Marcha Federal del Orgullo Antifascista Antirracista LGTBIQNB+
Crónica de una batalla anunciada

Por Luca Zaidan

El discurso del actual presidente de la Argentina en el foro de Davos el pasado 23 de enero generó una respuesta rápida y articulada que culminó en una masiva movilización. En esta crónica, Luca Zaidan, docente de la Universidad Nacional de José C. Paz, reconstruye a través de un montaje entre diversas imágenes una jornada en donde la resistencia a los discursos de odio se hizo presente.

 

Algo se ha conmovido el pasado sábado 1 de febrero en el estado actual de cosas de la política argentina. La actitud pasiva, casi vacacional de buena parte de los actores políticos opositores al gobierno nacional (que antecedía por varios meses al verano) ha sido desafiada por una masiva jornada de lucha y movilización popular en todo el país. Cientos de miles de personas se han volcado con decisión a las calles de Buenos Aires y de las provincias argentinas. Unos cuantos centenares se concentraron también frente a los consulados argentinos en distintas ciudades de América y Europa. El motivo ha sido articulado bajo términos de reciente (o, al menos, renovada) vitalidad para nuestro campo político discursivo: antifascismo, antirracismo. Tamaña inscripción de un reclamo popular en un discurso antifascista no se reduce a un ejercicio retórico, sino que depende de una recuperación muy concreta por parte de un colectivo específico, heterogéneo en su composición y en transformación permanente, pero con una consistente disposición, desde los años setenta, a la batalla política: el movimiento de liberación LGBTIQ+.

Antes incluso de las cuatro de la tarde —horario establecido para comenzar a marchar— una multitud se concentraba sobre la Plaza del Congreso. Los manifestantes de a pie se acercaban en grupos o aguardaban, en soledad, en esquinas aledañas a que alguien conocido fuera a su encuentro. Se desplazaban inundando Rivadavia, Entre Ríos, Callao y las calles paralelas con banderas y pancartas de variadas consignas. Brotaban de la boca de la línea A del subterráneo, que desde su estación terminal en Flores partía colapsada por quienes venían viajando desde la zona oeste del Gran Buenos Aires. El cielo estaba completamente despejado y el sol quemaba con intensidad, cumpliendo con los más de treinta grados de temperatura anunciados.

La intersección de Avenida de Mayo y San José era el punto de partida principal. De acuerdo con lo consensuado en la reunión preparatoria del miércoles 29 de enero, la marcha sería encabezada por organizaciones históricas de la disidencia sexual y los derechos humanos. Las madres y abuelas de Plaza de Mayo andando codo a codo con activistas travesti-trans: una alianza de solidaridad insobornable que reedita algunas de las escenas más potentes de nuestra historia militante reciente. Ha circulado estos días una fotografía de Lohana Berkins y Laura Bonaparte, tomadas de la mano, luchando contra los edictos policiales a finales de la década del noventa. Es fácil recordar también a Norita Cortiñas, invencible, exigiendo justicia por el travesticidio de Diana Sacayán en 2015, o a las militantes travestis dando vueltas a la Pirámide de Mayo junto a Hebe de Bonafini en 2017, exigiendo justicia por el travesticidio de Ayelén Gómez. Junto a ellas, sobre Avenida de Mayo, una columna antirracista y de personas racializadas, sentando las bases de un reclamo soslayado con más frecuencia de la que a muchos progresistas urbanos nos gustaría reconocer. Seguía a continuación el amplio abanico de organizaciones LGBTIQ+, feministas y de derechos humanos; asambleas barriales, centros de estudiantes y organizaciones de jubilados y jubiladas. Finalmente, sindicatos y partidos políticos, a la cola de una marcha mocionada en la asamblea del Parque Lezama celebrada el sábado anterior, de la que habían participado, mayoritariamente, organizaciones, militantes y activistas independientes de la disidencia sexual. La asamblea había sido convocada con la premura de un colectivo históricamente vulnerado por organizar, una vez más, una acción colectiva en defensa propia. El detonante: el ataque público y explícito del presidente argentino, quien había hecho gala de su ignorante brutalidad al asociar homosexualidad y pedofilia en el foro internacional de Davos el 23 de enero. La respuesta no se hizo esperar. La organización popular se rebeló con descaro ante la procrastinación apologética del calendario electoral y desestimó con firmeza cualquier expectativa (si todavía quedara alguna) sobre alguna improbable definición que pudiera tomarse a puertas cerradas en alguna comisión legislativa, despacho ejecutivo, unión gremial o, incluso, local partidario. Esta vez la reacción fue abierta, urgente, pública, masiva y con oportunidad para que todas las voces que así lo quisieran fueran escuchadas.

