Para una filosofía materialista
El neoliberalismo y nosotros (¿quiénes?)

Por Roque Farrán

La pregunta por lo neoliberal sigue oprimiendo como un espectro el cerebro de los vivos. ¿Es un modelo económico? ¿Una forma de la ideología? ¿Una racionalidad política? ¿Un modo de vida? Para el filósofo Roque Farrán el neoliberalismo es todo esto y más: es la ontología occidental consumada, “el discurso del ser-en-tanto-ser como pura multiplicidad vacía”. El autor examina acá no solo la avanzada neoliberal en el mundo contemporáneo sino también sus posibilidades de resistencia y transformación.

 

I. El neoliberalismo nos desorienta porque es tanto una economía política (financierización) como una ideología (emprendedorismo), una racionalidad política (valorización) como una forma de vida (coaching), y, sobre todo, la ontología occidental consumada: el discurso del ser-en-tanto-ser como pura multiplicidad vacía que prolifera en gadgets y algoritmos. En el fondo es el sálvese quien pueda y la guerra de todos contra todos extendida, desmultiplicada, socializada, internalizada, naturalizada e inmanente a todos los niveles en juego. Como un cáncer social en el que las células del organismo han enloquecido y se desconocen mutuamente. El afecto predominante es la indignación, porque siempre supone el daño producido en otros. Lo que no soporta la matriz neoliberal, bajo ningún motivo, es la formación del sujeto en torno a la verdad que lo constituye, es decir, un sujeto que encuentre las determinaciones, las discierna, las nombre, las exceda y las haga jugar de otro modo. No hay afuera de la matriz neoliberal sino cambio en la escritura nodal de sus determinaciones concretas, sea cual sea el nivel en el que se opere; de allí que los contagios para la inmunización o la cura sean imprevisibles. La locura es creerse exceptuado o por fuera de las relaciones que nos constituyen.

II. Ya lo dijo Thatcher y los evangélicos también lo saben: “la economía es el método, el objetivo es el alma”. La madre de todas las batallas, hoy, se da en el plano de la subjetividad y tenemos que darnos nuestro propio método para combatir. Así como en su momento la estrategia filosófica materialista de Spinoza consistió en tomar el concepto de Dios para transformarlo radicalmente -vía more geométrico- al “dar vuelta los cañones” en la plaza fuerte de la teología, y luego Marx hizo otro tanto en el terreno demarcado por la economía política clásica -apelando a una combinación metódica singular-, pues bien, sostengo que hoy el terreno privilegiado donde hay que introducirse y dar batalla, subvirtiendo materialmente todos sus armamentos, es el concepto de sujeto; incluido el sí mismo, el alma, el individuo y el yo. El método combinado tiene que acudir a todas las prácticas de sí, sin desestimar la crítica ni la ontología misma. Vuelvo a repetir: hoy, una estrategia materialista en filosofía que busque incidir o prestar sus servicios al pensamiento político, tiene que disputar nodalmente el concepto de sujeto y su constelación asociada; no retroceder, no denegarlo, no rechazarlo, ni darlo por superado. Sólo el anudamiento adecuado podrá salvarnos.

III. El problema es que el desanudamiento generalizado produce locura y modos de infatuación denegados. La definición más clara y rigurosa de la locura, nos la da Lacan: loco es aquel que se cree ser independientemente de las relaciones que lo constituyen. Puede que se crea rey, Napoleón, periodista, profesor o psicoanalista; no importa. La hipóstasis del ser es la máxima locura. Cuando no se puede jugar con las determinaciones del Otro que nos han hecho ser de un modo singular, jugar con sus inconsistencias, contradicciones, aperturas y posibilidades, estamos realmente jodidos: al borde de la locura o la muerte. Es la pulsión epocal desatada que incide en las dificultades de conjunción y transmisión, que insiste en el individualismo y la agregación. Estamos en una época paranoide que abona la desconfianza en el Otro, antes que habilitar la formación del sujeto en pos de su incompletitud bien acotada, su indeterminación objetiva, o su sobredeterminación compleja. Por ende, necesitamos más formaciones y transformaciones efectivas y afectivas, antes que comprensiones o explicaciones precipitadas.

