A 43 años del golpe
La memoria y el diálogo acotado

Por Analía Goldentul (GESHAL/CONICET) y Ezequiel Saferstein (CeDInCI/CONICET)

Desde que Mauricio Macri asumió en 2007 la jefatura de la Ciudad de Buenos Aires y más aún desde que asumió la presidencia en 2015, el “Macri basura/Vos sos la dictadura” se instaló como un clásico dentro del repertorio de cánticos en las marchas. Se lo canta y se lo repite, con un poco de fe en la veracidad de las líneas como a sabiendas que, al mismo tiempo, ni la historia argentina ni las derechas locales presentan tamaña linealidad. Los posicionamientos del partido gobernante con respecto al pasado reciente fueron caracterizados, al menos, de dos maneras. La visión mayoritaria entre el progresismo considera que el macrismo es negacionista, como se desprende de los explosivos dichos de dirigentes como Darío Lopérfido, Nicolás Massot o el potencial candidato de la ultra derecha, Juan José Gómez Centurión. Este “negacionismo de época” tiene un correlato no sólo en el giro represivo del gobierno, sino también en la desarticulación de políticas de memoria concretas en varias áreas, así como en las reiteradas editoriales de La Nación, en las declaraciones de los miembros de las agrupaciones pro-dictadura invitados a programas como Intratables y en la virulencia de usuarios de redes sociales.

Foto: https://www.cronista.com
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Una segunda mirada es la que aportó Beatriz Sarlo,[1] quien se refirió a una “falta de lenguaje” del gobierno para hablar de derechos humanos, interpretación derivada de la reducción del tema al “curro” de los organismos. Esta ausencia de lenguaje sería sintomática, a su vez, de otra falta: la de la memoria y los derechos humanos en la agenda política de Cambiemos. La poca entidad que le asignan a la temática tendría su origen en el hecho de que el pasado reciente, como suscribe Martín Kohan,[2] no les importa. Cercano a esta lectura más anclada en la tesis del vacío que en la del negacionismo, el politólogo Andrés Malamud[3] sostuvo que el gobierno militaba la no importancia de la historia, en pos de una filosofía del entusiasmo y una mirada puesta únicamente en el futuro, haciéndose eco de la sensibilidad cultural que expresa Alejandro Rozitchner en sus intervenciones públicas.

Foto: Telam
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Ni la tesis del negacionismo ni la del vacío/desconocimiento/desinterés por la historia agotan la diversidad de interpretaciones frente a los setenta que conviven en Cambiemos. Desde hace varios años, diferentes actores políticos, académicos, intelectuales y referentes culturales que hoy se encuentran en sintonía con el gobierno vienen librando una decidida batalla que apunta a redefinir cómo debemos interpretar la represión militar y la violencia política de nuestro pasado reciente. En línea con el slogan macrista de “unir a los argentinos”, esta convergencia de ideas nuclea a figuras como Graciela Fernández Meijide, Pablo Avelluto, Iván Petrella, académicos e intelectuales del Club Político Argentino y apela al “diálogo” y a la “diversidad de voces” para articular una visión alternativa sobre el pasado, que con buenos modales disputa consensos logrados sobre el terrorismo de Estado.

Los actores que participan de esta red se proyectan como opositores a las políticas de derechos humanos impulsadas por los organismos durante el kirchnerismo, sin que ello implique comulgar con un negacionismo: no niegan el terrorismo de Estado, no se oponen a la necesidad social de juzgar a los militares y tampoco provienen del entramado de sociabilidades, agrupaciones y reivindicaciones procesistas. Como parte de una coalición que incluye a la UCR y que busca recuperar discursivamente parte de su ideario republicano, algunos de estos actores retoman elementos del paradigma liberal que predominó durante la gestión de Alfonsín para intervenir en el campo de los derechos humanos. Desde ese polo ideológico, político y semántico establecen un juego de espejos entre las políticas de derechos humanos del radicalismo y el kirchnerismo. Primero recuperan el juicio a las Juntas, ceñido como su antecedente en Nuremberg al juzgamiento de figuras jerárquicas, valorado por su prolijidad y calidad en términos procesales, diseñado por juristas de renombre como Carlos Nino y rememorado especialmente por las palabras finales del fiscal Strassera. Luego, contraponen ese proceso a los actuales juicios por crímenes de lesa humanidad, “desmedidos” en sus efectos punitivos sobre aquellos agentes de represión que “cumplieron órdenes”, “irregulares” en cuanto a las garantías procesales de los detenidos y atados simbólicamente a juristas como Raúl Zaffaroni. Reivindican, a su vez, el prólogo de Sábato al Nunca Más de 1984, que cuestiona el accionar de las organizaciones armadas e infiere sus responsabilidades en el advenimiento del golpe, en oposición al prólogo del 2006 escrito por el entonces secretario de DDHH Eduardo Luis Duhalde, donde las responsabilidades otrora señaladas quedan diluidas. Contraponen positivamente la figura de Graciela Fernández Meijide (madre de un desaparecido, ex integrante de la CONADEP y de la APDH, política cambiante en sus compromisos y pertenencias colectivas) a la de la otra madre, la irreverente, desbordante y alineada siempre con su organización Hebe de Bonafini, reducida a vocera del kirchnerismo.

