Dossier especial 2001
Pensar en democracia: afectos y conocimiento pos 2001

Por Roque Farrán

Hay una dimensión afectiva y un modo de conocimiento que son propios de la vida democrática. Esto es lo que sostiene aquí el filósofo Roque Farrán para pensar, justamente, la especificidad de nuestra democracia luego de los acontecimientos de 2001. “Pensar en democracia -dice Farrán- exige entender mínimamente cómo nos constituimos en tanto seres afectivos que tenemos la potencia de conocer y conocernos.” 

 

Al leer algunos de los artículos del dossier sobre el 2001, siento que coincido en buena parte con la valoración del legado que retoman lxs autorxs (en particular López, Rinesi, Sztulwark, Pacheco): la potencia desplegada por la manifestación popular y la composición profundamente heterogénea que dio lugar a su eclosión imprevista, en medio del hastío generalizado por las formas de gobierno neoliberales. También reconozco que diversas hebras sensibles se tramaron allí y, más acá de las dicotomías típicas en que suele incurrir el lenguaje ideológico (reformismo vs revolución, instituciones vs movimientos, etc.), no fueron trabajadas de manera adecuada a posteriori (el marco categorial con el que nos pensábamos recibió igualmente el impacto y la conmoción del acontecimiento, como dice Rinesi citando a De Certeau1). El concepto de acontecimiento, sin dudas, ha sido clave para entender la precaria constitución de un sujeto político que nunca está asegurado del todo, cuya composición remite además a lo indiscernible de una verdad que se indaga en situaciones concretas. Hubo formas novedosas de articulación que recombinaban o reconfiguraban viejos saberes militantes, como también hubo un desfondamiento radical del Estado que llevó a que éste se reformulara en buena parte de sus instituciones y su orientación de base. Cuánto habrá habido de cada cosa no es asunto de simples sumas o restas, ni de hacer listados de medidas a favor o en contra, sino de decisiones que hacen al sujeto en cuestión y nos ubican en la potencia que podemos vislumbrar en el presente, en su intensidad y delimitación real. Con esto quiero decir que el pensamiento de la situación nos implica y afecta singularmente. 

Aquí es donde tomo algo de distancia de las anteriores elaboraciones y deseo subrayar, con todas las letras, que se constituyó un Estado reparador orientado hacia políticas redistributivas de gran calado y anudado a las políticas de Memoria, Verdad y Justicia, con decisión y coraje. Resalto además que, luego del gobierno neoliberal que nos trató de destruir por todos los medios posibles, según su tendencia habitual (nada democrática), y de una pandemia atroz que azotó y azota todo el planeta, seguimos contando con un Estado cuidador cuya orientación principal no defecciona ante los principales problemas que abrió la crisis. Son todas cuestiones que vengo trabajando desde hace tiempo, porque tienen que ver con esa conmoción del marco categorial que hemos vivido: el sujeto, el estado, el método, la ideología, la racionalidad política y la ética a la luz del presente. En sintonía con esta breve rememoración del acontecimiento del 2001 quisiera resaltar ahora la dimensión afectiva y el modo de conocimiento que exigen vivir en democracia. 

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La principal batalla se da hoy en el campo de la subjetividad y los afectos. Por eso festejo la alegría y la potencia manifestada por las militancias y la ciudadanía en el día de la democracia y los derechos humanos. Escuchar a los militantes, sobre todo, brindar su apoyo al gobierno y a la unidad del campo popular, me parece que es una muestra de inteligencia práctica indispensable para estos tiempos aciagos. Saludar el entusiasmo genuino y no caer en viejos clichés de la crítica encumbrada. Pero también tenemos que pensar con conceptos lo que nos sucede y cómo nos afecta, estar a la altura de nuestro tiempo y no dejarnos arrastrar por pasiones que no contribuyen a aumentar la potencia común desde cada singularidad. 

Spinoza, el gran pensador de nuestra modernidad radical que no oponía razones y afectos, mente y cuerpo, individuo y colectivo, puede orientarnos al respecto. Para él había tres afectos básicos: deseo, tristeza, alegría, por cuya combinación se obtenían todos los demás. El deseo es la irreductible perseverancia en el ser; la alegría el afecto que experimentamos cuando aumenta nuestra potencia de obrar; la tristeza cuando disminuye o se ve obstaculizada. Distinguía también entre los afectos por los que padecemos: pasiones, y los afectos por los que obramos: acciones. La clave está en la causa y su conocimiento: podemos ser causa adecuada de lo que nos afecta, entonces actuamos; o podemos ser causa inadecuada, entonces padecemos. Como somos seres complejos, esto se va logrando de a poco, por partes, con idas y vueltas (actuamos y padecemos); nunca de manera definitiva. No obstante, como nos recuerda Spinoza, antes de tener un conocimiento adecuado de nuestros afectos, podemos ejercitarnos en la imaginación de principios rectores que ordenen las afecciones; por ejemplo, recordar cotidianamente que debemos responder al odio con amor y generosidad, no por una cuestión de deber moral, sino de efectividad práctica. Nuestras mejores militancias lo saben: el amor no es simple consigna, sino práctica efectiva. 

