Por Guillermo Folguera
Desde hace años, las represas, campos eólicos y solares se expanden a escala mundial. Los números muestran que las empresas que incluyeron en sus carteras de producción el desarrollo de energías renovables lograron un aumento significativo de sus ganancias. Pero, ¿podemos seguir hablando de transición energética cuando el desarrollo de las energías renovables no redunda en una baja de consumo en las no renovables? El investigador del CONICET, Doctor en Biología y Licenciado en Filosofía, Guillermo Folguera, propone recuperar las preguntas esenciales: ¿para qué tanta energía? ¿para quién?
En los últimos años se ha montado la idea de que existen dos tipos de fuentes de energía. Unas, denominadas no renovables, protagonizadas por el petróleo, gas y carbón. Las otras, renovables, como la hidroeléctrica, eólica o la solar, entre otras. Estas últimas se suelen presentar como un reemplazo de las primeras en un contexto de crisis climática. Es fundamental, en épocas de negacionismos y dicotomías que nos atrapan y confunden, revisar brevemente cuál es el escenario relativo a la producción de energía en nuestro país. Analizarlo nos ofrecerá valiosa información respecto a las dicotomías mencionadas, cuáles son los alcances y objetivos que se asumen y, sobre todo, nos permitirá volver a la pregunta política acerca de cómo vivimos y cómo queremos vivir.
La promoción de las fuentes renovables de energías se sostiene en el daño que de hecho causan en el planeta las emisiones masivas de gases de efecto invernadero. En este sentido, la combustión de petróleo, gas y carbón libera gases a la atmósfera que impiden que la tierra se enfríe, recalentándose paulatinamente. Este escenario, que se conoce en términos generales como crisis climática, tiene enormes consecuencias socioambientales entre las que se destacan la destrucción de ecosistemas, el incremento de la temperatura promedio, el aumento en el nivel del mar y su acidificación, así como el aumento de pobreza y la expulsión de comunidades de sus territorios, entre otras. Ante esta crisis, se promovió desde diferentes sectores una transición energética sostenida en el aumento de la producción de energías renovables como protagonistas de ese cambio en la matriz global. Desde hace años, las represas, campos eólicos y solares, por mencionar algunos ejemplos, se están expandiendo a escala mundial. Sin embargo, el consumo de las que no son renovables nunca dejó de aumentar. Más aún, las formas no convencionales de extracción de petróleo y gas, como el fracking y el offshore, se expandieron en los últimos 15 años de manera exacerbada a lo largo y ancho del país, por tierra y por mar generando daños masivos en términos socioambientales. En otras palabras: no existe tal reemplazo o transición. Más bien, lo que se registran son continuidades, una crisis climática que no cesa y extractivismos que se expanden de la mano del aumento de producción y consumo energético.

El incremento de producción en términos de no renovables y renovables no redundó en un beneficio social, ni a escala mundial ni local. Por el contrario, en los últimos 50 años la ocupación territorial, el desplazamiento de las poblaciones, la contaminación, la pérdida de las economías regionales, el sobreconsumo de bienes comunes y la destrucción de ecosistemas solo se aceleraron. Testimonio de ello son los efectos demográficos, con el 95% de la población de Argentina hoy viviendo en grandes ciudades.
Esta expansión extractivista se ha sostenido en proyectos que articulan e involucran intereses de gobiernos provinciales y nacionales y de corporaciones multinacionales. Muchos de estos proyectos también fueron caracterizados como “ambientalmente saludables” aún cuando no involucren energías renovables. Al momento en que se escribe este texto, avanzan fuertemente proyectos de minería de uranio en Río Negro y Chubut. Al igual que con otros extractivismos, se omite que cuando hablamos de la energía nuclear involucra efectos en la salud intergeneracionales así como daños ambientales de millones de años. Una grave e ineludible alarma que es invisibilizada desde los gobiernos y empresas que impulsan este tipo de megaminería.
Otro escenario con algunas similitudes presenta la minería de litio en los salares del noroeste de nuestro país. A partir de la extracción de la salmuera y su posterior evaporación, en un puñado de décadas se habrán perdido estos humedales de altura, territorios de vida de la Puna. A su vez, se registraron graves casos de contaminación, tal como lo que sucedió con el derrame con ácido clorhídrico en Catamarca en el 2023, que fue reconocido por la propia justicia provincial, por citar un ejemplo.
