Por Romina Betiana Russo
¿Qué es el pensamiento nacional? ¿Cuáles son sus antecedentes y sus derivas? Romina Betiana Russo plantea que un modo de identificar este camino de pensamiento radica en identificar aquellos escritos que muestran que la dominación colonial no terminó el 9 de julio de 1816, sino que en términos económicos y culturales se prolongó mucho más allá de aquella declaración formal de independencia.
El día 29 de diciembre de 2003 se instituía por ley el 13 de noviembre como “Día del Pensamiento Nacional” en homenaje al nacimiento del escritor y pensador Don Arturo Martín Jauretche, ocurrido en Lincoln, provincia de Buenos Aires, en 1901. En la misma norma se incluía, además, un artículo que declaraba de interés nacional todas las actividades relacionadas con este acontecimiento. Luego, en un tercer artículo, se requería del Consejo Federal de Educación la incorporación de todos los temas relativos a la vida y a la obra del escritor en los contenidos básicos comunes de la EGB y Polimodal. Tema no menor, puesto que ello implicaba la inclusión, dentro de los programas escolares de los niveles primario y secundario, de contenidos vinculados a las principales preocupaciones que aquejaron a uno de los exponentes más fecundos del Pensamiento Nacional. Y no sólo eso, sino que la iniciativa de que en la escuela se produjera un primer acercamiento de los niños, niñas y jóvenes a esta corriente histórica y filosófica venía a contemplar una de las problemáticas que -tanto para Jauretche, como para otros pensadores enmarcados en el mismo campo de ideas y acción- influía sobre el fortalecimiento entre sus compatriotas de una conciencia acerca de lo nacional.
La construcción de una sólida percepción acerca de la realidad nacional, basada en una mirada elaborada a partir de la propia experiencia, constituía, desde esta mirada, un primer paso para la consolidación de nuestra soberanía frente al concierto de disputas que se producían en el plano internacional en la época en que Don Arturo y sus contemporáneos activamente observaban, reflexionaban y actuaban. A tal fin, resultaba de vital importancia que tanto las escuelas como las universidades funcionaran como dispositivos de construcción y difusión de una perspectiva nacional sobre la realidad nacional con vistas a resolver los problemas nacionales; en lugar de constituir, como en aquel entonces, herramientas de una estrategia de colonización que se implementaba en el plano de lo cultural.
¿Cómo nació esta corriente histórico-filosófica que hoy conocemos como “Pensamiento Nacional”? En primer lugar, como bien dice Noberto Galasso[1], hay que tener en cuenta que “no hay una historia neutra”. Se hace necesario, en este sentido, reconocer que las diversas interpretaciones que se producen de los acontecimientos históricos implican en todos los casos una determinada carga ideológica o de interés. Esto es lo primero que intentan poner de relieve quienes se inscriben en esta corriente de pensamiento al plantear la necesidad de reformular el relato hegemónico acerca de nuestra historia nacional y continental.
Es por ello que los primeros elementos en el camino recorrido por el Pensamiento Nacional han sido identificados en autores que hoy son reconocidos como iniciadores de la escuela del “Revisionismo Histórico”, nacida de aquellas iniciativas que se proponían justamente “revisar” los principales postulados de la Historia Oficial, edificada fundamentalmente a partir de la obra de Bartolomé Mitre durante la segunda mitad del siglo XIX. Estos relatos vieron la luz, en gran parte, como respuesta a la realidad que la Argentina atravesaba a consecuencia de la implementación de un modelo económico que nos insertaba en el mundo como proveedores netos de materias primas. En ellos se afirmaba, con espíritu de denuncia, que el relato historiográfico liberal respondía a los intereses de ciertos sectores sociales que se beneficiaban de dicho modelo económico; y que habían ocupado los cargos de gobierno perpetuando en su usufructo las condiciones que respondían a sus particulares expectativas, priorizándolas por sobre la soberanía y el interés del conjunto de la nación. Uno de los primeros trabajos en esta clave interpretativa es el de los hermanos Julio y Rodolfo Irazusta La Argentina y el imperialismo británico (1934). Su principal efecto fue dejar al desnudo la lógica de complicidad entre este sector social entreguista, al que denominan “oligarquía”, y las estrategias británicas destinadas a ultrajar la soberanía nacional; logrando acuerdos que conferían a la nación inglesa excesivas ventajas en sus negocios con la Argentina. El acontecimiento que originó la publicación de este libro fue el Pacto Roca-Runciman celebrado un año antes, por medio del cual el gobierno argentino otorgaba importantes prerrogativas a la nación extranjera a cambio de sostener determinadas cuotas de exportación de carnes en un tratado que, en cuanto a las garantías que podía llegar a obtener nuestro país, dejaba más dudas que certezas. En coincidencia con la interpretación de los Irazusta, el Pacto sería luego caracterizado por Arturo Jauretche como “Estatuto legal del coloniaje”.
