Día de los y las detenidxs-desaparecidxs 
Desapariciones, re-apariciones y sobrevida

Por Julieta Lampasona

El 30 de agosto se conmemora el día de los y las detenidxs-desaparecidxs. Entre las historias de desapariciones se encuentra la experiencia de los y las sobrevivientes de los centros clandestinos. En este artículo, Julieta Lampasona, investigadora del Núcleo de Estudios sobre Memoria, recorre las tensiones y especificidades que ha significado desaparecer, reaparecer y sobrevivir: “¿qué dicen estas voces, cuando lo testimoniado excede lo acontecido a los/as ausentes (asesinados/as y desaparecidos/as)? ¿Qué singularidad enuncian? La pregunta corre la mirada sobre el lugar del “testigo” y su decir por otros/as para atender, fundamentalmente, a lo que de propio y singular emerge en los testimonios.” 

 

30 de agosto. Comienzo a escribir sobre un tema en el que he trabajado durante los últimos años: la figura de los y las sobrevivientes (adultas/os) de los Centros Clandestinos de Detención (CCD) en la Argentina, sus movimientos y los múltiples sentidos que la atraviesan, su articulación con la figura del/de la detenido/a-desaparecido/a, la singularidad de sus voces y recorridos. Vuelvo a la fecha, repaso la efeméride. Lo que por iniciativa temprana de la Federación Latinoamericana de Asociaciones de Familiares de Detenidos-Desaparecidos (FEDEFAM) se constituyó como el “Día internacional del Detenido Desaparecido” encuentra en la resolución de la Organización de las Naciones Unidas la calificación del “Día Internacional de las Víctimas de Desapariciones Forzadas”. No es el foco de este escrito analizar la genealogía de esta conmemoración (con fuerte sustento en la lucha irrenunciable de organismos de derechos humanos), los diferentes contextos nacionales y regionales de aplicación, ni los debates, acuerdos o tensiones que atraviesan toda definición o categoría; pero una inquietud insiste, resuena: ¿coinciden una calificación y otra? ¿Qué solapamientos y distancias se traman? ¿Qué juegos de inclusiones o exclusiones producen? ¿Cómo se inscribe allí la figura del/de la sobreviviente? Y en el marco de estas preguntas, ¿cómo asir e interpretar la singular experiencia de la sobrevida? 

Una vez producido el secuestro, el ingreso a la espacialidad de los CCD argentinos inauguraba un proceso de vulneración extrema de la identidad y la subjetividad de los/as detenidos/as. En la mayor parte de los casos, el cautiverio clandestino derivó en el asesinato y la eliminación/desaparición de los cuerpos, mientras que en otros -minoritarios en relación con los primeros, “excepcionales”, pero aun así sistemáticos- fue seguido por la liberación. Insertas ambas modulaciones de la desaparición forzada en una misma dinámica de poder, y acaso por su menor densidad cuantitativa o por las sospechas que la atravesaron tempranamente, la figura de los y las sobrevivientes permaneció por largos años en el imaginario como un emergente secundario y/o marginal del dispositivo concentracionario. 

Portadores/as de un saber y de una voz particulares (esos propios de los “infiernos”, de la vida en su umbral incierto con la muerte), quienes atravesaron el cautiverio y la posterior liberación se erigieron -en muchos casos de manera temprana- en testigos primarios de la desaparición, iluminando en cuanto fuera posible aspectos nodales de la lógica concentracionaria y, fundamentalmente, de lo acontecido a quienes no habían vuelto. Sin embargo, su presencia en la escena pública sería objeto también, al menos en los primeros tiempos, de cuestionamientos e invisibilizaciones. Hacia mediados de los ´90, la “confesión” de militares que habían participado en el proceso represivo y el impacto social de sus relatos abrieron a diversas reflexiones e intervenciones de una parte de las y los sobrevivientes -principalmente aglutinadas/os en organismos de derechos humanos- que buscaron problematizar, efectivamente, las condiciones de visibilidad y escucha de sus relatos. Corría el año 1997 y, en este marco, Graciela Daleo (sobreviviente de la ESMA, militante política e integrante temprana del movimiento de derechos humanos) se preguntaba en sus “Ensayos del aparecer”:  

“Estas reflexiones como aparecidos, sobrevivientes, liberados, nacen de constatar una conducta social. Ignorar esta porción de realidad como materialidad a la vez que símbolo, ¿no es otro dato de esa tendencia a eludir lo problemático, distinto, cuestionador de las creencias estructuradas? Ante las cámaras de televisión los Scilingos provocan conmoción. ¿Fue necesario que los represores dijeran lo que nosotros expusimos más de una década atrás para que tomara estatuto de verdad? ¿Entonces a nosotros no nos creyeron? ¿Los aparecidos aparecimos para la sociedad? ¿Dónde estamos? La aparición de los HIJOS como realidad humana y organizativa contribuyó a revelar este no registro. ‘Hay dos polos —se dice—: las Madres y los Hijos.’ Madres e Hijos certifican que la memoria permanece. ¿Y nosotros?”.1 

No es posible extenderme aquí sobre las diversas legitimaciones, reconocimientos públicos y lugares sociales que han atravesado a los grupos de víctimas (entendiendo que la noción de “víctima” no se divorcia de la dimensión política del exterminio sino que, por el contrario, busca explicitar la politicidad de estas afectaciones). Lo que importa señalar, sin embargo, es que si durante años pesaron sobre las y los sobrevivientes determinadas preguntas, sospechas y estigmatizaciones, esos sentidos se irían tensionando, revisando y/o reconfigurando -en tiempos más recientes- en nuevas significaciones y legitimaciones. 