Ahora, apenas una semana después, una gran marcha federal del orgullo LGBTIQ+ conquistaba el enero argentino. Las columnas avanzaron a paso lento pero decidido por Avenida de Mayo, resguardadas por algunas sombrillas y abanicos multicolores que servían a los manifestantes para protegerse del sol. Un júbilo general recorría la marea humana que se deslizaba sobre el pavimento al ritmo de la música proveniente del camión principal, al frente de la movilización, así como del camión de las agrupaciones del Frente Orgullo y Lucha, que seguía una o dos cuadras por detrás. Completaban la orquesta las percusiones de las distintas organizaciones y partidos que contaban con megáfonos y batucadas propias. El tono celebratorio era inconfundible: era el mismo de las marchas del orgullo que se celebran en noviembre de cada año, capaces de sostener con firmeza reivindicaciones políticas concretas sin atisbos de solemnidad. Jóvenes gays y lesbianas mayores; padres y madres heterosexuales acompañado a sus hijos e hijas queer; travestis de taco alto y varones trans en musculosa y zapatillas; viejos homosexuales y personas no binarias; todos se confundían en una masa que protestaba con furia y alegría. Varias personas se asomaban a las ventanas y los balcones, presas por el día en sus departamentos sobre la Avenida de Mayo, y saludaban en señal de apoyo. Entre Piedras y Chacabuco, dos mujeres que promediaban los setenta años saludaban desde un alto primer piso; habían anudado una larga cinta multicolor entre los herrajes que componían el diseño de su balcón, y levantaban los puños orgullosas, presumiendo las pulseras multicolores de sus muñecas.

De cuando en cuando, distintos cánticos emergían desde el llano. Algunos eran sofocados por la bulla general, pero otros conseguían contagiarse entre los presentes con rapidez. En este segundo grupo se destacan las consignas más caras a la tradición argentina de manifestaciones callejeras. Como en tantas otras oportunidades, el reclamo de la comunidad LGBTIQ+ por su existencia libre y digna fue inscripto en la lucha general contra el terror a través del inmortal “¡Madres de la plaza, el pueblo las abraza!” y del inconfundible “Olé olé, olé olá, como a los nazis les va a pasar, a donde vayan los iremos a buscar”. Ambos fueron acompañados por un recurrente y visceral “¡Milei, basura, vos sos la dictadura!”. Este último fue elevado menos como una denuncia contra irregularidades en los mecanismos de la democracia formal (pueden respirar los procedimentalistas) que como un furioso clamor ante la amenaza de exterminio. ¿O de qué otro modo tomar el burdo discurso de Davos, sostenido, además, sobre una coordinada campaña antifeminista y antiLGBTIQ+, protagonizada por funcionarios del gobierno nacional, empresarios amigos y mercenarios virtuales?

La identificación concreta de la comunidad LGBTIQ+ como blanco de ataque no fue ningún impedimento para que los manifestantes se identificaran como miembros de la clase trabajadora. Así lo expresaron con el clásico “Unidad de los trabajadores, y al que no le gusta, ¡se jode!”, que resonó en las distintas columnas en diversos momentos de la jornada. Tampoco faltó una interpelación directa a las centrales sindicales, dormidas desde hace tiempo y con los laureles en mengua: “¿A dónde está, que no se ve, esa famosa CGT?”. Gays, lesbianas, travestis y trans levantando la voz también por los derechos de los trabajadores, no como la apropiación forzada de una demanda extraña ni como una articulación espontánea de batallas heterogéneas. Más bien como una respuesta natural ante la ofensa recibida, que es, fundamentalmente, un ataque contra las condiciones de posibilidad de una vida en común. Así lo había expresado Susy Shock, que bailaba y arrojaba sonrisas desde el camión principal, en una entrevista radial unos días antes: “Está bien que nos elijan como enemigas, porque somos enemigas de este plan económico, de este concepto de vida. Porque somos comunitarias, porque somos autogestivas… Somos autogestivas del propio deseo”. La doble posibilidad de indagar en el propio deseo y en las condiciones de posibilidad para una vida comunitaria capaz de alojar la diversidad. No es de extrañar que tamañas razones, en las que se juega la existencia, respondan rápidamente a un llamado contra el fascismo.

