Podemos
El maleficio de la izquierda

Por Giuliana Mezza (UBA)

En el día del 5to aniversario de la fundación de Podemos, Pablo Iglesias, su Secretario General, dedicó a los inscritos e inscritas una carta pública en la que sostuvo que “este no es un cumpleaños feliz”. Las expresiones refieren al acuerdo entre Manuela Carmena, alcaldesa de Madrid, e Íñigo Errejón, candidato de Podemos a la Presidencia de la Comunidad Autónoma de ese distrito: ambos concurrirán juntos a las elecciones de mayo bajo una plataforma plural que lleva el nombre de Más Madrid. Una vez trascendida la noticia, miembros de la cúpula de la formación morada desearon suerte a Errejón y lo situaron fuera de la organización. En un clima todavía resentido por las últimas polémicas que agitaron la interna del partido, una nueva crisis vuelve a abrirse en su seno. En un escenario global en el que las alternativas progresistas retroceden frente a las derechas más reaccionarias, vuelve a emerger el interrogante ¿están las izquierdas condenadas a fragmentarse?

Hay quienes sostienen que las fuerzas de izquierda están atravesadas por una lógica de la autodestrucción. Pesa sobre ellas, al parecer, un maleficio; sus estructuras se agrietan a causa de diferencias que, entendidas como infranqueables, derivan en la conformación de facciones internas, conduciendo tarde o temprano a la desintegración. Como le ocurre a Gregorio Samsa en el icónico cuento de Franz Kafka, las formaciones de izquierda amanecen convertidas en monstruosas sectas cuyo lenguaje es ininteligible para el común de la sociedad. Condenadas a la marginalidad, se abocan a la identificación de los culpables, al señalamiento de los traidores y a nuevas rondas de purgas, lo que completa el círculo vicioso de la atomización.

Sin embargo, asumiendo el trabajoso ejercicio de quitarnos los lentes del oscurantismo, podremos advertir que no se trata de ningún maleficio y que, por tanto, no se revierte con conjuros. Como todo comportamiento o hecho social, la organización de los partidos progresistas puede identificarse, analizarse y alterarse. Si bien no existen manuales ni fórmulas infalibles para erradicar los frecuentes errores que se cometen en el terreno político, sí resulta posible, como sugiriera Nicolás Maquiavelo, recurrir a la observación realista del presente y de las experiencias pasadas para extraer de allí ciertas enseñanzas. La práctica política se convierte así en fuente de conocimiento, posibilitando la construcción de una suerte de hoja de ruta que permitiría encauzar virtuosamente las decisiones.

Ahora bien, si entendemos por virtù la capacidad de realizar lecturas acertadas respecto de la coyuntura y de actuar conforme lo requiera la ocasión con miras a conquistar o expandir posiciones de poder, ¿dónde radica la fuga que aqueja a los partidos de izquierda? En buena medida la brújula tiende a desajustarse cuando el proyecto político es reemplazado por el partido, cuando se demoniza la diferencia bloqueando el diálogo, y cuando se dinamitan los puentes que unen a la organización con el exterior, con la sociedad. El repliegue de las organizaciones sobre sí mismas favorece la sensación de microclima, sobredimensiona los asuntos internos y sacraliza las posiciones dominantes, elevándolas a dogma. Por lo general, el señalamiento de la traición no es más que el reflejo de una estructura anquilosada –o en vías de anquilosamiento-, agrietada hacia adentro y poco porosa hacia afuera.

Lo que ocurre con fuerzas políticas como Podemos, es que estos males típicos se ven amplificados por la inexorable tensión que se establece con su vocación original, con su retórica fundacional. Haciéndose eco del 15M, la fuerza morada asumió el compromiso de encauzar ese “despertar” que supusieron las movilizaciones y acampadas del año 2011 combatiendo la impronta de los partidos tradicionales que, en el conjunto del arco ideológico, habían optado por sobreponer sus intereses a los de la ciudadanía. Podemos nació al calor de un movimiento que exigía cercanía entre representantes y representados, dinamismo organizacional, regeneración democrática y compromiso con las demandas ciudadanas. Podemos se posicionó en el tablero electoral como una fuerza que ofrecía algo nuevo, tanto respecto de la izquierda radical, como de los dos grandes partidos nacionales, PP y PSOE.

Ciertamente, la escalada de las internas, las intervenciones de la conducción estatal en los territorios, las sanciones a los disidentes, las disputas personales y el señalamiento de “traidores” no contribuye al objetivo primigenio de ofrecer una alternativa real a lo existente. Asumiendo que la posibilidad de una ruptura es a todas luces el peor escenario no solamente para la totalidad de quienes lo integran, sino también para todos aquellos que en algún momento vimos dentro o fuera de España una promesa que brillaba con luz propia en un mundo cada vez más sombrío, hay algunas cuestiones que merece la pena atender.

¿Qué encrucijada se presenta en esta circunstancia particular; el margen de lealtad o desobediencia a los procedimientos internos del partido? ¿Cuál es el hecho que verdaderamente se enjuicia, y que en todo caso podría ocasionar un desmembramiento? La traición que se denuncia, ¿radica en que un candidato validado por internas dentro del partido para disputar un distrito opte por no llevar en primer lugar el nombre de la formación, en que no haya informado con mayor antelación su decisión, en que no la haya consultado, en que no sea compartida por el Secretario General? Y es que, incluso si hubiera en el proceder de Errejón un mecanismo formal desatendido, ¿podría eso justificar su expulsión? ¿Cuál es el criterio empleado para desencadenar la pesadilla de Gregorio Samsa, y evaluar que es un costo que se debe pagar? ¿Qué se obtiene a cambio, cuál es el bien protegido en este caso; la disciplina partidaria, el apego a los procedimientos establecidos? ¿Es útil aquello en un espacio en el que ya no hay lugar para la disidencia?

Lo real siempre se ve opaco frente a lo ideal. Y así permanecerá si consentimos que las ideas eclipsen la realidad. A veces los sueños caben en las siglas, en los nombres de los partidos. Pero esto no ocurre de forma generalizada, o no al menos durante mucho tiempo. La fidelidad partidaria es hoy un bien escaso, y es por eso que quienes ofrecen sacrificios en nombre de un partido político –y más aún si lo entienden como un vehículo para la materialización de un proyecto de transformación, y no como un fin en sí mismo-, deben asegurarse de realizarlos en el altar correcto y a la hora indicada. Si hay algo que la experiencia enseña es que las decisiones cruciales no deben tomarse precipitadamente, sin perspectiva. La pregunta que se eleva sobre la tormenta morada es, ¿qué costo tiene el sacrificio de la unidad? El riesgo mayor es que en el altar de la lealtad se desangre también la razón por la que, hace ya 5 años, nacía Podemos.

 

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