Civilización y multipolaridad
El ocaso del estado-nación y el amanecer del estado-civilización

Por Walter D. Mignolo

“¿Cuáles son las diferencias entre un estado-nación y un estado-civilización? ¿Qué importancia tendría esa modificación? ¿Sería solo un cambio formal o conllevaría consecuencias de fondo? ¿Y para quién?” Estas son algunas de las preguntas que guían el artículo del reconocido semiólogo Walter Mignolo, quien reflexiona aquí sobre la actualidad geopolítica con una mirada decolonial.

 

I

La traducción latina del vocablo griego ethnos es natio. De natio deriva el término nacimiento, usado tanto para las personas como para los mamíferos. Metafóricamente su empleo es amplio. Por ejemplo, el uso redundante y metafórico del vocablo: El nacimiento de una nación, el filme de DW Griffith, 1915. De ethnos se origina el vocablo étnico, que se refiere a los aspectos culturales y no biológicos (nacimiento) de un grupo étnico.

La formación del estado-nación combinó la nacionalidad, basada en el nacimiento (natio), y la etnicidad (ethnos), que incluye lengua, memoria y símbolos nacionales. La unión de natio y ethnos a menudo ignora la etnicidad. Sistemas de signos como la lengua, las imágenes, los sonidos, los gustos que unen a las personas y forman comunidades, no están relacionados con la biología o la sangre. Son todas construcciones de cultura. No son construcciones de natura.

La confusión entre la etnicidad y la herencia biológica precede al estado-nación. Su fundación histórica se encuentra en la Inquisición española, encargada de vigilar y asegurar la pureza de sangre de los cristianos, amenazados por la sangre islámica y judía. Al reflexionar, nos damos cuenta de que lo islámico, lo cristiano y lo judío tienen poco que ver con la herencia sanguínea por nacimiento. Son más bien obra de relatos construidos y transmitidos de generación a generación.

El principio de pureza de sangre implantado en el reino de Castilla en el siglo XVI fue la base del sistema de castas en las colonias del Nuevo Mundo y dio inicio a una serie de reflexiones sobre los “caracteres nacionales”, como las que expuso Immanuel Kant en su Antropología en sentido pragmático (1798).

El concepto de raza, originalmente referido a los caballos, se extendió a finales del siglo XV a los moros y judíos. Sebastián de Covarrubias registró este uso de raza en su Tesoro de la Lengua Castellana o española (1611). A través del trabajo de Kant, nación, etnicidad, raza y pureza de sangre se convirtieron en principios constitutivos de lo nacional en los estados-nación creados por la burguesía europea emergente en el siglo XIX.

La fusión de lo nacional con lo étnico, mediada por el concepto de raza, tuvo dos consecuencias devastadoras: la ley del estado y la racionalidad científica. La ley del estado hizo corresponder un estado con una nación. La racionalidad científica, en el siglo XIX, reemplazó la fe religiosa por construcciones imaginarias basadas en la fe racionalidad científica.  El concepto de raza sirvió, respaldada por la ley y la ciencia, para asegurar la jerarquía superior de la blanquitud nacional. La pureza cristiana de sangre estableció la jerarquía racial que, en el estado-nación, tomó la forma secular de la blanquitud.

Algunas de las devastadoras consecuencias de estas fusiones fueron el nazismo en Alemania, la persistencia del racismo en las sociedades occidentales, su implementación en las excolonias de los estados imperiales europeos, su continuidad en los Estados Unidos y su tenacidad en el sionismo. La no muy lejana afirmación de Josep Borrell, ex-Alto Representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Políticas, de que Europa es un jardín y el resto del mundo una jungla, mostró la persistencia de lo que no se puede decir pero que no se puede dejar de sentir. Sus disculpas no borran el arraigo de estas creencias en gran parte de la población europea.

