Sujeto, Estado, Método
Hacia un gobierno crítico de nosotros mismos

Por Roque Farrán (CIECS, UNC, CONICET)

Me gustaría realizar un breve ensayo de historicidad para mostrar cómo ciertas dicotomías típicas que nos atraviesan, a veces, pueden suspenderse y dar lugar a un pensamiento material del tiempo; algunas de ellas son: individuo/colectivo, teoría/práctica, ontología/historia, acontecimiento/estructura, autonomismo/estatismo, ensayo/artículo, periodismo/investigación, etc. Desde hace años vengo investigando y escribiendo en distintos niveles y espacios de producción, siempre junto a otres, con distintos grados de proximidad y distancia, acuerdo y desacuerdo; en el cruce, digamos. Quizás este ejercicio también le pueda servir a alguien para resignificar o recomenzar el suyo y encontrarse con otres por fuera de las dicotomías que habitualmente nos separan.

El título de arriba de alguna forma podría condensar este trayecto y su resultado provisorio.

En la tesis de doctorado trabajé el concepto de sujeto en Badiou, Lacan y algunos otros (Badiou y Lacan: el anudamiento del sujeto, Prometeo, 2014). Plantear un concepto de sujeto descentrado de la consciencia y la acción intencional, así como de las simples sujeciones o coacciones estructurales, me parecía clave para pensar los dilemas de nuestra época. Allí se esbozó un primer nudo, no sólo del concepto de sujeto con otros conceptos (acontecimiento, acto, intervención, verdad, etc.), sino entre prácticas y campos de saber diversos como lo son en efecto la filosofía, el psicoanálisis y la política. Pensar en términos de anudamientos se revelaba muy productivo para superar dicotomías conceptuales y disciplinares típicas. En términos de coyuntura política, ideológica y teórica, se planteaba por entonces la discusión entre el autonomismo y el estatismo: la distancia que debía asumir el sujeto político respecto del Estado. Por este motivo, el desplazamiento teórico me llevó a indagar formas de articulación que no se redujeran a la simple oposición entre sujeto y Estado. Comencé a trabajar sobre otras formas de pensar el Estado que no respondieran a los típicos planteamientos de la teoría política, sino que lo hicieran a través de elaboraciones filosóficas y psicoanalíticas un poco más complejas: otra vez acudía a Badiou y a Lacan, para dar cuenta de tensiones inherentes a la institucionalidad, la ley o la estructura, pero también empezaban a aparecer más fuertemente los nombres de Althusser y Foucault, entre otros (Aparatos Ideológicos de Estado, racionalidades políticas, razón de Estado, etc.). En las discusiones respecto a cuál era el lugar del sujeto en relación a la ley, el orden simbólico y el estado de situación, aparecía una y otra vez el problema del método en el uso de la teoría: cómo delimitar lecturas válidas, lecturas rigurosas, lecturas singulares que no fuesen simplemente repeticiones esquemáticas o aplicaciones dogmáticas de lo ya hecho por los maestros. Otro nuevo desplazamiento y rearticulación de las cuestiones anteriores: surgía así el problema del método, entre el sujeto y el Estado (y una nueva publicación daba cuenta de ello: Nodal. Método, estado, sujeto, La cebra/Palinodia, 2016). Se afirmaba cada vez más, a su vez, una perspectiva decididamente materialista que no sólo tuviese en cuenta las heterogeneidades en los objetos y tópicos estudiados sino en el modo mismo de hacer teoría e investigar: la implicación del sujeto que lo lleva a cabo. Correlativamente, por el cambio de coyuntura política: ascenso de gobiernos neoliberales y reaccionarios en varios países del mundo y especialmente en Latinoamérica, las discusiones y el conjunto de la problemática teórica también se desplazaban.

Hadas de alambre de Robin Wight
Hadas de alambre de Robin Wight

Llegamos así casi adónde nos encontramos ahora: el presente dislocado, fuera de quicio. Emerge entonces con fuerza la cuestión crítica y autocrítica (“¿por qué se perdió?”, “¿cuáles fueron los errores?”, etc.). Vuelvo a tematizar por ello el problema de la ideología y el régimen de verdad, con Althusser y Foucault: elementos que permiten entender materialmente las inercias subjetivas que exceden el mero racionalismo y el voluntarismo clásicos, la pretensión puramente explicativa y pedagógica que impregnaba la llamada “batalla cultural”. Un nuevo desplazamiento se desprende de lo anterior: con Foucault es posible pensar la diferencia ética, entre lo político y lo filosófico, a partir de las prácticas de sí; en particular, a través de la escritura de sí, es posible un uso diferencial de las redes sociales y otra disposición ético-política hacia las nuevas tecnologías (otro libro da cuenta de esos movimientos y reformulaciones: El uso de los saberes. Filosofía, política, psicoanálisis, El Borde Perdido, 2018). Además, anudando las cuestiones relativas al Sujeto, el Estado y el Método (más la ideología y la ética en sentido materialista), emerge un punto nodal que permite la articulación de todo lo anterior: la noción de gobierno. El gobierno de sí y de los otros. Más que una autocrítica, la noción de gobierno bien entendida, como la explora el último Foucault, nos permite ejercitarnos en la crítica histórico-ontológica de nosotros mismos, en todos los niveles posibles: formativos, políticos, terapéuticos, comunicacionales, jurídicos, etc. Por supuesto, son investigaciones que Foucault dejó inconclusas tras su muerte y que se resignifican desde lo actual, desde los recorridos hechos y otros por hacer, en este presente incierto de la coyuntura latinoamericana que nos toca vivir (y quizás más allá de ella). Llego así, luego de este recorrido condensado, a la postulación de un método propio, método de métodos o combinación metódica de prácticas, que llamo “Nodaléctica”; por el cual trato de conjugar y hacer compatibles filosofía, política y psicoanálisis en múltiples niveles (de allí el título del último libro: Nodaléctica. Un ejercicio de pensamiento materialista, La cebra, 2018).