IV. ¿Qué hacer entonces? ¿Hacer o no hacer? ¿Hacer o desear? ¿Desear hacer o hacer desear? Las disyuntivas son falsas si no pensamos, practicamos y alteramos el modo mismo de ser; si no inventamos un hacer o un desear que puedan sostenerse sin servidumbre de sí, sin caer en mandatos superyoicos de productividad o de contabilidad, sin esperar recompensas, etc. Hacer y desear porque sí; y si no, no hacer, no hay problema; pero lo que no podemos es no desear. El deseo se ajusta a las posibilidades de cada deseante, de cada viviente, no hay que mortificarse por eso: por extrañas medidas que no se ajustan a los cuerpos, a su imaginación, a su pensamiento. El deseo es inverso al goce del Otro y su empuje mortífero. Lacan con Spinoza: El fantasma del goce del Otro es alimentado y se incrementa de manera inversamente proporcional a la disminución y falta de confianza en la propia potencia de obrar. Para derribar esos fantasmas que inocula una y otra vez la derecha mediática tenemos que mostrar una y otra vez que el deseo es una potencia de actuar y pensar que se afirma en sí mismo y se compone con otros; nunca en detrimento de los demás. El deseo une, el deseo dignifica, el deseo de vivir es deseo de vivir bien junto a otros, no en la exclusión, el empobrecimiento o la impotencia de los demás. Esa es la máxima felicidad. Mi insistencia pasa por ahí: cómo hacer para que los cuerpos se afecten a sí mismos y se potencien sin mandatos, a puro gasto del deseo en cuestión. El medio de insistencia ha sido la escritura, claro. No importa dónde se escriba, en qué práctica o dispositivo, sino que haya consecuencias.

V. Las consecuencias materiales de una práctica se intensifican también si puede nutrirse de otras. El psicoanálisis es una práctica de escucha, lectura y escritura que se basa en una ontología pulsional. ¿Qué somos y de qué estamos hechos los seres llamados humanos? Pulsiones. ¿Qué es lo que nos hace hacer lo que hacemos, allende la consciencia y las buenas intenciones? Pulsiones. La pulsión es un concepto límite: entre lo somático y lo psíquico, lo biológico y lo social, el adentro y el afuera, la vida y la muerte, la autoconservación y el goce, el deseo y la represión, el yo y el otro, el ello y el superyó, lo infinito y la finitud, etc. La pulsión como concepto no remite a la idea de fuerza o energía, tipo Elan vital, sino al montaje entre componentes irreductibles cuyo índice de tensión diferencial o desajuste estructural produce todos los movimientos y repeticiones. El asunto es saber trenzar las pulsiones en cada oportunidad, en cada nivel, en cada práctica, en cada tiempo y espacio; saber captar ese índice silencioso que insiste y pulsa; saber leer esa letra que no cesa de escribirse en diversos gestos. De allí, la efectividad o no de esta humilde práctica llamada psicoanálisis, basada en la escucha, la palabra y el acto oportuno para ayudar a desmontar el engranaje y que la cosa se oiga. Pero es necesario el encuentro con otras prácticas y dispositivos que amplifiquen y sostengan los efectos transformadores.

