Elecciones PASO
Octubre y más allá la inundación

Por Sandra Guimenez (UNPAZ/ UBA)

Con las urnas aún calientes por el resultado electoral de las elecciones PASO del domingo 11 de agosto, todo parece indicar que a partir del 10 de diciembre se abriría un nuevo ciclo en Argentina, a través de la llegada al gobierno de un Frente partidario que postula un proyecto de país de perfil nacional y popular que deberá y buscará –esperamos- recomponer la economía y sociedad argentina.

Ese ciclo que se abre no será fácil, y no estará exento de complejidades. El deterioro de la economía y del tejido social es muy profundo y plantea, por ello mismo, el desafío de no sólo “ser mejores” que lo que se pudo/considera haber sido, sino que requiere de creatividad, coraje, determinación, firmeza, convicciones y amplio apoyo popular.

Para una tarea titánica de ese tipo, hay que tener presente que la noche neoliberal no finaliza con ganar en las urnas. El neoliberalismo, en tanto modelo civilizatorio, no solo refiere a la racionalidad que manifiestan y expresan ciertos actores económicos y políticos, tanto locales como extranjeros, sino que también existe por abajo, como acertadamente sostiene Gago.[1] Es decir, esa racionalidad ha penetrado las prácticas, se ha expandido, difuminado e imbricado con otras racionalidades, por lo que las lógicas de producción y reproducción de los sectores populares se ven inscriptas en esa racionalidad. La reproducimos, casi sin ser conscientes de ello, en un sinnúmero de prácticas micro-cotidianas. Por lo que, aunque mayoritariamente el domingo 11 de agosto la población haya dado su veredicto sobre el accionar del gobierno de Cambiemos, esto no significa que la cristalización en las prácticas del espíritu neoliberal se haya esfumado como por arte de magia. Por el contrario, es posible que, en cuanto algunos indicadores comiencen a mostrar recuperación y mejoramiento, vuelvan a aflorar nuevamente los deseos de diferenciación y fragmentación que, por el momento, se invisibilizan detrás de una crisis muy profunda; pero siguen estando allí prestos a manifestarse en el marco o mejor dicho a través de una racionalidad neoliberal que ya son como una segunda piel.

En ese sentido, podría decirse que lograr la recuperación económica será mucho más fácil (aunque sabemos que será dificultoso) que darle pelea a la pulsión del individualismo, al deseo de diferenciación, a la fragmentación social; esta pelea es de otro orden, menos material y más simbólico-cultural, buscando reemplazar esa piel neoliberal por otra distinta, más cercana a la reciprocidad y solidaridad.

Y si bien esa pelea es de orden político-cultural, en parte, y sólo en parte, esa disputa se da/se produce/se cristaliza, a través de la mediación de las políticas públicas –aunque no únicamente por ellas, por supuesto-. Por lo tanto y por lo pronto, el desafío de recrear políticas públicas democráticas sustentadas en los derechos que nos asisten a todxs en tanto ciudadanxs argentinxs debe ser un objetivo de primer orden y hacia allí se dirige sobre todo nuestra reflexión. Sin olvidar que, como sostiene Gago, la racionalidad neoliberal no desaparece por la sola decisión que encarnan autoridades políticas y/o económicas. Sino las disputas de sentido serían más fácilmente solucionables. No obstante, en tanto las políticas tienen la capacidad de normalizar ciertos sentidos simbólicos, ocupan un lugar de relevancia en esa disputa.

Entre la economía y el empleo

Una primera cuestión que un nuevo gobierno deberá atender obligadamente es la refinanciación de la deuda externa que la gestión de Cambiemos ha tomado de modo salvaje e irresponsable, atando la (in)evolución de la economía argentina a la financiarización de todas sus variables.

Además de comprometer un porcentaje cada vez más elevado del PBI (que ya alcanza al l00%) al cumplimiento del pago de los préstamos, la gestión de Cambiemos ha reintroducido al FMI como un actor que condiciona y monitorea la disposición y ejecución de políticas públicas, aspecto que había logrado resolver muy favorablemente la gestión anterior, en favor de nuestra autonomía y soberanía nacional.

No hay modo de regenerar la actividad económica, industrial, comercial y de consumo, si no se renegocian los acuerdos pactados con el FMI para pagar los préstamos tomados y acordados. Esos dólares que irían a las arcas del organismo son vitales para resucitar a la economía argentina que se encuentra en terapia intensiva y con respirador artificial. Y de ese acuerdo depende claramente el impulso y establecimiento de una batería amplísima de políticas públicas.

