#AbortoLegal
El aborto, de susurro a grito colectivo

Nota: Lucila Szwarc (CEDES/CONICET)
Integrante de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito
Fotos: Vale Dranovsky

Es domingo y hace frío en Avellaneda. Se acaban de ir los tíos y pedimos unas pizzas mientras vemos la entrega de los Martín Fierro. Ritual familiar que ya no recuerdo a qué época se remonta. Pero este año es distinto. El pañuelo verde de Lali Espósito nos hace discutir otra vez. Otra vez: no nos vamos a poner de acuerdo, está discusión es interminable, pero no puedo no entrar. No entiendo como pueden ser tan necios. Mi hermana es una fanática y no escucha de razones. Es absolutamente incoherente. Mi primo es un tibio, quiere quedar bien con Dios y con el diablo. La cosa se pone tensa porque no puedo quedarme callada, pero, otra vez, en una mesa familiar se ganará la pelea con el mejor de los argumentos: yo también aborté.

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¿Abortaste alguna vez? ¿Cuantas personas conocés que hayan abortado? ¿Te enteraste recientemente de que tu mamá, tu tía, tu hermanx o tu amigx, tuvieron un aborto años atrás?

Mi anecdotario es tan largo que no sé por dónde empezar. Trabajo y milito en aborto hace diez años, hace diez años que me cuentan cosas que no suelen contarse. Hace diez años que recibo mensajes de conocidxs y desconocixs que necesitan “un dato”.

La secuencia suele ser siempre más o menos similar. Mensajes de Facebook o de Whatsapp; hace unos años eran mensajes de texto o llamadas. Una compañera de la primaria, una amiga de una amiga, un ex chongo, la hermana de una amiga, una piba desconocida que me agrega a Facebook o me manda un mensaje de Whatsapp. Si son conocidxs, suelen empezar por “¿Cómo estás, tanto tiempo? Perdón que te moleste”. Antes de terminar de leer sé que se trata de un aborto. Si son desconocidxs suelen ser más exigentes y ansiosxs. A veces la conversación se puede poner tensa si la persona no entiende qué es el Socorrismo y no le alcanza con el dato de una línea de acompañamiento. A veces vienen con datos irrisorios como “Agustina de Trelew me pasó tu número”, cuando yo no tengo ni la más pálida idea de quién es Agustina de Trelew. Me sucede. Mucho. Sucede porque el aborto está penalizado y clandestinizado. No sabemos dónde hacerlo ni cómo hacerlo seguro. Pero también sucede porque abortamos en secreto, y a veces mantenemos ese secreto tanto tiempo que ya no sabemos ni por qué lo hacemos.

Hace unos años, una mujer que acompañamos desde Simona (línea y espacio de acompañamientos en aborto seguro, de la cuál formé parte durante tres años –que a su vez me formó–), nos contó que había llegado a nosotras por su cuñada. Angustiada, preocupada, le contó a su hermano que estaba embarazada y que quería abortar, que no sabía qué hacer, que estaba desesperada. Grata fue su sorpresa cuando su cuñada le dijo que a ella le había pasado hace poco, que se quedara tranquila, que iba a estar todo bien, que tenía un número de teléfono y que “las chicas” iban a poder ayudarla. No solo había algo de ese dato que ella valoraba –el hecho de tener esa información, de sentirse más cerca de ellxs por compartir algo del orden de lo íntimo–, sino que además su cuñada la estaba ayudando y acompañando a partir de su propia experiencia reciente, y, de alguna forma, eso las hermanaba. ¿Y si ninguna se hubiera animado a hablar? La experiencia y el recuerdo de esos abortos ¿hubieran sido distintos?

