Historia, política y antagonismos
La grieta como negación de la política

Por Diana Pogliaga (UNPAZ- UBA)

Rosas firma su rendición con la mano derecha ensangrentada, producto de una herida de bala en el campo de batalla. Mancha con su sangre el papel de la derrota, símbolo quizás del fin de la Federación. ¿Sería este momento el inicio de la “grieta” que caracterizaría a nuestro país? ¿O habrá sido cuando los aviones de la Marina Argentina, con su símbolo falangista “Cristo Vence”, bombardearon la Plaza de Mayo en el ‘55? Quizás fue cuando el General llamó “descamisados” a los trabajadores. No. Es probable que haya sido mucho tiempo atrás, cuando el Palacio Miró, propiedad de la familia Dorrego, fue demolido y en su lugar se construyó la Plaza Lavalle. ¿O habrá sido en el momento en que el pueblo fue denominado “el aluvión zoológico”? ¿Será tal vez cuando la Jefa Espiritual de la Nación llamó “mis grasitas” a los asistentes a un acto multitudinario? ¿O acaso cuando la Morocha dijo que la “patria es el otro”, o cuando su marido, en el momento de asumir, expresó que no pensaba dejar sus convicciones en la puerta de la Casa Rosada? Mejor, tal vez fue cuando supimos que el número era 30.000.

La noción de “la grieta”, tan importante en el escenario político argentino actual, fue elaborada por un periodista, el cual fuera unos de los fundadores del diario Página 12 en el ´87 y que actualmente discurre por los pasillos del grupo Clarín. Dicho periodista declara que realizó en su momento un documental sobre la dictadura del ‘76 denominado “La grieta”, y años más tarde encontró pertinente aplicar el término “a los K”, responsables –según su visión- de una separación irreconciliable entre argentinos.

En este contexto, cabe preguntarse qué es una grieta. Según el diccionario “son todas las aberturas incontroladas de un elemento superficial que afecta a todo su espesor”, a nivel simbólico se utiliza para nombrar “la falencia que atenta contra la solidez o la unidad de algo”.

La pregunta inevitable es entonces la siguiente: ¿en qué se puede comparar o asociar este concepto con la política argentina? Considero que en nada, y lo digo en serio, en nada. Porque en la Argentina no hubo, ni hay, un quiebre de algo que estaba unido y luego se abrió o se rompió. Para establecer su visión de las cosas, el periodista da por supuesto que algo estaba “unido” y luego fue resquebrajado. ¿Pero en qué consitiría esa unión? ¿Sería la patria, los ciudadanos, la clase política, el pueblo, todos los habitantes de este país? Según sus palabras, la “grieta se abrió en el 2001 entre la gente y la dirigencia política y nunca se cerró”. Quizás no sepa que lo que sí hay en esta tierras son antagonismos históricos: morenistas y saavedristas, unitarios y federales, librecambistas y proteccionistas, conservadores y radicales, peronistas y antiperonistas, kirchneristas y antikirchneristas.

Para aclarar este punto, vale la pena definir el concepto de antagonismo en el marco de la teoría de Ernesto Laclau. Para el filósofo argentino el antagonismo es la presencia de otro que me impide ser totalmente yo mismo. La relación no surge de identidades plenas, sino de la imposibilidad de constitución de la misma. La identidad es interrumpida por la resistencia del otro en el espacio público, lo cual, permitirá pensar el antagonismo como una interrupción de tal identidad. El antagonismo produce la repolitización de la sociedad a partir de un acto de subjetivación e introduce el conflicto en y por el ordenamiento del campo de representación. Esta operación implicará introducir una demanda en el espacio público y definir relaciones con otros, con aquellos que se oponen. En la teoría de Carl Schmitt el antagonismo “amigo- enemigo” supone un estado latente de guerra que no reconoce al otro en un mismo campo de representación. Lo político es aquello que hace referencia al antagonismo. Siendo su esencia la lucha, es la confrontación con cierto grado de intensidad de la asociación o disociación de los hombres, que puede llevar a la eliminación del oponente.