II

El estado-nación es una forma de gobierno cuyo período histórico comenzó hace unos doscientos años y su ocaso ya se anuncia. Que desaparezca el estado-nación no significa que desaparezca la gobernabilidad. Todas las agrupaciones humanas complejas detectadas durante la era axial (8 a 7 mil años AC) necesitaron formas de gobierno. En ninguna de estas agrupaciones el estado-nación era su forma de gobierno.

Varias condiciones llevaron a su surgimiento y decadencia. En Europa, revoluciones como la Gloriosa en Inglaterra y la francesa consolidaron una nueva clase social: la etno-burguesía. Esta clase surgió durante el Renacimiento, pero estaba sometida a las monarquías. El estado-nación reemplazó al estado-monárquico cuando la burguesía desplazó a la aristocracia y al clero.

La idea de nación unió comunidades de nacimiento en lugar de comunidades de fe depositada en el emperador y en la iglesia. La secularización sustituyó los principios religiosos por los valores del pueblo o nación. Así surgió la fórmula retórica: gobierno del pueblo, para el pueblo, por el pueblo. Hoy, el populismo tiene connotaciones negativas por varias razones y en diversos sentidos.

El término civilización se introdujo en las lenguas europeas junto con la idea del estado-nación. Ambos conceptos y sus correspondientes referencias, estado-nación y civilización, se originaron en Europa y son específicos de su contexto histórico y geográfico. Ambos están relacionados, aunque surgieron por diferentes razones. El estado-nación surgió como una forma de organización política que reemplazaba al estado monárquico.

El concepto de civilización justificó, por un lado, las misiones civilizadoras de los estados-nación imperiales como Inglaterra, Francia y Holanda. En los siglos XVI al XVIII, las colonias se consideraban habitadas por bárbaros espaciales. En el siglo XVIII, estas ideas cambiaron. Los pueblos colonizados fueron ubicados en la línea temporal de los primitivos. Los estados imperiales asumieron la tarea de civilizar y promover el progreso de estos pueblos. En el siglo XX, los primitivos pasaron a ser subdesarrollados. Por otro, abrió las puertas para que, recientemente, las civilizaciones devaluadas por la Occidental reclamaran su derecho a existencia. El estado-civilización emerge de la toma de conciencia.

III

Los estados imperiales de occidente, monárquicos y nacionales suprimieron toda forma de gobierno existentes en las áreas colonizadas. Los pueblos colonizados no eran ni bárbaros ni primitivos. Fueron inventados como tales para sostener la idea de civilización y de modernidad. En las áreas colonizadas, los estados nacionales (o repúblicas) surgieron, en las Américas, sobre las ruinas de civilizaciones como los Mayas, Aztecas, Incas, Araucanos, Iroqueses. Suplantaron a los virreinatos y gobiernos coloniales en América del Sur.

Las repúblicas (estado-nación) que fueron constituidas en 1776 en América del Norte aprovecharon de la organización política implantada por los peregrinos, quienes no fueron conquistadores sino emigrados de la monarquía británica. En China, una forma particular de estado-nación se implantó a partir de la revolución de Xinhai, en 1912, que derrocó a la dinastía Qing. China no padeció, como India, el colonialismo de asentamiento.

En Rusia, la Revolución desplazó el estado monárquico ruso e instaló un tipo estado-nación federal, manteniendo el control de los estados satélites contiguos, en Asia Central y Europa Central y del Este. En Turquía el sultanato otomano fue reemplazado por la formación de la República en 1922. Los procesos descolonizadores en África y Asia, durante la Guerra Fría, dieron lugar a la formación de estados nacionales. La disolución de la Unión Soviética dio lugar a la formación de estados nacionales en Europa del este y central y en Asia Central, y convirtió a la Unión Soviética en la Federación Rusa, también en estado nacional.

Los estados-nación europeos e imperiales reemplazaron las formas de gobierno existentes con su propio modelo, al igual que la iglesia en siglos anteriores. Estos estados nacionales fueron también el basamento para regular las relaciones internacionales después del Tratado de Westfalia (1848). El Tratado fue una solución para los conflictos religiosos y económicos en Europa. ¿Qué tendrían que ver los demás estados, en el planeta, que no eran estados-nación y que no tenían necesidad de serlo porque no había una clase burguesa en ascenso?