También se registra en Argentina el avance de la minería de cobre, otro de los metales considerados clave para la producción de baterías y por ende para la transición energética. Por ejemplo, en San Juan y Mendoza fue explícita la complicidad del sistema político, la persecución judicial a personas y comunidades que resistieron ante la aprobación de estos proyectos. En Uspallata, en nombre de un supuesto beneficio global en el marco de la transición energética, sus ríos, montañas y comunidades hoy están en grave peligro.
Todo parece indicar que las principales beneficiarias de este escenario (con fuentes de energía renovables o no) de graves consecuencias socioambientales son las corporaciones. Y los números lo demuestran, pues aquellas empresas que incluyeron la producción de energías renovables lograron un aumento significativo de sus ganancias. Un caso emblemático en la Patagonia es la empresa Aluar, una de las principales productoras de aluminio del continente, que se ubica en Puerto Madryn, a orillas del mar. La fábrica cuenta para sí con la energía que genera la represa Futaleufú, del lado de la cordillera, y que es una herencia de las dictaduras militares, que fue garantizada durante las democracias posteriores. En los últimos meses Aluar promocionó su campo eólico, eje para la expansión territorial en la provincia. El caso de las empresas automotrices es otro claro ejemplo. La mayor parte del litio que se explota en nuestro país se exporta para fabricar baterías de autos eléctricos en Estados Unidos, China y Europa. Las automotrices además de ser grandes compradoras de litio, en algunos casos, como Toyota y Volkswagen, también son accionistas. Así, la venta simultánea de autos eléctricos y autos de combustión interna redundó en mayores ganancias.
En los últimos años financieras como BlackRock y Vanguard, reconocidas por sus inversiones y ganancias con hidrocarburos, es decir, no renovables; se involucraron con las energías renovables. Veamos brevemente algunos datos para comprender de qué se trata.
Según figura en el sitio web Investing, al 7 de febrero de 2025, Black Rock, tiene acciones repartidas en el sector energético. En Minería de litio posee 12,53% de las acciones en Arcadium Lithium (Estados Unidos y Australia) como primer inversor; 1,7% en Zijin como (Hong Kong) como tercer inversor; y 5,65% en Posco, (Corea), también como tercer inversor. En petróleo y gas cuenta con el 8,46% de Shell (Inglaterra) como primer inversor y el 7,18% de Chevrón como tercer inversor. En minería de oro y plata, es dueña del 2,73% de Panamerican Silver (Canadá) como cuarto inversor y del 7,98% de Barrick Gold (Canadá) como primer inversor. Y también está presente en la minería de cobre con un 4,56% de Lundin (Canadá) como cuarto inversor.
Como podemos ver, se tratan de negocios comunes y transversales. Esto se registra a escala internacional y local, generación de energías que han sido fundamentales para el crecimiento y avance de corporaciones y proyectos difíciles de compatibilizar con la vida.
Litio. Petróleo. Cobre. Gas. Uranio. Energías renovables y energías no renovables La distinción finalmente parece que es solo técnica, porque en todos los casos se omiten las preguntas fundamentales ¿Para qué tanta energía? ¿Para quién tanta energía? La anulación de esos interrogantes no es inocente ni trivial. Se da por sentado que hablar de aumento en la producción de energía es netamente positivo, y se vuelve imposible la discusión en torno a las cuestiones planteadas, aun cuando sobran las evidencias en cuerpos y territorios de sacrificio. Va aquí un pequeño intento por volver a la pregunta fundamental acerca de cómo queremos vivir.
Guillermo Folguera es Investigador Independiente CONICET y Profesor Adjunto de la UBA. Cursó en dos facultades de la Universidad de Buenos Aires. En la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales se doctoró en Biología; y en Filosofía y Letras, obtuvo el título de Licenciado en Filosofía. Además, integra el Grupo Ciencias Ambientes y Territorios (UUNN-CONICET) y de Después de la Deriva (Radio Revuelto). IG: guillefolguera FB: guillefolguera
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