Dossier especial 2001
Recordar, ese problema

Por María Pia Lopez

La historia es un campo de batalla, la memoria también. A veinte años del acontecimiento que sacudió la Argentina la socióloga, ensayista y escritora María Pia López escribe sobre el pasado como un modo de hacer una memoria política del presente. ¿Qué es 2001? Nuestra odisea plebeya. “La transitamos aferradxs a algún mástil para no dejar de escuchar todo canto, incluso el de las sirenas. Memorias del 2001 es memorias de esos sentimientos, del subsuelo de la patria sublevado, del arte callejero -unos días antes el GAC había arrojado muñequitos con paracaídas enfrente a la Bolsa de Comercio, en los meses posteriores recuerda Marcela Fuentes que una familia se había instalado con reposeras en un banco, para protestar que no podía vacacionar porque sus ahorros habían quedado acorralados-, de la alegría de haber volteado a un gobierno impopular, de la bronca porque ese gobierno se había ido con poderes asesinos.”

 

  1. 19 y 20 a la vuelta de la esquina y a la vez tan lejanos. Corrió mucha agua bajo el puente de la historia, pero bien creíamos que en las horas de esos días se condensaban, se apretujaban cual fuelle de bandoneón, los sentidos del quehacer colectivo, las desdichas vividas y una apertura temblorosa del porvenir. Digo, tan lejanos, porque entre esos acontecimientos y nuestra actualidad se reconfiguró la escena política, que desde 2003 para acá tuvo como centro neurálgico el kirchnerismo. En el tórrido diciembre de 2001 a pocas personas el apellido del que se derivaría el nombre colectivo le decía algo distintivo. Y sin embargo, no podríamos considerar esa experiencia política sin su transcurrir en un hueco que había producido el estallido. Un pintor -decía Deleuze que pensaba Bacon- no se enfrenta a la superficie en blanco sino a una tela llena de lugares comunes, de imágenes cristalizadas, a la que debe blanquear, vaciar, conjurar. Del mismo modo, una acción histórica política fundante debe instaurar una oquedad allí donde había un pleno de instituciones, rutinas, oprobio, para instaurar en ese hueco otros modos del hacer colectivo. Destituir como condición del instituir. La experiencia del kirchnerismo se desplegó en esa tierra nutricia de la rebelión popular, en el hueco abierto por la insurrección.

 

  1. Por eso, tan lejos y tan a la vuelta de la esquina. El último libro de Juan Forn se llama Yo recordaré por ustedes y es una extraordinaria revisión de historias y travesías biográficas que solo podían darse en la intensa modernidad del siglo XX: vidas de exilios, campos de concentración, revoluciones, vanguardias, alcoholismo, arte. Si conocíamos esas historias narradas en las contratapas de los viernes en Página 12, leídas en esta nueva costura conforman una obra integral. Me interesa traer acá el título y la atmósfera: se trata de recordar porque algo ya no nos pertenece, porque ha transcurrido y puede ser objeto de musealización melancólica o de transmisión pedagógica. Pero al mismo tiempo, ese juego yo-ustedes, sitúa una trama comunitaria: recordaré yo porque es necesario que alguien lo haga, pero de estas historias, si escarbaran un poquito, encontrarían plagada su memoria y comprometidos sus afectos.

 

  1. Narrar es parte de nuestro precario quehacer con el tiempo pasado, modos de disponerlo para que se vincule a otras temporalidades, incida cual tajo anacrónico en la coyuntura. Narramos, tantas veces, el 19 y 20, también porque fuimos atravesades por la fuerza de ese estallido, una desmesura que abría el aire para respirar. Algo del orden de una tormenta: los meses anteriores la presión alta, el clima hostil, la calle brava, la hostilidad, y cuando ocurre, el fervor, el alivio, la apertura. Abrir las ventanas para que el aire de lluvia y el viento sur refresquen la casa. Eso sentía en los días del estallido. No se podía más y al final ocurrió.

 

  1. Cada vez que acontece la aparición de la multitud nos preguntamos cómo se amasó, en que ríos mojó sus pies y en qué fogatas hizo arder su bronca. ¿Quiénes eran esxs que combatieron a la policía montada en la 9 de julio, quiénes agitaron en los barrios que era tiempo de salir una noche inesperada, quiénes corearon “qué boludos, qué boludos, al estado de sitio se lo meten en el culo” y días después “piquete y cacerola, la lucha es una sola”? Cómo no entusiasmarse en esos cantos bravíos, en el coro de la muchedumbre, en el ir y venir de las masas por el centro porteño, pero también en las barriadas alrededor de neumáticos quemados. Si en esos cantos se cifraba el festejo socarrón del fin de la dictadura -solo porque habíamos dejado de temer podíamos creer que era de boludos tratar de imponer un estado de sitio- y a la vez una ensoñada alianza, la de las peleas amasadas en las situaciones de mayor desposesión y aquellas que agitaba una airada clase media. Claro que confluían, porque irrumpe la política cuando se desacomodan los estantes en los que una cosa está con sus semejantes, y las calles nos deparan alianzas insólitas. Quizás años después las personas que atronaban chapas en las puertas de los bancos y hacían sonar sus cacerolas, hicieron de ese enojo la base de un comportamiento electoral a favor de las derechas, traduciendo el “que se vayan todos” en un conservador “que nos gobiernen los empresarios”. Esa traducción o ese pasaje estaba en un hilo de los propios acontecimientos insurrecionales, pero a la vez se entramaba con otros, atravesado por resonancias mutuas, y desvelos comunes.