Vale agregar que, por aquel entonces, Ramón Doll[2]– uno de los más claros precursores de la corriente del Pensamiento Nacional cuya influencia es notoriamente reconocida luego por Jauretche– destacó al libro de los Irazusta por haber trascendido en base a la formulación de un “planteamiento argentino con método argentino, de la realidad argentina”. Asimismo, Doll coincidía en su diagnóstico acerca de la influencia determinante de un sector social al que denominaba “casta oligárquica extranjerizante”; cuya connivencia con el capital inglés había sellado el destino colonial de nuestra nación al priorizar sus intereses económicos vinculados a la actividad agroexportadora por sobre la soberanía nacional. Luego volveremos a Doll, pero por ahora alcanza con mencionar que su pluma dejó un tendal de reflexiones y conceptualizaciones más tarde desarrolladas por otros pensadores.
Hasta aquí las primeras pinceladas de un Revisionismo Histórico en cuyos autores es posible vislumbrar algunos signos de continuidad con las preocupaciones, problemáticas y perspectivas que serían profundizadas por el pensamiento no sólo jauretcheano, sino de quienes compartieron con él importantes trayectos de su vida y obra. En esta línea de razonamiento, resulta indispensable hacer referencia a la militancia política de quienes integraron la Fuerza de Orientación Radical de la Jóven Argentina (FORJA), cuyo manifiesto inaugural data de junio de 1935. Este agrupamiento había surgido de un sector de la militancia de la Unión Cívica Radical que rechazaba la política adoptada por la conducción partidaria, considerándola entreguista y cómplice de la oligarquía económica enajenada al capital extranjero. En este sentido, para los forjistas, el partido había abandonado los principios históricos del radicalismo en torno a la defensa de la soberanía nacional. FORJA hizo coincidir en sus trayectorias a quienes, como Arturo Jauretche, desde distintos caminos recorridos, veían con lamento e indignación los efectos de la crisis desatada tras la caída del gobierno democrático de Hipólito Yrigoyen, desplazado por el golpe militar perpetrado el 6 de septiembre de 1930. En FORJA coincidió Jauretche con Raúl Scalabrini Ortiz, quien desde su labor periodística venía denunciando los mecanismos a través de los cuales el imperialismo inglés había logrado controlar los sectores estratégicos de la economía nacional gracias a la escasa defensa de la soberanía nacional por parte de los gobiernos argentinos. Esta situación explicaba que “en un pueblo exportador de materias alimenticias (…) ha comenzado a haber hambre. Es que ya al nacer, el trigo y el ternero no son de quien los sembró o los crió, son del acreedor hipotecario, del prestamista que adelantó fondos, del banquero que dio un empréstito al Estado, del ferrocarril, del frigorífico, de las empresas navieras… de todos, menos de él”.[3] Todos los sectores y actividades estratégicas mencionadas en esta cita -según las minuciosas investigaciones que el mismo Scalabrini, junto a Luis Dellepiane, Gabriel del Mazo, entre otros forjistas, se encargaban de realizar- habían sido entregados al capital inglés.
Estas publicaciones venían a complejizar y ampliar, entonces, el ya referido panorama trazado por los hermanos Irazusta. Se demostraba que la complicidad de las oligarquías beneficiadas por estos negocios no se limitaba a la firma de un tratado espurio (el pacto Roca-Runciman) que otorgaba enormes ventajas en sus condiciones comerciales a la potencia imperialista por sobre la Argentina. El diagnóstico que se revelaba era, en cambio, más complejo e implicaba que las prácticas del coloniaje se extendían a todos los sectores estratégicos de la economía nacional, entregando al imperialismo inglés el manejo prácticamente absoluto de la actividad productiva local.
