Potencia colectiva
La filosofía, un arte de lucha

Por Roque Farrán (CIECS, UNC, CONICET)

Se podría decir que la filosofía no tiene objeto, como otras disciplinas o saberes, o bien que su objeto es el más inasible de todos: el sí mismo. El problema es que dicho así la mayoría imagina el yo, el individuo, el solipsismo y demás tópicos insalubres.[1] Por eso lo reformularía de este otro modo: la filosofía es la práctica que se aplica sobre sí misma, sobre los modos de producción de conceptos más que sobre su propia historia, sobre singularidades fuertes que han producido torsiones conceptuales en nombre propio, anudando las experiencias vitales de su tiempo a un modo único de pensarlas en común. La filosofía no es solo conocimiento, sino un modo riguroso y complejo, abierto y creativo de responder a las preguntas más urgentes de su época, replanteándolas con nuevos conceptos, llevándolas a un terreno donde sean composibles a través de múltiples procedimientos: políticos, científicos, artísticos y amorosos. La filosofía se prepara y es preparación para dar lucha en múltiples ámbitos, niveles y terrenos; sus técnicas, estrategias y operaciones son múltiples y efectivas cuando se aplican con conocimiento de causa, con el coraje de la verdad expuesta y la implicación del sí mismo, sin esperar nada a cambio. O quizás, apenas, con la idea material de ofrecer un acto implacable que sea ejemplo-ejemplar de un modo posible de decir, de pensar, de vivir junto a otros; que no es para todos obligatoriamente pero sí para cualquiera que lo desee.

En este punto incluso redoblaría mi apuesta, ante la objeción habitual de que la filosofía no define objetos de estudio como otras ciencias sociales o humanas, lo cual lejos de ser una carencia banal, muestra su verdadera potencia. La filosofía no es una disciplina, ni una profesión, ni un oficio; la filosofía es una práctica accesible a cualquiera que se cuestione el sentido común y la espontánea necesidad de que todo tenga un sentido determinado. La filosofía, como decía Althusser, no tiene objeto. Pero habría que decir con Lacan que, existencialmente, no es sin objeto; como la angustia. Es decir, no tiene el objeto banal, a la mano, construido o sensible que todos se imaginan, sino ese vacío irreductible e insoportable que no obstante, bien circunscrito, nos permite apropiarnos del plus de goce que normalmente va a las cuentas del capitalista. Ese “no sin” indica el paradójico objeto causa de deseo que nos constituye ontológicamente. No vamos a librarnos de la estupidez del goce capitalista si no asumimos esa verdad y esa práctica materialista de la filosofía. Por más crítica o conocimiento útil que se postulen para justificar la existencia de las ciencias sociales, se seguirá reproduciendo el orden existente mientras no se asuma en verdad el deseo irreductible que habita cada práctica teórica. Hacer el duelo por el saber totalizante y la metafísica de los sistemas autoconsistentes y completos, practicar en cambio el no-saber desde el vacío irreductible y la contingencia absoluta que nos habitan, no debería privarnos de captar y ejercitarnos en el saber absoluto que es su correlato: no saber cómo se darán las cosas, en efecto, no implica renunciar al conocimiento de lo singular y sus conexiones con lo absolutamente infinito. El ethos materialista de sostener ideas contrapuestas, nos da la templanza necesaria para entender los tiempos dispares de los procesos naturales y políticos en curso y para intervenir oportunamente en la coyuntura.

El saber absoluto no es otra cosa que poder encontrar lo real en cualquier parte insignificante de la materia y hacerse de eso una idea, y luego una idea de esa idea, y así infinitamente, en cualquier parte. Alcanzar el saber absoluto es tener la confianza suficiente (confianza sapiente) para que, sea lo que sea que se encuentre, no se lo subsuma a lo visto u oído inmediatamente (primer género de conocimiento); ni se lo enlace a nociones comunes secundariamente (segundo género de conocimiento); sino que se lo aprecie en tanto cosa absolutamente singular, única y genérica a la vez (tercer género de conocimiento). Conocer por su causa próxima cada cosa singular implica captar la materialidad por la cual se conecta a otras cosas en tanto multiplicidad cualquiera, sin dejar de ser única en su composición. El intelecto material es el que puede soportar al menos tres modos contrapuestos e irreductibles de entender las cosas sin sucumbir ante las contradicciones e incompatibilidades de todo género que se suscitan habitualmente.