 

  1. Multitud es la experiencia de lo que no existía previamente de ese modo: no alcanza con el dato sociológico y a la vez ese dato es fundamental, nos dice sobre la pertenencia social y sobre los humores políticos. Pero no prevee la multitud desobediente, nada lo hace, porque lo que se puede predecir se vincula a la capacidad de formatear subordinación, gustos apegados a lo establecido, adecuación a la norma. La insurrección chisporrotea, traza algo en el aire, aparece. Si nos maravilla es porque podría no haber acontecido: ¡tantas veces las condiciones de vida son insoportables! En 2001, para que ocurra, sucedió de todo: una caída económica en picada, y aún más en picada la legitimidad del gobierno. No era sencillo advertir su sentido, pero sabíamos que nuestro hartazgo y nuestro dolor tenían su lugar allí.

 

  1. El 19 de diciembre, en el local de la librería Gandhi, en Corrientes y Callao, se presentaba la reedición de Isidro Velázquez. Las formas prerrevolucionarias de la violencia, de Roberto Carri. Un libro que narra la violencia delictiva, la figura del gaucho contra la ley, y su significación como rebeldía antiestatal. Para Carri, el bandolero estaba identificado con la masa popular, era “el hombre del pueblo obligado a abandonarlo que vuelve al mismo en busca de protección”. Se mezcla entre los suyos, como pez en el agua, retribuye el apoyo de los desposeídos. Velázquez y su compañero Gauna son abatidos en diciembre de 1967. Unos meses antes, el Che había caído en La Higuera, mientras trataba de fundar una guerrilla rural y sin haber podido lograr confundirse con el entorno campesino ni logrado la complicidad silenciosa. Eso está en el trasfondo de este libro de Carri, agitado por la pregunta de cómo se despierta la voluntad popular y cómo se transmuta la furia en motivo revolucionario. El sociólogo señala: “en las ciudades no se ha alcanzado todavía un estado de absoluta negación de los valores morales aceptados históricamente, tal como ocurre en los pueblos rurales que viven en un régimen de tipo colonial.” Las ciudades son pensadas, tal como lo había hecho Sarmiento, como ámbito de una experiencia de adhesión al imaginario burgués, pero también de expansión de algunos derechos, que la dureza de la persistencia colonial impide en la vida rural. El bandidismo y su apoyo social tienen el carácter de “rebeldía contra el sistema de opresión política y social imperante”.

 

  1. Albertina Carri hizo un film precioso, Cuatreros, sobre este libro y sobre la historia y las memorias. Ese 19 de diciembre el libro, editado por Colihue en la colección Puñaladas, que dirigía Horacio González, se presentaba en Gandhi. Había un puñado de personas asistiendo a la mesa, que transcurrió a puertas cerradas. Entre nuestra casa, en Once, y la librería, solo se escuchaban rumores asustados: los comerciantes apresurados en cerrar porque se venían los saqueos desde el conurbano, arrebatos colectivos que ya venían sacudiendo los barrios los días previos. Hordas de saqueadorxs en camiones, decían. Personas que vendrían de otro lugar, tan exterior a la ciudad para el desvelo porteño, como la ruralidad de Velázquez y Gauna. Se sabe: en esta ciudad cuando se dice “conurbano”, se encierran en la misma palabra un conjunto de alertas políticas y culturales: ¡la forma prerrevolucionaria de la violencia! O lo otro del imaginario burgués. Creo que en esos meses crecía y crecía la cantidad de personas cartoneando pero no recuerdo los camiones cargados de cartón que ahora sí pueblan el Once. La derrota de la sublevación quizás se sintetice en reconvertir esa amenaza en trabajo necesario para la propia urbanidad.

 

  1. Pizza, birra y mesa redonda, se mantienen aun en el estado de incertidumbre social. Aquella noche, un televisor encendido en Güerrín iba dando las noticias. Un presidente balbuceante anunciaba el estado de sitio. Recuerdo con cierta nitidez la conversación. O las posiciones. Las diferencias (generacionales) entre quienes percibían con temor algo del orden de un golpe institucional y quienes sentíamos que se abrían otras posibilidades frente a la insomne repetición. Conversamos, discutimos, salimos a la noche poblada por el rítmico sonido de las ollas. Llegamos a Congreso. Muchas noches de ese diciembre caminaríamos del Congreso a Plaza de Mayo, munidos de instrumentos hogareños. En alguna de ellas hubo gases y corridas. Pisábamos una y otra vez las plazas de nuestras multitudes políticas. Éramos parte de una multitud histórica. Cuando ocurre una experiencia de esa índole, sus significados no son unívocos, porque la masa no lo es, en ella se funden motivos diferentes, pasiones y razones que podrán ser organizados en distintos programas. Un par de años después, en la misma colección de Colihue, se editaba Gramática de la multitud, de Paolo Virno, donde iríamos a pescar la idea de ambivalencia de la multitud para pensar estas cuestiones. Y en 2002 se había editado La eternidad por los astros, de Louis Blanqui, con varios prólogos, entre ellos uno de Jacques Rancière en el que brillaba la idea de bifurcación afortunada. Ambivalencia y bifurcación. Estos libros se leían y alimentaban nuestras interpretaciones políticas.

