Pensar nuestro viriviri
Narrar las violencias

Por Evangelina Caravaca (IDAES–UNSAM/CONICET), Violeta Dikenstein (IDAES–UNSAM/CONICET) y José Garriga Zucal (IDAES–UNSAM/CONICET)

Para quién canto yo entonces
Si los humildes
Nunca me entienden
Si los hermanos
Se cansan
De oír las palabras que oyeron siempre
Si los que saben
No necesitan que les enseñe 

(Para quién canto yo entonces, Charly García) 

Toda escritura es política  

Insistentemente nos preguntamos: ¿para quién escribimos? Los cientistas sociales escribimos y a veces publicamos pero siempre nos carcome el mismo interrogante: ¿para quién? Tenemos respuestas vagas, dubitativas y confusas. Cuando nos vence el cinismo tenemos respuestas sólidas, sólo para triunfar en discusiones bizantinas. Así, según los interlocutores de turno decimos y pensamos que escribimos sólo para nuestra secta, o que lo hacemos para un público más amplio y hablamos de divulgación y, otras veces, lo hacemos sin saber para quién, no nos importa, sólo queremos sumar una cucarda en la carrera de engordadores de CV. O sumamos nuestras publicaciones en estrategias de transformaciones sociales o hacemos una mezcolanza de argumentos (más veces de lo que queremos). 

Escribir es una de las tareas de nuestro trabajo, ni la única ni tal vez la más importante, pero sin duda la más visible. Investigamos, hablamos sobre nuestras investigaciones, leemos para poder investigar (y para poder escribir), a veces damos clases, a veces pensamos políticas públicas, bastante seguido hablamos con los sujetos que investigamos, dialogamos con los que gestionan. Es obvio que hablamos mucho más de lo que escribimos y, sin embargo, cuando publicamos algo, cualquier cosa, se cristaliza. Gana visibilidad. Escribir también es una forma de investigar (y viceversa).  

¿La escritura que hacemos en ciencias sociales busca la verdad, es un discurso de verdad? Buscamos comprender en el mejor de los casos y logramos describir en la mayoría de los textos. Ahora, la verdad: sabemos que no está en este texto. Pero además, se supone que debemos saber escribir. Una trampa de nuestro oficio que no nos prepara con herramientas concretas de escritura pero nos demanda textos de autor, bien escritos, que atrapen al lector. Hay que escribir bien, respetar las reglas, que sea llevadero pero tampoco tan divertido, que aporte, que reconozca todo lo escrito con anterioridad. Porque escribir es un oficio y también, para muchos de nosotrxs, un martirio. La pregunta del para quién está siempre pegadita al cómo. Si llenamos el texto de citas o escribimos con un lenguaje llano. Una vez más nos interesa: ¿cuáles son nuestras estrategias de escritura? Cómo escribimos es central para saber para quién. 

Escribir es pensar un lector y si nuestro lector es un otro que desea ser interpelado. El otro que sufre, el otro violentado. La pregunta que se hace y se responde Charly en 1974 es de una crudeza inigualable: dice que los humildes no lo entienden. Nosotros nunca podríamos decir eso. Primero, porque somos políticamente correctos y decir que los otros no nos entienden habla más mal de nosotros que de los otros. Segundo, por una gran diferencia, a Charly lo escuchaban muchos humildes y a nosotros pocas veces nos leen esos otros para los que a veces decimos que escribimos. Tercero, porque cuando nos leen advierten, antes que nadie, que las urgencias de los otros no se solucionan con nuestro viriviri. Por estas tres razones es más fácil escribir para nuestra secta. Hablar en círculo, escribirnos. 

No estamos muy seguros ni cómo ni para quién, lo único que sabemos es que escribir es jugar con reglas. Reglas opacas y tramposas con el poder. Jablonka2 nos recuerda que toda escritura tiene reglas: la académica, la poesía, la novela, todas. Escribir con mayor libertad es un mantra que se reza fuerte en nuestro oficio, pero ¿acaso hay más “libertad” en la poesía, en el teatro, en un guion de una serie policial? Porque además hacemos cosas con las reglas, las manipulamos y creamos formatos posibles para escribir sobre las violencias: tesis es una cosa, artículo para revista otra, artículo para libro, nota de divulgación y así hasta ver que somos muchas escrituras diferentes. Escrituras, escritorxs y violencias diversas que se tejen en estos formatos a la carta. 

