Ideología, ética y filosofía
Política de la verdad

Por Roque Farrán (UNC-CIECS-CONICET)

“No hemos mostrado por qué mecanismo general la ideología «hace actuar por sí solos» a los individuos concretos en la división social-técnica del trabajo, es decir, en los diferentes puestos de los agentes de la producción de la explotación, de la represión y de la ideologización (y también de la práctica científica). En suma, no hemos mostrado por qué mecanismo la ideología «hace actuar por sí solos» a los individuos, sin que haya necesidad de ponerle a cada uno un gendarme en el culo.”

Louis Althusser

Leyendo por enésima vez el sublime “Ideología y Aparatos ideológicos del Estado” (la versión de Sobre la reproducción) no puedo evitar leer a través de sus páginas y agudos conceptos cómo la clase dominante ya sin tapujos, pues sus eminentes miembros están sentados directamente en casa de gobierno, ejerce la violencia a través de todos los aparatos represivos e ideológicos del Estado: el limitado asesor presidencial lo hace al referirse despectivamente hacia nuestros artistas y pensadores, la policía lo hace al entrar armada en colegios y universidades a golpear o apresar a los alumnos, Milagro Salas sigue presa, Santiago Maldonado desaparecido, y así. Entonces, se puede captar todo el espesor de esa sutil diferencia conceptual ensayada por Althusser entre los grados de violencia que admiten los aparatos represivos e ideológicos de Estado, porque no da lo mismo qué alianza de fracciones de clase llega al poder; y no debiera dar lo mismo ni para los del caño, ni para los de la gorra, ni para los que gustan de tener “un gendarme en el culo”.

Quisiera presentar unas breves anotaciones que reparen en la efectividad de la ideología en la actualidad y cómo una práctica material de la filosofía, que acentúe la dimensión ético-política inerradicable de toda formación social, puede resultar atenuante respecto de aquéllos nocivos efectos.

I. El imaginario goce de la sustancia y lo real en juego. No veo casi nunca televisión, sin embargo, en uno de esos rápidos condensados que suelen pasar en algún programa, vi una serie de exabruptos que me dieron a pensar lo desbocado que se encuentra el Amo, manifestado patéticamente a través de algunos de sus agentes menores. Vi a Lanata maltratar o tratar de idiotas a los panelistas de un programa que eran iguales a él, al menos en su modo de razonar y argumentar; vi al mismo Lanata ser tratado de pelotudo [sic] por Macri, quien a todas luces no es tampoco ninguna lumbrera; vi al mismo conductor de aquel patético programa maltratar en vivo a uno de sus panelistas por llegar tarde, etc. Es como si no hubiera ningún filtro: no hay modales, no hay autoridad simbólica, ni respeto, ni inteligencia alguna. No pidamos que sean spinozistas, sabios y prudentes, pero no hay siquiera en función lo que Kant llamaba “mentiras sinceras”, aquellos modales y formas simbólico-imaginarias que pueden constituir un recurso menor para alcanzar la virtud real. Como si la estupidez y la agresividad fuesen in crescendo en paralelo -para lelos-, imaginariamente, y el paralelismo real -el de atributos diferenciados: pensamiento y extensión- se disolviera en una sustancia gozante uniformadora y homogénea que se fagocita a sí misma hasta alcanzar la destrucción absoluta.

En un sentido que es más ideológico que ontológico, habría que decir “la clase media no existe”: entre la ilusión de ascender y el temor a tocar fondo, jamás se afirma en lo que realmente es y por eso tampoco defiende las condiciones concretas que le permiten llegar a serlo. Por eso mismo, este sistema de explotación y degradación no se va a acabar jamás bajo ninguna idea romántica de justicia -cuyo paradigma quizás se cifre en la célebre frase del Che: “Sean capaces siempre de sentir, en lo más hondo, cualquier injusticia realizada contra cualquiera, en cualquier parte del mundo”-; al contrario, tiene que ser un sentimiento bien corporal de asco, hartazgo y repulsión al mismo tiempo lo que nos incite a abandonarlo y dejar de alimentarlo con nuestras fantasías de goce ilimitado; sólo ese acto corporal masivo, replicado en cualquier parte del mundo por cualquiera, hará que el aire del antiguo sólido desvanecido pierda también su sustento ideológico.

Y sí, quizás “sólo un dios puede salvarnos”, como creía Heidegger, pero tal dios nada tiene que ver con un retorno religioso, ni con un cultivo de la finitud y la modestia, sino con acceder en acto a la infinita potencia que nos constituye de infinitos modos; y hacerlo ya, de manera urgente y necesaria, sin mediaciones ni concesiones de ningún tipo. Sólo podemos esperar lo peor, en cambio, si no accedemos al conocimiento absoluto de la sustancia real en que vivimos y dirigimos nuestros actos en función de ello, ética y políticamente. Así, a la aporética que se suele expresar en nuestros debates contemporáneos, entre una ética del mandato o la alteridad absoluta (cuasi religiosa) y una política del saber histórico o la coyuntura (puramente pragmática), le falta el anudamiento inexorable del saber absoluto; no en el sentido de la totalización teleológica hegeliana, sino en el insensato proceso real por el que cualquier modo singular se muestra en esencia constituido por una potencia infinita.