Foto: Vale Dranovsky
Foto: Vale Dranovsky

¿Por qué abortamos en secreto? El sociólogo francés Luc Boltanski estudia las normas sociales que rigen en torno al aborto en Francia, donde el aborto es legal por plazos desde 1975, y considera que existe una “mala fe social” por la cuál el aborto es tolerado de hecho, pero mantenido en las sombras. Se “deja hacer” pero no se puede nombrar ni representar, debe permanecer en la esfera de lo íntimo.[1] Las ciencias sociales nos dan otras tantas pistas. Abortamos en secreto porque hay un “veto moral” en torno al aborto,[2] porque es una práctica estigmatizada, porque no es legítima, porque la regulación biopolítica de los cuerpos hace que aún en los países donde el aborto está legalizado por plazos o por causales, sigan rigiendo heteronormas de maternidad obligatoria y de placer ligado a la reproducción. Sin mencionar siquiera los países, como el nuestro, donde la clandestinidad, en todos sus sentidos y efectos, moldea las experiencias de aborto. Si bien este panorama se viene modificando a partir de la disponibilidad del misoprostol, las experiencias de información, consejerías y acompañamientos y el acceso a Interrupciones Legales de Embarazo, podemos preguntarnos aún porque impera tanto el silencio. Hay quienes consideran que el aborto sigue siendo un tema tabú porque la Iglesia Católica y los grupos denominados “pro-vida” lograron instalar con éxito la idea del “niño por nacer”, de la mano de la difusión de las imágenes ecográficas. También se han estudiado normas más modernas, neoliberales, que establecen por ejemplo, que podemos ser mujeres cis heterosexuales y retrasar o impedir nacimientos siempre y cuando lo hagamos antes de quedar embarazadas. Sino, somos nosotras las que fracasamos.[3] Es sorprendente lo que pesa esta idea en las experiencias de aborto. Perdí la cuenta de a cuántas mujeres escuché decir: “con esto toqué fondo”, “me hizo recapacitar”, “entendí que fue la peor época de mi vida”, “debería haberme cuidado”, “fue culpa mía por dejarlo hacer”, “cómo pude darme cuenta tan tarde”; como si la responsabilidad no reproductiva fuera nuestra y solo nuestra, como si abortar fuera algo que solo unx mismx tuviera que evitar, a toda costa, porque sino, fuimos nosotrxs las que fallamos.

El problema del secreto es que configura sentimientos, emociones. Mantenemos algo en secreto porque es oscuro, prohibido. Lo ocultamos en su momento porque no podía saberse que nos embarazamos de un tipo ramdom, de unx amante, siendo adolescentes o estando recién separadas. Lo ocultamos también porque no podíamos abortar estando en pareja estable, solo porque preferíamos posponerlo. Lo omitimos, hicimos como si no existiera, durante años, porque no hubo necesidad de decirlo. En parte, porque no queríamos las opiniones de lxs demás. En parte, tal vez, porque aún sentimos que está mal lo que hicimos. Porque tal vez lo esté, para nosotrxs. Quizás aún pese. Y a veces ya no sabemos que es lo que pesa. Si haber abortado, si lo que aún configuramos cómo lo que podría haber sido, o si lo que pesa es el secreto incuestionable. Lo que es seguro es que contarlo, alivia. A veces recordarlo, volver a vivirlo, puede doler, pero traer algo del fondo de nuestra historia, sacarlo del placard, exponerlo a la luz, si lo sabremos las feministas, alivia. Por más doloroso que pueda ser ese proceso. En el mejor de los casos, recordar, desenmascarar, alivia porque nos permite resignificar. Tal vez eso que pensamos que era culpa nuestra, no lo sea tanto, si les pasa a otras. Tal vez esa sensación que me llega por mensaje desde el sur del país, ese acompañamiento reparador que siente una mujer, como una suerte de abrazo colectivo que la libera, la estemos viviendo muchas: “Aborte un embarazo no deseado, de Joven, y siempre he sentido culpa, fue de manera clandestina, no la pase bien. Y hoy que voy entendiendo un poco la realidad de muchas, me siento liberada y acompañada” (el subrayado es de quien escribe el mensaje).

