Ni una menos
De caperucitas rojas y lobos orejones

Por Jazmin Steuer (UNCAUS)

En el 2015, el femicidio de Chiara Páez en la provincia de Santa Fe produjo un sismo que conmovió el tejido social de la Argentina. Movilizaciones en ciudades por todo el país se enlazaron bajo la consigna “Ni una menos” como pedido de reparación y justicia, que posteriormente cruzó las fronteras como símbolo mundial de lucha frente a la violencia de género. Ayer, 3 de junio, como cada año desde ese hito, se convocó a la reflexión y la movilización sobre esta problemática. En esta nota, Jazmín Steuer, directora de la carrera de Psicología de la UNCAUS, ahonda sobre las relaciones jerárquicas y desiguales entre los géneros, y los diversos modos en que las violencias se hacen presentes.

 

Comienzo con un cuento. Un cuento es una de las tantas expresiones que la cultura tiene para reproducir sentidos, nada más ni nada menos en niñas y niños que están formando sus ideas y representaciones acerca del mundo. Un clásico, Caperucita roja. Seguramente lo recuerdan todxs.

¿Qué mensajes se transmiten allí? Ante todo, el peligro para las caperucitas rojas está afuera; lo mejor es quedarse adentro, bien guardadas. El lobo representa la voracidad del destino que le espera a una niña/adolescente si abre la puerta al mundo para salir a jugar.

A través de esta narrativa transgeneracional, se coagula una transmisión que cimienta –a través de roles y estereotipos– los temores, las defensas y los mecanismos psíquicos que producen subjetividades en clave desigual. Lxs más débiles deben permanecer adentro –en el ámbito privado–, obedecer; lxs más fuertes pueden desplazarse afuera –en el ámbito público– y repartir crueldad a gusto.

El lobo con sus orejas y boca grande –pareciera que el tamaño sí importa– deja absorta a la joven, quien deposita su mirada en él y pregunta por esos atributos. Caperucita repara en la corporalidad del lobo, pregunta y pregunta por su tamaño. El lobo extasiado la masacra; metáfora e imagen del sadismo autorizado culturalmente hacia una joven que experimenta su erótica.

El cuento hermana la experiencia del deseo femenino con un destino peligroso y cruel. Si quiere preservar su vida, más bien que haga algo con ese deseo: sofocarlo, reprimirlo. La ingenuidad como ideal para ellas. Y el deseo, más bien, mortífero.

¿Cuál es el destino del deseo peligroso, amenazante para la autoconservación, de aquellas eróticas feminizadas? ¿Es la represión psíquica? Seguramente este mecanismo se pone en juego, quienes hacemos clínica así lo podemos observar. Pero el mecanismo de la desmentida es uno de los grandes bastiones en las producciones de subjetividad de las mujeres. La desmentida como proceso defensivo implica una anulación de la percepción, a fin de mantener renegada justamente una percepción que resultaría traumatizante. ¿Por qué si le vio los colmillos no se fue? Literatura de un sentido común cristalizado: ¿por qué si la golpea vuelve con él?

Represión y desmentida como operatorias en juego en los modos de subjetivación de las mujeres donde se cruzan mecanismos psíquicos con atravesamientos culturales, sociales y políticos. Caperucita está ante el peligro y no lo ve, no lo puede ver. Desmentida en acto, servil al patriarcado. ¿Qué pasaría si todas las caperucitas se dieran cuenta de los peligros?

Caperucita no abre la puerta, no corre, no busca, no patea, no rompe, no habla ni se apoya y lucha con otras. Caperucita no sale a hacer negocios, ni a estudiar. Su destino: la casa de su abuela, la que le depara un horizonte colmado por el deber de cuidados. Si se desvía… la muerte.

