Por Virginia Zuleta
El pasado 8 de marzo se realizó un nuevo Paro Internacional Feminista que fue acompañado por movilizaciones en distintos puntos de la Argentina. En esta nota, Virginia Zuleta aborda el actual retroceso en términos de derechos del colectivo de mujeres y LGBTIQ+ y la necesidad de articular modos de resistencia que a la vez permitan imaginar otra forma de vida en común.
Pareciera ser que vivimos en un momento histórico de bajada de la marea feminista; esa que en años anteriores desbordaba las calles de diferentes puntos del país y del mundo. Pareciera ser que el feminismo abandonó el prime time. Incluso algunos sectores aliados cuando las elecciones presidenciales fueron un cachetazo frío rápidamente no solo llamaban a la autocrítica, sino que también llamaban a que nosotras y los grupos LGBTIQ+ hiciéramos un mea culpa porque nos pasamos dos pueblos con nuestras demandas de derechos y que todo aquello que se conquistó en términos “culturales” no lograba permear aquellos discursos que ponían el acento en la “economía”. Una cosa así como “hay que dejar que baje la marea” para seguir. Para seguir con la autocrítica en términos económicos que al final es lo que importa. Esos análisis que en general eran producidos y reproducidos por subjetividades que aun siendo aliadas no pueden entender el privilegio de portar un DNI con el género autopercibido e inclusive esto lo reducen a leer en términos “cultural” escapándose el impacto “económico” que tiene sobre la vida de las identidades trans. Como aquellos análisis que simplifican la conquista de la Ley Ive como un derecho que solo transforma una parte de la sociedad a la que pareciera ser que los problemas económicos no llegan. Pareciera ser que este momento de bajada inclusive lleva a muchas personas a afirmar que el feminismo ya no está de moda.
Sin embargo, el discurso que el presidente pronunció en el Foro Económico Mundial de Davos el 23 de diciembre de 2024 no estuvo centrado en hablar de “economía” sino en términos de “batalla cultural” y quien aparecía como blanco privilegiado de ataque era lo que denominó “cultura woke”, es decir, todo movimiento social que se configura en la búsqueda de justicia e igualdad, ya sea el feminismo, la diversidad sexual, el antirracismo, el movimiento por el aborto legal, etc. Quizás si no hubiéramos pasado por lecturas claves de la teoría feminista nos preguntaríamos ¿qué tiene que ver la “batalla cultural” con lo “económico”? Pero como pasamos por estas lecturas entendemos que la invisibilización de nuestra vida y de nuestro trabajo en términos económicos se sostiene en parte en la falsa dicotomía entre lo económico y lo cultural.
En este contexto, el 8 de marzo se produjo un nuevo paro y marcha feminista que tuvo como consigna: “Paro Antifascista, Antirracista, Antipatriarcal y Transfeminista” en continuidad a los reclamos del 1F. El eslogan bélico que promueve el gobierno con la eliminación o la destrucción del Estado tiene efectos concretos en eliminación de políticas públicas que atenuaban las desigualdades sexogenéricas. La degradación y, en muchos casos, la disolución de estas políticas pone en riesgo nuestra vida. Concretamente, en los primeros 60 días del año hubo 54 femicidios. 1 mujer muere cada 72 horas.[1] Los números no mienten. Incluso en este contexto se produce cada vez más trabajo no remunerado que recae en aquellxs que históricamente hemos realizado tareas que no son reconocidas como trabajo. Las mujeres dedican un promedio de 6,4 horas de tareas del hogar y del cuidado, el doble que los varones, y casi 8 de cada 10 trabajadoras de casas está en la informalidad.[2] Los números no mienten. Además, si entendemos que el lenguaje es performativo, es decir no solo dice sino que hace, los discursos de odio construyen, por medio de la desinformación, blancos sobre los cuales la violencia se hace cuerpo. En 2024 se registraron 140 crímenes de odio contra personas del colectivo LGBTIQ+ y el 64 % fueron mujeres trans y travestis.[3] Los números no mienten.
