Todos tus muertos
“Ellos están con nosotros” 

Por Celeste Castiglione (CONICET/IESCODE/UNPAZ) 

Un recorrido por el Cementerio de Flores

En la Ciudad de Buenos Aires hay tres cementerios: el de la Recoleta, habilitado en 1822, el de Chacarita, fundado de urgencia por la gran fiebre amarilla de 1871 y el de Flores, creado en 1867. El primero, con el tiempo, fue destinado a los personajes ilustres y de la élite gobernante, mientras que el segundo a la clase media, y el de Flores la clase trabajadora. 1 Si bien esta clasificación no es exacta, surge de las representaciones sociales que giran alrededor de ellos y los barrios que los circundan. La Chacarita, linda con el Británico y el Alemán, de administración privada, inaugurados en 1821, siendo parte de las migraciones tempranas. 

Flores se construye cuando formaba parte de las afueras de la ciudad. Por esa razón, en el medio de la avenida interna aparece un frontispicio y una avenida con panteones y bóvedas familiares muy antiguas, pero en general predominan las tumbas en tierra a medida que sumaban terrenos colindantes. Allí entran los autos de las cocherías, y se hace el servicio en la pequeña capilla. Años después se realizaron obras de extensión y las oficinas se modernizaron desplazando la actividad administrativa hacia la nueva entrada, sobre la avenida Balbastro. En esa reestructuración se construyó un edificio monumental de cemento, con nichos en forma de grandes cajoneras que se expanden hacia los costados y espacios subterráneos, realizado por la Municipalidad de Ciudad de Buenos Aires en 1958, con intentos de combinar entradas de luz y sombras, sin gran éxito. Solo suavizan las formas geométricas grises, un busto de Evita sonriente con placas de distintas organizaciones de Partido Justicialista, y en el centro de su entrada una pared de 2 x 2mts. con una cruz en bajorrelieve repleta de flores, notas y rosarios: es la de las almas perdidas, donde algunos dejan flores o si no conocen el paradero de su fallecido.  

Empecé a ir al Cementerio de Flores todos los 2 de noviembre desde 2014. Ese día es cuando parte de la comunidad boliviana llega a festejar el Día de los Muertos. medida que transcurre la mañana, cargados con flores, cajas y bolsas llegan las familias, y sus pertenencias son revisadas por la Policía de la Ciudad, que determina si lo que traen puede ser ingresado. En caso contrario, lo separan y queda en un cuarto de la entrada donde está la seguridad. Este accionar lo he registrado desde la primera visita, incrementándose en 2015 con la presencia de la gendarmería, policías a caballo, y sucesivamente, con agentes identificados con chalecos de distintos colores. En 2017 les pregunté a alguno de ellos de que secretaría o ministerio específico provenían, y me explicaron que eran de distintos organismos, pero para este día en particular eran convocados o reasignados. Esa mañana, el jefe les dio su número de celular para que lo llamaran si veían alguna situación que requiriera de su presencia, pero que no intervinieran. En 2018 deambulaban en grupos, recorriendo todo el tiempo la necrópolisidentificados con camperas celestes y azules. A la entrada, había una Estación Saludable y el camión de Aysa (Agua y Saneamientos Argentinos), una empresa concesionaria de servicios públicos que opera en CABA y el conurbano bonaerense 

Este sábado de 2019 tuvo otras características. Ya a dos cuadras del cementerio se veían “trapitos”, camionetas del gobierno de la Ciudad, que cortaban la calle con cintas de plástico, del Ministerio de Ambiente y Espacio Público. 

En la entrada, sobre la Avenida Balbastro, se encontraban agentes, hombres y mujeres de la policía de la Ciudad que revisaban las pertenencias. Cuando ofrecí mi bolso, me dijeron que no hacía falta. Allí la oficial del Estado, determinó que yo no era, o no tenía ese “algo” que hacía que pararan a otros, poniendo en acto la producción y reproducción de la diferencia. 

Una vez que se ingresa, sobre la explanada que opera como estacionamiento, había agentes que avisaban que la salida era por la Avenida CastañaresNo estábamos ni entrando y ya nos decían cómo salir. Gestos. Allí se encontraba un camión de Aysa, con una manguera, vasos y una camioneta de emergencias.  

