Horacio González y el pensamiento nacional
Humanismo y peronismo: sobre un itinerario gonzaliano

Por Juan Pablo de Nicola

¿El peronismo es un humanismo? El politólogo Juan Pablo de Nicola lee a través de este vínculo entre humanismo -un humanismo crítico- y peronismo la obra del sociólogo argentino Horacio González a partir de un concepto clave -la conducción- como un modo de “invocar una nueva forma de unidad de los distritos de la vida histórica, nacional y popular”.

 

Terror

En su texto de 2018 “Humanismo y terror”, Horacio González nos anticipaba las preocupaciones que lo iban a llevar a escribir su libro, publicado póstumamente, Humanismo, impugnación y resistencia. El impulso que nace desde aquel primer texto de 2018 se encarna en el diagnóstico de un terror capitalista, el cual lo llevará a González a postular un retorno a aquello que percibe como lo más dañado y sobre lo que es preciso operar un rescate. Ese material que reclama ayuda es lo humano, la humanidad misma. El ensayista argentino afirma que el terror aparece figurado en la realización del “ideal capitalista de borrar lo humano bajo un conjunto de abstracciones vivas”.[1] Este ideal parece haber triunfado en configuraciones históricas que extrapolan los designios inherentes a la máquina al núcleo de lo humano, colapsando la posibilidad de una humanidad autoconsciente y autoproductora. En vez de ser “depositario último de las tecnologías”[2] lo humano se sujeta a la experimentación total, siendo nada más que un objeto manipulable a disposición de los avances técnicos. A través de las tecnologías digitales y la expansión de una construcción imaginaria de un yo omnipotente, la vida popular es reformulada. Las formas de la plusvalía ligadas al consumo, ahora mediante una “desconocida matemática” que escapa a lo visible, se apoderan de la “forma del tiempo, de la circulación y del pensamiento”[3], dejando fuera del mapa la promesa humanista clásica del humano que hace un mundo en el cual pueda reconocerse.

La forma de rescatar lo humano yace en la resurrección de un humanismo, aunque producido críticamente. Esto, en palabras de González, implica la recuperación de lo reversible y de las tensiones que ello entraña: tanto de los textos humanistas clásicos, que deben ser puestos en duda, como de las críticas a los humanismos que se declararon superadores de la tradición, que también deben ser puestos en duda. El humanismo, dice González, sólo puede aparecer con vida allí donde sepa criticarse a sí mismo. Es de este despliegue crítico del humanismo que González entiende que se puede extraer alguna pista de cómo podría brotar la rareté humana, tal como expresa González en jerga sartreana. Es la propia escasez la que, para que permanezca escasa, debe ser sustentada más allá de las injurias que sufre por parte del terror capitalista. Si bien González entiende que el humanismo es, en buena medida, un ejercicio de reversibilidades teóricas, éste no se desentiende de su relación con la praxis política. Por el contrario, en las últimas páginas del epílogo de Humanismo, impugnación y resistencia, proclama la necesidad de reconceptualizar, desde la izquierda social, el patrimonio cultural de las derechas clásicas no-racistas, “para reformularlo en el orbe de un humanismo crítico, es decir, de nuevos movimientos sociales y populares”[4]. González observa aquí que una parte del objetivo del humanismo crítico consistiría en revertir para las izquierdas populares una parte del patrimonio de las derechas humanistas (que no supondría otra cosa que ejercitar inteligentemente la reversibilidad sobre la que se interesó el autor en gran parte de sus escritos) para constituir un frente democrático-humanista. Desafío frente al cual la democracia no puede darse por vencida inmediatamente: “no es excusa el surgimiento de políticas de violencia étnica y la agresividad de las corporaciones mundiales, para que las democracias frentistas se consideren a sí mismas cada vez más débiles y no actúen con decisiones más osadas ante los peligros que cada día se ciernen sobre la humanidad”.[5]

Sin embargo, esta expectativa no es depositada en cualquier izquierda o en cualquier frente. Con todo el peso de su vida militante encima de sus hombros, González arriesga, una vez más, por aquel movimiento que está hoy centelleando: el peronismo. En un artículo publicado en la revista Tecla Eñe durante las discusiones sobre la unidad del peronismo situadas en el 2018 macrista, González advertía que el peronismo podía ser aquella “memoria abierta a múltiples significaciones, que deben originar una actitud interpretativa novedosa. Una hermenéutica social, democrática y de izquierda popular, regida por lo que provisoriamente llamaremos un humanismo crítico”.[6] Pero este peronismo no puede ser ya un peronismo que exija algo así como un capitalismo serio, cuando el capitalismo sólo avanza hacia formas cada vez más barbáricas. Tampoco, aclara González, puede ser un desarrollismo de izquierda que se maneje “con escuadra y tiralíneas”[7] o un progresismo que se proclame como variación de tal o cual socialismo. Las formas que debe adoptar este humanismo crítico peronista, avisa tímidamente el autor, debe invocar una nueva forma de unidad de los distritos de la vida histórica, nacional y popular para combatir los “rostros del terror que producen, mancomunados, las alianzas financieras, comunicacionales, jurídicas y estado-represivas”.[8]

A modo de rastrear aquel material al que González le deposita la capacidad de reencarnar un humanismo crítico en sus inflexiones políticas, propongo rastrear el vínculo entre humanismo y peronismo en algunos textos de la obra de González. Para eso, me voy a ocupar del concepto de conducción, para luego pasar a tratar sucintamente dos imágenes humanistas: la justicia social y la destrucción del hombre argentino.

Conducción

El problema de la conducción es central en la obra de González, en ensayos que van desde 1971, pasando por su libro Perón del 2007 y llegando a su libro póstumo sobre humanismo. Un joven Horacio en 1971 escribía en la revista Envido un texto llamado “Humanismo y estrategia en Juan Perón”, en el cual decía que la primacía de lo político es algo que debe ser producido. Contra cierta idea posfundacional que vendría posteriormente, que supondría que lo político es siempre-ya ontológicamente anterior a su configuración social, este joven González nos dice que la primacía de lo político no está garantizada. Es algo que el humano debe poner en la historia, para hacerse origen y destino de ella. En tal sentido, el humano, si es verdaderamente humano, aparece como centro de la política, antes que como la reducción a un elemento más de las relaciones económicas capitalistas. En palabras de González, el conductor es quien “cree en el hombre político, pero no en la esencia del hombre”.[9] El hacedor de humanidad en este planteo es Perón, quien se ocupa de producir esta primacía de lo político mediante la conducción. O, como enunció el mismo Perón, es que en política de lo que se trata es de ponerle montura a la historia.

No obstante, la conducción no adquiere un único sentido. Perón era, para González, antes que otra cosa, un conductor del lenguaje. Era el cuerpo mismo de la reversibilidad de sentidos, donde la ironía se ponía en juego en sus frases, que eran plausibles de ser conducidas de un lado al otro. El conductor era, también, un amante de la paradoja. Vivía de las contradicciones y conducía contradicciones, tanto las que hay en el interior de las tropas del movimiento como las que hay entre el movimiento y sus enemigos. Como dijo Perón en su “Discurso a los maestros”, hay que acostumbrarse a manejar el desorden. El conductor es quien puede, estratégicamente, hacer creativas las contradicciones para poner al pueblo como sujeto activo de la historia. Es quien debe intentar y, para eso, presuponer, que los humanos hacen la historia. A este respecto, dice Eduardo Rinesi que este es el modo en el que González interpretó siempre el peronismo: porque aunque estemos invadidos por la no-continuidad, la no-adecuación entre las palabras y las cosas, es este mismo malentendido el que nos exige, aunque “la historia sea siempre una mascarada” que es en esa “historia, sin embargo, que hay que actuar”.[10]