Sigmund Freud, en el Malestar en la Cultura, dirá que el hombre no es manso, ni amable, sino que su patrimonio pulsional contiene una cuota de hostilidad primordial que puede satisfacer “en” la agresión al prójimo. Dicha agresión será puesta en marcha de diversas maneras: explotándolo, humillándolo, martirizándolo, matándolo. El pasaje a la cultura, o sea la constitución del orden social y político, posibilitará el desplazamiento hacia la sublimación de las metas pulsionales. El médico austríaco no justifica la violencia, sino que afirma que es constitutiva del orden político, que siempre será amenazante. Según su perspectiva, no existen garantías para que el hombre pueda vivir en paz. La ley y el orden son artificios externos a la condición humana, pero a su vez su constitución depende de los vínculos que se establecen entre los hombres. La cultura, pese a su naturaleza inestable, viene a cubrir la incapacidad del hombre de ponerse límites a sí mismo.

En la misma línea, Laclau y Mouffe sostienen que el conflicto y la lucha constituyen una tensión permanente que no pretende anular a ninguno de los contendientes. En este sentido, los autores juzgan que es indispensable preservar el espacio de “lo político” de manera tal que permita la constitución del orden social. Los puntos antagónicos en el campo simbólico político, pueden ser múltiples y cualquier construcción de la subjetividad popular tiene que comenzar a partir de esa heterogeneidad para construir una hegemonía.

Una hegemonía es una articulación, una práctica que establece y organiza las relaciones sociales. Hegemonizar será recomponer estas relaciones de manera tal que terminen siendo modificadas a partir una concepción del mundo, que las ponga en relación sin hacerlas perder sus diferencias. Si pensamos, por ejemplo, en la Década Infame, los antagonismos existentes eran muy diversos: conservadores, socialistas, nacionalistas católicos, nacionalistas populares, comunistas, anarcosindicalistas y anarcocomunistas, sindicalistas revolucionarios, liberales, radicales de Irigoyen, radicales antipersonalistas, militares industrialistas y otros. Se configura un ámbito de lucha entre distintas identidades, que bregan por hegemonizar el campo de representación. Es recién con la llegada del peronismo al poder en 1946 que dichos antagonismos heterogéneos se articulan y constituyen una nueva hegemonía.

A partir de las nociones analizadas más arriba podemos acercar entonces algunas reflexiones provisorias sobre nuestro tiempo. En principio, la existencia de antagonismos implica un campo desordenado de distintas identidades en pugna que bajo ningún aspecto constituyen una unidad como podría pensarse en el caso de “la grieta”. En este sentido, la unidad sólo es posible cuando estos antagonismos se articulan a partir de una constitución hegemónica de manera contingente. Los antagonismos en la Argentina han tenido distintos modos de nombrarse y presentarse en el espacio público en diferentes momentos históricos entre el siglo XIX y el XXI. Éstos antagonismos han sido lo suficientemente profundos como para generar una pugna que condujo a configurar una verdadera hegemonía.

Lo que es cierto es que la unidad no emerge por algo positivo que comparten las diferentes demandas que se oponen al sistema, sino a partir de una negatividad que es su oposición a un enemigo común. Las demandas en sí mismas son distintas, diferentes, pero establecen su equivalencia a partir de las diversas reivindicaciones por las cuales están luchando. Esto implicará la abolición de sus diferencias, haciendo prevalecer la equivalencia. La posibilidad de representar al sistema como totalidad, depende de esa dimensión equivalencial, de “algo idéntico” compartido por todos los términos de la cadena equivalencial de forma provisoria. Afirmar la propia identidad diferencial supone incluir en esa identidad al otro, como aquél del cual uno se delimita. La lógica de la diferencia gobierna la relación entre los grupos sociales. Esto se opone a una lógica de individualización de las demandas, la cual es interrumpida por la lógica de la equivalencia que implicará la constitución de una identidad más amplia. Así, las diferentes particularidades apelan a principios universales como condición misma de su constitución.