El actual desorden global no solo se debe a la declinación del estado nación, sino también a la ineficacia de las relaciones internacionales y la falta de efectividad de las Naciones Unidas. La institución que continuó la tradición de la Liga de las Naciones, fundada a finales del siglo XIX, se nombró “Naciones Unidas” en referencia a la idea de nación. No se pudo utilizar la idea de estado porque el nombre “Estados Unidos” era ya el nombre de un solo estado nacional, gestó la fundación y el manejo hasta hoy de las Naciones Unidas.

Por todo ello, los estados nacionales fundados sobre tradiciones civilizatorias fuertes (China, Rusia, India, Persia, Turquía) están hoy reivindicando el valor de sus civilizaciones, denigradas por la expansión imperial de la civilización occidental.

IV

¿Cuáles son las diferencias entre un estado-nación y un estado-civilización? ¿Qué importancia tendría esa modificación? ¿Sería solo un cambio formal o conllevaría consecuencias de fondo? ¿Y para quién?

Para empezar, ayuda reflexionar sobre el significado de civilización en comparación con el de nación. El término civilización, introducido en el siglo XVIII, reemplazó la idea de Cristiandad Occidental por la de Civilización Occidental. También justificó la “misión civilizadora” al considerar que otras partes del mundo no habían alcanzado ese nivel. Immanuel Kant, en su Antropología desde el punto pragmático, analizó los “caracteres nacionales” alrededor del planeta, reduciendo así antiguas civilizaciones a naciones desde una perspectiva occidental.

De modo que, en esta perspectiva, la civilización occidental devenía ya en un conjunto de estados-nacionales. En cambio, el resto del planeta estaba habitado, para Kant, por poblaciones que no habían alcanzado el nivel del estado-nación. No importaba, para Kant, que poblaciones contemporáneas como China, India, Persia, Rusia tuvieran otras formas de gobierno ajenos a las enseñanzas de Platón, Aristóteles y Maquiavelo. De ahí que, uno de los aspectos de la misión civilizadora fuera elevar el resto del planeta a formas civilizadas de gobierno. El otro concepto clave era el de progreso. Así, el camino estaba abierto para civilizar a las naciones teniendo en cuenta los “caracteres nacionales”, ajenos a los caracteres de las naciones europeas a la civilización occidental.

El proceso de civilización muestra varios hitos importantes. En América, Estados Unidos se convirtió en república en 1776 y Haití en 1804. Los estados nacionales de América del Sur surgieron en el siglo XIX: Argentina en 1810, Perú y México en 1821. En Asia, las independencias comenzaron a mediados del siglo XX, lideradas por India, seguidas del resto de Asia y África tras la Segunda Guerra Mundial. Los Emiratos Árabes Unidos y Catar lograron su independencia del Reino Unido en 1971. Arabia Saudita se reunificó en 1932 tras la caída del sultanato otomano. Hoy, las Naciones Unidas agrupan a 193 Estados soberanos.

La presencia europea en las regiones colonizadas se extendió desde finales del siglo XVIII hasta el siglo XX. No todas las naciones, como China, Rusia y el Sultanato Otomano, experimentaron el colonialismo de asentamiento, pero sí la influencia de la modernidad occidental. Aunque no son estados nacionales en sentido estricto, son estados soberanos influenciados por la forma-estado europea, lo que afectó su desarrollo futuro.

Samuel Huntington popularizó el término civilización, proponiendo un choque de civilizaciones en lugar de naciones. Predijo que futuras guerras serían motivadas por principios religiosos y culturales, además de factores políticos y económicos. Así, ayudó a restaurar civilizaciones transformadas en naciones debido a la expansión occidental.