Esto último nos conduce a interrogarnos por el género mismo de la filosofía.

La filosofía: práctica transgénero

En un artículo reciente, Virginia Cano plantea: “La filosofía es uno más de los discursos que sostienen imaginarios y ficciones regulativas sobre lo que es ser una mujer, y un varón (entre otros múltiples modos de ser), así como sobre lo que es ser un sujeto pensante, y sobre lo que significa hacer (o no) filosofía. Reflexionar sobre la potencia productiva que la filosofía como discurso del saber posee, y cuestionar los ideales normativos respecto del sexo, el género, la clase, la raza –entre otros– que ella pone a rodar, se presenta como una tarea ineludible.”[2] De esta tarea participa también el presente escrito; tarea filosófica que en otra parte he llamado “indisciplina sistemática”. Entonces no importa el género escritural, tampoco el asignado o construido, sino cómo se escribe.

Hace poco leía por ejemplo los argumentos y objeciones esgrimidas por Simone Weil a la recién nacida física cuántica: son de un rigor y una lucidez que hoy se extrañan. Bárbara Cassin o Judith Butler son dos filósofas contemporáneas también extraordinarias, con estilos muy distintos, que siempre leo. Sabemos de los olvidos recurrentes e injusticias de la historia de la filosofía, pero no hay que culpar al logos o a la razón per se, privilegiando ahora el afecto y las corporalidades; hay que disputar mejor el modo de plantear la razón, o las razones, porque el problema es cómo se producen y transmiten los saberes desde la academia actual. Siempre ha habido grandes filosofes que han practicado la filosofía con extremo rigor y sensibilidad, haciendo nudo de la palabra, el cuerpo y el pensamiento en una forma de vida consecuente. En la actualidad hay muchas mujeres filósofas que admiro, incluso algunas han sido cruciales para mi formación y lo siguen siendo: Mariana Gainza y Natalia Romé, por nombrar solo a dos amigas y colegas que me son próximas. Creo que la violencia, hoy y siempre, ha pasado más bien por dónde y cómo se autorizan los saberes y las palabras; quiénes puede hablar y quiénes no. Recuerdo varias anécdotas en ese sentido: Derrida en una discusión mandando a leer Husserl a Cixous, Foucault avergonzado por un profesor porque no pronunciaba bien el alemán, otros tantos desautorizados a emprender tesis de autores extranjeros por no manejar el idioma, etc. Vicios de academia: el problema no es cuánto se sepa de la historia de la filosofía o de los idiomas y fuentes originales, sino cómo se puede plantear con rigor y sensibilidad una pregunta filosófica pertinente, es decir, existencial y conceptual al mismo tiempo (las otras herramientas ayudan pero no son lo esencial); esto es: epistémica, ética y políticamente relevante, interpelante, movilizante y pensante. No es porque escribamos con x o con e o con minúscula o invoquemos el cuerpo y los afectos conmocionantes per se que vamos a conmover realmente el pensamiento y la sensibilidad de una época, para pensarnos en conjunto y ser mejores de lo que somos. Necesitamos pensar las prácticas con rigor, sensibilidad y audacia, para anudarlas y dar con la cifra del tiempo presente, no de manera mimética o imitativa, sino singular-plural. Cada quien con su estilo y modo. La filosofía es un práctica transgénero por definición y, también, populista.

Pues, al contrario de lo que afirma un infatuado asesor presidencial, pienso que el populismo es la filosofía de nuestro tiempo, y todo lo demás es teología. No hay rencor en el populismo, solo deseo y goce articulados en un saber racional. La filosofía es saber práctico y racional, saber sobre las causas próximas y los afectos verdaderos; aquellos afectos que producen alegría, entusiasmo y potencian las composiciones. La teología en cambio promete ilusoriamente la salvación en un más allá, en función de una causa ideal y trascendente que exige sacrificio y produce culpa, que genera la destrucción del presente y beneficios para muy pocos. Nada que ver una cosa con la otra. El neoliberalismo se ha convertido en una religión y su ideología del coaching es pura teología. El pueblo no es un fundamento trascendente; el pueblo es justamente una invención popular y transversal basada en condiciones materiales y racionales bien concretas que implican el goce, la mística, la épica y lo que se desee ideológicamente con conocimiento de causa.