Lamentablemente, es preciso sentarse y negociar con dicho organismo nuevos acuerdos, tratando de encontrar los difíciles equilibrios que implica recuperar la autonomía y soberanía nacional estableciendo acuerdos comerciales con otros países del mundo, e impulsar al mismo tiempo políticas internas para recuperar la economía. Las propuestas de algunos partidos relativas al “No pago de la deuda” o cerrarle la puerta al FMI parecen poco razonables en un contexto internacional altamente globalizado en el que es necesario poder establecer vínculos comerciales que le permitan al país ampliar sus mercados y colocar sus productos.

¿Qué perfil industrialista es necesario adoptar para generar empleo de calidad? ¿Hay que fomentar el desarrollo de todos los sectores industriales por igual con apoyo estatal o habrá que seleccionar a aquellos con más potencial de creación de puestos de trabajo o con perfil exportador o con mayor valor agregado nacional? ¿Cómo se reducen las diferencias interregionales productivas de Argentina? ¿Cómo enfrentar el avance tecnológico en ciernes? Estas son solo algunas de las preguntas que un nuevo equipo gubernamental y económico deberá –asumimos que ya lo están haciendo- poner sobre la mesa, a la hora de diagramar ciertas políticas. Consideramos que, si bien es necesario revitalizar el mercado interno, ocupar la capacidad productiva ociosa y generar nuevos puestos de trabajo, también es preciso utilizar este momento tan dramático, para definir un sendero de desarrollo que nos conduzca a un país más integrado regionalmente, con el pleno aprovechamiento de las enormes capacidades humanas, tecnológicas, productivas y científicas que Argentina tiene casi en exceso. Es preciso coordinarlas, articularlas creativamente, estableciendo los acuerdos y consensos necesarios con los distintos actores involucrados.

En relación al empleo no solo habrá que recuperar puestos de trabajo y generar nuevos. También será necesario construir los entramados productivos, legales, tecnológicos, que contribuyan a generar empleo de calidad, con acceso a la seguridad social de las y los trabajadores.

El empleo informal y precario en nuestro país comprende a un conjunto muy importante de la población económicamente activa, y aunque estoy convencida que la precariedad llegó para quedarse en esta etapa del capitalismo, es prioritario atacar con mucha firmeza ambas variables. Para ello, sería muy interesante repensar qué entendemos por trabajo y por empleo, categorías que tienen a solaparse y a utilizarse indistintamente. El trabajo es aquella actividad creadora que todas las personas poseemos y ponemos en acción permanentemente, en tanto que el empleo cristaliza la venta de esa actividad transformadora en el mercado de trabajo. Y el problema hace décadas –ahora profundizado- se manifiesta en que la matriz productiva no alcanza a absorber a toda la oferta de fuerza de trabajo disponible. En ese sentido, tendríamos que ampliar esa categoría para poder incluir en ella a actividades que en la actualidad y, en sentido estricto, no son comprendidas en tanto “trabajo”. Si lográramos abrir esa discusión y definición, podríamos abrazar categorías nuevas y sobre todo útiles para la reproducción de la vida social, visibilizando aquellas actividades que, por no pasar por el mercado, no son consideradas trabajo en sentido estricto, como el trabajo doméstico y de cuidado que realizamos principalmente las mujeres. Ése es un desafío que hay que encarar de modo participativo y democrático.

Dado que, en Argentina, históricamente, la legitimidad al acceso a la seguridad social se ha garantizado a través de la inserción en un puesto de trabajo asalariado y formal, en lo inmediato hay que pensar en alternativas que posibiliten, entonces, mejorar la calidad del empleo para garantizar la protección y el bienestar. Quizás en un mediano plazo, sería interesante y necesario discutir si necesariamente el acceso a la seguridad social debe estar atado a la efectiva inserción en el mercado laboral. Hoy, aquí y ahora, no hay consenso social para pensar en esos debates, y no pasa de ser más una inquietud propia del campo académico. Lo que no implica dejar de reflexionarlo y tratar de construir los argumentos y propuestas que posibiliten en algún momento su impulso.