V

En 2012, el politólogo chino especializado en relaciones internacionales, Zhang Wei-Wei, publicó su libro titulado The China Wave: The Rise of the Civilizational State. En 2018, el politólogo y filósofo británico Christopher Coker respondió con su obra The Rise of the Civilizational State: China, Russia and Islamic Caliphate and the Challenge to the Liberal World Order. El análisis de Wei-Wei se centra en el impacto de China en el orden global y en el ascenso del estado-civilización, mientras que Coker examina los retos que este fenómeno supone para el estado nación y el orden mundial liberal.

La multipolaridad y el estado civilizacional desafían el orden mundial liberal, similar a cómo la expansión colonial del estado nación afectó las civilizaciones. China, Rusia, India, Irán y Turquía buscan reconstituir sus propias civilizaciones frente al “orden basado en reglas” de Occidente. Estos líderes no están obligados a seguir reglas internacionales sin su participación, lo que amenaza al orden liberal unipolar. La reconstitución civilizacional y la multipolaridad ofrecen alternativas al totalitarismo del orden liberal basado en el estado-nación.

No se trata de una “transición” del estado-nación al estado civilización por dos razones. Una, porque no todos los estados-nación surgidos tras la descolonización tienen una historia civilizacional clara. Otra porque no hay una sola historia sino diversas historias locales. Esto nos lleva a reconsiderar la tipología de Oswald Spengler (1920) y Samuel Huntington (1990). Para Spengler, había nueve civilizaciones: egipcia, babilónica, india, china, grecorromana, árabe, mexicana, occidental y rusa. Huntington identificó ocho: occidental, islámica, hindú, sínica, japonesa, ortodoxa, africana y latinoamericana, con la ocasional adición de la budista.

Estas clasificaciones son subjetivas y reflejan las percepciones de Spengler y Huntington, no la naturaleza intrínseca de cada una de esas civilizaciones. Además, no consideran la relevancia del estado-nación como encapsulador del aspecto civilizatorio, como es el caso de Occidente: estados nacionales que conforman la civilización occidental. Es crucial centrarse en las propuestas de quienes reconstituyen sus propias civilizaciones desvalorizadas por la occidental, y en los debates internos de cada proyecto de estado civilización.

Por ejemplo, Shashi Tharoor es un reconocido intelectual y exdiplomático de India, muy crítico del colonialismo inglés, pero no del liberalismo. Por eso descree del estado civilización, al cual aspira el gobierno de India. Considera que el estado civilización hacia el que se dirige el gobierno indio es profundamente iliberal. Tharoor no contempla que haya razón para que este estado, o cualquier otro, no sea liberal.

Tharoor sostiene que el estado civilización es iliberal. Por eso rechaza ideas liberales “importadas” como la democracia y los derechos humanos por ser ajenas a su civilización. No cree que cada civilización necesite de instituciones políticas conformes a sus propias tradiciones, historia y cultura. Lo que no percibe o no quiere considerar Tharoor es que tales valores provienen de necesidades y de instituciones basadas en una sola civilización, (la occidental) y en su propia historia y cultura. No percibe o no quiere percibir que los valores liberales son regionales con la pretensión de ser universales.

Es evidente que reconstruir la civilización basándose en historias regionales y la influencia occidental no lleva necesariamente a un paraíso. Lo comprobamos a diario en la civilización occidental. La continuidad del estado nación y la supuesta universalidad de los valores occidentales tampoco lo lograron. Ocultaron el totalitarismo y la unipolaridad tras ideales como la democracia, los derechos humanos y la libertad de prensa, valores recientemente cuestionados en Europa y en Estados Unidos. La cancelación del triunfo electoral de Calin Georgescu en Rumania y de la candidatura de Marie Le Pen en Francia son dos casos recientes de que el estado-nación (neo) liberal, la democracia y la libertad de prensa son sólo universales abstractos.