 

  1. Las bifurcaciones afortunadas son escasas, pocas veces ocurre ese desvío de la repetición. A aquella multitud quiero pensarla en relación con una multitud más cercana: la que se congregó un 3 de junio de 2015, produciendo una masividad inesperada para las luchas feministas. Así como hay quienes pueden juzgar diciembre de 2001 como antesala de una destitución de la política en la que florecerían las derechas empresariales; hay quienes ven en junio de 2015 la habilitación de una reacción punitiva. No digo que esos motivos no estén, pero sí creo que no son los que le dieron el tono a esos acontecimientos, que fueron instancias de reconfiguración del sujeto plebeyo, irrupción de lo inesperado porque aún no estaba codificado.

 

  1. El kirchnerismo se desplegó sobre esa trama abierta por la insurrección del 2001, y encontró su fuerza transformadora en ella. Supimos, en esas jornadas, que las clases populares habían sido poderosamente modificadas y que el sujeto al que apelaban los sindicatos y partidos políticos era pura resquebrajadura. Los movimientos de desocupados, lxs piqueterxs, venían a encarnar otro momento que no resultaba poco temible para el orden político. El presidente que asume en 2003 dice, a la vez, que viene a reabrir los juicios contra el terrorismo de estado y que es intolerable que se criminalice la protesta social. Kostecki y Santillán eran los mártires del momento que se abría y ese Estado cuyas fuerzas policiales los habían asesinado, debía construir una nueva legitimidad para su accionar. La encontró en ese límite antirrepresivo, en las políticas de reparación del daño social y en las de memoria, verdad y justicia.

 

  1. En 2015 ese sujeto volvería a ser sacudido y su emergencia pública feminizada y diversa. No pocas veces nos sorprendemos ante textos, imágenes políticas, interpretaciones, previas a ese año, por su escasa reflexión sobre los feminismos. Quizás por lo mismo, porque el sujeto político no había tomado esa encarnadura, esa aparición pública, hoy para todxs evidente. El gobierno que asumió en 2019, buscó en esta experiencia una nueva legitimidad, a la vez que no se tomó en serio la fuerza de ruptura con el neoliberalismo de los feminismos populares. Pero eso es otra discusión, la que nos interesa aquí tiene que ver con lo que sucede cuando ocurre un acontecimiento: ¿no llamamos así a la aparición de un sujeto que reclama que su voz sea comprendida como voz política y no ser reducido a objeto de estadísticas, controles o articulación heterónoma? Y, al hacerlo, produce una modificación del entero escenario político. Las interpretaciones posteriores, la disputa por el sentido, se juegan también en relación a alimentar esa aparición, de expandir el modo en que afecta el orden preexistente.

 

  1. 2001, la odisea plebeya. La transitamos aferradxs a algún mástil para no dejar de escuchar todo canto, incluso el de las sirenas. Memorias del 2001 es memorias de esos sentimientos, del subsuelo de la patria sublevado, del arte callejero -unos días antes el GAC había arrojado muñequitos con paracaídas enfrente a la Bolsa de Comercio, en los meses posteriores recuerda Marcela Fuentes que una familia se había instalado con reposeras en un banco, para protestar que no podía vacacionar porque sus ahorros habían quedado acorralados-, de la alegría de haber volteado a un gobierno impopular, de la bronca porque ese gobierno se había ido con poderes asesinos. Lejos, tan lejos, de esos días, y a la vez tan a la vuelta de la esquina. María Moreno hizo una serie de entrevistas al calor de los hechos y las publicó luego como libro que ahora se reedita: La Comuna de Buenos Aires. La Comuna, experiencia de gobierno popular, asambleístico, fundador, insurgencia derrotada, pero a la vez, impregnación y llamado al porvenir. Como la Comuna de París, como la comuna zapatista en la revolución mexicana, la nuestra sigue respirando bajo el pavimento o entre los anaqueles de nuestras bibliotecas y en las alegrías de nuestras insistentes conspiraciones.

 

 


María Pia López es socióloga y doctora en Ciencias Sociales. También es escritora de novelas y activista política.  Sus últimos libros son: Apuntes para las militancias. Feminismos, promesas y debates (2019), Not One Less. Mourning, desobedience and desire (2020) y Quipu. Nudos para una narración feminista (2021). Dirigió desde su inicio el Museo del libro y de la lengua de la Biblioteca Nacional y hasta el 2021 fue Secretaria de Cultura y Medios de la Universidad Nacional de General Sarmiento. Dicta clases en la Universidad de Buenos Aires y en la Universidad Nacional de Avellaneda.

 

 

 

 

Comentarios: