40 años de democracia
La democracia argentina y américa latina

Por Amílcar Salas Oroño

A cuarenta años de la vuelta de la democracia en la Argentina se vuelve necesario revisar los ciclos democráticos previos en relación a los proyectos políticos y los procesos acontecidos, para comprender el sentido de nuestra trayectoria. En esta nota, Amílcar Salas Oroño, profesor e investigador de la Universidad Nacional de José C. Paz, invita a revisitar la democracia argentina en el entramado latinoamericano, a la vez que reflexiona sobre los desafíos que se abren para delinear nuevos puntos de apoyo para la dinámica democrática.

 

La democracia y sus miradas

El comparativismo latinoamericano de las últimas décadas ha arrojado conclusiones muy interesantes sobre nuestras idiosincrasias democráticas nacionales. Ha mostrado semejanzas de los sistemas políticos, variables que se distinguen en un caso y no en otros, instituciones y mecánicas políticas parecidas, pero con efectos diferentes. Como denominador de entendimiento no se le puede restar importancia: las comparaciones nos han permitido conocernos más y mejor mutuamente, han resultado en insumos para intercambios e importaciones de reglas, leyes o teorías, o incluso han acercado a que elencos políticos de un país miraran hacia afuera en búsqueda de inspiraciones o programas.

Y así hemos pretendido tener en nuestro país a “un presidente como Alan García” y organizar caracoles zapatistas. Durante años se hizo extensivo el modelo del Presupuesto Participativo (de Porto Alegre) en varias ciudades y provincias argentinas (con sus debidos reajustes institucionales). El “buen vivir” ecuatoriano pasó a ser estudiado como instigación conceptual con financiamientos del CONICET. Del federalismo mexicano incorporamos el senador por la minoría, del brasileño que hubiera 3 por provincia. Hasta Chávez se dio el gusto de transmitir su programa desde el playón de la TV Pública en el 2004. Y en distintas direcciones ideológicas, este año hace algunas semanas, no fueron pocos los políticos argentinos que se entusiasmaron con la reciente propuesta de modalidad penitenciaria del salvadoreño N. Bukele. De afuera para adentro, y viceversa, el tránsito fue intenso: en estos 40 años de democracia argentina América Latina ha entrado (y salido) muchas veces de nuestras referencias, nos ha acompañado. Con destaque para un período que quizás fue aún más intenso –por la mayor comunicación entre los presidentes de la región de aquellos años– allá por la primera década del nuevo siglo; algo que muchos autores definieron en su momento como el “nuevo giro político latinoamericano”.

Más allá de este juego de inclusiones y exclusiones, a fin de cuentas, toda democracia va a depender de un ejercicio de este tipo, los balances ex-post casi siempre estuvieron marcados por dos aspectos negativos, analíticamente resaltados (siempre que hubiera una ocasión para hacerlo) por los mencionados comparativistas. Por un lado, como parte de una trayectoria más amplia y general de “deriva” y “retroceso de la democracia latinoamericana”, cuyos aspectos de (debilidad en su) “consolidación democrática” –apuntalada por un carácter “delegativo” de la autoridad presidencial– se proyectaba o bien en las “inestabilidades políticas” crónicas o bien de los “déficit del desarrollo económico y social”. Así, la “degradación democrática argentina” sería parte de un proceso histórico latinoamericano más amplio, de reiteradas inconductas y baja institucionalización que, como en épocas pretéritas, encajaba perfecto en ciertos argumentos culturalistas.

Del otro lado habría una particular interpretación, también negativa, que supone que la “latinoamericanización de la Argentina” es una dinámica tan corrosiva que fue contagiando los pocos elementos singulares (puros) que teníamos, de manera tal que, por la envergadura de los problemas, cada vez se hace cada vez más dificultoso salir de los mismos. Aquí la “latinoamericanización” es el verdadero estigma: es ese lastre que no comprende la importancia de seguir la opción de un genuino “realismo periférico” frente a EEUU, que se adormece frente al ingreso de millones de ciudadanos extranjeros (latinoamericanos) al territorio, que se verifica en la ineptitud de las mentalidades dirigenciales, tan lejanas a las de los “países serios”. La “latinoamericanización de la Argentina” como la constatación de un estado de situación que identifica –nuevamente, los comparativistas – 40 años de democracia como la certificación del subdesarrollo.