Estos meses no solamente discutimos si aborto legal o aborto clandestino. No solo deliberamos sobre políticas públicas, derechos, ciudadanía, libertad e igualdad de las mujeres y personas con capacidad de gestar. Estos meses discutimos, y aún lo hacemos, sobre si es válido abortar, sobre si es algo que puede sucedernos en la vida o más bien, debemos evitarlo a toda costa. Y si sucede, que sea en las sombras, que nadie se entere que fallamos, que nos sucedió a nosotrxs. Estos meses el aborto salió de las tinieblas y llegó a la esfera pública. Y desde ahí, como un boomerang, volvió a meterse en las casas, en los sillones del comedor, en las mesas de la cocina, en el asado del domingo: “Hija: yo me hice un aborto”; “Yo escribí el relato sobre el mío y lo publiqué en Facebook”; “Yo lo hablé con mi analista y le dediqué un par de sesiones”; “Yo me quedé callada mientras mi familia discutía del tema, sigo pensando en el mío, y aún hay algo que pincha y duele, así que mejor no digo nada”; “Yo le cuento a cada persona con la que hablo del tema que a los 16 acompañé a mi mejor amiga a abortar, y que desde ese momento estoy a favor, porque nadie sabe lo que se siente hasta que lo vive. A cualquiera le puede pasar”. Es la potencia del “Yo aborté” en su máxima expresión. Somos las herederas de las “343 salopes” en la era de las redes sociales, del #yoaborté y del #metoo.

Foto: Vale Dranovsky
Foto: Vale Dranovsky

Hoy nos enfrentamos a una nueva fecha histórica. Hoy sabremos si el aborto se legaliza en Argentina en 2018, si no se legaliza, o si sigue en carrera. Pero antes y después del 8 de agosto, parafraseando a nuestro presidente Mauricio Macri, “pasaron cosas”. Hablamos de aborto, como nunca antes en nuestro país, y eso no es poca cosa.

Los discursos sobre aborto constituyen modos de representarlo y, por ende, de experimentarlo. Podemos hablar del aborto como un drama, podemos defender la legalización como necesaria para salvarnos de la muerte, o podemos contar que abortar con pastillas puede ser sencillo, que podemos hacerlo en casa, que fue fuerte y que dolió pero que lo hicimos con amigas, con una pareja, y que eso, de algún modo, nos unió más. Podemos revertir el estigma y estar orgullosxs de haber abortado, de haber acompañado, de ser el/la médicx que hace abortos, que receta misoprostol. No es ingenuo cómo hablemos de aborto. Los discursos dentro y fuera del feminismo fueron cambiando y diversificándose. Pero por sobre todas las cosas, las representaciones sobre aborto en Argentina están cambiando porque estamos hablando, porque ahora existe. Se está hablando de aborto en el prime time, en primera persona, en las casas, en los trabajos, en los ámbitos educativos, en los barrios de todo el país. Y si el aborto existe, si todxs abortamos o acompañamos o conocemos a alguien que lo haya hecho, entonces son muchos los sentidos que se empiezan a caer. Tal vez no seamos tan putas (o sí), ni tan culpables, ni tan asesinas. Tal vez no sea culpa nuestra “por haber abierto las piernas”. Tal vez el aborto no sea tan traumático después de todo. Tal vez hasta las más celestitas de todas, tan pulcras, tan puras ellas, tengan un aborto abajo de la alfombra que, justo ahora, casualmente, salga a la luz. Tal vez ellos, los militantes “de la vida”, si lo sabremos de Menem a Scioli, hayan obligado a abortar a sus parejas, aunque pregonen públicamente y hasta voten en contra del proyecto de Interrupción Voluntaria del Embarazo.

La Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito se conforma a partir de una diversidad de espacios, organizaciones, militantes y activistas del feminismo nucleadxs en un objetivo común: que el aborto sea legal en Argentina. Desde sus inicios, la Campaña está atravesada y, a su vez, configura, los sentidos y reclamos por el aborto del movimiento feminista, en su propio carácter federal y en el de los Encuentros Nacionales de Mujeres. No es ajena, por supuesto, a los diversos modos de configurar y de representar la experiencia de abortar. Por lo tanto, no escapa a las discusiones y tensiones de los feminismos, pero supo y sabe nuclear, articular y potenciar estas diferencias en un reclamo común. Un reclamo que integra iniciativas diversas como la Red de Profesionales de la Salud por el Derecho a Decidir, la Red de Docentes por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito, Socorristas en Red, cátedras libres en universidades públicas de todo el país, y un sinfín de organizaciones, colectivas, sindicatos y partidos del más variado tinte político e ideológico. Esta riqueza es parte de su dinamismo. Ejemplo de esto es el último proyecto de ley que fue elaborado por una comisión redactora y discutido durante un año en asambleas, paneles, talleres y en una plenaria nacional. En él, se plasman diversas tensiones en cuanto a los modos de pensar el aborto, al/a la sujetx que aborta, a las semanas en las que se aborta, a los motivos “válidos” para abortar. Pero esas tensiones y esa diversidad no son una debilidad de la Campaña. Son, por el contrario, su fortaleza. Quiénes conformamos la Campaña tenemos miradas diversas y en ocasiones disímiles sobre muchos de estos aspectos, pero construimos consensos no solo sobre nuestros reclamos sino en torno a los modos que consideramos legítimos y necesarios para hacerlos efectivos.

Uno de los aspectos más ricos y dinámicos de la Campaña es la interpelación a la sociedad civil en una diversidad de esferas. Al contrario de lo que suele pensarse, la Campaña no se enfoca únicamente en un reclamo al Estado y en la defensa de un proyecto de ley. Es el proyecto de ley el que motoriza las más diversas intervenciones en escuelas, barrios, hospitales, centros de salud, universidades, centros culturales y, sobre todo, en las calles: desde 2005, y aún antes, la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito interviene en el espacio público con marchas, festivales, concentraciones, “mesazos”, “trensazos” y los más recientes “subtazo” y “puentazo”. Algunas de esas intervenciones derivaron en la institucionalización de cátedras universitarias (libres o curriculares), mientras que otras llegaron para quedarse en el imaginario colectivo: el famoso pañuelazo pasó a la historia como emblema nacional, al punto tal de que la concentración del 8 de agosto en Nueva York para apoyar nuestro reclamo lleva el nombre de “Scarf-azo”, y no hay espacio o comunidad laboral, cultural, educativa, sindical y hasta amistosa pro-legalización que no quiera hacer el propio. Pero el pañuelo va más allá de las intervenciones colectivas. Hoy es el símbolo identitario de una generación y constituye, sin dudas, un antes y un después en las configuraciones de los feminismos en Argentina.

La Campaña nace como una interpelación al Estado, para exigir la despenalización y legalización del aborto. En ese proceso, desde genealogías históricas y de la mano de las explosiones actuales de los feminismos en Argentina y en el mundo, fuimos desenvolviendo lo que María Alicia Gutiérrez llama la “despenalización social del aborto”. La historia de la Campaña se nutre y tensiona por la de los movimientos feministas y de mujeres, travestis, trans y lesbianas en Argentina, y por la historia de los movimientos y colectivos LGBTTQI. El proyecto de ley actual, sin ir más lejos, se inscribe en una larga historia de derechos consagrados por estos colectivos. Nuestra historia es la de los Encuentros Nacionales de Mujeres, la de las compañeras históricas, la del internacionalismo feminista, la de las teóricas y las investigadoras feministas, pero también la del Ni una Menos como fenómeno y como movimiento, la del misoprostol en boca de todxs (de la mano de Lesbianas y Feministas por la Descriminalización del aborto y del Socorrismo como modelo nacional y latinoamericano), la de los feminismos como hashtag y trending topic, la de la “revolución de las hijas”, la de la explosión mediática del aborto en la televisión. Lo personal se hizo público, y lo público, personal. Con la búsqueda de una ley, de un reclamo al Estado, tratamos de instalar socialmente un tema, y fuimos mucho más allá de lo que imaginamos.