En ese sentido, desde hace tiempo rescato el valor no solo político sino filosófico de algunas intervenciones puntuales de Cristina Fernández; su decir veraz parresiástico y, de manera más reciente y sorpresiva, su escritura de sí. A continuación, entonces, una valoración del gesto de escritura del libro Sinceramente, y luego una breve nota discordante respecto a la presentación del mismo en la Feria del Libro, siguiendo el ejemplo de decir veraz que ella propone.

Un libro ejemplar [3]

¿Cómo pensar lo que nos une y articula sin presuponer ninguna idea o fin trascendente? Spinoza, el gran pensador materialista y racionalista, nos dio una respuesta: causalidad inmanente. El efecto está en su causa, como el pez en el agua; las leyes y el orden simbólico no se imponen desde una exterioridad trascendental, en tanto mandatos o mandamientos superiores que repetimos como loros; al contrario, nos causan, encausan, afectan y constituyen siempre junto a otros. El gran Otro donde somos, como dicen los lacanianos, está tachado: es inconsistente o incompleto, pero quien “hace las veces de su representante” nos permite investirnos libidinalmente y hacer lazo en común. Es una operación mucho más material y afectiva que las cadenas de equivalencia laclausianas. Algo de esa inmanencia causal me ha suscitado la lectura del sorpresivo libro de Cristina y sus efectos multiplicados en cadena, en redes, en nodos. En las largas colas de espera en librerías y nuevas tiradas de libros y pedidos y compras entre varios porque la plata no alcanza pero el deseo de ser parte y tener una parte de esa escritura histórica contagia. ¿Qué van a encontrar allí? Cada quien según su deseo. Una sabiduría práctica y deseante, en esencia ético-política, que no constituye doctrina sino que invita a ser leída en el mismo gesto singular de su escritura.

Sinceramente me interrogaba el silencio y la cautela de Cristina durante estos años. Hoy lo sabemos -porque nos lo cuenta al contarse- y no podemos dejar de conmovernos en esta suerte de comunión espiritual y reflexiva de efectos de lectura compartidos que propicia: escribía de sí (y de nosotros). Foucault es quien ha resaltado la función de la “escritura de sí” en la constitución ethopiética del sujeto. Qué género extraño esta escritura de múltiples registros tramados con su inconfundible voz, escritura de una expresidenta que -lejos de la solemnidad y el aburrimiento habitual en este tipo de libros- nos llega, nos interpela, nos moviliza. Entusiasma. Sin dudas marca un antes y un después, resignifica el tiempo y su cesura: es lo que define un acontecimiento singular. Y sin dudas habrá consecuencias también, en función de ese gesto imprevisto, respecto a la verdad en juego. La verdad en tanto agujerea los saberes disponibles, como dice Badiou siguiendo a Lacan, e interpela a los sujetos a constituirse a sí mismos.

El periodista Mario Wainfeld, inspirado en una lectura rápida y a sobrevuelo del libro de Cristina (nos lo advierte en la nota https://www.pagina12.com.ar/190375-la-semana-del-libro), vuelve a remarcar en cambio lo que todos sabemos: que los indudables logros históricos de los gobiernos peronistas y kirchneristas pasan por el orden y el funcionamiento básico de la sociedad en su conjunto; y señala entonces que habría que rescatar los hechos y no los discursos. Lo que cuesta entender, por derecha y por izquierda, es que el desfasaje irreductible entre la práctica ideológica-discursiva y las demás prácticas políticas, económicas y jurídicas de gobierno se debe a la singularidad de nuestra nación y sus contradicciones inmanentes (otras naciones tendrán sus contradicciones y desfasajes irreductibles, no idealizo ninguna): ser revolucionario en Argentina es tratar de sostener un “país normal” (como decía Néstor); de ahí que inevitablemente la “verba se inflame” al buscar interpelar los sujetos de eso que parece realmente un imposible (un “sueño”).