De las políticas sociales

A través de las políticas sociales, el Estado, en tanto representación política de la sociedad, expresa de alguna manera el lugar que ocupan en un determinado momento histórico –y como expresión de la articulación hegemónica- las necesidades de reproducción de los miembros que integran esa sociedad. Por ello, mirar las políticas sociales nos da la pauta de en qué medida esa sociedad se acerca o se aleja del reconocimiento de las necesidades de sus miembros, y hasta qué punto (en qué magnitud) está dispuesta a garantizar las protecciones de aquellos. En definitiva, son indicativas de cómo se integra a cada ciudadanx y de los derechos que a éstxs le asisten de constituirse como un sujetx valioso para esa sociedad, y de proyectar su vida más allá de la mera sobrevivencia.

Reflexionemos, entonces, unos instantes sobre algunos de los desafíos por venir en relación a los distintos campos que componen el área de intervención específica de las políticas sociales.

Es claro que en los primeros meses de gobierno la prioridad consistirá en atender la urgencia social expresada en porciones muy considerables de la población que no se alimenta diariamente de modo adecuado, en la gente que vive en la calle y que se quedó sin empleo y sin vivienda. Familias enteras atraviesan esa situación. Para estos sectores hay que pensar concretamente de qué modo se atiende esas situaciones del modo más integral posible.

Relacionado con ello, seguramente el programa de Seguridad Alimentaria que orbita en el Ministerio de Desarrollo Social será protagonista en esos primeros meses. Dicho programa tuvo una sola actualización (en relación a la inflación) de los montos transferibles a las provincias en el año 2016, por lo que es de esperar que las partidas que transfiere dicho ministerio resulten insuficientes para atender adecuadamente los requerimientos nutricionales de la población. Si no hubo casos de desnutrición resonantes, es porque los gobiernos provinciales y municipales han actuado como catalizadores de esa situación destinando mayores partidas presupuestarias propias. Más allá de ese aspecto, una vez atravesada esa urgencia, sería deseable reorientar las acciones de aquel programa para promover una definitiva soberanía alimentaria, para lo cual resultará interesante articular con las universidades y organizaciones sociales que vienen desarrollando acciones en ese campo.

En lo que refiere a la educación, resultará primordial recuperar y superar los estándares históricos de rendimiento que este sector llegó a alcanzar alguna vez y que el proceso de los años noventa tanto dañó; las políticas ensayadas durante el período 2003-2015 no alcanzaron para contrarrestar plenamente la herencia neoliberal, y los cuatro años de Cambiemos no hicieron más que revertir casi catastróficamente los avances que pudieran haberse conseguido. Entre otras cosas, esa tarea requiere reducir las brechas existentes entre las distintas regiones del país, cuestión que no sólo tiene que ver con aspectos presupuestarios, que es importante pero que por sí solo no alcanza para enfrentar los desafíos actuales. Debe ser acompañado de un proceso de mejoramiento salarial en primer lugar del cuerpo docente, en todos los niveles; (re)capacitación de los docentes (en todos los niveles), mejoramiento edilicio, incorporación tecnológica y de otros saberes que en la etapa actual la escuela debe garantizar y no dejar librado a las posibilidades/elecciones de cada familia, como por ejemplo la Educación Sexual Integral. Asimismo, en el marco de un despliegue y extensión de la tecnología a través de las redes, que nos distraen a todxs, los desafíos de la escuela por mantener interesadxs a lxs alumnxs son acuciantes. No sé si estamos preparadxs para ello, y requiere considerarlo. Es preciso reconquistar el prestigio que la escuela pública tenía en los niveles primario y secundario que francamente ha perdido, en el cual ha ganado terreno la consideración de que la educación privada como ámbito de excelencia que posibilita mejores posibilidades a quienes optan por sus “servicios”.

En el ámbito de la salud, además de jerarquizar el área como ministerio, y por lo tanto de su presencia en los distintos territorios garantizando acceso de calidad, habrá que realizar acciones que apunten a reducir las diferencias interregionales y a federalizar la atención de la salud de modo integral. Este objetivo, precisa de mucho esfuerzo y presupuesto, pero habría que considerar la posibilidad –entre otras cosas- de construir una red de prestadores de calidad por regiones, evitando que la población tenga que realizar enormes gastos de traslado e instalarse en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires si necesita tratamientos de complejidad. Además de ello, será necesario trabajar arduamente para transversalizar la perspectiva de género en todos los niveles de atención, entre todos los actores comprometidos en su prestación. No es una opción incorporar la perspectiva de género para atender la salud. No puede quedar librado al libre arbitrio del agente estatal, médico, enfermera o empleado administrativo que atiende una ventanilla. La producción de medicamentos/aparatología/vacunas por parte del Estado, articulando la inversión en ciencia y tecnología con dicho ámbito también resulta nodal, y una apuesta inteligente en términos económicos.