Durante todo el día, el movimiento de personas que ingresan es constante, pero esta es solo la conclusión de una ceremonia que se inicia el día anterior. De acuerdo a los relatos y las entrevistas que hemos realizado durante estos años, todos coinciden en que el 1° de noviembre el alma de los muertos desciende a visitar a la familia. Ese día se lo debe homenajear con las cosas que al muerto le gustaban, permanecen en su casa, y preparar comidas y un pan al que se le da distintas formas en donde prevalecen las cruces, las representaciones antropomórficas, los animales y las escaleras. Este año, además, muchos portaban una máscara de glacé blanco pintado (como el de los huevos de Pascua), en donde se puede dibujar de manera más detallada los rasgos de la persona o el animal. Estas formas son instrumentos que ayudan al muerto a que el viaje sea facilitado: la escalera para que descienda y ascienda una vez terminado el día hasta el otro año, los caballos para que no se canse, el sol y la luna para que iluminen su camino y por lo general una foto del familiar fallecido. Todos los elementos que traen son expuestos en la tumba, que es ornamentada especialmente para este día, con banderitas de plástico y tiras de papel crepé en colores violeta y negro. A veces con sus propios baldes y elementos de limpieza se acondiciona el espacio, donde también se colocan caramelos, chupetines coloridos, frutas (especialmente naranjas, bananas, peras y ananás), cigarrillos y bebidas sin alcohol.  

Los primeros entrevistados fue una pareja de mediana edad que estaban sentados en unas banquetas. Todavía no daba el sol pleno, pero la tumba ya estaba decorada con los panes y cubierta con una sombrilla. Me acerqué y les conté que, en nuestro trabajo, además de describir la dinámica del día, nos interesaba preguntar a los protagonistas qué significaba asistir al cementerio el Día de los Muertos. En un primer momento (todos) me miran seriamente, pero al instante se disponíaa contar con gran detalle y por momentos, sentí que les gustaba el intercambio: Para nosotros, los bolivianos, es algo cultural, en donde el 1° de noviembre los recibimos en las casas a los muertos y el 2 los despedimos. Nosotros no los olvidamos”. Si bien él toma la palabra, ella interviene: “Estos dos días rezamos, ofrecemos un responso. Todos sabemos que un día vamos a terminar acá. Yo tengo a mis muertos allá (en el Estado Plurinacional de Bolivia), pero yo lo acompaño a él, y rezo acá por los que quedaron”. 

En eso coinciden gran parte de los entrevistados: el cementerio es un lugar fuerte, sagrado, bendecido, habitado por energías específicas. Posee una fuerte carga espiritual y simbólica, y en este caso una suerte de “sucursal” habilitada para que este día sea dedicado, aunque sea a la distancia. El intento, por esta jornada, es que sea ornamentado como los que ellos recuerdan y poder desarrollar sus “tradiciones con tranquilidad. 

De acuerdo a lo relatado, ni bien vuelven a su ciudad, una de las primeras cosas que hacen es visitar a los vivos, pero también a los muertos en el cementerio. No es referido con tristeza, ni como un peso, por el contrario, también es ir a “saludar”, a presentar los respetos, porque el alma está circulando, observando, ayudando. El cementerio es un espacio que facilita la comunicación. 

Recuerdan que en sus casas, a la vuelta del cementerio, cuando alguien muere, cocinan un plato especial llamado “arvejas” o “ají de arvejas” que es similar al locro: un plato de cacerola que se mantiene y es fácil de recalentar y darle gusto con especias. Contiene arvejas, pero también garbanzos, piel de chancho y otros ingredientes que cumplen con el concepto de “funeral foods” que tiene como principal objetivo reconfortar y tranquilizar a los deudos y sus visitas que van llegando para renegociar los términos de sus vidas sin el fallecido. 2  

Aquí el tiempo es una variable sumamente importante que se relaciona con los años del fallecimiento. Es decir, siempre se trata de asistir al cementerio, pero son más importantes y de carácter obligatorio si el muerto es reciente y en los primeros tres años.3  

Ya el sol pegaba fuerte al mediodía. Bajé a buscar un vaso de agua, y se observaba que los grupos que llegaban se hacían más numerosos. La inspección de las cajas y bolsos, ya no solamente era realizada por la Policía de la Ciudad, sino también por agentes de civil. Un intercambio de palabras fue subiendo de tono entre periodistas de la comunidad, medios alternativos, y estos agentes de civil que amenazaban con denuncias. También había empleados identificados con la Defensoría del Pueblo, que mediaban y buscaban establecer un diálogo entre las partes. Mencionaban una reunión amañada del lunes anterior, y una autoridad del Cementerio, se apersonó, agitó más las aguas, gritando que todo el despliegue era para él, y su estructura una “rotura de pelotas (sic). La discusión se encontraba relacionada con la posibilidad de tomar fotos y la autorización que debía ser otorgada previamente, pero sin haber quedado claro dónde y cuándo había que hacerlo. 