Esta lógica puede identificarse en diferentes momentos históricos de la Argentina y el momento en el que asume Néstor Kirchner la presidencia de la Nación es un buen ejemplo. Luego de la caída del gobierno de De la Rua, el 19 y 20 de diciembre se da la explosión de las demandas insatisfechas de una sociedad azotada por la pobreza. Esta había arribado a índices increíbles, un fuerte desempleo y subempleo, una avanzada desindustrialización, crisis al interior de los partidos políticos y pérdida del vínculo entre la gente y su dirigencia política totalmente desprestigiada. El proceso que llevó a las elecciones del 2003 no fue menos traumático. Eduardo Duhalde, el presidente elegido por el Congreso en el 2002, asumió con el compromiso de pacificar el país a través del diálogo, y de reactivar la economía luego de varios años de recesión. Este gobierno de transición se vio obligado a entregar el poder y llamar a elecciones, en medio de escándalos de corrupción y fundamentalmente por la Masacre de Avellaneda, denominada así por el asesinato de dos militantes políticos, Kosteki y Santillán, producida el 26 de junio de 2002. En este contexto, Kirchner llega a la presidencia con un 22,24% de los votos, luego de que su oponente Carlos Menem, decidiera renunciar a la segunda vuelta electoral.

No cabe duda de que la crisis política era muy aguda, existían demandas insatisfechas muy heterogéneas, distintas posiciones ideológicas y variados intereses contrapuestos. Sin embargo, Kirchner consiguió dar articulación a esa realidad fragmentada. ¿Cómo fue posible?

Las identidades diferenciales estaban compuestas por los movimientos sociales, algunas asambleas barriales formadas durante el 2001 que permanecían activas, los organismos de derechos humanos, los partidos políticos, diversas entidades que conformaban el sector privado, los sindicatos, y todos aquellos que de una u otra manera se sentían perjudicados por la aplicación de las políticas neoliberales durante los ´90. En principio Kirchner logró una transversalidad a partir de la nueva política sobre los derechos humanos, al tomar la decisión de promulgar la nulidad de las leyes de Punto Final y Obediencia Debida en agosto del 2003. A su vez, la Corte Suprema de Justicia de la Nación declara la anulación del indulto a los represores de la última dictadura militar concedido por Carlos Menem.  A partir de aquí, con la implementación del Estatuto de Roma de 1998 en nuestro país, (ley sancionada en el 2006 y promulgada en enero de 2007) fue posible el enjuiciamiento a los genocidas por delitos de lesa humanidad y el acompañamiento de la lucha de los organismos de derechos humanos, con la implementación de políticas públicas, que permitiera localizar y restituir a sus legítimas familias los niños apropiados. A ello se sumó la profundización de políticas que ayudaran a saber qué había pasado con los desaparecidos de la última dictadura, la sanción de diversas leyes reparatorias y las políticas referidas a los sitios de la memoria.[i]

La articulación de diversas demandas insatisfechas de los distintos organismos de derechos humanos, de los sindicatos, algunos partidos políticos, movimientos sociales y diferentes sectores de la sociedad, logra constituir la hegemonía del campo de representación. Los profundos antagonismos de las diversas particularidades ideológicas, desde las izquierdas más radicalizadas hasta posiciones más de centro, se articularon en una unidad contingente y precaria. Esto significa que la lógica diferencial será interrumpida por una lógica de equivalencia en la que emerge el significante vacío “Memoria, Verdad y Justicia”. Aquí podemos pensar que comienza la hegemonía kirchnerista. El antikirchnerismo, por su parte, será aglutinado por el multimedio Clarín, portavoz de los que no aceptaron estas políticas, ya sea las que correspondían al tratamiento jurídico de los delitos de lesa humanidad, como las políticas económicas implementadas por el gobierno, intolerables para las corporaciones.