Algunas notas sobre la pobreza

Es claro que los porcentajes de población pobre e indigente han aumentado considerablemente durante la gestión de Cambiemos (las últimas mediciones del Indec arrojan 35% y 7,2% respectivamente). También es cierto que durante el período 2003-2015 se redujeron ambos indicadores, pero las medidas tomadas no alanzaron para bajar aún más las brechas y mucho menos eliminarlas.

En este momento, pensar seriamente en reducir e eliminar la pobreza implica diagnosticar, tomar decisiones y diseñar un arco de políticas que atiendan conjuntamente como sostiene Grassi[2] a:

1) Cómo, dónde y en qué condiciones trabajan las personas, qué nivel de ingresos reciben por ello, y a qué grado de protecciones acceden, nos lleva a mirar la estructura productiva argentina a la que ya referimos más arriba. La situación de las personas en el mercado de trabajo determina muy fuertemente cómo realizan o no la satisfacción de sus condiciones de vida, por lo que será allí donde hay que apuntalar las políticas. Y no solo por los ingresos y protecciones, sino también por el prestigio social y legitimaciones que el hecho de “trabajar” y esforzarse alcanzan en nuestra sociedad. Y cuando ello no es posible, hay que vertebrar políticas públicas y discursos que pugnen por ganar un sentido social en pos de comprender que no trabajan los que no pueden porque la estructura productiva no los absorbe.

  1. b) Las prácticas institucionales que se despliegan para implementar las políticas públicas. Es preciso generar instancias que refuercen las capacidades estatales vía la revisión/fortalecimiento/reflexividad sobre las prácticas de los agentes estatales –entre otras cuestiones. Que prime el lenguaje de los derechos en el acceso a las políticas y programas, al tiempo que recuperar los saberes y prácticas de estos agentes estatales que durante estos cuatro años de Cambiemos fueron maltratados, acusados de corruptos y altamente empobrecidos.
  2. c) Los modos de vida que se configuraron a lo largo de estas últimas cuatro décadas en que se produjo la desarticulación y erosión de un modo de entender la sociedad (con sus más y sus menos) en el cual los sectores populares eran reconocidos en un lugar de utilidad y dignidad y de mutua reciprocidad. Vastos sectores de población que reproducen sus condiciones de vida alejados de los “viejos” modos de socialización, como el acceso al trabajo (formal) y la escuela, han quedado ajenos a una inclusión digna. Por lo tanto, no albergan esperanzas en un contrato social que hace tiempo no los incluye.

La pelota en la cancha

Más allá de lo que decía al comienzo, sobre la racionalidad neoliberal que se ha impregnado en las prácticas macro y micro-sociales, lo que sucedió en las urnas el domingo pasado fue importante. Digamos que las prácticas de los sectores populares – entendiendo lo popular como una conjunción de ingredientes socioeconómicos, políticos y culturales que engloba a la pobreza, pero no se reduce a ella, aún atravesadas por dicha racionalidad neoliberal, tuvieron la capacidad de identificar que la continuidad del modelo económico-social de Cambiemos implicaba un descalabro más fenomenal que el que estamos ya atravesando.

Ahora, la pelota está en la cancha del proyecto nacional popular que postula una salida para la crisis y un re-encausamiento del sendero a seguir que, aún en el marco de los contornos que propone el capitalismo, puede significar una mejor y más justa distribución del ingreso. Para ello es necesario introducirse en una vía de desarrollo que contenga y potencie nuestras fortalezas que son muchas, acompañadas o enmarcadas en un conjunto de políticas públicas a desplegar con renovados perfiles de derechos, democráticos, participativos y con perspectiva de género.

He ahí un desafío de suma relevancia para recuperar la credibilidad en la política como herramienta de transformación y como parte de la gubernamentalidad actual en la búsqueda de resquicios que permitan/avancen en incidir en la corrosión de la racionalidad neoliberal que está lejos de desaparecer.

 

 

[1] Gago, V. (2015). La razón neoliberal. Economías barrocas y prágmatica popular. Traficantes de sueños.

[2] Grassi, E. (2013). La cuestión social y la cuestión de la pobreza. En Voces en el Fenix, La dignidad de los nadies, Nº 22

 

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