Otro ejemplo. A diferencia de África, Latinoamérica no tiene en su historia la expansión árabe. Las civilizaciones prehispánicas fueron sustituidas por virreinatos durante las invasiones hispánicas y portuguesas. Tras la independencia, los gobiernos occidentalizados marginaron a los Pueblos Originarios y afrodescendientes. Un estado inclusivo en Latinoamérica debe superar esta marginación. Reconstituir los legados precolombinos requiere la participación de estos grupos. La idea de “estado plurinacional” en las constituciones de Bolivia y Ecuador es prometedora para integrar estas diversidades si cuenta con el apoyo de gobernantes, intelectuales y la población.

África se divide en dos áreas principales. África del Norte estuvo bajo el control otomano y es parte de la civilización árabe. En cambio, África Sub-Sahariana fue habitada por imperios como Egipto, Ghana, Mali, Shongai y Etiopía, y reinos como Aksún. La expansión árabe también llegó a esta región antes de estos imperios. Aunque la decisión sobre el establecimiento de un estado civilizacional en África recae en los africanos, mi objetivo aquí es señalar algunos problemas relacionados con la formación de estados civilizacionales en África y Latinoamérica, al mismo tiempo que destacar la superficialidad de las tipologías de Huntington.

Las civilizaciones pre-ibéricas en lo que es hoy América del Sur, Central y Caribe fueron sustituidas por virreinatos durante las invasiones hispánicas y portuguesas. Tras la independencia, los gobiernos occidentalizados marginaron a los Pueblos Originarios y afrodescendientes. Un estado inclusivo en Latinoamérica debería superar esta marginación. Reconstituir los legados precolombinos requeriría la participación de estos grupos. La idea de “estado plurinacional” en las constituciones de Bolivia y Ecuador es prometedora para integrar estas diversidades de los Pueblos Originarios y de la diáspora Africana forzada por la trata de esclavizados. Para ello se necesitaría el apoyo de gobernantes, intelectuales y la población. En todo caso, ya no sería una civilización “Latino” Americana sino otra cosa.

VI

En abril de 2001, Aníbal Quijano publicó en Hueso Húmero un ensayo titulado “El regreso del futuro y las cuestiones de conocimiento.” El ensayo analiza cómo la derrota del socialismo, debido a los excesos de Stalin y eventos como las posteriores invasiones de Checoslovaquia y Hungría, junto con la disidencia en Yugoslavia, cuestionaron la propuesta socialista. Esto llevó a la victoria del capitalismo y del liberalismo/neoliberalismo, desplazando las ideas socialistas por las del liberalismo, el neoliberalismo y el postmodernismo.

Las esperanzas de los años 60 fueron afectadas tanto por la derecha liberal como por la izquierda socialista. Las manifestaciones juveniles en Beijing, Praga, París y México se opusieron al totalitarismo liberal y a la burocracia socialista, siendo sofocadas por ambos lados. El Movimiento de Derechos Civiles en Estados Unidos tuvo un impacto duradero: promovió cambios en relación con la heteronormatividad y el racismo, abordando principalmente la política de los cuerpos.

Reconocida la derrota del estado socialista frente al agotamiento del estado liberal, Quijano percibió el surgir de otro imaginario: el de un horizonte decolonial cuya historia se remonta a la Conferencia de Bandung, de 1955. Notó que ya no se trataba únicamente de la liberación de los trabajadores, sino también de la liberación de las personas en general. El horizonte decolonial busca ahora no sólo la socialización de la economía, sino también la plena liberación de la subjetividad y la producción de conocimiento de sus ataduras al poder, la liberación de cada uno de los campos de la cultura, con especial énfasis en el arte, y la defensa de la naturaleza frente a la depredación humana, capitalista en particular. Fundamentalmente, se trata de liberar a las personas de la autoridad encarnada en la “razón de Estado”.