II. Lo simbólico en la era de la posverdad y el truco del redoblamiento. “¡Pero mira qué mentiroso eres! Cuando dices que viajas a Cracovia me quieres hacer creer que viajas a Lemberg. Pero yo sé bien que realmente viajas a Cracovia. ¿Por qué mientes entonces?”. Zizek da un ejemplo un poco más dramático del mecanismo que funciona en el viejo chiste freudiano; podría suceder, dice, que fuésemos a visitar al hospital a un amigo afectado de un cáncer terminal y le dijésemos, simplemente para alentarlo, que lo vemos mejor cuando en realidad podría ocurrir que verdaderamente él hubiese tenido una mejora que nosotros ignorásemos; entonces él bien podría decirnos: “¡Por qué me dices que me ves mejor para que yo crea que me lo dices sólo para animarme cuando en verdad estoy mejor!”. Así funcionan aquello que Kant llamó, en su Antropología en sentido pragmático, las “mentiras sinceras”. La mentira es una suposición del Otro, que se sostiene sólo porque a los seres parlantes nos es dado mentir diciendo la verdad (mentira a la segunda potencia). Sucede que en la era de la “posverdad”, nos hemos animalizado al extremo y las mentiras son de primer grado: todos mienten porque creen que todo da lo mismo, da igual, que en última instancia es asunto de poder y de imposiciónpor repetición mediática (es lo que ha logrado la lógica del equivalente general, el dinero, transferido a todos los medios: aplanamiento y homogeneización de lo simbólico). Si digo la verdad en sentido ontológico, aunque sea dura y difícil en principio, es porque sostengo que es accesible a cualquiera; el problema es que todos creen que invariablemente se miente, no importa quién hable, mientras algunos más avispados sospechan que digo la verdad para hacerlos creer que miento. Esa suposición ya es algo más elaborada, da su posibilidad renovada a lo simbólico, aunque todavía permanece en el registro de la ambivalencia afectiva y no encuentra la razón del acto: su estructura real de corte. No hablo simplemente de estructuras fallidas del lenguaje, o de relaciones impuestas de poder, sino de producir en torno a la verdadera potencia genérica e infinita que nos constituye: Unidad real. La unidad real es ontológica: todos somos parte de la misma sustancia absolutamente infinita, no puede haber exclusión por definición. La unidad simbólica es lógica: todos somos estructurados por el mismo orden y conexión, llámese lenguaje o inconsciente, en tanto seres hablantes y sexuados. La unidad imaginaria es ideológica: todos fuimos víctima de todo alguna vez, la especularidad, la interpelación y el reconocimiento; he allí donde se sitúan los narcisismos de las pequeñas diferencias, por desconocer que “todos” se escribe siempre en plural (incluido el no-todo). Las grandes diferencias, las que nos constituyen, no objetan la sustancia común de la que somos parte, pues son sus atributos esenciales.

Ahora bien, si tuviera que explicar rápidamente aquello de la posverdad, no acudiría al trillado concepto foucaultiano de “dispositivos de saber-poder”, cuyo funcionamiento circular permite entender cómo el poder induce más que prohíbe y el saber limita esas mismas posibilidades de acción, supuestamente liberadas, a grillas epistemológicas binarias: hombre/mujer, normal/patológico, k/antiK, etc.; sino que me remitiría al concepto menos estudiado de “procedimientos aletúrgicos de verdad”, que propone justamente Foucault para mostrar la necesaria y activa implicación del sujeto en la cooptación del círculo de saber-poder. ¿Por qué pese a la artificialidad de los montajes mediáticos y el conocimiento que tienen de eso, pese a todo, los sujetos compran o se enganchan con determinadas ficciones de lo real? Pues bien, porque las necesitan justamente para constituirse como tales, tienen una efectividad simbólica, en tanto son modos económicos de distribuir y justificar los hábitos y prácticas históricas; se sabe: el cambio real es arduo e implica un verdadero trabajo sobre sí mismo (ética), sobre los otros (poder) y sobre las cosas (saber), en simultaneidad, sin poder garantizar nada respecto al resultado. Entonces, romper con la ficción de verdad sin volver a reponer un concepto positivista o realista de verdad, algo ya imposible, implica asumir que la verdad es más bien un proceso genérico de cambio que modifica simultáneamente estas dimensiones de saber-poder-ethos, no excluye a nadie, y exige una participación activa de los sujetos sin imponer jerarquías, coacciones o grillas de inteligibilidad a priori.