En base a minuciosas investigaciones, la publicación “Cuadernos de FORJA” trazaba, de esta manera, un complejo escenario que ponía de manifiesto el funcionamiento de los mecanismos que condenaban al país a un destino de colonia. Esta realidad, había sido velada, para los forjistas, intencionalmente; a través de la construcción e imposición de relatos falsificadores de la historia nacional, los mismos que habían provocado la reacción de aquellos primeros revisionistas. Y es que, según la perspectiva forjista, gran parte del problema de la situación colonial en que se hallaba inmerso el pueblo argentino derivaba de la falta de conocimiento por parte de la población acerca de las realidades que los activistas de FORJA divulgaban y denunciaban a través de su actividad expresada en escritos, folletos, documentos y actos públicos, entre otras iniciativas.
¿Cuál sería, entonces, la primera conclusión que podríamos elaborar de estas trayectorias del Pensamiento Nacional? Podríamos decir que, en esta búsqueda de reformular el relato hegemónico acerca de nuestra historia nacional y continental, revisionistas y forjistas buscaron la comprobación de que pesaban sobre la realidad argentina distintos mecanismos de lo que Arturo Jauretche denominaba “coloniaje”. Ello nos obliga a replantearnos algunos aspectos de aquel relato historiográfico oficial, según el cual habíamos obtenido nuestra independencia el 9 de julio de 1816; y desde entonces éramos una nación libre y soberana. Esta interpretación se basaba en una concepción limitada del “coloniaje”, donde la condición de colonia estaba dada por la presencia de un gobierno imperial y la ocupación militar sobre un determinado territorio. Lo que viene a plantearnos el Pensamiento Nacional es que se trata de un fenómeno mucho más complejo, al demostrar que las aspiraciones de dominio colonial (al menos sobre la Argentina) continuaban vigentes en dos aspectos. En primer lugar, desde lo económico, el imperialismo inglés había logrado controlar los principales resortes de nuestra economía nacional. Ello quedaba develado a través de los trabajos e investigaciones ya mencionados. En segundo lugar, y en forma más subrepticia, la dominación colonial se manifestaba a través del plano cultural.
Es aquí donde podría retomarse el legado de Ramón Doll, en cuya perspectiva el principal problema que nos aquejaba era el divorcio existente entre la intelectualidad y la realidad nacional, entre las “clases dirigentes y pensantes” y las grandes mayorías populares. La intelectualidad había creado un relato literario e histórico que no reflejaba la realidad de la mayor parte de la población argentina. En este sentido, a diferencia de Jauretche, Doll creía que el radicalismo como movimiento político y partido gobernante también había fallado por no adscribir a un relato histórico de tinte nacional.
Sin embargo, la hipótesis del divorcio entre intelectualidad y realidad sería luego desarrollada con gran profundidad por Arturo Jauretche, constituyendo uno de los ejes centrales de su lectura acerca de la historia argentina; y uno de los núcleos fundamentales de la corriente del Pensamiento Nacional. Es en base a esta idea que Don Arturo logra estructurar el esquema teórico-conceptual a través del cual fundamenta y desarrolla su interpretación. Para ello, toma el concepto de “colonización pedagógica” elaborado por Jorge Abelardo Ramos, que le permite plantear que una de las herramientas fundamentales del coloniaje se encontraba en el plano cultural.[4] La construcción e imposición de un relato histórico en el cual se deslizaba la valorización de todo lo europeo como superior tenía como consecuencia la descalificación de lo nacional, derivando en apreciaciones negativas de todo lo proveniente de nuestra propia realidad. En la dicotomía entre civilización y barbarie, que para Jauretche constituía la “zoncera madre”, la civilización estaba representada por todo lo que venía “del norte” y la barbarie era lo autóctono.[5] Esta lógica, que tomaba como punto de partida el esquema sarmientino, inundaba los relatos que habían sido impuestos como nuestra “historia oficial” durante la segunda mitad del siglo XIX. Y era sostenida, a su vez, por la intelectualidad a la que Don Arturo llamó “intelligentzia”, cooptada en aquel entonces por ideas extranjerizantes. La propagación de estas concepciones se servía de diversas herramientas: la educación primaria y secundaria, la universidad y los medios de comunicación. Instancias que, en cambio, debían funcionar en sintonía con la construcción de una perspectiva de lo nacional pensada desde nosotros mismos.