Para Lacan, otro gran pensador de nuestro tiempo, tenemos una certeza ineluctable: la angustia. Pero hay un modo de quitarle a la angustia su certeza: el acto. El acto, para ser justo, tiene que poner en juego la verdadera potencia de obrar y eso implica conocer su causa. Todos sabemos de las infinitas variaciones que atañen a cada cuerpo humano, su mente y complexión afectiva: “Hombres [y mujeres] distintos pueden ser afectados de distinta manera por un solo y mismo objeto, y un solo y mismo hombre [o mujer] puede, en tiempos distintos, ser afectado de distintas maneras por un solo y mismo objeto” (Spinoza). Lo mismo sucede con cualquier acontecimiento: las disputas narrativas en torno a 2001 responden a razones afectivas de fondo, ligadas a trazados y marcas diferenciales que, aun así, pueden entenderse en su conjunto como nociones comunes. Desde esta comprensión materialista de la diversidad humana, no solo caen los universales abstractos sobre lo que debería ser y hacer el hombre o la mujer, según sus intereses objetivos y/o autoevidentes; también se pone en cuestión cómo podemos conocer y plantear modos efectivos de afectar nuestras relaciones sociales, nuestro ser-en-común. La democracia no es un universal abstracto, sostenemos entre varios, sino el conjunto de prácticas que nos constituyen en actos cotidianos. 

Esto es así, al menos, si deseamos componernos mejores y no abandonarnos a la autodestrucción que propone el neoliberalismo autoritario. Lo que, por otra parte, no debería ser descartado como opción efectiva (la pulsión mortífera que cultiva muy bien el neoliberalismo nos atraviesa a todos). No es cuestión de hablar de afectos y pasiones en general, sino de entender las dinámicas afectivas -lo que aumenta o disminuye la potencia de obrar- cuerpo a cuerpo, situación por situación, dispositivo a dispositivo; porque las marcas históricas son también absolutamente singulares. De ahí que poco sirva a los modos de organización política deseables hablar en general de populismo, comunismo, republicanismo, autonomismo, estatismo, capitalismo, etc. La tarea de pensar caso por caso, lo universal genérico que nos constituye, no se resuelve con precisiones lingüísticas o mejores contextualizaciones históricas; sino con el pensamiento que hace cuerpo en ejercicios concretos de subjetivación, donde los otros puedan sentirse convocados a aumentar su potencia de obrar, cualesquiera sean sus prácticas. Aquí las idealizaciones personales y las jerarquías de saber nos juegan en contra. Qué es lo que puede o habrá podido hacer cada quién, en diversas inscripciones organizacionales o institucionales, gracias a un acontecimiento que abrió el abanico de nuevos posibles, no puede ser tipificado ni reificado. 

Contra la derecha que avanza, a puros golpes de efecto mediáticos, lo mejor que podemos hacer no es ponernos a explicar aquello que la gente debería saber de la historia. Tampoco imitar las tácticas de twitterización del pensamiento reaccionario con contenidos de signo inverso. Tenemos que pensar en términos afectivos concretos cada punto e instancia del espacio social, cada relación y cada modo: allí donde no es posible mentir y cada quien sabe con el cuerpo lo que produce uno u otro. El afecto que no engaña no es solo la angustia, como decía Lacan, sino el que en verdad aumenta nuestra potencia de obrar junto a otros. Eso, por supuesto, no se digitaliza ni simula: el pensamiento material no puede viralizarse. No porque solo sea accesible a algunos pocos. Al contrario, es como el aire que respiramos: se encuentra por doquier a disposición de cualquiera. Sino porque el modo de exhalación es único, absolutamente singular, incluso si es el último suspiro. Por eso hay que llegar a ese modo de exhalación/pensamiento lo más pronto posible. Nunca se sabe si no es, en efecto, el último. La pandemia nos ha advertido al respecto. 