Foto: Telam
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La búsqueda por revisar algunas verdades simplificadas y consensuar una mirada común sobre la violencia de los setenta exige para estos actores una metodología para encauzar las diferencias. Esa metodología es el diálogo. Esta razón que funcionó como leit motiv de Cambiemos desde su campaña del 2015, implica una visión pragmática de la verdad y de las memorias, al suponer que las luchas por lo sentidos del pasado reciente, antes que desplegarse, pueden “resolverse”, “gestionarse” o “superarse” mediante un encuentro entre las partes. Asumen que no existen conflictos de memoria que sean completamente irresolubles, y que las visiones en pugna son encarnadas por sujetos racionales alejados de extremismos. Similar a la concepción liberal decimonónica del diálogo como un encuentro entre iguales (señores de la burguesía) donde los antagonismos (de clase, género e ideología) quedaban soterrados, el “diálogo” que propone este sector de Cambiemos incluye a personas que portan miradas similares de la política y del pasado reciente, y excluye a otros (como el kirchnerismo, la izquierda y los organismos de derechos humanos) por “irracionales” o “antidemocráticos”.

Diálogo no equivale a reconciliación, un paradigma que en Argentina sólo alcanzó un efímero carácter institucional con los indultos de Menem, en 1990 y 1991. La propia Fernández Meijide aclara que ella podría dialogar pero no perdonar ni reconciliarse con los condenados por delitos de lesa humanidad. En estos discursos los valores religiosos de reconciliación, arrepentimiento y perdón pierden estatus o son secularizados, en línea con una “nueva derecha” que, a diferencia de sus versiones anteriores, se despega del discurso y la simbología católica.

Asimismo, el encuentro con el otro “racional” no supone necesariamente un careo entre víctimas y victimarios. El “otro” puede ser el militar que participó del terrorismo de Estado, el miembro de una organización armada, el familiar de un desaparecido o de un represor, o bien todo aquel que piensa “distinto”. Esta flexibilidad aparece en Hijos de los setenta: historias de la generación que heredó la tragedia, libro en el que Carolina Arenes y Astrid Pikielny parten de reconocer las dificultades que existen entre militares y guerrilleros para conversar y alcanzar puntos de entendimiento y apuntan a trabajar para que sus descendientes puedan hacerlo por ellos.

El “programa” de este espacio de ideas se sistematiza en el documental y libro El Diálogo. El encuentro que cambió nuestra visión sobre la década del 70, producido por Pablo Avelluto y protagonizado por Fernández Meijide y el filósofo y ex montonero Héctor Leis. El hoy secretario de Cultura es un gran conocedor del paño de los setenta: en su etapa de editor “inventó” los best sellers revisionistas que, alimentando la “grieta”, posicionaron en el mainstream cultural a las miradas reaccionarias y restauradoras de la teoría de los demonios planteadas por, entre otros, Juan Bautista “Tata” Yofre y Ceferino Reato en sus respectivos libros Volver a Matar y Operación Traviata. Según relató Avelluto en la presentación del libro en 2015, El Diálogo permite “cerrar un ciclo de confrontación a la hora de mirar este tema, para que vaya dejando paso en distintos campos a poder entender, dialogando, qué es lo que pasó” [4]. La conversación entre dos posturas aparentemente opuestas entre una familiar de un desaparecido y un dirigente (autocrítico) de una organización armada, termina diluyéndose inmediatamente por su coincidencia en su crítica a las políticas de derechos humanos de la gestión anterior; el rechazo al accionar violento de las organizaciones y la propuesta de tender puentes de reconocimiento con los adversarios.