Tal como podemos ubicar a través de este clásico cuento infantil, el rol de género se relaciona con las prescripciones sociales sobre lo femenino y masculino. Con las expectativas en torno a los comportamientos de mujeres y varones –en forma de opuestos “complementarios”–, que lejos de estar fundadas por la biología, se tratan de construcciones socioculturales que condicionan las opciones de vida, hábitos, desempeños y oportunidades en la sociedad.

En los últimos años, gracias a la potencia de los movimientos de mujeres, feministas y de disidencias sexo-genéricas, en los que se inscribe con fuerza el “Ni una menos”, se fue generando una puesta en crisis de la legitimidad de la opresión de género.

Durante el 2015 en la Argentina, ante el femicidio de Chiara Páez, la consigna “Ni una menos” logró articular a diversas personas, colectivos y organizaciones bajo el pedido de reparación y justicia. Una demanda de visibilización, prevención y erradicación de la violencia de género en todas sus modalidades que posteriormente se expandió a otros países por el mundo, como una bandera en común desde donde aunar una lucha compartida.

La movilización inaugural del “Ni una menos” se realizó el 3 de junio de 2015 en múltiples ciudades de Argentina. Durante los años siguientes, en esa fecha se repitieron los encuentros, las marchas y los actos, recuperando a través de esas tres palabras la demanda fundacional, a la vez que se suman año a año nuevas consignas en relación con la coyuntura nacional.

El colectivo “Ni una menos”, junto con otras manifestaciones y movimientos, tienen la fuerza de ir problematizando las relaciones de poder jerárquicas entre los géneros, las discriminaciones en las que se basan y reproducen, como así también las estrategias de violentamiento que despliegan. Cuestionan la legitimación de la desigualdad que responde a un orden social de apropiación y fragilización de lxs más vulnerables, bajo una modalidad de inscripción social donde hay sometedores o sometidxs; conjugando violencias tanto represivas y visibles, como violencias simbólicas, mayormente invisibilizadas en diferentes ámbitos de la vida social. Por ello, cuando hablamos de violencia de género no nos referimos únicamente a los femicidios, al maltrato físico, nos referimos también a las prácticas sociales, a las producciones de subjetividad, que lamentablemente develan a la violencia como estructural. No se trata de hechos aislados, de “locos que andan por ahí”, se trata de una estructura social que desiguala, discrimina y violenta.

Hacer visibles las formas simbólicas de violentamiento, de imposición de sentidos, y su correlato material, constituye una usina de transformación social, y esto mismo explica los fuertes embates que las mujeres, los feminismos y las disidencias sexo-genéricas, atravesaron y atraviesan especialmente en nuestro presente.

En el año 2023 fueron 250 las víctimas directas de femicidio, según el registro de la Oficina de la Mujer de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, 226 víctimas en el año 2022, y 231 en el año 2021; registrándose un incremento del 10% de casos en el último año. En el transcurso del 2024 ya fueron 127 las víctimas de violencia de género, donde el 58% de ellas fueron asesinadas en su hogar, y el 56% por sus parejas o ex parejas

¿Se dieron cuenta de que no sabemos el nombre de Caperucita? Es bautizada por el color de su vestimenta, en un rojo provocativo, claro. Reproducción de estereotipos gracias al anonimato más profundo, sin la humanidad que da un nombre.

Con urgencia debemos interrogar y problematizar los procesos de naturalización de las violencias, y los embates actuales que los amplifican desde la narrativa social, las prácticas consuetudinarias y las producciones de subjetividad. Sino, corremos el riesgo de que Chiara, Pamela, Mercedes, Andrea se conviertan en nombres y nombres que terminen en el anonimato; de que sean las nuevas caperucitas. En la capacidad de escribir nuevas historias, en la posibilidad de restituir la visibilidad, y en la potencia de nombrar, allí radica la fuerza del NI UNA MENOS.

 

 


Jazmín Steuer es Psicoanalista, Especialista en Psicología Clínica. Dirigió y supervisa equipos abocados al abordaje de las violencias por motivos de género. Actualmente dirige la Licenciatura en Psicología UNCAUS.

 

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