  • De acuerdo con la teoría de Laclau, la construcción de lo político es el resultado de la emergencia de un equivalente general que, simbólicamente, muestra la relación que se ha producido. El significante, al ser pura forma, es susceptible de ser llenado por diferentes contenidos históricamente determinados. Es el significante vacío quien da cuenta de la articulación, renunciando a su identidad diferencial a los fines de representar la identidad puramente equivalencial como algo perteneciente a un espacio en común. En nuestro ejemplo, la articulación y la universalización del significante “Memoria, Verdad y Justicia” (bandera de los derechos humanos provenientes de distintos sectores) unifica el campo social, logrando convertirse en el Significante de la representación de la identidad nacional y popular. Las demandas aglutinadas bajo este significante fueron antagónicas a aquellos que proponían el olvido y el perdón, y que eran los responsables de los hechos aberrantes realizados durante la última dictadura

Así, vemos con este ejemplo que son los antagonismos los que constituyen el campo político, no un bloque unido y rígido que algún dirigente, partido o cualquier movimiento político pueda generar o destruir. En este sentido, la grieta  es una forma cómoda de ver la realidad. Es una noción que no permite ni pensar ni hacer política. Pero sí habilita a sentirse confortable en el espacio elegido. Es la actitud burguesa de la queja, que prefiere la seguridad al combate, que busca el reaseguro del cuidado de lo propio, de lo privado, como forma privilegiada de la antipolítica. La idea de la grieta llama a no hacerse responsable de lo que cada uno ha producido, con las consecuencias que esto implica. Esta idea genera la despotenciación e indiferencia de los individuos en su participación política como verdaderos ciudadanos comprometidos con la realidad de su época. Lleva a creer que algunos son “los salvajes unitarios” o que otros caminan por los ribetes de la desesperación en manos del tirano. Sin saber o quizás sí, la grieta es el discurso del opresor. Instalar esta idea con “propiedad intelectual”, es una barbarie y decir que es posible crearla, un eufemismo. La grieta impide ver el reflejo de la historia en un acontecimiento y encontrarnos con la incertidumbre, la cual nos habilita a la constitución de nuestra subjetividad. La incertidumbre nos autoriza a preguntarnos, a pensar y a recrearnos en cada momento. La grieta, por su parte, no conoce la incertidumbre, ya que “todo” parecería estar preestablecido. Sabemos de antemano lo que va a decir el otro, y qué le vamos a responder. Eso no es política, es sólo un juego perverso en el cual nadie gana, y todos pierden, porque no hay posibilidad alguna de constituir una subjetividad acorde a los tiempos que corren.

Pensar en cambio en clave de lucha, derrumba la tranquilidad del mundo burgués, desactiva el mero resguardo de lo privado y posibilita revisar de qué modo queremos vivir juntos, cómo hacer para vivir en un mundo en el que somos tan diferentes unos y otros. Los antagonismos nos permiten revitalizarnos como identidades políticas. De lo contrario sólo nos queda la muerte simbólica de la ganancia y el provecho neoliberal. Esa muerte que parece viva, pero que te mira con los ojos enrojecidos de furia posesiva. El antagonismo es la alegría de constituir el espacio político, la alegría como la potencia de actuar y el reconocimiento de una vitalidad que trasciende la pasividad gozosa del consumo y de las redes sociales. Es la lucha la que puede constituir la representación en el campo político, la que nos hace más dignos y humanos, la que nos ofrece verdaderamente ser en un mundo en el que podamos vivir con creatividad e inteligencia.

 

[i]Sobre la Implementación del Estatuto de Roma de 1998 en la Argentina consultar, Laborias, Alexis Rodrigo, “Implementación en la Argentina del Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional“ En línea http://www.derecho.uba.ar/publicaciones/lye/revistas/88/lecciones-y-ensayos-88-paginas-43-81.pdf (Consultado el 17 de junio de 2017)

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