No obstante, algo de ese “verbo inflamado” del discurso militante se ha sosegado y mejorado con la escritura. Además del hablar franco y directo, del coraje de la verdad que habitualmente sostiene Cristina en sus exposiciones, la práctica reflexiva de la escritura ha habilitado otras cosas. Sostengo entonces que la singularidad ejemplar del libro de Cristina, un acontecimiento discursivo ético-político con todas las letras, pasa por lo que habilita la escritura misma como práctica efectiva en la formación del sujeto (no importa si el registro es oral, si hay repeticiones, la autorreferencia, etc.): una constitución de sí en relación a los otros que da templanza, fuerza sosegada y despierta afectos alegres, al salir del enloquecedor discurso corriente en el que se mueven habitualmente los medios y sus cronistas. En ese sentido, tampoco hay una moderación o atenuación del discurso, sino más bien un cambio de registro; o mejor aún: un anudamiento de múltiples registros en un tiempo singular. Allí, podemos decir, algo se ha aprehendido efectivamente y, sin dudas, nos puede hacer -volver- mejores. Lo cual, al contrario de lo que opina el cronista y otros especialistas en política, pienso que sí puede interpelar a los indecisos desde un lugar distinto; sin garantías, por supuesto. En cambio, si se espera que desde la misma lógica de la pragmática político-comunicacional que nos sumerge en los peores afectos surja una posibilidad de interpelación distinta, entonces sí estamos absolutamente perdidos. Por fortuna y necesidad la causa del deseo que nos moviliza efectivamente no pasa por ahí, y el kirchenrismo se ha constituido en buena medida por la producción de esos gestos imprevistos. El saber hacer político, no obstante, opera secundariamente en función del deseo expuesto.

Mi política es la filosofía [4]

De la presentación del libro Sinceramente rescato, además de la impactante presencia de una multitud bajo la lluvia, la interpelación de Cristina a hacernos responsables por la necesidad de un nuevo contrato social junto al oportuno señalamiento de la posibilidad única para los argentinos de vivir en carne propia y confrontar en pocos años los dos modelos de país que nos han enfrentado históricamente. Atemperada en su discurso pero sin neutralidad alguna, la grieta aparece más expuesta que nunca y nos lleva a posicionarnos con todos los elementos en juego: económicos, políticos, ideológicos y éticos.

No obstante, siendo fiel al estilo enunciativo que practica y habilita Cristina, su decir veraz, voy a señalar cierta discordancia menor cuyo despeje puede ayudar a plantear en rigor el “desde dónde” renovar el contrato social, caso por caso, en función del deseo indestructible y no de identidades rígidas. Si vamos a seguir viviendo en común, ante todo, tenemos que hacernos cargo de nuestro deseo, saber escucharlo y darle lugar. Habría que agregar entonces: un contrato social de ciudadanos responsables, por su deseo.

En ese sentido, hubo un punto en el discurso de Cristina que me hizo algo de ruido, porque tiene que ver con el malentendido habitual que genera el desencuentro de las prácticas, los practicantes y los deseos en juego. Me refiero al momento en que medio en sorna, medio defendiéndose, se excusó que el suyo no era un libro filosófico porque se basaba en experiencias reales de vida y no en discusiones de congresos. Dicotomía eterna entre el concepto y la existencia. Me hizo acordar el injusto comentario de Lacan sobre Derrida, justamente en un congreso, cuando alguien quería acercar sus respectivos pensamientos y el psicoanalista dijo que sí pero no, porque el filósofo no atendía el padecimiento humano, etc. Entiendo que cada quien ve e interpreta la realidad desde donde puede: muchos lo hacen a través de las frases repetitivas y líneas editoriales que bajan desde los medios, otros se basan en su experiencia de vida, otros en los grupos de pertenencia, etc. Pero lo importante son las prácticas y el deseo, porque solo lo real puede orientarnos en medio de una realidad fantaseada y manipulada por todas partes.