Investigar también es escribir 

La pregunta por la escritura y sus vaivenes tienen larga data en las ciencias sociales. En la antropología de los tempranos ´80 la reflexión por la escritura transitó un camino central para pensar el rol del investigador en relaciones de poder con sus objetos/sujetos investigados. Pensar y repensar el lugar del investigador en la escritura fue una herramienta de ruptura con el positivismo y, por ello, una discusión sobre las estrategias de validación de los datos. Aún más importante, el devenir de este recorrido llevó a desnudar las desigualdades entre los sujetos que se relacionan en las investigaciones etnográficas. Y, en este recorrido se dieron algunos “accidentes” en los cuales los investigadores creyeron que escribir era dar cuenta de su subjetividad, olvidando el objeto de la investigación para hablar de sí mismo. 

Pero también, escribir implica un ejercicio de cierta violencia por parte de quienes investigamos. En el proceso que conlleva la realización de una investigación, hablamos con distintas y numerosas personas, conocemos sus inflexiones, sus matices, compartimos con ellas actividades cotidianas. Y luego toda esa experiencia debe ser moldeada y adaptada, “procesada” para que se ajuste a los parámetros y formatos de la escritura académica. De algún modo, lxs cientistas sociales creamos personajes que no son de ficción, pero que tampoco son del todo reales. Son construcciones nuestras. Es posible que aquellas personas con las que dialogamos en nuestros trabajos no se reconozcan en el paper o tesis que escribimos. Quizás no les devolvemos la mejor imagen de sí mismas, o bien, la imagen que aquellxs individuos tienen de sí no coincide con lo que nosotros construimos. Esos sujetos confiaron en nosotros y nos abrieron el campo, nos proveyeron contactos, nos invitaron a sus hogares, y en algunas ocasiones nos abrieron su mundo más privado. Sin ellos nuestro trabajo seguramente no existiría. Pero luego, cuando los describimos, no somos completamente “fieles” a lo que esperan de nosotros, y eso es inevitable porque tampoco es nuestro trabajo representarlos tal como ellos se quieren ver. En ese hiato y esa tensión, ejercemos cierta violencia al hacerlos encajar a nuestros conceptos e hipótesis. Cuando publicamos, recortamos y amoldamos, también violentamos.  

Una reflexión-lectura creativa 

En esta búsqueda, nos propusimos analizar/observar/leer cómo la literatura se enfrentaba a la violencia. Queríamos saber cuáles eran y cómo usaban sus herramientas de escritores diferentes. Desde la ficción o la no ficción (argentina, latinoamericana, europea) cómo se lidiaba con la violencia. En 2019 creamos Narrar las violencias3,  un espacio colectivo de estudiantes, investigadores y curiosos en donde despuntamos el vicio de leer todo eso otro que nos gusta y pensamos sobre cómo se narran las violencias. 

Dimos con obras donde el narrador asume la perspectiva del perpetrador de la violencia. Por ejemplo, en “Magnetizado” de Carlos Busqued o “El adversario” de Emmanuel Carrère aunque éste último con más vacilaciones notamos que en algunas ocasiones esta figura, puntualmente la del asesino, produce encanto y fascinación al escritor. Y se narra desde allí, desde la voz del perpetrador. Una voz encandilada por la figura del asesino. Un narrador horrorizado pero encandilado por figuras vacilantes, que parecen matar porque sí, sin grandes razones. 

En otras ocasiones las víctimas tenían un rol central, como en “Chicas muertas” de Selva Almada. Aunque las mujeres cuyo femicidio la autora reconstruye están muertas, Almada arma el rompecabezas de sus vidas truncadas, arrancadas como un junquito. Allí nos encontramos con La huesera, un personaje que puede recuperar trazos de historia de alguien que no tuvo la posibilidad de narrarse. Qué hace una huesera/narradora: juntar los huesos de las chicas, armarlas, darles voz y después dejarlas correr libremente hacia donde sea que tengan que ir. Juntar los fragmentos de lo roto sin la intención de que arregle, pero sí de que se vea. 

En algunas ocasiones, eran las mismas víctimas quienes tomaban la palabra y escribían su propia obra. Así, en “Por qué volvías cada verano” Belén López Peiró narra los abusos sexuales que sufrió en su infancia/adolescencia y aquí, de alguna manera, la escritura es un arma, una estrategia de resistencia para las mujeres que son violentadas tanto por un hombre como por el estigma que carga sobre ellas cuando deciden denunciar, y el tortuoso también violento proceso judicial que implica atravesar. Narrar las violencias como un acto político, pero también estético. 

“Voces de Chernóbil”, de la autora bielorrusa Svetlana Alexiévich, es entre muchas cosas una obra coral donde se siguen uno detrás del otro, infinitos relatos de personas cuyas vidas se vieron radicalmente transformadas luego de la explosión de la central nuclear. Al comienzo del libro, la autora dialoga consigo misma y luego parece callar. Luego, los testimonios se siguen uno detrás del otro. Estos relatos parecen estar por encima de los sujetos que lo enuncian. A diferencia de las narrativas que producimos los sociólogos y los antropólogos, donde el sujeto situado que produce el discurso es central, aquí eso parece secundario. El efecto es un coro de voces que nos habla. Un todo/uno. A su vez, tampoco se evidencia la presencia de la autora en los relatos. No sabemos si tenía preguntas disparadoras, si intervenía en los diálogos. La autora está corrida de la escena pero, en la trastienda, es quien urdió los hilos que enlazan a los testimonios en ese continuum. 

La lectura de estos textos nos abrió más interrogantes que respuestas y complejizan lo que venimos pensando desde nuestros trabajos: ¿Quién narra la violencia y desde dónde lo hace? ¿Narrar las violencias es disputarle sentido al poder?  ¿Quién define qué es violencia? ¿Qué hay de nuevo y qué hay de viejo en estas violencias? 

Narrar las violencias es también un desafío circular: podemos pretender develar violencias “ocultas” pero este juego puede implicar atribuirnos el rol de portavoz. Hablar en nombre de, hablar por. Ser la voz de (todos lugares comunes de la ficción y de nuestros campos). 

Narrar las violencias puede ser un ejercicio multiscópico. No hay un solo punto de vista, sino que son múltiples los actores involucrados en la trama.  

Todo texto debe tener un final 

Un decálogo para la escritura violenta

En el medio de lecturas (variadas, desordenadas por momentos, arbitrarias, y muy placenteras) nos topamos con el decálogo que Hebe Uhart daba en sus talleres. Una arbitrariedad genial. Tan genial cuando decía que los escritores son “chismosos refinados” (cómo no pensar en el rol del etnógrafx): 

Decálogo (más uno) para los que van a escribir 

1. No hay escritor, hay personas que escriben
2. Escribir es una artesanía, un trabajo como cualquier otro.
3. Para escribir hay que estar, como decía Chejov, a media rienda.
4. La literatura está hecha de detalles.
5. El primer personaje somos nosotros mismos.
6. No importa el hecho en sí mismo, sino la repercusión del hecho en mí o en el personaje.
7. Al personaje se entra por la fisura.
8. Todo cuento tiene un “pero”. El “pero” me abre el cuento.
9. Hay que saber observar y escuchar cómo habla la gente.
10. La verdad se arma en el diálogo.
11. El adjetivo cierra, la metáfora abre. 

Y nos pusimos a jugar con un decálogo para los cientistas que escriben sobre y con la violencia.  

1. Hay antropólogos, sociólogos, historiadores, etcéteras que escriben pero no sólo somos escritores.
2. Escribir es una artesanía, un trabajo como cualquier otro
3. Las ciencias sociales están hechas de datos o sin dato no hay ciencia
5. El personaje no somos nosotros (y a veces debemos repetírnoslo)
6. Importan los datos y nuestras interpretaciones: ¿deberían ser dos cosas diferentes?
7. Al personaje se entra por la fisura
8. Todo artículo/tesis/libro tiene una “pregunta”. 
9. Hay que saber observar y escuchar cómo habla la gente.
10. El dato se construye en el diálogo.
11. El adjetivo cierra, habla de nosotros. Los detalles abren. 

 


1 Evangelina Caravaca, Violeta Dikenstein y José Garriga Zucal: Docentes e investigadores IDAES – CONICET. Miembros del Círculo de Estudios: Narrar las Violencias. Pensar las violencias con  y desde la ficción (IDAES-UNSAM).  Docentes e investigadores IDAES – CONICET. Miembros del Círculo de Estudios: Narrar las Violencias. Pensar las violencias con  y desde la ficción (IDAES-UNSAM).  

2 Jablonka, Ivan (2016): La historia es una literatura contemporáneaManifiesto por las ciencias sociales. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica. 

3 Participan activamente del espacio Guadalupe González Campaña, Tamara Fernández, Walter Fregenal, Inés Mancini, Joaquín Zajac y Maxi Pujol.  

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