Foto: Telam
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Que este aparente diálogo despojado de conflictos sea más acotado y excluyente que plural se hizo evidente desde la presentación de la película en 2014 y del libro en 2015, en donde disertaron además de Avelluto y Meijide, el ex funcionario Jorge Sigal, la académica María Matilde Ollier y Hernán Lombardi que, como por entonces ministro de cultura porteño, le dio apoyo financiero al proyecto. Entre el centenar de personas de la audiencia se encontraban también funcionarios del actual gobierno y miembros del Club Político (Durán Barba, Patricia Bullrich y Guillermo Yanco).[5]

Muchos de estos personajes circularon poco tiempo después en el evento que le dio cierto correlato institucional a la comunidad dialógica: “Ideas. Pensemos Juntos el Futuro”, organizado en septiembre de 2017 por el entonces Ministerio de Avelluto. Allí expusieron referentes internacionales, como el representante de la Comisión de Verdad y Reconciliación de Sudáfrica (modelo favorito del espacio dialoguista), Charles Villa-Vicencio, y el ensayista norteamericano David Rieff, autor del libro Elogio del olvido. Con un discurso a tono con su época de editor y afín a un aperturismo que no se reduce al plano económico, Avelluto definió el ciclo como un modo de incorporar al debate público las perspectivas “vigentes en el mundo”, luego de “años en los que las ideas argentinas permanecieron encerradas” [6]. La salida del “encierro” incluyó conferencias donde se escucharon palabras como “diálogo”, “reconciliación”, “amnistía”, “perdón” y “olvido”, curiosas formas de memoria que emergieron de manera más o menos sutil detrás de las ideas de escucha y pluralidad.

Estos eventos promocionados por el ex Ministerio de Cultura, con ideas que retoman discusiones del campo militante y académico ponen de manifiesto la relevancia que le asigna el actual gobierno al plano cultural para reeditar y cimentar visiones no meramente negacionistas. Relevancia asignada, dicho sea de paso, por sobre otras áreas encargadas de elaborar políticas públicas en este ámbito como el Ministerio de Educación o la Secretaría de DDHH, ésta última “copada” por los organismos. El dialoguismo es una visión pragmática, racionalista, secular, plural en su apariencia y selectiva en la práctica, forjada para pisar con fuerza en el terreno de las memorias. No se proyecta contra todas las verdades socialmente aceptadas desde el retorno democrático, sino en oposición a un modo de gestionar el pasado reciente (“conflictivo” y “excluyente”) y a una visión de los setenta (“parcial” y “simplificada”), que le atribuyen al kirchnerismo. Así lo resumía Avelluto en una entrevista[7] que le concedió a TN en mayo de 2018:

“Nosotros hemos abierto nuestro ministerio a todos. A los que piensan como yo [y] a los que no piensan como yo (…). Lo contrario del kirchnerismo no es el antikirchnerismo; lo contrario del kirchnerismo es la democracia, la pluralidad, que todos puedan expresarse y que todos podamos conversar. Podamos debatir, podamos tener un diálogo donde uno escuche al otro y pueda poner en duda o en cuestión sus propias ideas. [Es] lo que nosotros estamos haciendo desde el ámbito cultural, educativo, social y sobre todo desde el ámbito político”.

Considerar estos espacios que se presentan como plurales y dialógicos pero que excluyen y ubican por fuera de los límites del juego democrático a las voces que consideran disruptivas y conflictivas, puede aportar a un debate más nutrido y complejo sobre el tratamiento actual del pasado reciente. La ubicación del gobierno de Cambiemos en un ciclo de pleno “olvido” o de mera reivindicación de las “memorias” de agentes de represión y sus familiares, obnubila la formación de redes de ideas y de actores que portan trayectorias y recorridos diversos, y que difícilmente cuadran en las categorías analíticas –y políticas– hoy disponibles para asir las disputas de sentidos de la historia reciente.

 

Foto de portada: https://catriel25noticias.com

 

[1] Nota editorial El País (2017). Sarlo, dura con el Gobierno: “No saben hablar de Derechos Humanos”. Recuperado de https://www.elpaisdigital.com.ar/contenido/sarlo-el-gobierno-no-sabe-hablar-de-derechos-humanos/8440

[2] Kohan, M (2017). Entrevista a Martín Kohan, por Romina Mangel. Recuperado de https://radiocut.fm/audiocut/martin-kohan-con-romina-manguel-en-va-de-vuelta/

[3] Pikielny, A (2017). Andrés Malamud: “Con estos niveles de inflación no hay cambio cultural posible”. Recuperado de https://www.lanacion.com.ar/opinion/andres-malamudcon-estos-niveles-de-inflacion-no-hay-cambio-cultural-posible-nid2127190

[4] Avelluto, P. (2015) Presentación de El Diálogo, 11 de marzo, Buenos Aires.

[5] Puentes para la Legalidad (2016). Carta de presentación. Recuperado de http://puentesparalalegalidad.org/quienes_somos.html

[6] Avelluto, P. (2017) Presentación de Ideas. Pensemos Juntos el Futuro, 22 de septiembre, Buenos Aires.

[7] Avelluto, P (2018). En la democracia tenemos que hablar todos. Recuperado de https://www.youtube.com/watch?v=QbGlwiK7Hug&feature=youtu.be&t=886

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