Las formas de la escucha
El acto de nombrar y hacerse un cuerpo

Por Roque Farrán (CIECS-UNC-CONICET) 

La (in)comunicación en tiempos de redes y confinamientos 

Un efecto quizá menor o secundario que ha producido el confinamiento, atendible en todo caso como síntoma de nuestras contradicciones actuales, es la multiplicación de polarizaciones que retrazan los antagonismos al interior de los campos ideológicos constituidos. No sé si los conmueven seriamente, pero los alteran bastante y muestran su fragilidad constitutiva. Cada tema o enunciado problemático divide aguas, una y otra vez, entre quienes antes se percibían como afines. Hace unos días lo hicieron la referencia de Alberto Fernández a la angustia y lo que podríamos calificar a esta altura de “affaire Agamben”. Leí también que hay un nuevo libro sobre trolls y fakes que liga el estudio de las redes a ciertas teorías, aunque sigo insistiendo que el problema mayor no se resuelve con nuevas investigaciones y teorías, sino mediante el uso materialista de los medios y teorías que ya disponemos. Tenemos que preguntarnos una y otra vez qué uso le damos a las redes sociales, cómo nos implicamos en la escritura y la lectura, en la toma de posición teórica, en lo que enunciamos públicamente, por más mínimo que sea el espacio; pues todo ello implica una responsabilidad donde lo primero que hay que evitar es el facilismo reaccionario y opositivo, la chicana agresiva, la pretendida superioridad del ingenio burdo, etc. No prestarse a la lógica troll es responsabilidad de todos y cada uno; existen además modos concretos de evitar el contagio de la estupidez mediática: distancia de nosotros mismos, constitución de sí.  

Por otra parte, debo decir que me gustó bastante la intervención psicoanalítica de Alberto Fernández; así al menos la escuché yo, como lacaniano: “Hacen bien en creer que van a morir, por suerte hay un Estado presente”. Había que reconstruir el modo de enunciación y entender que siempre recibimos del Otro nuestro propio mensaje en forma invertida. Claro que hablaba al público mediatizado por esa lengua venenosa de ciertos periodistas, poniendo a la angustia en su justo lugar, no a los familiares de las víctimas ni a los pacientes. Hay que saber escuchar y distinguir en cada caso. En cuanto al “affaire Agamben” no voy a decir demasiado, solo lo obvio: ninguna necedad nos puede privar del estudio y el uso de la obra de un filósofo, y todos podemos equivocarnos de manera vergonzosa. 

Voy a contar dos anécdotas ficcionadas y puestas en cierta simetría sintáctica para mostrar este punto problemático. 

Anécdota 1. Ayer escuchaba a una amiga y me hizo dar cuenta de una cosa: todos creemos en alguna medida que nuestra pequeña visión de las cosas y el orden o desorden del mundo es la correcta, y menospreciamos o subestimamos las demás perspectivas, ya sea porque las consideramos ingenuas o simplistas, demasiado sofisticadas o abstractas, limitadas o simplemente erradas. Esta parcialidad, no asumida como tal, no es patrimonio exclusivo de fachos e intolerantes, sino también de progres, militantes, poetas, teóricos, veganos, feministas, etc. Quizás esta percepción de intolerancia o urgencia por mostrar quién tiene la posta, se ha agudizado con el confinamiento y la angustia. Siempre me acuerdo de Pizarnik: “Una mirada desde la alcantarilla puede ser una visión del mundo, la rebelión consiste en mirar una rosa hasta pulverizarse los ojos”. También me resuenan dos advertencias en ese sentido: “no sabemos a priori qué lucha está llevando cada quien ni cuál es su costo, así que al menos seamos respetuosos de su esfuerzo y escuchemos”; “todos llevamos nuestro propio holocausto y es desde ahí mismo donde podemos escuchar a otros en su dolor, sin recetas ni dogmas”. Sigo insistiendo entonces: escucharnos. 

Anécdota 2. Ayer escuchaba a un amigo y me hizo dar cuenta de otra cosa: todos somos espontáneamente relativistas y permisivos hasta que nos tocan nuestra posición sintomática de privilegio, ahí saltamos como leche hervida, por más chingue que sea (la posición, el salto, la mala leche). Esta flexibilidad indómita, festejada como tal, no es patrimonio exclusivo de neoliberales y cualunquistas, sino también de progres, militantes, poetas, teóricos, veganos, feministas, etc. Quizás la percepción de tolerancia o urgencia por mostrar quién es más abierto y desprejuiciado, se ha agudizado con el anhelo de difusa libertad ante el confinamiento y la angustia. Siempre me acuerdo de Nancy: “Lo abierto no es un halo de sentimentalidad difusa, lo ‘abierto’ vuelve apretada, trenzada, estrechamente articulada, la estructura del sentido en tanto sentido del mundo”. También me resuenan dos advertencias en ese sentido: “no sabemos a priori por dónde pasan las aberturas y cruces reales con otros, así que además de escuchar, escribamos, pensemos, actuemos”; “todos llevamos nuestras propias rigideces y durezas a cuestas, es desde ahí mismo donde podemos articular con otros, si las podemos hacer a un lado y trabajarlas serenamente”. Sigo insistiendo entonces: componernos 

