Por Santiago Poy
En el marco de un nuevo paro nacional cabe reflexionar sobre el mundo del trabajo. Entre 2016 y 2024, la tasa de pobreza en la Argentina se incrementó de 31% a 45,5%. En el mismo lapso, la tasa de desocupación pasó de 8,5% al 7,2% ¿Cómo se explican estas cifras? El Doctor en Ciencias Sociales e investigador del CONICET Santiago Poy analiza datos del mercado de trabajo y da cuenta de la magnitud del fenómeno de los trabajadores pobres en nuestro país, donde entre tres y cuatro de cada diez personas que trabajan viven en la pobreza.
En los últimos años, es cada vez más frecuente escuchar hablar acerca de las y los trabajadores pobres. Día a día conocemos historias de personas que, pese a estar ocupadas y trabajar largas horas, no consiguen reunir los ingresos suficientes para cubrir algunas necesidades básicas: trabajadoras de casas particulares que viajan muchas horas para llegar a su lugar de trabajo, trabajadores de la construcción con salarios insuficientes, personas que viven de changas, recicladores urbanos que se ganan la vida juntando cartones y que cada vez tienen que trabajar más para reunir menos plata que antes.
Más recientemente, otros trabajadores fueron cayendo en la pobreza: trabajadores de pequeños negocios, emprendedores por cuenta propia, e incluso empleados formales de distintas actividades que pagan salarios bajos. Y hay otros tantos que evitan la pobreza mediante el recurso de trabajar cada vez más horas, por ejemplo, sumando nuevas actividades.
El deterioro socioeconómico que está viviendo nuestro país hace varios años y las múltiples transformaciones que, como capas geológicas, se suceden en el mercado de trabajo –la irrupción de las plataformas, el “emprendedurismo”, el creciente protagonismo de la economía popular, por mencionar algunas– ponen en primer plano la discusión sobre el trabajo, los ingresos y la pobreza. Estas transformaciones no son solo materiales, sino también simbólicas: está en discusión la capacidad del trabajo para seguir funcionando como vector de integración social.
¿Por qué hablamos cada vez más de los “trabajadores pobres”?
Entre 2016 y 2024, la tasa de pobreza en la Argentina se incrementó de 31% a 45,5%. En el mismo lapso, la tasa de desocupación pasó de 8,5% al 7,2% (Gráfico 1). La disociación entre ambos fenómenos da cuenta de un creciente desacople entre el funcionamiento del mercado laboral y la dinámica del bienestar. Puesto en otras palabras, aumenta la pobreza en un contexto en el que la desocupación no se incrementa e, incluso, se mantiene en niveles históricos relativamente bajos.
Gráfico 1. Tasas de pobreza y desocupación. Total de aglomerados urbanos, 2016-2024.

Según la definición que usamos aquí, los trabajadores pobres son las personas que se encuentran ocupadas pero que viven en hogares cuyos ingresos no alcanzan para cubrir la línea de la pobreza.[1] En febrero de 2025, esa línea era de $1.060.000 para una familia de cuatro miembros. Cuando pensamos en trabajadores pobres, pensamos en personas ocupadas que, sumando todos los ingresos que reúnen, no logran cubrir esa línea. El porcentaje de personas trabajadoras pobres durante 2024 (con datos de los primeros tres trimestres del año) fue de 38,3%: la cifra más alta desde que el INDEC retomó la medición de la pobreza en 2016, y la más elevada desde 2004.
Gráfico 2. Trabajadores pobres. Total de aglomerados urbanos, 2016-2024.

¿Qué hay detrás de estas cifras? El acelerado empobrecimiento de la población ocupada en los últimos años es, sin dudas, el resultado de una serie de procesos bastante conocidos. Enumeremos tres cuestiones centrales: el estancamiento de la economía argentina, la inflación y el deterioro del mercado de trabajo.
La economía de nuestro país lleva más de diez años sin crecer, lo que torna inviable cualquier reducción sostenida de la pobreza. Desde 2018 se ha registrado lo que, parafraseando a Gabriela Benza, Pablo Dalle y Verónica Maceira[2] es ya una “triple crisis”: la prepandemia, la pandemia y la postpandemia, coyunturas a las que se suma el shock de ajuste macroeconómico, con fuerte impacto sobre el nivel de actividad, que se inició en diciembre de 2023. En el marco de una inflación cada vez más desbocada, el salario real promedio se redujo casi 25% entre comienzos de 2018 y la actualidad. Por eso, puede resultar útil distinguir entre “trabajadores empobrecidos” y “trabajadores pobres”: en un contexto de marcado deterioro salarial, prácticamente todos los grupos ocupacionales se han empobrecido, mientras que algunos y algunas no logran ni siquiera cubrir lo básico.