En otro texto llamado “El general de la conciencia desdichada”, publicado en 1985 en la revista Unidos, González recupera la idea de la conducción, pero exponiendo los dilemas internos que la acechan. Allí, decía que el General, aquel Uno que todo quería contenerlo, estaba dividido en dos. Su primer espíritu pretendía, mediante el arte de la conducción y sus hechizos prestidigitadores, postular unidades indivisas, totalidades reconciliadas que equilibrarían las contradicciones de la nación argentina más allá de la sangre y el tiempo. Inclusive a punto tal de, al final de su vida, llegar a hablar de la humanidad con el tono de un universalismo áureo. Pero su otro costado insinuaba otra cosa: allí donde imaginaba totalidades cerradas, producía divisiones, conflictos o provocaba exclusiones como la de 1973, eso que la conducción parecía, en primera instancia, no poder admitir.

Es que, como advierte González en su libro póstumo, la conducción es, antes que un significante vacío laclausiano, el equivalente conceptual de la figura hedónico-trágica del jefe, en la cual Perón se habría inspirado en sus apuntes de historia militar. El conductor debía, a cada paso, explicitar sus ansias de unidad y de totalidad, formulando utópicamente el ideal de una comunidad organizada. Pero, para saberse conquistar al pueblo, el conductor debía hablar de Unidad, al mismo tiempo que la alteraba. Ese es, dice González, el secreto de la política. La dualidad del conductor le permitía garantizar la primacía de la política: mientras imaginaba la utopía humanista de la nación reconciliada, la aventura de su realización consistía en alentar que una fractura social se abra para que aquellos que fueron excluidos de su parte puedan, ahora sí, tomar parte en aquella batalla. El jaque mate del conductor consistía en esto: “sus metáforas organicistas dejaban en penumbras las tragedias que las animaban”[11], disimulando la herida interna que daba chispa al movimiento.

Es este malentendido en el que consistía el peronismo que, para González, daba lugar a la historia. El peronismo entendió qué era esa cosa difícil, la política, a través de la praxis de la conducción. ¿Qué es la política sino la diferencia, aquel movimiento de luxación que permite entender mal algo que se quiere reducir a lo mismo? Pero la tragedia del Conductor se debía a sus artificios retóricos, a este manejo estratégico de la reversibilidad, que al mismo tiempo era su virtud y su tragedia. Porque en el intento de conducir a través de sus palabras, había algo de ella que resistía: un excedente de facticidad que obstaculizaba las utopías enunciadas a través del lenguaje. Ese excedente no

es ni más ni menos que la historia, en la que se daba largos baños la conducción, pero en la cual no podía evitar embarrarse.

Imágenes humanistas

En la aventura de la conducción, el peronismo no dejó de producir imágenes humanistas, que para González constituyen apéndices que pueden ser rescatados como mitos para pensar un humanismo popular e intelectual. Uno de ellos es la idea de justicia social. Surgida del legado de Evita, un polo dramático que excedía productivamente la tesis peroniana de la conducción, la justicia social aparecía como una utopía con un telos humanista, que permitía imaginar una sociedad compleja articulada por un sentimiento comunitario de solidaridad que iba más allá de sus rasgos distribucionistas. La justicia social fue uno de los disparadores de la imagen positiva de la comunidad organizada, que pretendía asegurar de antemano “la parte que le correspondía a los que no tienen parte”.[12] Este es uno de los elementos humanistas que, según González, se impregnó rápidamente en los poros de la sociedad argentina.

Otra de las imágenes que recupera González es, diríamos, una imagen negativa, la de la destrucción del hombre argentino. En su retorno del exilio, Perón diagnosticaba que el Hombre argentino se encontraba herido por el “desmantelamiento del Estado social, de una comunidad imaginada bajo el signo de la organización”[13], debido a la introyección de componentes exógenos en la economía nacional, que irían despuntando sociedades de mercado con grandes triunfadores y grandes perdedores. El grito que exclamaba Perón pedía auxilio por aquello que se encontraba dañado: la humanidad en su singularidad argentina.