En este punto, valen algunas aclaraciones. En primer lugar, es imposible no ser severos frente al panorama social, económico y político argentino actual; la mayoría de los indicadores son muy preocupantes. No sólo porque llevan varios años en una misma dirección declinante –sea en términos económicos, desde el 2018 con más velocidad; sea en términos políticos, desde la pandemia, y los vacíos de la decisión/autoridad– sino porque no hay demasiada claridad sobre cómo y cuándo se irá a revertir la tendencia. Contexto que impacta directamente sobre esa “naturaleza democrática” que se supo construir, en la estructura de competencia política, como arquitectura institucional de vínculo entre los poderes públicos, como socializador de los términos y lenguajes circulantes del ciudadano, entre otras tramas. En segundo lugar, porque si se desagregan algunos índices específicos sensibles del panorama global –como pueden ser los niveles pobreza, la proporción deuda/PBI o el crecimiento de empleo informal– se constatará que son resultados peores que la media de los países latinoamericanos en la última década, con lo cual la “latinoamericanización” no sería tal, o en todo caso sería algo a lo que deberíamos aspirar. De cualquier forma, el grado de deterioro social es de una densidad que es imposible que la supraestructura política no se vea afectada.

Democracia, neoliberalismo y fascistización

Si es cierto que en la anatomía del hombre se encuentra la clave de la anatomía del mono entonces el panorama (democrático) actual debería también permitirnos revisar los ciclos democráticos previos, entenderlos mejor, comprender el sentido de nuestra trayectoria. Ver también en qué medida esos procesos fueron delineados por proyectos políticos específicos, con efectos específicos, determinantes. Porque no se puede reconstruir los términos de la dialéctica sin ambos elementos, proceso y proyecto, aunque nos exponga nuestros límites creativos democráticos que supimos imaginar en estos 40 años. Porque está claro que hubo también un déficit en el plano de los diseños y propuestas: más allá del Consejo de Consolidación de Democracia de R. Alfonsín, cuyas competencias eran reducidas, se podrían tan sólo destacar otros dos momentos estrictamente propositivos, creativos: la Reforma de 1994 –que vino ajustada por un “núcleo de coincidencias básicas” amañado– y la promulgación de las PASO bastante tiempo después, cuya ingeniería comienza hoy a tener cada vez menos seguidores. No mucho más en términos de diseño institucional democrático: alguna iniciativa aquí, otra allá, alguna ley subnacional; en el ejercicio comparado, bastante poco.

En líneas generales, pueden distinguirse cuatro momentos en estas décadas para la democracia en la región, congruentes con las secuencias observadas en el caso argentino. Un primer momento de reorganización y transición democrática, marcados por el fervor del ingreso a un “nuevo orden democrático” y las presiones corporativas que enmarcaron los tiempos e iniciativas de aquellas decisiones públicas; un segundo momento, ahora de comunicación entre democracia y neoliberalismo, con los desajustes sociales que les imprimieron a las sociedades resultantes esos cambios y los mecanismos de respuesta que surgieron –con desenlaces convulsionados (como nuestro caso, o el ecuatoriano) –. Un tercer momento de encuentro entre Estado y democracia, con una agenda política ampliada y fortalecida por la recomposición de la autoridad presidencial, con un desplazamiento inaudito hacia la región, por un lado, y hacia una revisión de las mentalidades políticas periféricas, por el otro.