En democracia no siempre pensamos. O, al menos, no siempre alcanzamos la máxima potencia del pensar en acto. Y eso es lo que genera odio. Lo que termina siendo, en definitiva, el odio a la democracia. Pensar en democracia exige entender mínimamente cómo nos constituimos en tanto seres afectivos que tenemos la potencia de conocer y conocernos. Siguiendo a Spinoza, debemos considerar tres géneros de conocimiento: imaginación, razón, intuición (esto también permite ordenar las lecturas e interpretaciones post 2001). La imaginación nos informa acerca de lo que afecta nuestro cuerpo directamente, no de las causas y razones de ello. Así, atribuimos alegrías y tristezas a cosas oídas al pasar, asociaciones contingentes, o fijaciones de ideas repetidas. Es necesaria la imaginación, como primer género de conocimiento, a la vez irreductible e insuficiente. Pero necesitamos conocer también las relaciones en las variaciones afectivas, cómo una cosa afecta a otra diferencialmente, hace que se componga o descomponga; de ahí las nociones comunes o la razón que sitúan el segundo género de conocimiento. Este género es indispensable para no quedar pegoteados a lo pasional y su lógica impresionista, ciclotímica, de alegrías y tristezas inexplicables, atribuidas al azar o a la fijeza. Aunque tampoco bastan las nociones comunes que explican unas cosas a través de otras y no cada cosa, cada modo singular, según su esencia. Aquí es donde opera el tercer género de conocimiento o intuición, cuyo afecto templado es la beatitud. Cuanto más conocemos las cosas singulares, más conocemos la Naturaleza y más nos conocemos a nosotros mismos. Así, más podemos poner en su lugar las pasiones: activamos los afectos y constituimos un nudo virtuoso. Puede que al principio suceda de manera fugaz e intermitente, pero mientras más nos ejercitamos en este modo de conocer, lo transmitimos y compartimos, más prescindimos de las ambivalencias pulsionales, las fijaciones identitarias y las especializaciones o jerarquías de saber.  

Cada vez que se produce un acontecimiento político de la magnitud del 2001 o del 2015 (Ni Una Menos), como dice María Pia López, algo de esa potencia que nos iguala se actualiza; pero todo movimiento que cuestiona determinadas relaciones de poder es impuro e indiscernible por definición, porque se trama a partir de ellas. Se abre un tiempo nuevo en que diversas temporalidades y recursos se entrecruzan. No hay purismo alguno aquí: tenemos que aprender a leer los cruces en manifestaciones absolutamente heterogéneas. Cualquiera puede saber si se conecta con su deseo, su esencia singular, y se dispone a componer con otros la potencia común que nos constituye. La igualdad de las inteligencias es ontológica, su verificación es siempre política. La democracia es el único modo de gobierno que trata con lo absolutamente cualquiera, sin castas ni privilegios, pero necesita llegar al despliegue de la máxima potencia de ser y pensar: situar las singularidades. Sin pensamiento de lo singular no hay democracia real, sino meros procedimientos formales o ficciones antojadizas que se contentan con utopías reaccionarias y/o nostálgicas. 

Por último. Pienso como muchos que el sujeto político por venir será múltiple y variado, como muestran los acontecimientos señalados, no ligado solo a una clase o identidad colectiva. Sujeto que responderá a diversos llamados, luchas y procedimientos. Sujeto que desplegará su potencia colectiva a través de las distintas manifestaciones artísticas, amorosas, científicas y políticas. Porque un sujeto necesita cuerpo y materiales concretos para tramarse, no solamente consignas y banderas. Ante todo, pienso que ese sujeto múltiple y variado encontrará los modos de anudarse al seguir la lógica afectiva que suspende las identidades rígidas y se orienta por lo que aumenta la potencia de obrar, no por el cálculo y la ganancia. Aun si el daño, el trauma o las diversas pulsiones destructivas lo atraviesan, solo la orientación decidida por el deseo, los afectos alegres y el conocimiento adecuado de lo que le afecta podrán contrarrestarlas. También pienso a ese sujeto múltiple y variado habilitando instancias de reflexión ética y prácticas de cuidado de sí donde cada decisión debe contemplar el modo en que se hacen las cosas, no solamente los resultados. Es parte de ese cuidado integral la construcción de conceptos ligados a cuerpos y afectos que nos permitan pensar las singularidades en común. Solo así, quizá, algo de la emancipación que prometen los acontecimientos en democracia sea posible. 

 


Roque Farrán nació en Córdoba en 1977. Es Investigador Adjunto del Conicet, Doctor en filosofía y Licenciado en Psicología por la Universidad Nacional de Córdoba, y miembro de los Comités Editoriales de las Revistas Nombres, Diferencias y Litura. Publicó los libros Badiou y Lacan: el anudamiento del sujeto (Prometeo, 2014), Nodal. Método, estado, sujeto (La cebra/Palinodia, 2016), Nodaléctica. Un ejercicio de pensamiento materialista (La cebra, 2018), El uso de los saberes. Filosofía, psicoanálisis, política (Borde perdido, 2018), Leer, meditar, escribir. La práctica de la filosofía en pandemia (La cebra, 2020); editó junto a E. Biset Ontologías política (Imago mundi, 2011), Teoría política. Perspectivas actuales en Argentina (Teseo, 2016), Estado. Perspectivas posfundacionales (Prometeo, 2017), Métodos. Aproximaciones a un campo problemático (Prometeo, 2018).    

 


1 Eduardo Rinesi, “Crisis del 2001 en Argentina: los sentidos de una conmoción”, Página 12, 16 de diciembre de 2021. https://www.pagina12.com.ar/389719-crisis-del-2001-en-argentina-los-sentidos-de-una-conmocion  

 


Imagen de portada: Gustavo Cosacov – Nudo Borromeo (Sinthome) – Obra digital

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