III. La intervención oportuna. ¿Por qué quedarse sólo con la dicotomía entre “discurso ideológico puro y duro” o bien “discurso pragmático marketinero adaptable”? Creo que hay otros modos de leer la tan comentada intervención de CFK en Arsenal (por su “giro” en el estilo comunicativo). Hace poco leía justamente un artículo muy interesante que rescataba la función de la “ficción útil” en Spinoza, se sabe: para una mirada ontológica, sub specie aeternitatis, el bien y el mal como lo perfecto e imperfecto son distinciones relativas, no existen como tales en la naturaleza que expresa, en todo caso, la potencia infinita de los seres; sin embargo, podemos juzgar lo bueno y lo malo en función de un modelo, porque no podemos dejar de imaginar e incluso de hablar para que entienda la mayor cantidad de gente posible. Me hizo acordar al comentado uso de las “mentiras sinceras” en Kant y al uso de los semblantes en psicoanálisis. ¿Cuál es la diferencia con la burda mentira, el marketing o la manipulación? Pues que hay algo real en juego, un entendimiento concreto de lo que nos constituye, y un deseo decidido de aumentar la potencia de todos y todas a como dé lugar. En ese sentido, y desde muchos puntos de vista, pienso que la intervención de CFK fue un acierto, incluso desde ese mismo punto anamórfico que escapa a la visión y organiza el campo (“popular” en este caso), transita y trasunta en el contacto de la gente, entre las miradas y las palabras afectivas, es decir, moviliza como causa inmanente los cuerpos reunidos. Insisto, CFK interpela lo mejor que podemos ser como potencia, punto indeterminado pero compacto, en tanto encarna el deseo político por excelencia. Algunos pueden sentirse heridos o defraudados, es comprensible: el narcisismo está hecho para las heridas, pero es el lenguaje el principal artífice de las mismas, como también de su cura, por eso es necesario cuidar las palabras que tocan el ser de las cosas, incluidos nosotros mismos. Es necesario plantear pues -además de la ideología pura y dura- una ética verdadera del discurso, no sólo racional sino afectiva y ontológica, y cultivar otro modo de leer la historia, de asumir la historicidad: uno en que las luchas olvidadas de todos los tiempos se conecten entre sí y vuelvan a escribirse juntas, desde la eternidad. Ese es el legado del pensamiento materialista, ahora y siempre. La unidad real, la causalidad inmanente que nos moviliza, no es un a priori, no responde a garantías ni estructuras rígidas, se juega siempre en “una decisión de enorme audacia, coherencia conceptual y resultado incierto” (como calificó Verbitsky la intervención de CFK), es decir, un proceso esencialmente abierto y bien circunscrito por un deseo decidido. Por eso CFK sigue siendo la única dirigente que orienta nuestros rudimentarios deseos políticos: allí donde podemos afirmar que “tenemos una idea verdadera” (quizás haya otros expertos y especialistas que saben más, pero ellos no tocan la verdad en su indeterminación característica).

IV. El nudo de la cuestión: crítica y gobierno de nosotros mismos. ¿En qué momento de la historia ya no resultó necesario, para acceder al conocimiento, efectuar una transformación en el ser mismo del sujeto, es decir, pagar un precio para alcanzar la verdad? En La hermenéutica del sujeto Foucault atribuye esa mutación esencial en torno al conocimiento al “momento cartesiano”, pero insinúa que la separación entre conocimiento y ejercicios espirituales (ascetismo, pruebas y prácticas de sí) comenzó mucho antes: cuando la filosofía se hizo sierva de la teología y se dedicó a realizar ejercicios escolásticos para demostrar la existencia de dios (la verdadera oposición se planteó entonces entre teología y saberes espirituales, y no entre ciencia y teología). Si hoy estamos en la era de la “posverdad” y la manipulación desembozada de cualquier práctica o saber, en función de las necesidades del poder fáctico, ha sido también en parte nuestra responsabilidad histórica por no haber encontrado y practicado suficientemente los modos de imbricación entre saber, poder y prácticas de sí; sea porque hemos alimentado un saber técnico desvinculado de su implicación política, o inducido una mística militante que no se abocada al cuidado de sí, o, finalmente, porque cuando nos hemos ocupado de analizarnos en nuestra subjetividad no hemos captado las implicaciones políticas y los saberes que podían reformular estas prácticas. Así, políticos militantes, psicoanalistas y psicoterapeutas, como académicos especialistas, más acá de las buenas intenciones, progresistas, izquierdistas o nacional-populistas, también somos responsables del éxito del duranbar(bar)bismo. No hemos sabido ni podido ni deseado suficientemente gobernarnos a nosotros mismos. Quizás aún estemos a tiempo.

V. Las Paso, la escritura y el pensamiento que necesitamos. Un análisis político que vaya al hueso, atravesando las vísceras y el corazón, conectando cada una de las fibras nerviosas de este cuerpo embotado que es la sociedad argentina; un análisis que sea como un pinchazo de adrenalina, que toque lo real y haga saltar de dolor, que despierte, que tense los músculos, que prepare las articulaciones, que dé ganas de salir de nuevo a la calle y hablar con la palabra desatada, diciendo lo que hay que decir, a cada quien, interpelando y pensando, organizando y convocando, en múltiples niveles, anudando, hablando lenguas, si es necesario, enloqueciendo, racionalizando, amando, golpeando si es necesario, etc. Algo así. Cuando uno lee los textitos de intervención de Marx, siente que algo de eso había, si bien es difícil saber a ciencia cierta cuál era la sensibilidad de la época y las condiciones efectivas de recepción, o cómo se constituiría hoy ese tipo de discurso que, por supuesto, no se trata de imitar…

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