Volví al área de las tumbas. Las conversaciones que entablamos, a menudo, eran interrumpidas por personas que se acercaban y decían: “¿Te lo rezo?” y con la aceptación de la familia el allegado comenzaba en voz baja a orar tres Ave María y tres Padres Nuestros, que era lo acordado. Una vez terminado, la mujer mayor del grupo iba preparando galletitas, alfajores de maicena, rebanadas de torta y algún pan, en bolsas de plástico que se le regala al que se detuvo a dispensar la oración. Esto era proporcionado con abundancia, especialmente a los niños que estaban por todo el cementerio, y que iban juntando las golosinas que los distintos grupos les iban proporcionando, después de rezar  

La acción durante el día tiene un componente profundamente religioso, así como también de reunión: Se hace un responso, un agradecimiento, una oración. Se siente que ellos están conmigo, es como un cumpleaños, un día de fiesta, de reunión. Yo lo siento así. 

El cementerio se llena de colores. A los ornamentos que tachonan el paisaje, se suman los paraguas y sombrillas pequeñas que se van abriendo haciéndole frente a un sol implacable, mientras que otros grupos se acercan a los escasos árboles que están dispersos. En esos espacios también se tienden telas donde se posicionan los panes, porque no es necesario tener un muerto en ese cementerio: algunos me contaron que sienten que tienen que concurrir y dejar un ramo de flores en tumbas que vieran abandonadas o simplemente compartir. 

También, de tanto en tanto, se escucha una banda de música, contratada por la familia que toca las canciones que le gustaban al fallecido. En otras oportunidades observamos por lo menos cinco grupos distintos que rotaban por las tumbas y la nichera mayor, o algunos bafles que reproducían en volumen medio, pero este año parecen haber menguado. 

Otro sonido que irrumpía era el sacerdote del cementerio que pasaba con un altavoz anunciando la misas en el pórtico central. Una señora, con una foto y flores, se le acercó pidiéndole que se acercara a la tumba, pero él amablemente le explicó que estaba solo “con todo y no podía cumplir con los pedidos individuales, que lo disculpara. Otros años he observado hasta cinco curas y monjas que asistían durante la jornada. Porque, además, el cementerio tenía que seguir trabajando y a las 11 de la mañana hubo que atender un servicio y su respectivo entierro. La muerte no espera ni conoce de días especiales. 

Una joven con su hijo a upa me decía: para nosotros nunca mueren, nos acompañan, nos cuidan, le pedimos al papá que nos ayude cuando tenemos un problema. De estos testimonios surgió un aspecto que nunca habíamos escuchado en las entrevistas realizadas desde 2014 y que se relacionaba con el perdón: 

: Acá venimos, hablamos, hablamos de nuestras vidas, del pasado y cada año que pasa nos vamos perdonando, él a mí, yo a él. (Habla del esposo) 

Y si hizo algo muy malo, ¿Qué se hace?  

: Es que venimos a reconciliarnos, a que nos perdonen y los perdonemos, ambos. El tiempo lo cura, porque ya no te acordás de los feos momentos, además no sabés como la estará pasando allá (en el otro plano). Hay que ayudarlo en el recorrido. No hay imperdonables. A último momento, todos se arrepienten y uno viene acá para decirles “tranquilos”, que se vayan nomás, que no sufra el alma.” 

La tarde empieza a caer, pero el ambiente se encuentra poblado de risas, charlas, encuentros, retazos de canciones y rezos, gente hablando sola frente a la tumba, acariciando el epitafio, limpiándolo. También de olores a quemado, mezclado con perfumes. Eso no lo había visto en las otras visitas, pero no era nuevo: sobre una pared de azulejos y una cruz en el medio, algunos hombres prenden velas blancas tratando de reparar la brisa en las paredes bajas que rodean una serie de orificios de ventilación de la fosa subterránea. “Es para recordar a nuestros muertos. Menos mal que vino mi hermano (señala a un joven a su lado recién llegado de Bolivia); yo ya me estaba olvidando con tanto trabajo. Pero él vino hace poco y me dijo que viniéramos, es que uno con tantas cosas…pero acá estamos”.  