Alrededor de las seis y media de la tarde, el camión principal alcanzó la calle Bolívar. Pero antes de poder alcanzar la meta, se vio obligado a desandar su camino y retroceder unos metros, con la colaboración de los manifestantes que debieron desplazarse a un lado y el otro para dejarle paso. Sucede que dos partidos de distintos frentes de la izquierda trotskista, ignorando la definición de la reunión asamblearia de la que habían formado parte, habían plantado sus banderas y sus militantes desde temprano en la entrada de la plaza, al lado del Cabildo, obstruyendo el paso. Marta Dillon, con la voz amplificada y un tono jocoso (aunque no poco molesto), explicó ante la multitud el repentino cambio de rumbo:

—: “¡Es todo culpa del Partido A!”

—: “¡Y del Partido B!”, sumó alguien desde el llano.

—: “¡Y del Partido B, por supuesto!” concedió Dillon inmediatamente. “Este año hay elecciones. Recuerden: no hay que votar ni al Partido A ni al Partido B”. Y remató luego con euforia: “¡Vamos a votarnos a nosotros mismos!” Después continuó saltando, rodeada por cuerpos travestis y trans, arengando desde el camión con nuevas rimas sobre una base techno, cortesía de la DJ que las acompañaba.

Finalmente, el camión y sus columnas fueron ingresando triunfalmente a la Plaza de Mayo. Una vez allí, muchos continuaron bailando, siguiendo fielmente la música electrónica del camión principal, que fue avanzando hacia la izquierda en dirección a la Catedral (vallada por el gobierno de la ciudad, en contra de la voluntad del arzobispado), para luego tomar Rivadavia en contra mano. El resto del contingente fue ocupando los distintos espacios de la plaza, pasando poco a poco a un estado de reposo, sentándose primero sobre el césped y luego sobre el cemento.

La desconcentración no se produjo de inmediato. Con el sol en retirada, las próximas horas fueron testigo de conversaciones cansadas y saludos entusiasmados entre quienes se fueron cruzando de casualidad. Alrededor de las 8, aún con luz de día, los distintos grupos fueron emprendiendo el regreso, mayoritariamente por las diagonales de la plaza, que se mantuvieron cortadas en sus primeras cuadras hasta entrada la noche, permitiendo el regreso de los rezagados.

La sensación general era de cauteloso triunfo al haber producido con éxito un hecho político contundente. Los efectos de la jornada, más allá de las noticias y las respuestas patéticas de las autoridades en los días posteriores, están aún por verse. Lo que es seguro es que el clima político se ha trastocado a partir de esta clara refutación de una falsa adhesión generalizada a las políticas del gobierno nacional. También han cambiado los términos de la batalla. El discurso antifascista parece contar ahora con las condiciones para instalarse en la arena pública. Su potencia para animar otras movilizaciones y suscitar nuevas adhesiones deberá ser puesta a prueba. Por ahora, la jornada del 1 de febrero recuerda, incluso a los más pesimistas, que la organización popular argentina sigue encontrando sus modos y sus cauces, y que la ofensiva oficial contra la existencia y la dignidad de los diversos grupos sociales que han sido objeto de dominación histórica no pasará sin encontrar resistencia.

 

 


Luca Zaidan es licenciado en Ciencia Política. Está cursando el Doctorado en Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires con una beca del CONICET en el Instituto de Investigaciones Gino Germani. Da clases en la Universidad Nacional de José C. Paz. Sus líneas de investigación abordan la relación entre política, subjetividad e ideología.

 

 


Imagen de portada: fotomontaje en base a fotografía de Gutraich Ariel

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