Vale aclarar que, en la perspectiva jauretcheana, resultaban igualmente dañinas para el desarrollo de una conciencia de lo nacional tanto las ideas que implicaban la jerarquización de los valores del liberalismo, como aquellas que provenían del marxismo; ya que ambas conllevaban la adopción de conceptos y teorías extranjerizantes concebidas en otro espacio y en otro tiempo.
Si tuviéramos que sintetizar, según lo dicho hasta aquí, algunas características del Pensamiento Nacional en torno a la obra de los autores mencionados, ¿qué diríamos? En principio, y en cuanto a cuestiones de método, pareciera resultar insoslayable su honestidad intelectual, en cuanto a la aceptación de que todo relato histórico implica una toma de posición. Se ponen de manifiesto explícitamente las vinculaciones entre política, ideología y producción del conocimiento, complejizando el problema de la objetividad en las ciencias sociales y planteando, por ende, un desafío epistemológico.
Como segunda conclusión, con respecto a cuestiones de contenido, pareciera evidenciarse una constante en la perspectiva de los pensadores cuya obra acabamos de analizar acerca los procesos históricos argentinos y latinoamericanos: la comprobación de que nuestra realidad se ha encontrado signada a lo largo de todo el siglo XIX y, mínimamente, parte del siglo XX; por mecanismos de dominación colonial que han encontrado complicidades locales para lograr sus objetivos. Tales mecanismos han sido detectados en el orden político y económico, por un lado, según han comprobado los primeros representantes de esta corriente histórico-filosófica; y en el aspecto cultural, por otro lado, a través de los subterfugios de lo que Arturo Jauretche denominó “colonización pedagógica”.
Para finalizar, vale destacar que el Pensamiento Nacional ha sido desde sus inicios un marco teórico conceptual desde el cual sus promotores intentaban orientarse a la acción. En el caso puntual de Arturo Jauretche, en cuyo homenaje, tal como apuntábamos al inicio, se ha instituido el Día del Pensamiento Nacional; es conocida su trayectoria de militancia política, de ocupación de cargos públicos y ejercicio del periodismo con miras a, por un lado, develar las situaciones que a su atinado criterio promovían la vigencia del “coloniaje”; y, por otro lado, difundir una perspectiva y un modo de construir el conocimiento que resultara consecuente con nuestra propia realidad.
¿Cuál es entonces nuestro legado jauretcheano? ¿Se trata simplemente de leer, conocer y poner en valor la obra de Don Arturo y quienes coincidieron con su pensamiento? Quizá deberíamos también, al menos, tomar en cuenta que su trayectoria implica una propuesta de acción para implementar en otros momentos de nuestra historia. El mismo Jauretche lo explicita al final de su “Manual de Zonceras” como remedio para desterrar, a través del pensamiento crítico, aquellos discursos que, a veces sin pensar, aceptamos como válidos sin advertir que resultan dañinos a la percepción de nuestra propia realidad y transmiten valoraciones peyorativas de lo nuestro. Nos dice Don Arturo: “La vacuna es fácil. Consiste en identificar la zoncera (…). Para que anote sus primeras piezas de colección siguen unas páginas en blanco y rayadas. Métale, lector, pues queda para usted la tarea de continuar… Le recuerdo que este Manual es un simple muestreo”.
Romina Betiana Russo. Profesora de Enseñanza Media y Superior en Historia. Universidad de Buenos Aires. Jefa de la Cátedra “Dr. Arturo Jauretche” del Banco de la Provincia de Buenos Aires.
[1] Galasso,N. (2017). Historia de la Argentina. Desde los pueblos originarios hasta el tiempo de los Kirchner. Tomo I. Buenos Aires: Colihue.
[2] Doll, R. (1935). Liberalismo en la literatura y la política. Buenos Aires: Claridad.
[3] Scalabrini Ortiz, R. (2001). Política británica en el Río de la Plata. Recuperado de https://periferiaactiva.wordpress.com/wp-content/uploads/2016/03/politica-britanica-en-el-rio-de-la-plata.pdf
[4] Jauretche, A. (2020). Los profetas del odio y la yapa. Buenos Aires: Corregidor.
[5] Jauretche, A. (2020). Manual de zonceras argentinas. Buenos Aires: Corregidor.