Algunos comienzan a levantar sus pertenencias y vuelvo a recorrer el cementerio a fin de saludar a los que me había dado su tiempo, y ahora con más confianza pregunto algo sobre lo que me costaba (a mí): los sentimientos. Ya se percibía en el aire, un ambiente de felicidad, pero también me preguntaba ¿quién soy yo para decirlo? Las respuestas fueron contundentes: “feliz”, “aliviada”, “relajada”, “bien, mejor”, “alegre”, “me da satisfacción, venir, visitar al abuelo y después al papá, a rezar, a traer todo lo que le guste, “a traer flores a las almas”, a encontrarnos”, a recordar”.  

Ya todos empezamos a juntar las cosas. La salida nos deja en la avenida Castañares, donde algunos vendedores ambulantes de helados y un postre a base de gelatina, circulan entre las camionetas de la Policía de la Ciudad. Las paredes externas del cementerio están llenas de velas consumidas y decoloraciones por viejos fuegos: los perímetros son los lugares preferidos para realizar “trabajos” de hechicería, unión de parejas y posibilidades laborales. Llegando nuevamente a la entrada observo que hay muchos puestos y altares con fotos y biografías resumidas de muertes injustas, y una bandera de Negras Indígenas Racializadas y Disidencias y de Ayllú Sartañani (Comunidad Levantémonos). La actividad de los que llegan sobre la hora es a un ritmo rápido y vertiginoso, las puertas se cierran implacablemente. 

Es que la mentalidad neoliberal percibe estas ceremonias y rituales como una pérdida de tiempo que podría ser productivo, trabajando. Los entrevistados han mencionado que, en varias oportunidades, no habían podido concurrir porque sus jefes no los dejaban, ocasionándoles un gran pesar que solo podía reparase al año siguiente con su asistencia. El modelo capitalista oculta la muerte, le repugna, mostrar la pena es de “mala educación”,4 por esa razón la encierra y la desplaza de la vida cotidiana. Las reglamentaciones laborales establecen un tiempo específico de licencia, de acuerdo a la proximidad del difunto, racionalmente determinado, pero aún no hemos indagado en las condiciones en la que se establecen en trabajo precarizados e informalesAsimismo, en otros niveles de análisis esta forma de concebir la muerte, las almas, las relaciones de parentesco, la ancestralidad, la correspondencia con el entorno y la comunidades concebido como atrasado y subalterno a cultos oficiales. Cree entenderlos a partir de registros y esquemas de referencia, como la película “Coco, y consumos culturales “cool” como el Día de los Muertos en México, bajo el paraguas conceptual de lo folklórico y lo pintoresco. Pero con los bolivianos es otra cosa. De manera que la música, los colores vivos, la comida y el clima de alegría del encuentro entre los vivos y sus muertos, por un día, requiere de un control estatal que “permite” y “despliega” todo un operativo simbólico y material, con una mirada de desdén y agentes cuidando que los instintos” y los “sentimientos” no se descontrolen. Ya lo sabemos, al neoliberalismo no les gusta Fla alegría, y mucho menos la que no pueden clasificar, y aún menos la de los pobres.  

 


(1) Canelo, B. (2006) “Migrantes del área andina central y Estado porteño ante usos y representaciones étnicamente marcados de espacios públicos”. Informe final del concurso: Migraciones y modelos de desarrollo en América Latina y el Caribe. Programa Regional de Becas. CABA: CLACSO.

(2) Cann, C. (2018) Dying to eat. Cross cultural perspectives on food, death and the afterlife. Kentucky: The University Press of Kentucky. Rogak, L. (2004) Death warmed over. Funeral Food, Rituals, and Customs from around the world. Berkeley: Ten Speed Press.

(3) Fernández Juárez, G. (2010) “Almas”, apxatas y “ñatitas”: el ciclo ceremonial de Todos los Santos en el Altiplano aymará de Bolivia”. Jornadas sobre Antropología de la Muerte. Identidad, creencias y ritual. Madrid: Museo de América.

(4) Ariès, P. (2000) Historia de la muerte en Occidente. Barcelona: El Acantilado.

 

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