En este primer año de gestión del gobierno, entre otras políticas que atentan contra nuestros derechos y nuestra vida, se eliminó el Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad Sexual de la Nación (DNU 8/2023, art. 10), se puso en cuestionamiento a la ESI, se intentó disolver el INADI, se presentó un proyecto para derogar la Interrupción Voluntaria del Embarazo e incluso se cuestionó la figura del femicidio y, con esto, la violencia de género. Quizás no tiene sentido preguntarse si el feminismo ya no forma parte del prime time o si se encuentra en la cresta o el valle de la ola. Hay algo que se hizo presente en el feminismo de este 8M y que sigue vigente aun cuando no fue ese fenómeno masivo del 2015. El feminismo es un movimiento transversal, al igual que el movimiento LGBTIQ+, estamos en todos lados, en las escuelas, en las universidades, en los hospitales, somos jubiladxs, hijas, madres, hermanas, etc.
En este clima de política del shock, en el que los más variados sectores se encuentran en lucha en todos ellos, hay feministas y diversidades sexogenéricas. En la movilización desde plaza de Mayo a la plaza del Congreso de la Nación se leía en las pancartas, carteles y paredes: Por las que no están; Somos las que le estamos poniendo el cuerpo al hambre; Travajo para las travas; Ni un paso atrás; Jubilaciones dignas ya!; Al congreso le falta barrio; Vivan las docentes feministas; Marcho por las abuelas, por las madres y por los 30400 desaparecidxs; Marcho para que mi vieja no tenga que elegir entre comer o comprar remedios; En contra de la persecución de los pueblos originarios y en defensa de la tierra; e, incluso en tono burlesco, ¿Dindi istin lis feministis? y la respuesta: Acáaaa. Acá estamos las feministas.
Acá estamos en lucha contra la desacreditación de nuestra vida y existencia. La movilización para reclamar contra el ajuste y la quita de derechos que nos afecta especialmente a nosotras y a las disidencias también nos permite pensar un horizonte clave de discusión y de configuración de nuestras demandas. Por ejemplo, el fin de la “moratoria previsional” que dejará a 9 de cada 10 mujeres sin la posibilidad de jubilarse es algo a discutir. Como así también traer la discusión feminista sobre la deuda es clave en vísperas de entrar en un nuevo acuerdo con el FMI vía DNU. Si bien la política del shock que lleva a cabo el gobierno tiene como efecto agobiarnos, desgastar los lazos sociales e instalar una violencia capilar tanto la movilización del 1F como el 8M es una muestra de que la vida comunitaria es/existe/resiste y que los lazos sociales que el gobierno intenta dinamitar ponen resistencia. Incluso en esta línea puede ser leída la convocatoria de este miércoles particular de la marcha de lxs jubiladxs que estarán acompañadxs por hinchadas de diferentes clubes.
Organizarnos en rechazo de las políticas de crueldad que viene desplegando el gobierno no es menor y somos parte de la contraofensiva antifascista y antirracista. Pero el desafío que tenemos como feministas no es solo limitar el gobierno y cuidar lo obtenido, sino poder volver a imaginar la disputa del reparto del poder. Construir una agenda que no esté fragmenta. El 8M nos recuerda que la estrategia primordial en este momento político es producir una unidad de las luchas. No se puede pensar la violencia de género desvinculada de la clase o de la raza. No es posible que comprendamos y entendamos lo económico desvinculados de lo cultural o social. Decir paro feminista es desocultar la falsa dicotomía entre lo económico y lo cultural o social.
Virginia Zuleta es licenciada en Filosofía por la UNSJ. Diplomada en Género y Movimientos Feministas (UBA). Se encuentra finalizando sus estudios en la Maestría en Comunicación y Cultura (UBA). Se desempeña como docente en distintas universidades nacionales.
[1] Observatorio de Femicidios de La Casa del Encuentro 2024.
[2] Igualdad y Género Ministerio de Economía 2023.
[3] Observatorio Nacional de Crímenes de odio LGBT 2023.
Imagen de portada: basada en foto de Lucía Hernández