Hernán Ronsino
La música de una música, la última novela de Hernán Rosino

Por Roberto Retamoso

Una música es el último libro de Hernán Ronsino, editado por Eterna Cadencia y publicado el año pasado. Allí se narra la historia del vínculo de un padre y un hijo en lo que ese lazo pueda tener de repetición y de fuga. Roberto Retamoso escribe su impresión al leer el libro.

Una música de Hernán Ronsino, editado por Eterna Cadencia.

En general, suelo desconfiar del periodismo cultural y literario. No porque desdeñe la importancia y el valor que, a priori, el género pueda tener, sino porque siempre sospecho de los intereses mercantiles, extraliterarios, que pueden motivar la publicación de comentarios de libros y reseñas.

Como, por otra parte, estoy cursando lo que sin duda es el tramo final de mi existencia, he decidido leer lo poco, quizás poquísimo, que pueda abordar de ahora en más, a partir de rigurosos parámetros selectivos.

Por tal razón, he optado por la lectura de lo que comúnmente se denomina clásicos, consciente de lo problemático y discutible que supone esa noción. Así, en los últimos tiempos he leído, y también re-leído, autores como Lezama Lima, Arguedas, Viñas, Rulfo, Roa Bastos, Balzac, a los que seguiré agregando otros nombres igualmente probados -y aprobados- por la Historia y el juicio de los lectores y los críticos.

De todos modos, intento, quizás sin lograrlo nunca de manera plena, evitar los prejuicios, por lo que no me cierro por completo a las novedades editoriales, aunque lo hago, claro está, provisto de numerosas reservas y cauciones.

Fue así como, con todas las prevenciones que actualmente me caracterizan, compré hace unos días el ultra-premiado Una música, de Hernán Ronsino, que había sido consagrado por la Fundación El Libro como “el mejor libro argentino de 2022”. Si todo se hubiera limitado a esa premiación, lo más probable es que jamás lo hubiese comprado, pero algunos posteos en Facebook, de personas que me merecen muchísimo respeto -como María Pía López-, volcaron mi decisión en ese sentido.

Lo bien que hice. Bastó que leyera las primeras líneas para descubrir que estaba ante una narración de excelencia, de enorme calidad y jerarquía literaria.

Y a medida que progresaba en la lectura, iba encontrando cosas sorprendentes e inesperadas, que me provocaban un creciente sentimiento de admiración.

Diré unas pocas cosas al respecto. La primera, que la prosa de esta novela nada tiene que ver con los experimentos y los juegos verbales, tan propios de quienes pretenden impresionarnos con poéticas supuestamente vanguardistas, sin que por ello se trate de una prosa llana, lisa, y despojada de formas poéticas. Lo que intento decir, en todo caso, es que esa prosa dice mucho, posee un alto grado de riqueza significante, y cautiva con un ritmo que está muy en consonancia con el título de la obra, aunque sin alardear a nivel estilístico con los recursos que moviliza o que, mejor dicho, la movilizan a ella.

Primer mérito, o valor, entonces: estamos en presencia de un lenguaje sumamente potente y expresivo, que no necesita refregarnos sus rasgos ante los ojos para que pensemos que se trata de una gran escritura.

Otra cosa que querría decir es que la historia que narra esta novela es tan sorpresiva como impactante, lo que la convierte en una de esas narraciones a las que uno no puede dejar de leer sino en el punto final.  Porque juega con algo que supone maestría, experticia y abrevar en las mejores tradiciones: el manejo brillante de las distintas peripecias. Cada vez que sucede algo, por insignificante que parezca, la historia sufre un vuelco importante, y ese vuelco, sabiamente producido, introduce en la sucesión de eventos referidos un horizonte de posibilidades que, hasta entonces, hubiese parecido inexistente.

De ese modo, la historia parece irse abriendo, en cada momento, hacia situaciones y experiencias absolutamente imprevisibles. Por eso todo sorprende, y por eso nunca podemos tener idea de lo que vaya a suceder después. ¿Habría algo mejor que pudiera ofrecernos una novela… (Creo que a esto podría llamarlo, en consecuencia, segundo mérito o valor).

La tercera cosa que querría mentar es la centralidad que, a nivel temático, ocupa la figura del padre del narrador-personaje. El padre, que acaba de morir y que será, en consecuencia, a lo largo del relato, un padre-muerto, es el que teje y desteje, desde su ausencia y no lugar, la trama de esa historia.

Sería tan fácil, como tentador, proponer por ello una lectura “psicoanalítica” de la novela. Pero las lecturas psicoanalíticas de la literatura, lo sabemos, suelen ser ejercicios reductores, donde la obra en cuestión no tiene otro valor (ni otra importancia) que el de una mera ilustración de ciertas cuestiones teóricas. Así, resulta frecuente que ese tipo de lecturas ofrezcan visiones más empobrecedoras que enriquecedoras de la literatura, al quitarle la carnadura y la materialidad poética que le es propia, y que la caracteriza.

Lo último que querría decir es que esta novela podría ser pensada, a propósito de esto, como una novela de la devastación. De la devastación de una persona, de un ser, que creía saber lo que era, sin entender que lo que sabía no era otra cosa que un engaño portentoso. Por otra parte, si “devastar” es una forma enfática de nombrar la destrucción, podría decirse que toda la historia narrada no es más que eso, la experiencia de algo que se destruye, o auto-destruye, movido, como si fuese una marioneta, por los designios de su padre.

Se podría hablar largamente de esa metáfora, que sin duda remite a una realidad mucho más amplia o mayor que la del personaje en cuestión. Pero eso sería, indefectiblemente, asunto para un escrito mucho más meditado y exhaustivo, que demandaría más tiempo y más elaboración que el requerido por estas notas, esbozadas con tanta rapidez como entusiasmo en el momento mismo de haber cerrado el libro.

 

Nota bene: Más arriba anotamos que la prosa de la novela de Hernán Ronsino “cautiva con un ritmo que está muy en consonancia con el título de la obra”. Permítasenos agregar ahora, a modo de corolario: ese ritmo es, asimismo, un ritmo musical, ya que el texto llama y cuenta y canta como si él mismo fuese una música.

 

 


Roberto Retamoso es Profesor y Doctor en Letras por la Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de Rosario, donde se desempeñó como profesor titular desde 1986 hasta 2017.

Es autor de numerosos libros de crítica y ensayo, como asimismo de poesía y narrativa.

Actualmente dirige, junto con Roberto García, la Escuela de Literatura de Rosario Aldo F. Oliva.

 

 

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