Derecho al aborto
La experiencia sensible y la vida de una ley

Por María Pia López

Un lugar común: pensar la nación como un olvido cotidiano. Pero también es lo que no olvidamos, lo que nos esforzamos en rememorar, las palabras que compartimos, los nombres que acuñamos, las infancias que recordamos. La comunidad son las memorias encarnadas en los cuerpos, esa huella de lo común que reaparece en nuestras vidas privadas y públicas. Cada vez que ocurre la calle feminista, acontece algo del orden de la hospitalidad. La calle nos aloja, nos redime, nos encuentra, nos descubre. En la multitud somos esa energía que fluye, esa conmoción que estremece, la fiesta de encontrarnos, la amorosidad con nuestros pasados, la disposición al conflicto, la fuerza que se amplía. No toda multitud tiene ese carácter y la de la calle feminista es una experiencia en sí misma, un río vital, que arrastra lo mejor y lo peor, también en nosotras mismas. Calle que acontece y nos funda cada vez. A la vez, deja una estela de imágenes y palabras y canciones, que alimentan el archivo del presente. El acontecimiento continúa en su propia memoria, la va tramando, se deja interpretar, reconoce el pasado. 

Escribe, también, la letra de la ley. Se continúa. Ahora está en las huellas que deja en las sensibilidades que participan (tremendas huellas, en las que se sustentan muchas peleas, alegrías, complicidades, creaciones) pero también en la letra de la ley: se deja para otras, otres, que quizás no fueron afectades por esa experiencia de lo común -la calle feminista- pero que habitarán una legalidad que está signada por ella. La ley reconoce la práctica y el derecho, y es umbral para que quienes no se reconocen como feministas amplíen sus libertades. Si ya había aborto seguro en las redes de activistas y se podía acceder a acompañamientos militantes, su clandestinidad generaba condiciones de inseguridad y riesgo para miles de gestantes, que no tenían esos vínculos con la casa hospitalaria de los feminismos. La letra de la ley es parte del archivo del presente, pero a la vez, como toda ley, una instancia performativa que transforma en su misma existencia las condiciones del hacer. Aunque tengamos que discutir hospital por hospital la objeción de conciencia, aunque ninguna ley sea suficiente si no se la sostiene con política pública y esfuerzo militante, con apropiación rotunda de su ejercicio, su promulgación modifica el horizonte. Como decían les reformistas: contamos con una vergüenza menos y una libertad más. Para todes. 

Huellas sensibles, archivo del presente, ley: ahí nuestras memorias. Nos sentimos parte de un pueblo y un pueblo es un tejido de vidas, de experiencias, de palabras, de producciones, de economías. En los pueblos se conduelen las derrotas, se amasan el saber de la pelea y la astucia de la resistencia, y se inscriben a fuego sagrado las victorias. Acunamos en nuestros brazos colectivos esos triunfos. Movimientos políticos populares como el peronismo, vuelven luego de las derrotas porque hay una memoria en juego en la que, con traspiés y dolores, vuelve a activarse. Pero un movimiento así vive menos en sus liturgias y conmemoraciones que en su fuerza aglutinante, en su voracidad deglutidora, en su capacidad de tomar nuevos rumbos y aliarse siempre a una ampliación de derechos.  

El presidente cometió, en su primer discurso como tal, un fallido: quiso decir volvimos mejores y dijo volvimos mujeres. Temblamos ante la verdad que revelaba la lengua colectiva hablando en su error individual. Porque volver mujeres era aceptar que la fuerza democrática y la potencia creativa de la política argentina estaba en ese estallido feminista y que así como en los 80 el movimiento de derechos humanos parió una legitimidad nueva para el Estado y dio las batallas más fundamentales bajo el signo de la justicia; en el siglo XXI los feminismos construían el horizonte de una nueva estatalidad y, a la vez, de formas de vida emancipadas. Pero a la vez, si festejábamos el fallido es porque sabemos que mujeres es un modo de nombrar una subjetivación política y no una biología o un destino sexo-genérico. Es nombre que recupera y recoge un sin fin de diferencias y que lo decimos solo para abrir a continuación las múltiples identidades que están pariendo hoy esa historia. Volvimos, entonces, lesbianas, trans, travestis, no binaries, mujeres. La calle grita eso, nuestro archivo del presente lo recupera, la ley lo reconoce, se funda un pacto de nuevo tipo. 

La historia de los movimientos populares es menos comprensible en términos de una línea de tiempo, que con la materialidad de un compost, en lo que todo se mezcla y descompone, y no dejan de crear otros núcleos vitales. La vida respira ahí y se reproduce, y quizás cada quien piense que tal o cual componente fue lo central para la mejoría de esa tierra. Pero lo fundamental es la persistencia, la mezcla, la temporalidad recurrente, el abono cotidiano. Nuestro archivo del presente es intento de acopiar esos elementos que van alimentando el compost, esas lenguas que se van hibridando en la tierra, esas músicas que bailotean en nuestros recuerdos, esas pinturas corporales y esos modos de vestir y esos abrazos, porque si podemos narrarlos y guardarlos, seguimos acunando la revolución materialista que nos merecemos. 

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