Al mismo tiempo, en Asia y África ocurrieron revueltas decoloniales. Aunque tuvieron éxito en algunos aspectos, también enfrentaron desafíos. Las élites locales que formaron y controlaron los estados nacionales en las excolonias negociaron con los poderes imperiales. En las exrepúblicas soviéticas, prevaleció la tendencia hacia el capitalismo neoliberal en lugar de mantener relaciones estrechas con la Federación Rusa. No obstante, los legados soviéticos aún son visibles hoy. Estados como Eslovaquia y Hungría, así como ciertos partidos de extrema derecha, optan por mantener relaciones con Rusia, diferenciándose de la política de la Unión Europea.

Las reflexiones de Quijano surgieron tras la inauguración del Foro Social Mundial en enero de 2001. Las esperanzas de la década de los 60, pronto derrotadas, encontraron nueva vida en este foro. Quijano concluyó que la liberación del conocimiento y la igualdad, solidaridad y libertad en todas las sociedades buscarán crear nuevas instituciones para expresarse y protegerse. La interacción entre el moderno Estado-nación y la nueva Comunidad podría llevar a nuevas formas de autoridad con un control reducido del poder. El Foro Social Mundial tuvo un impacto global, sembrando esperanzas en las relaciones intersubjetivas.

Quijano concluyó su artículo con la idea y la esperanza de un horizonte decolonial de conocimiento y de una racionalidad no eurocéntrica.  En 2015, se notó que la decolonialidad del poder en marcha era ya notable en la población mundial indigenizada y de cuyas experiencias y huellas históricas surgían nuevas epistemes. Se trataba, en su argumento, del retorno del futuro.

Sin embargo, Quijano no percibió el avance paralelo del horizonte de sentido des-occidental. Su crítica radical al estado-nación no llegó a percibir la emergencia del estado-civilización. Ambos horizontes, el decolonial y el des-occidental responden a su fórmula “retorno del futuro”, pero operan en diferentes niveles y objetivos, actualizando futuros marginados por el dominio del cristianismo y la civilización occidental entre 1500 y 2000. La des-occidentalización opera en la esfera doméstica estatal y, fundamentalmente, en la inter-estatal. La primera depende de la segunda. Lo cual es un proceso inverso a cómo proceden los estados-nación coloniales en occidente.

La decolonialidad se enfoca en la esfera doméstica e internacional, paralela al estado-nación y a las relaciones inter-estatales. No busca formar ni tomar estados nacionales. Un ejemplo es el Zapatismo. Durante la Guerra Fría en cambio, la descolonización en Asia y África sí buscaba crear estados-nacionales, pero los movimientos por los Derechos Civiles en EE. UU. buscaban influir en la esfera pública sin tomar el estado. Actualmente, la decolonialidad es incompatible con el estado, mientras que la des-occidentalización necesita estados fuertes tipo civilización, no nación.

Des-occidentalización, multipolaridad, pluriversalidad y estado-civilización son términos que configuran relatos inéditos que se desprenden de la hegemonía de los relatos occidentales basados en la unipolaridad, la universalidad, la racionalidad y el estado-nación. La des-occidentalización cuestiona y se desprende de los relatos occidentales, pero no del capitalismo en su base económica.[1] Las tensiones globales actuales surgen del crecimiento de la des-occidentalización desde 2000 y la respuesta re-occidentalizante iniciada con Obama, tras el último intento occidentalizante de Bush-Cheney y Tony Blair.

La segunda presidencia de Donald Trump marcó un cambio en la re-occidentalización. A diferencia del consenso neoliberal de Washington, Trump propuso un enfoque diferente: no abandonar la idea de que Estados Unidos es crucial en el orden mundial, pero sin homogeneizar globalmente. Su retórica se centró en “hacer que América sea grande otra vez” en lugar de “exportar la democracia”.

Trump sugiere que América ha perdido su grandeza y busca administrarla según normas empresariales, usando el estado como una oficina empresarial. Sus políticas incluyen reducir gastos domésticos, convertir Gaza en un negocio inmobiliario, mejorar relaciones económicas con Rusia y debilitar a China para mantener la primacía del dólar.