Voy a contar mi experiencia personal. En este caso, lo personal también es político. Hace un tiempo me dispararon en un asalto, cuando mi hija estaba por nacer, y estuve un mes internado en un hospital, muy grave y con pronóstico reservado. Recuerdo que era un momento donde la grieta estaba muy presente y se afincaba sobre todo respecto al tema de la inseguridad, exacerbada por los medios. Recuerdo también, durante la convalecencia, haber soñado con Cristina dando sus discursos, explicando, etc. En el lamentable estado en que me encontraba, apenas podía respirar y no tenía voz, porque me habían hecho una traqueotomía; anestesiado y todo, con un sin fin de complicaciones físicas, sin embargo imaginaba, pensaba, teorizaba y hasta ensayaba unos garabatos ininteligibles, porque no tenía fuerza ni pulso ni coordinación para sostener la lapicera sobre el papel. Necesitaba hacerlo, era cuestión de vida o muerte; era cuestión de deseo. La escritura, el pensamiento, el concepto me han sostenido en vida más de una vez. Finalmente, pude salir bien de ese trance, pude ver a mi hija nacer y crecer, escribí un par de libros más, etc.

Quiero decir, siguiendo a Cristina: No soy neutral tampoco, el deseo de escritura, el deseo de filosofía, el deseo de pensar es lo que aun me motiva, en-cuerpo. Concepto y existencia se anudan irremediablemente para mí. Solo desde allí puedo conectar con otras dimensiones de lo real, otros deseos en juego, por eso jamás se me ocurriría desestimarlos o tomarlos a la ligera. Aun si sabemos que hay semblantes y protocolos, que hay que saber usarlos y demás, lo real es siempre lo que me decide de qué lado estar y qué hacer. Sinceramente, congresos o no, mi política es la filosofía. Por eso mi insistencia de no retroceder en -ni desestimar- ningún frente, atendiendo a la singularidad de las prácticas y su mutua intrincación, porque la grieta es insalvable. Un nuevo contrato social, refundacional en todos los aspectos, solo será efectivo si resulta de ello.

Addenda

Cristina acaba de anunciar la fórmula presidencial. Quizás muchos se encuentren asombrados, es lógico, pero si hay algo que ya no debería sorprendernos es el gesto materialista y práctico que ha signado y conduce históricamente el kirchenrismo. Para Spinoza, el asombro nace de la ignorancia y del prejuicio; por ende, no hace más que reconducirlos: “Así, aquél que siempre ha visto solamente ovejas de cola corta, se asombra a propósito de las ovejas marroquíes, que tienen colas largas” (TTP). El asombro nace de falsas conclusiones; las falsas conclusiones nacen del asombro. El kirchnerismo no se basa en el “poder pastoral”, no cría ovejas, por eso sorprende a los espíritus simples o enredados sobre ovillos argumentales, que no siguen las causas materiales de las cosas mismas. En un video reciente Diego Sztulwark habla sobre la filosofía como forma de vida, siguiendo a Hadot, para pensar la resistencia o incluso la lucha de clases en el marco del neoliberalismo productor de subjetividades. Sin dudas es un tópico que compartimos. Buscando otra palabra que reemplace el término “espiritual” de Hadot, se pregunta muy spinozianamente: “¿es la relación entre fragilidad y potencia? ¿Qué es lo que podemos cuando no negamos la fragilidad?”. Me parece mucho más adecuada esa expresión, incluso formulada como pregunta, que la alternativa escrita por Horacio González sobre la decisión de Cristina: “jugada maestra o astucia de los débiles”.

Trabajaremos en la implicación material que nos corresponde, asumiendo la fragilidad, en pos de volver a aumentar la potencia colectiva.

 

Poner atención: La filosofía como forma de vida // Diego Sztulwark dialoga con Amador Fernández-Savater

 

 

[1] Como expuse aquí: http://www.fmlapatriada.com.ar/ni-individuales-ni-colectivos-que-sujetos-para-la-emancipacion-por-roque-farran/

[2] Se puede consultar aquí: http://revistascientificas.filo.uba.ar/index.php/CdF/article/view/6119

[3] Este apartado fue publicado en La Tecla Eñe: https://lateclaenerevista.com/un-libro-ejemplar-por-roque-farran/?fbclid=IwAR29sAyUBb0w4FoVjFMlFNf7D5KhIDIYjC0QOqw22q6fm4jfoPXsH2ctgOc

[4] Este apartado fue publicado en el sitio Lobosuelto!: http://lobosuelto.com/?p=23184&fbclid=IwAR19O_5KXse7f7IfWozhRXJ_us11oLD2pt0E0kv7yVZjGcdD_eLZVN-gCME

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