Foto: Vale Dranovsky
Foto: Vale Dranovsky

La madrugada del 13 de junio es señal y síntoma de este proceso. Y lo será también la del 8 de agosto. Esa madrugada sentí algo que no había sentido en mi corta historia personal y política. Lo sentí, como si un rayo me partiera, no a las 10 de la mañana cuando salió la media sanción, sino a las 4 de la madrugada, cuando me desplazaba desde el escenario que estaba en Callao y Perón hacia una de las carpas montadas sobre Av. Rivadavia y veía, atónita, un mar de fueguitos de los que describiría Eduardo Galeano: en grupitos de 5, 10 o 50, personas de distintas edades se amontonaban para pasar menos frío. Veía fuegos, literal y metafóricamente. Hacían 5 grados esa noche. Dormían, cantaban, comían, tomaban vino o mate, jugaban a las cartas y hacían fogones con maderitas que le arrancaban a las vallas de tránsito. Pocas escenas políticas logran emocionar tanto, articular tan fuertemente los hilos personales que entraman un reclamo político. La conmoción venía llena de preguntas: ¿Qué hacen, cómo llegaron, todas estas personas acá? ¿Por qué no se van a dormir? A todxs ellxs, que a pesar del frío no podían ni querían moverse de ahí, el tema lxs atravesaba: nadie quería quedarse afuera. Tenían algo para decir, para defender, querían ser parte. Estos meses pienso mucho en todas las marchas, las convocatorias, las mesitas en esquinas de barrios y de parques. Cuando éramos 10, 15, 25, 50. Pienso en las marchas de 30 o 50 mil mujeres, lesbianas, travestis y trans en los Encuentros Nacionales. Pienso en el millón de esa noche solo en la Ciudad de Buenos Aires, y algo se trastoca. Algo se trastocó. No solo se habla, circula, se discute, aparece. El aborto se hace discurso coherente, fundado, argumentado. Nuestras historias personales y particulares se hicieron reclamo masivo. No hay vuelta atrás. Ni nuestras experiencias pasadas ni las futuras volverán a ser las mismas. Haber abortado, abortar, ya no será igual en Argentina.

Por estos días, según una médica de la Red de Profesionales de la Salud por el Derecho a Decidir, se siente el impacto del debate público en las demandas de las mujeres que concurren al centro de salud. Hay más consultas, más conciencia de los derechos, pero también hay confusión, o quizás no tanta. Algunas mujeres se acercan, preguntan, dicen que están embarazadas pero no pueden tenerlo. No piden permiso, piden respuestas. Muchas de ellas, en una hermosa confusión de clima de época, creen que el aborto ya es legal en Argentina.

Foto: Vale Dranovsky
Foto: Vale Dranovsky

Este año, no hay vuelta atrás. Más temprano que tarde va a ser ley, y no vamos a parar de hablar de esto. Porque cuando hablamos de aborto, hablamos de mucho más que de aborto. Con alivio, con culpa, con sentimientos encontrados, con miedo a la respuesta o con orgullo, de algo estamos segurxs: al clóset no volvemos nunca más. Ni al clóset del aborto ni a ninguno de ellos: mejor quemamos los roperos, y empezamos a hablar de todo eso sobre lo que durante tantos años, durante tantos siglos, nos quisieran hacer sentir vergüenza.

 

[1] Boltanski L. (2004) La condition fœtale, sociologie de l’engendrement. Paris: Gallimard.

[2] Burns G. (2005). The moral veto: framing contraception, abortion, and cultural pluralism in the United States. Cambridge; New York: Cambridge University Press.

[3] Bajos N. y Ferrand M. (Eds.). (2002). De la contraception à l’avortement : sociologie des grossesses non prévues. Paris: Institut national de la santé et de la recherche médicale.

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