El 25 de mayo festejamos el “día de la Patria” y entonces me pregunté, en tono filosófico psicoanalítico: ¿Qué es la Patria? Sin dudas, no es un significante cualquiera. Cada movimiento político relevante ensaya una respuesta en acto; por ejemplo, el kirchnerismo planteó que “la patria es el otro”. Durante el macrismo se trató en cambio de destruir la acontecimentalidad de esa potente definición, entre otras cosas, promoviendo la pusilánime y empobrecida interpretación de la supuesta “angustia” que habrían sentido nuestros próceres al separarse de España (Macri dixit). Aprovechando la mención anterior a la angustia y el tratamiento que viene dando el gobierno actual a la misma, quizás podríamos repensar el significante Patria. Propongo transformar la histórica frase que se forjó durante el krichenrismo, “la patria es el otro”, en función de una lectura lacaniana que considere la estructural falta en el Otro. La patria es más bien el significante de la falta en el Otro. 

Esto quiere decir, en primer lugar, que es un significante y como tal “representa al sujeto para otro significante” (según la clásica definición lacaniana); no es un término positivo en sí mismo ni tampoco un mero significante vacío que pueda ser llenado de forma ad hoc con cualquier contenido; sino que, en segundo lugar, indica la operación singular que se efectúa cada vez que se pronuncia un nombre propio: nominación por la cual el enunciado se iguala a su significación. Cada quien tiene que responder allí de manera diferencial, ante la falta o inconsistencia del Otro. Por tanto, responder a la Patria es un acto ético-político de invención singular-genérica, a producirse cada vez en circunstancias diversas. Esto explica también la nominación materialista (sorpresiva para muchos) por la cual se produjo la transferencia de poder de Cristina Fernández a Alberto Fernández, lo que condujo a la unidad efectiva del peronismo. Si “el acto es lo que arranca a la angustia su certeza” (según la definición lacaniana), lejos de cualquier pusilanimidad o victimismo, entendemos la lógica materialista y peronista de la nominación en su efectividad simbólica, acto que resignifica nuestra propia historia. 

Qué acertada habrá sido entonces aquella nominación, pienso, pues cada día la resignificación retroactiva del gesto intempestivo, simbólico y estratégico a la vez, se nos muestra en toda su materialidad. La nominación materialista sorprende a las representaciones imaginarias, disloca a la serie de nombres posibles, porque no se orienta por la lógica infatuada del valor, sino por las operaciones concretas y la necesidad de la coyuntura: qué es lo que efectivamente hace alguien. Esa capacidad de lectura o escucha del deseo y la práctica efectiva, fácil de reconstruir retrospectivamente pero difícil de anticipar, puede ejercitarse en el pensamiento materialista que sabe tejer nudos en distintos niveles de la existencia: política, filosofía, arte, ciencia, amor o economía no son prácticas homogéneas o totalizablesligadas a identificaciones rígidas, sino que convergen en el gesto de nombrar y anudar a su modo lo real en juego. 

“Nadie se salva solo”, como dice a menudo Alberto Fernández, y todos necesitamos de cada uno”, añado. Hay que sostener los dos polos irreductibles del mismo proceso ético-político: lo singular y lo colectivo. Necesitamos afirmar la mutua dependencia y al mismo tiempo la diferenciación: la multitud se hace uno y en cada uno habita la multitud. En el medio hay que ubicar los dos términos organizadores: el significante de la falta del Otro (o el vacío circunscripto) y el nudo. El vacío es lo que debe soportar y atravesar cada uno para no subordinarse a la lógica identificante de la masa y así poder aportar al conjunto desde su más estricta singularidad; el nudo es el espacio topológico desde el cual la multitud no deviene mera agregación de individuos subordinados al Uno, sino apertura a la potencia efectiva. Nadie se salva solo y todos necesitamos de cada uno. No nos apuremos por hablar en nombre de colectivos imaginarios, asumamos la vacuidad del nombre propio, circunscribiendo el significante de la falta en el Otro; y no nos apresuremos a creernos más que los demás por eso, nombrar siempre responde a otros nombres simbólicos, pasados y por venir. Lo real de una nominación se ubica entre las otras dos (la simbólica y la imaginaria) y abre al infinito en acto.  

Finalmente, es el acto de nombrar y quitarle a la angustia su certeza, lo que permite ir constituyendo un cuerpo de verdad: cuerpo tramado de gestos y entrecruzamientos entre real, simbólico, imaginario; cuerpo que se teje entre lecturas, escrituras, meditaciones y pruebas; cuerpo hecho de prácticas concretas, soportadas en su disparidad lógica y procedimental, etc. Nadie sabe lo que puede un cuerpo, decía Spinoza, porque en cada acto agujereamos el saber constituido y damos paso a la verdad genérica que nos constituye, como dice Badiou. Nos humanizamos no por responder a un principio definitorio que especifique lo que es ser humano (el humanismo característico), ni nos politizamos por identificarnos a un significante amo (el consignismo vacío), sino por crear a cada paso las tecnologías necesarias que nos permiten hacernos un cuerpo. Esas tecnologías responden a lo que Foucault indagó en torno al “gobierno de sí y de los otros”, y que a mí me gusta pensar como una práctica efectiva que no opone la lógica del gobierno a la crítica, sino que las piensa en su inmanencia material: gobierno crítico de nosotros mismos.  

Escucharnos y componernos. 

 

 

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