Finalmente, la etapa actual, quizás más compleja que las anteriores, donde se posicionan –desde J. A. Kast a J. Bolsonaro, de J. Milei a G. Lasso, con J. Añez, A. Giammattei, D. Boluarte, entre muchos otros y otras – un coro de voces que incorporan, a veces sin demasiados rodeos, la crítica a la democracia como puntal discursivo. No hay una impugnación directa a la instancia electoral –salvo algunos casos– pero sí a los resguardos del voto: los partidos, los canales de negociación política, esas ritualidades democráticas que permiten identificar gramáticas similares de conversación y definir la construcción de objetivos políticos comunes. Para estos sectores, que hoy representan casi 1/4 de los sistemas políticos latinoamericanos, las mediaciones son secundarias, hasta innecesarias. No encuentran ninguna ventaja ni valor en el trabajo y el oficio democrático, como tampoco en el apego a las “palabras de la democracia”; son sujetos políticos no democráticos dentro sistemas que aún pretenden serlo (y aquí también hay gradaciones).

No está muy claro si esta fascistización (política) incentiva determinados discursos (en las redes sociales) o es a la inversa: si es precisamente esa superexpresividad de las redes la que refuerza estas posiciones en la esfera pública. Lo que sí está claro es que parte de los problemas democráticos actuales está en esa anarquía y estridencia discursiva frente a la cual pareciera no existir demasiada reacción. Sea en un sentido u otro, la conexión entre ambas dimensiones resulta decisiva (y fue potenciada durante la pandemia). Un carácter más episódico e imprevisible, pero no por eso menos contundente, de la “protesta social” completa el contexto epocal.

Conclusión: la democracia y sus puntos de apoyo

Es muy probable que estemos frente a un nuevo período democrático en el país, con tendencias aún embrionarias y en desarrollo, pero de inocultable signo crítico. Si bien seguramente hay una confluencia de motivos, un cruce de variables se destaca: por un lado, a juzgar por los indicadores sociales, hay un agotamiento de las perspectivas de abordaje a la pobreza y la desigualdad. Como proceso de inclusión, la democracia argentina atraviesa uno de sus momentos más contradictorios desde su regreso en 1983. Así, se torna urgente que se construyan lineamientos comunes suprapartidarios, canales de entendimiento interclase, prospectivas de trabajo en conjunto entre actores sociales; una batería de acciones que logren reponer una serie de prioridades públicas que sean expresivas de los valores estimados por la ciudadanía; y si no hay claridad sobre éstos últimos, procurar acelerar los nuevos clivajes que los expresan. No se trata sólo de proponer el Estado/Gobierno que se quiere, también hay pensar la sociedad que se busca, y qué democracia la interpela mejor. Retomando la noción de proyecto y proceso: delinear nuevos puntos de apoyo para la dinámica democrática.

Por otro lado, y para darle impulso al objetivo anterior, quizás resulte provechoso observar algunas de las trayectorias en curso hoy en América Latina: la nueva “frontera democrática” trazada por Lula en relación con sus antiguos/nuevos aliados; la elaboración de una cosmovisión política original, fundamental para conectar con nuevas generaciones, como la que se propone Colombia Humana; la verticalización de comunicación política, como lo sugiere el Poder Ejecutivo en México; etc. Habría muchas otras posibilidades, incluso en latitudes más remotas; puntos de apoyos externos que modifiquen la circularidad en la que se encuentra hoy la programática democrática argentina. Puntos de apoyos que permitan robustecer nuestro debate político con más opciones; no para que sean meras alusiones o citas, sino para que estimulen la posibilidad de reelaborar las luchas interpretativas y políticas concretas. Porque en el ejercicio de “pensar la democracia” no quedan demasiadas opciones: nadie lo hará por nosotros.

 

 


Amílcar Salas Oroño es doctor en Ciencias Sociales (UBA), magister en Ciencia Política (Universidad de Sao Paulo-Brasil) y licenciado en Ciencia Política (UBA). Es profesor de grado y de posgrado en UBA, UNPAZ, UNMdP y UNRN. Actualmente es Investigador del IEALC (UBA), del CELAG y del CCC. Ha publicado artículos en diversas revistas académicas y contribuye regularmente en publicaciones de divulgación. De su autoría, publicó el libro Ideología y Democracia: intelectuales, partidos políticos y representación partidaria en Argentina y Brasil desde 1980 al 2003 (Pueblo Heredero).

 

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