Sin embargo, al mismo tiempo que González plantea las virtudes del humanismo peronista, también avizora un desafío: la misma idea peronista de la conducción como situándose más allá del bien y del mal es la que permitió, por ejemplo, el menemismo, que profundizó el daño a la rareza humana. Es

que el peronismo es todas esas cosas que no podemos reducir aunque queramos plantear un peronismo verdadero: el peronismo es sangre, es tiempo, es comunidad, es organización, es utopía, es hedonismo y es tragedia. Y es, sobre todo, la relación paradójica, pero virtuosa, entre todas ellas. Por eso y a pesar de eso, el peronismo es, para González, uno de los almacenes más grandes, plagado de materiales añejos y potentes de la historia nacional, que reclaman ser navegados y recuperados en aras de proveer pensamientos osados que sean efectivos en la marea de la historia.

“Porque no existe un peronismo ‘verdadero’, que sería el que depurado después de sacarles las crestas menemistas, macristas, y que al final de la larga marcha hacia el carozo, deje aparecer un Perón concluyente: tercermundista perfecto y para los más exigentes, un Cooke lector de Sartre o de Lenin. El peronismo es sólo y nada más que una memoria, y eso no es poco sin mucho”.[14]

 

 


Juan Pablo de Nicola es Licenciado en Ciencia Política (UBA), Maestrando en Teoría Política y Social (UBA) y Doctorando en Ciencias Sociales (UBA). Becario doctoral de CONICET. Docente de Teoría Política y Social II y Teorías sobre la ideología de la carrera de Ciencia Política (UBA). Estudia temas vinculados al reconocimiento y al humanismo desde la tradición hegeliano-marxista de la dialéctica.

 

 


[1] González,  H.  (2021a).  Humanismo  y  terror.  En  López,  María  Pía  y  Korn, Guillermo (comps.). La palabra encarnada. Ensayo, política y nación. CLACSO.

[2] González,  H.  (2021a).  Humanismo  y  terror.  En  López,  María  Pía  y  Korn, Guillermo (comps.). La palabra encarnada. Ensayo, política y nación. CLACSO.

[3] González,  H.  (2021a).  Humanismo  y  terror.  En  López,  María  Pía  y  Korn, Guillermo (comps.). La palabra encarnada. Ensayo, política y nación. CLACSO.

[4] González, H. (2021b). Humanismo, impugnación y resistencia. Colihue.

[5] González, H. (2021b). Humanismo, impugnación y resistencia. Colihue.

[6] González,  H.  (20  de  marzo  de  2018).  Peronismo  y  humanismo  crítico. Recuperado       de

 https://lateclaenerevista.com/peronismo-humanismo-critico-horacio-gonzalez/

[7] González, H. (2023). La revolución sin nombre consagrado. Recuperado de

 https://lobosuelto.com/revolucion-sin-nombre-consagrado-horacio-gonzalez/

[8] González,  H.  (2021a).  Humanismo  y  terror.  En  López,  María  Pía  y  Korn, Guillermo (comps.). La palabra encarnada. Ensayo, política y nación. CLACSO.

[9] González, H. (1971). Humanismo y estrategia en Juan Perón. Envido, 4

[10] Rinesi, E. (2019). Perón y el peronismo en la obra de Horacio González. Papel Máquina

[11] González, H. (2021b). Humanismo, impugnación y resistencia. Colihue.

[12] González, H. (2021b). Humanismo, impugnación y resistencia. Colihue.

[13] González, H. (2021b). Humanismo, impugnación y resistencia. Colihue.

[14] González,  H.  (20  de  marzo  de  2018).  Peronismo  y  humanismo  crítico. Recuperado      de

 https://lateclaenerevista.com/peronismo-humanismo-critico-horacio-gonzalez/

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