A su vez, el mercado de trabajo urbano se fue deteriorando. Entre 2014 y 2024 por cada empleo formal privado se crearon 7 empleos como monotributistas y 10 empleos informales[3]. El resultado es conocido: de los 21 millones de ocupados que tiene nuestro país, menos de la mitad son empleados formales.
¿Es novedosa la cuestión de las y los trabajadores pobres? Sin dudas que no. Buena parte de la reflexión académica sobre el mundo del trabajo en América Latina estuvo dirigida a entender la realidad de –para usar una expresión del Programa Regional de Empleo para América Latina de la OIT de los setenta– los “pobres que trabajan”. En los países desarrollados, en un contexto en el que se expandían los Estados de bienestar y se consolidaba la llamada “sociedad salarial”, la pobreza era considerada un sinónimo de desempleo. En los países en desarrollo o periféricos, en cambio, distintos enfoques teórico-metodológicos buscaban dar cuenta de la multiplicidad de formas laborales existentes, muchas de ellas directamente asociadas con la pobreza y las estrategias familiares de supervivencia: el cuentapropismo, la venta ambulante, el pequeño artesanado, todo lo cual tendió a quedar englobado en la categoría del “sector informal”[4].
Aunque no se trata de un fenómeno nuevo, la discusión sobre los trabajadores pobres en la Argentina ha ganado relevancia en los últimos años porque logra capturar un emergente y un diagnóstico de los problemas del mercado de trabajo actual. Por ejemplo, si pensamos en la situación social de los años noventa, vienen a la memoria las largas filas de personas que trataban de conseguir los pocos empleos disponibles. Si nos enfocamos, en cambio en los primeros años de la década de los 2000, el crecimiento del empleo formal en el sector privado fue un rasgo importante de la dinámica ocupacional[5] y, con una pobreza y una tasa de desempleo en franco retroceso, la cuestión de la pobreza entre las personas ocupadas parecía un problema, en el mejor de los casos, transitorio.
La imagen de la época actual, en cambio, es distinta. Siguiendo los datos del INDEC, hace ya casi ocho años que hay cada vez más personas trabajando y, sin embargo, hay también un número creciente de personas que son pobres o tienen bajos ingresos. El mercado de trabajo procesa la crisis y los cambios económicos ya no (o no principalmente) a través del desempleo, sino a través de los salarios y la calidad de los trabajos. Esto implica también que el empleo formal (protegido o con derechos) es una realidad que involucra a cada vez menos personas. Por lo tanto, el empleo formal parece ser una aspiración social lejana: para muchos y muchas, el trabajo está cada vez más asociado con la desprotección, los bajos salarios y la pobreza.
¿Quiénes son y qué hacen las y los trabajadoras pobres?
A partir de investigaciones que se vienen haciendo sobre el tema, sabemos que no todas las personas ocupadas están igualmente expuestas al riesgo de ser pobres. Trabajar en la informalidad, en pequeños negocios o como microemprendedor por cuenta propia es determinante. El Gráfico 3 permite entender las tendencias y los niveles de pobreza de distintos grupos de trabajadores. En este sentido, en 2024 el 60% de los asalariados informales y el 70% de los cuentapropistas informales están en la pobreza[6]. Este último dato muestra el “lado B” del emprendedorismo, un aspecto muy conocido en América Latina donde el autoempleo es, a menudo, una respuesta a la falta de oportunidades laborales en el sector formal.
Algo más sorprendente es que el 24% de los empleados formales son pobres. Aunque desde 2018 en adelante la pobreza ha aumentado en todos los grupos ocupacionales, un aspecto significativo es que la formalidad parece estar cada vez más débilmente asociada con un piso mínimo de condiciones de vida. Y esto está afectando tanto a trabajadores del sector privado como del sector público.
Gráfico 3. Pobreza según categoría socio-ocupacional. Total de aglomerados urbanos, 2016-2024.

Otro factor relacionado, aunque distinto, se refiere al mayor riesgo de pobreza que tienen las personas ocupadas que cuentan con bajo nivel educativo o que realizan una actividad de baja calificación. La información proveniente de encuestas de hogares permite componer una imagen de qué hacen los trabajadores pobres: son, principalmente, trabajadoras de casas particulares, cuidadoras, albañiles y vendedores, ya sea por cuenta propia o como empleados en pequeños negocios.
El tercer factor que es necesario destacar se refiere a las características de los hogares en los que viven estos trabajadores. Y aquí emerge un tema crucial: tener niños y adolescentes a cargo acentúa fuertemente el riesgo de ser pobre. Esto se debe a una conjugación de dos procesos. Por un lado, los trabajadores que viven en hogares con chicos tienen más dificultades para trabajar –debido a las necesidades de conciliar la vida laboral con los cuidados– y, por otro lado, tienen más demandas de consumo. Así, el riesgo de ser pobre, entre los trabajadores que viven en hogares con niños, es más del doble que el que enfrentan sus pares que no tienen niños a cargo (Gráfico 4).
