en las quintas de los Carri o de los Checa, en medio de asados, piletas, partidos de truco o campeonatos de voley: el anecdotario podría llenar infinitas páginas. Nos encantaban los Beatles; adoptamos el amor libre, las minifaldas, las bikinis; íbamos a escuchar tangos al local de Edmundo Rivero, seguíamos al Polaco Goyeneche, a Aníbal Troilo, Astor Piazzola o el Tata Cedrón; en un perdido club de barrio nos sedujeron las canciones del catalán Joan Manuel Serrat, que daba sus primeros pasos. Difundíamos clandestinamente La hora de los hornos; íbamos al cine y a comprar libros en la calle Corrientes; hicimos viajes iniciáticos por Bolivia y Perú en camiones, en colectivos destartalados y en segunda clase de los trenes”.

En este sentido, una revisión rápida de la recepción del Mayo francés en Argentina nos revela antes que fronteras, entrecruzamientos. O dicho de otro modo, Mayo 68, en tanto acontecimiento impuro, nos pone de algún modo ante la evidencia de nuestra propia impureza. En definitiva, los manifiestos del Movimiento 22 de Marzo o del Anexo Censier compartían índice con Informes sobre la situación de explotación en Tucumán o con artículos de Roberto Carri al mismo tiempo que lo hacían con notas sobre John Lennon, el Movimiento Nueva Solidaridad o el pacifismo norteamericano.

Lejos de pasar desapercibida, entonces, la insurrección francesa atravesó de maneras diversas a una juventud cruzada por el compromiso militante y la experimentación cultural o dicho en términos del historiador Sergio Pujol, logró permear, aunque de modo dispar, dos sensibilidades juveniles representadas por Rodolfo Walsh y por Luis Alberto Spinetta. Despertó admiraciones y recelos, pero casi en ningún caso se buscó en ella un modelo a seguir, al contrario, la advertencia siempre fue, incluso entre lo más entusiastas, evitar siempre cualquier gesto de imitación.

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