En efecto, el despliegue desde mediados de los años 2000 de un cúmulo diverso de políticas públicas de memoria (particularmente, el reanudamiento de los juicios por delitos de lesa humanidad y la construcción de sitios de memoria, que encuentran un pilar ineludible en las demandas y reivindicaciones históricas de los organismos de derechos humanos), articulado con una creciente intervención pública y testimonial de una parte de las y los sobrevivientes, coadyuvaron en un paulatino reposicionamiento y en una mayor legitimidad social de sus historias y perspectivas. Ahora bien, ¿qué dicen estas voces, cuando lo testimoniado excede lo acontecido a los/as ausentes (asesinados/as y desaparecidos/as)? ¿Qué singularidad enuncian? La pregunta -sostenida aquí y compartida con valiosas y valiosos colegas- corre la mirada sobre el lugar del “testigo” y su decir por otros/as para atender, fundamentalmente, a lo que de propio y singular emerge en los testimonios. 

La experiencia de la (propia) desaparición supuso una realidad radicalmente disruptiva que traspasó los límites espacio-temporales del cautiverio clandestino y trastocó las biografías de quienes, por mayor o menor tiempo, lo atravesaron. Desde reclusiones que duraron algunos días hasta detenciones sostenidas por meses o incluso años, desde violencias más o menos transversales al conjunto de detenidas y detenidos hasta formas de avasallamiento profundizadas o ancladas en el género, el paso por el espacio liminal del CCD impactó en los recorridos vitales, en las formas de acción, en los espacios de interacción y en las configuraciones subjetivas e identitarias de sus protagonistas. En el -ya icónico- libro “Ese infierno. Conversaciones de cinco mujeres sobrevivientes de la ESMA”, del año 2001, sus autoras señalaban: 

“Liliana: Yo sentí el golpe sobre lo que era mi proyecto de vida en ese momento, mis impulsos, la manera en que me relacionaba con la gente. Hoy me cuesta mucho encontrar una continuidad con lo que eran mis vivencias anteriores al secuestro. (…) Uno sigue funcionando, teniendo sensaciones, vivencias, emociones, deseos y sexualidad, pero todo ese funcionamiento queda atravesado por la pregunta de siempre: ¿Dónde estoy? ¿Qué hago con esto? ¿Quién soy? (…). 

Munú: (…) En la ESMA yo también sentí que me mataban. La que yo era murió. Es uno de los recuerdos de sensaciones más fuertes que tengo de todo el tiempo que estuve ahí dentro: sentí la muerte. De ese punto nunca se regresa totalmente. (…) 

Miriam: Yo no sentí que me hubieran matado, pero al principio la culpa me impedía testimoniar. (…) La gente que me conocía de antes y me vio después me decía que me notaba distinta, mucho más tranquila, más madura. (…) A veces, cuando conozco gente que es como era yo en ese momento, me acuerdo. Tengo chispazos de memoria: apasionada, impulsiva, muy charlatana, muy vital. Después de eso, me parece que empecé a relativizar todo, y ni siquiera puedo sentir las emociones más intensas”.2 

Proyectos truncos, rupturas, reconfiguraciones; en muchos casos, también, reafirmaciones y agenciamientos. La sobrevida anudó y anuda pesares y esfuerzos subjetivos de considerable envergadura que persisten y se redefinen incluso en el presente. En este marco, las modalidades de habitar ese después, de gestionar y elaborar lo vivido fueron y continúan siendo diversas: desde silencios u olvidos “necesarios” (aunque no definitivos) hasta recorridos testimoniales sostenidos en el tiempo. Desde trayectorias más asentadas sobre los espacios íntimos de interacción hasta historias con una marcada presencia en la escena pública, las formas de habitar esas sobrevidas son múltiples y heterogéneas, abiertas y en movimiento (incidiendo, en ello, los tiempos personales y las coyunturas y temporalidades político-memoriales). Con todo, lejos de suponer una distancia radical entre uno y otro momento vital, la vida con posterioridad a la (propia) desaparición se fue entretejiendo en el “entre” de aquello propio de lo sido, de lo perdido, y lo que (parcialmente) se pudo ir recuperando y/o reconfigurando, en el marco de esos nuevos entramados y de las formas posibles (nunca estancas ni definitivas) de reposicionamiento. Recorridos singulares, abiertos y divergentes, pero aunados en la experiencia común de la vida en el umbral de la muerte, de esa condición primera de la desaparición y de la posterior reaparición. De esas (sobre)vidas que insisten y continúan, pese a todo. 

 

 


Julieta Lampasona es Licenciada en Sociología y Doctora en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires. Integrante del Núcleo de Estudios sobre Memoria del Instituto de Desarrollo Económico y Social (IDES) y co-coordinadora del Grupo “Lugares, Marcas y Territorios de la Memoria”, sus temas de interés se vinculan con la figura del/de la sobreviviente de los Centros Clandestinos de Detención (CCD) en Argentina, su incorporación en los actuales sitios de memoria y, más recientemente, las políticas de reparación a víctimas y afectades por la desaparición forzada.  

 

 


1 Daleo, G. (1997). Ensayos del aparecer. Cuentas Pendientes, año 1, n°3.  

2 Actis, M., Aldini, C., Gardella, L., Lewin, M. y Tokar, E. (2001). Ese Infierno. Conversaciones de cinco mujeres sobrevivientes de la ESMA. Buenos Aires, Editorial Sudamericana. Pp. 66-68. 

 

 

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