Gráfico 4. Personas trabajadoras pobres según presencia de niños y adolescentes en su hogar. Total de aglomerados urbanos, 2016-2024.
Un llamado de atención para la agenda de las políticas públicas
Pobreza y trabajo son, cada vez menos, asuntos separados. La cuestión de los trabajadores pobres desafía muchos de los imaginarios sociales acerca del papel del trabajo y también interpela a las políticas públicas. Al menos en la Argentina, el trabajo ha sido visto como el medio indiscutido para superar la pobreza, asegurar grados mínimos de cohesión social e, incluso, conseguir –tanto a nivel individual como colectivo– movilidad social ascendente. Pero la realidad actual en la Argentina pone en entredicho la promesa del trabajo, al tiempo que hace más palmarios los contrastes entre distintos colectivos de trabajadores con muy desigual capacidad de proteger sus oportunidades de reproducción social.
Superar la pobreza requiere, en primer lugar, de una economía que crezca de manera sostenida. Pero sabemos que se trata de una condición necesaria, pero no suficiente. Nuestro país experimentó períodos de crecimiento económico con concentración del ingreso y aumento de la pobreza. Es necesario encontrar una ecuación que sintetice crecimiento con reducción de la desigualdad si lo que buscamos es una reducción significativa de la pobreza y una mayor prosperidad compartida. Se trata, sin dudas, de la ecuación que nuestro país no ha podido encontrar en las últimas cuatro décadas, pero especialmente en los últimos años. El proceso económico actualmente en curso no ofrece ninguna solución duradera en ese sentido.
¿Por qué las políticas sociales y laborales deberían poner foco en la cuestión de las y los trabajadores pobres? En primer término, por la magnitud del fenómeno: hoy entre tres y cuatro de cada diez personas que trabajan viven en la pobreza. En segundo término, porque las distintas transformaciones en curso, y especialmente, las tecnológicas, van a impactar en el mercado de trabajo, en términos de salarios, calidad de los empleos y protección social.
Los puntos a considerar son múltiples y, en muchos casos, conjeturales. Las evidencias existentes sugieren al menos tres cuestiones básicas. En primer término, la cuestión de la calidad de los empleos es central: hemos visto que, en los últimos años, el principal problema laboral no ha sido la desocupación, sino el tipo de empleos que se generan. En segundo término, asegurar la protección social a los trabajadores que enfrentan mayor riesgo de pobreza, por ejemplo, a quienes tienen chicos a cargo o a quienes tienen un bajo nivel educativo porque no han podido seguir estudiando. En tercer lugar, aparece la cuestión de las políticas de transferencias dirigidas a la población en edad de trabajar, hasta ahora siempre enfocadas en los llamados planes o programas de empleo. ¿Puede hacerse algo distinto? Hay oportunidad de repensar estos programas desde una mirada de integración productiva, no solo individual, sino también socio-comunitaria.
Santiago Poy es licenciado en Sociología y Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires (UBA). Investigador de CONICET y docente de grado y posgrado de la UBA. Sus investigaciones se centran en temas de pobreza, mercado de trabajo y sistemas de protección social. En redes X @santiago_poy / IG: @santiagopoy
[1] En la literatura especializada se emplean también aproximaciones que consideran “trabajadores pobres” a quienes tienen ingresos individuales por su trabajo que son inferiores a la línea de pobreza. Una síntesis de los distintos abordajes de medición se encuentra en Poy (2021).
[2] Benza, G., Dalle, P. & Maceira, V. (2023). Estructura de clases de Argentina (2015-2021): efectos de la doble crisis prepandemia y pandemia en el empleo, los ingresos y los gastos de los hogares. En. P. Dalle (comp.) Estructura social de la Argentina en tiempos de pandemia. Buenos Aires: Imago Mundi e IIGG.
[3] Poy, S. (2022). Trabajadores/as pobres ante la irrupción de la pandemia de COVID-19 en un mercado laboral segmentado: el caso argentino. Estudios del Trabajo, 62, 1-30.
[4] Una muy buena síntesis de los distintos enfoques sobre este tema se encuentra en Giosa Zuazúa y Fernández Massi (2020).
[5] Beccaria, L. y Maurizio, R. (2012). Reversión y continuidades bajo dos regímenes macroeconómicos diferentes. Mercado de trabajo e ingresos en Argentina 1990-2010. Desarrollo Económico, 52 (206), pp. 205-228.
[6] Es posible que estas cifras sean más bajas cuando se considere el promedio de los cuatro trimestres de 2024. Al momento de escribir este texto, los datos del último trimestre no estaban disponibles.