VI. No me preocupa ni sorprende que el neoliberalismo pueda apropiarse de distintos saberes y prácticas, sabemos de su capacidad voraz de absorción y deglución de todo para sus propios fines; lo ha hecho históricamente con la filosofía, el psicoanálisis, los movimientos contestatarios, las vanguardias estéticas, etc. Incluso, a través del modo de producción académico actual, ligado exclusivamente a rankings de productividad y publicación de papers, también lo hace con las tradiciones marxistas y pensamientos izquierdistas, entre otras propuestas críticas (estudios de género, animales, especistas, ecologistas, etc.). El asunto es que nosotros mismos tengamos claro qué implica cada práctica y cada saber: cómo se enlazan rigurosamente con otros, con el mundo y con nosotros mismos; que entendamos el nudo singular por el que ejercitarnos en saberes críticos nos transforma, y eso no es un producto que pueda cotizar en bolsa, que se venda o pueda acumular ganancias; que el adquirir determinados saberes tiene un precio absolutamente singular, un costo que solo el sujeto que accede a la verdad de su práctica conoce en su mismo ejercicio. El modo de apropiación de saberes, el uso singular hallado, se encuentra en relación con otros pero no se subordina a estamentos institucionales rígidamente codificados ni entra en la lógica flexible del mercado; encuentra su propio medio y lo cultiva con la plasticidad justa que da el pensamiento anudante. Se trata, en definitiva, de aprender a heredar los saberes.

VII. Los nombres y las generaciones se han desenganchado y han perdido anclaje en lo real. Pareciera que la transmisión se encuentra obturada, por inhibición o desgaste. Los significantes vacíos interpelan a pequeños sectores brevemente, como los algoritmos y segmentaciones computacionales manipulados por expertos, casi siempre desde la indignación o la nostalgia; pero no movilizan realmente ni producen pensamiento material del tiempo. Si aprendiéramos a hablar de nuevo, una lengua común, una lengua política, tendríamos que hablar de lo que nos afecta, de lo que aumenta en verdad nuestra potencia de obrar junto a otros, aquí y ahora, cuales sean las distancias y dispositivos: conectar la razón y los afectos. Entonces no hablaríamos de voluntad de inclusión, de vida de derecha, de deseo de revolución, sino de deseo de anudamiento: riguroso y amoroso deseo de anudamiento solidario, donde cada hebra del tejido cuente y sea necesaria para el conjunto, para su reformulación. Esa lengua delicada y firme, heterogénea y abigarrada, para revitalizarse tiene que nutrirse de nuevos nombres, actos de nominación, gestos performativos, escrituras en montajes que no tributen a los viejos esquemas perceptivos (historizantes o idealizantes), ni a las aplanadoras y simplificadoras agencias de marketing (desmemorizantes o sobrememorizantes) que nada quieren saber de los cuerpos, el deseo irreductible y su composición al borde de la disolución. Solo a nosotros (quienes seamos o deseemos ser) nos toca nombrarnos, enlazarnos y advenir, justo allí donde todo se diluye sin cesar: lo real. El verdadero lazo social pasa por el agujero de los cuerpos, sin penetrarlos ni encadenarlos, porque de a dos se enlazan en virtud de un tercero, y así infinitamente. Sólo el enlace solidario entre prácticas y saberes que atraviesan lo real puede contrarrestar la disgregación destructiva del neoliberalismo.

 


RoqueFarránnació en Córdoba en 1977. Es Investigador Adjunto del Conicet, Doctor en filosofía y Licenciado en Psicología por la Universidad Nacional de Córdoba, y miembro de los Comités Editoriales de las Revistas Nombres, Diferencias yLitura.Publicó los librosBadiouy Lacan: el anudamiento del sujeto(Prometeo, 2014),Nodal. Método, estado, sujeto(La cebra/Palinodia, 2016),Nodaléctica. Un ejercicio de pensamiento materialista(La cebra,2018),El uso de los saberes. Filosofía, psicoanálisis, política(Borde perdido, 2018),Leer, meditar, escribir. La práctica de la filosofía en pandemia(La cebra, 2020); editó junto a E.BisetOntologías política(Imagomundi, 2011),Teoría política. Perspectivas actuales en Argentina(Teseo, 2016),Estado. Perspectivasposfundacionales(Prometeo, 2017),Métodos. Aproximaciones a un campo problemático(Prometeo, 2018).   

 

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