Este trayecto singular tiene momentos más individuales y momentos más colectivos, momentos de soledad y otros de acompañamiento, momentos próximos a la vida y otros a la muerte, momentos jalonados siempre por decisiones e intervenciones puntuales en torno al deseo de deseo que nos moviliza; esos momentos se encuentran indisolublemente ligados y no tiene ningún sentido oponerlos. Por eso el grupo de investigación en el cual me incluyo un tanto afuera, en un punto ex-timo, fue también un lugar privilegiado donde elaboré buena parte de este trayecto y, por eso mismo, coinciden los títulos de las publicaciones (en ese mismo orden: sujeto, estado, método), aunque no necesariamente los motivos, diagnósticos y articulaciones que he propuesto. Un nombre propio, si se ha vaciado suficiente del sentido-gozado, siempre se teje ineludiblemente con otros, traza constelaciones materiales de pensamiento; eso es lo que se ha llamado filosóficamente “amistad”. No importa si lo hace en función de la práctica teórica, política, científica o artística. No importa tampoco la lucha por el mero prestigio o el fatuo reconocimiento, importa en cambio el gesto singular que se ha trazado en el tiempo, aun si ya nada se sostuviera y se precipitara el fin de todas las cosas. Que caiga lo que tenga que caer.

Hadas de alambre de Robin Wight
Hadas de alambre de Robin Wight

Por último, acá es dónde me gustaría enganchar lo que he venido trazando con el régimen de aprehensión temporal que ha abierto el movimiento feminista. Una expresión muy oportuna y rigurosa a la vez, que insiste en un libro de debates sobre el feminismo, Acuerdo en el desacuerdo, es “inclúyanme afuera” (la dice Leticia Martin y luego las demás autoras vuelven a retomarla, una y otra vez). Hace tiempo insisto en esa topología extraña que es el reverso disimétrico de la lógica de excepción del soberano y el homo sacer, o sea de la “exclusión interna”. Incluirse afuera es mostrar que no hay todo ni contención absoluta, sino puro afuera y anudamientos contingentes entre partes anómalas, singulares-plurales. No sé si es anarquismo o autonomismo, no niego la institucionalidad irreductible que nos constituye porque lo que se afirma en cualquier caso es la mutua dependencia de los modos de entrelazamiento, para ser, y lo que se niega en verdad es que las totalizaciones y pertenencias institucionales sean todo lo que hay. Entonces, más bien, “autonomía relativa” y eficacia diferencial de las prácticas que exceden su pertenencia a conjuntos predicativos, a lugares predestinados, y se incluyen o anudan en el afuera. Romper la endogamia, los círculos de pertenencia exclusiva, los circuitos espurios de legitimación, para abrir a otra cosa: anudamientos que nos potencien en común. Eso también encarna, como posibilidad y promesa, un feminismo plural y popular. Sostengo así, entre varies, que el Movimiento feminista constituye el paradigma político de nuestro tiempo y que el mejor modo de acompañar su despliegue riguroso es a través de un ethos materialista y una teoría materialista del sujeto. Este es el último movimiento del trazado de historicidad esbozado que quisiera dejar abierto al concluir.

Cultivar un ethos materialista resulta necesario para elaborar una teoría materialista del sujeto. Una teoría materialista del sujeto no puede ser solamente contemplativa, comprensiva o explicativa, sino que ha de implicar ejercicios concretos que formen y transformen al sujeto en cuestión: desde la escritura hasta la invención de conceptos, pasando por multiplicidad de prácticas (políticas, ideológicas, psicoanalíticas, marciales, científicas, espirituales, etc.). Una teoría materialista del sujeto ha de implicar, ante todo, al sujeto que teoriza en su formación y por ella se transforma; cuestión que siempre sucede junto a otros, en distintos niveles, espacios, tiempos y prácticas. Sigamos el ejemplo de Marx, sin imitarlo. Así como Marx, a diferencia de los socialistas utópicos, se alejó de una crítica moralizante al capitalismo por considerarla inefectiva, y elaboró en consecuencia una crítica rigurosa de la economía política; asimismo, nosotres, tenemos que alejarnos de una crítica moralizante al neoliberalismo y su cultivo del individualismo contemporáneo, para efectuar en consecuencia una crítica rigurosa de la constitución del sí mismo y el sujeto. No basta con escandalizarnos y clamar a viva voz por los viejos valores perdidos del colectivismo y el pacto social primigenio, tenemos que trabajar sobre el terreno del adversario, invirtiendo sus mecanismos y dando vueltas sus cañones (expresión que Althusser toma de Spinoza). Necesitamos una teoría materialista del sujeto que nos encuentre implicados en cada punto de este entramado social que rápidamente se descompone. Nunca existió aquello que idealmente creemos ver en el pasado, por eso la crítica materialista no repone valores sino que trabaja sobre lo que hay para hacerlo mucho mejor. Eso es lo que brindaría los elementos necesarios, en definitiva, para un gobierno crítico de nosotros mismos: caerá lo que tenga que caer en el mismo momento en que podamos darnos el gobierno que necesitamos para ello.

 

Imagen de tapa e interior: Hadas de alambre de Robin Wight (esculturas).

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