Ni la re-occidentalización neoliberal y ni la empresarial cuestionan el estado-nación como unidad de gobierno y base de las relaciones internacionales. En contraste, la des-occidentalización abandona esta idea y establece al estado civilización. El conflicto entre des-occidentalización y re-occidentalización radica en un principio político-filosófico: la primera se basa en ganar-ganar y la segunda, en suma-cero. Trump, enfatizando ser el presidente de la paz, adoptó la postura del principio de suma-cero, en contraste con el enfoque ganar-ganar promovido por China.

VII

La etapa neoliberal pudo ser el último eslabón de un largo proceso que buscaba la adopción global del conocimiento, gobierno, economía y valores occidentales: cristianismo, civilización y progreso, modernización y desarrollo, y democracia de mercado. En la primera etapa, bajo estados monárquicos y cristianos (católicos y protestones). En la segunda etapa, bajo estados nacionales seculares. Este proceso duró desde 1500 hasta 2000, con conflictos internos, pero sin desafíos externos significativos. El siglo XXI empezó con turbulencias. La década de los noventa, marcada por la caída de la Unión Soviética, terminó bruscamente con el ataque a las Torres Gemelas, lo cual sirvió como justificación para la “guerra contra el terrorismo”.

El triunfal “fin de la historia” fue en realidad el fin de una historia, la de la hegemonía y dominación occidental. La des-occidentalización des-orientó la occidentalización y forzó la re-occidentalización. Inauguró, junto con Rusia, India, Irán, Turquía “otra historia”, otro horizonte de sentido basado en la cooperación, no en la guerra, en el ganar-ganar no en la suma cero. También marcó el ocaso del estado-nación y el amanecer del estado-civilización. No estoy sugiriendo que el estado-civilización sea “mejor” o “preferible” al estado-nación. Estoy diciendo que el estado-nación ya mostró tanto sus esplendores como sus miserias.

En la prensa occidental es común leer que China ambiciona ocupar el lugar de Estados Unidos y ser el líder mundial. Sin embargo, ¿se plantea la pregunta de por qué deberíamos pensar que los dirigentes de China y su población tienen los mismos valores y aspiraciones que los dirigentes en Occidente? Asumir que China tiene los mismos valores y aspiraciones que EE. UU. y la UE, es sólo una creencia de EE. UU. y la UE, no de los dirigentes chinos. Es decir, se asume que los objetivos de China están regidos por la suma cero y no se entiende o no se quiere entender que ganar-ganar presupone distintos principios y diferentes horizontes de sentido.

China valora la sinceridad y la confianza en las relaciones, y su espíritu se define por la resiliencia ante la presión y las amenazas. Desde la guerra comercial iniciada por Estados Unidos en 2017, China ha fortalecido su capacidad de resistencia, mejorado su autonomía tecnológica, optimizado su mercado interno y diversificado sus asociaciones comerciales. Estos factores aumentan su confianza para enfrentar riesgos de las oposiciones para detener o disminuir tanto su crecimiento material como potencia de su retórica. Llegar a la hegemonía global del ganar-ganar, del estado civilización y de la multipolaridad es llegar a un orden mundial donde todos los estados y regiones cooperan para el bien común, en lugar de guerrear para los intereses y bienes imperiales regidos por la suma cero.

 

 


Walter Mignolo, es semiólogo y fundador del grupo de pensamiento decolonial. Se jubiló recientemente como investigador y docente de la Universidad de Duke, Estados Unidos, donde enseñó desde 1993. En 1964 se graduó como licenciado en Filosofía en la Universidad Nacional de Córdoba y luego ganó una beca para viajar a Francia y estudiar semiótica, donde fue alumno de Roland Barthes y se doctoró de la École des Hautes Études. Entre sus aportes se cuentan varias categorías de análisis como “diferencia colonial”, el “pensamiento fronterizo” y la “colonialidad del ser”.

 


[1] Recuperado de https://www.ceapedi.com.ar/otroslogos/Revistas/0003/13.%20Carballo.pdf

 

 


Imagen de portada: @wirestock en Freepik

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