Elecciones presidenciales en Colombia
UN SINUOSO CAMINO AL CAMBIO

Por Cristian Acosta Olaya y David E. Santos Gómez 

Colombia se encuentra conmovida por las elecciones presidenciales que tendrán lugar el próximo 29 de mayo. Un candidato de izquierda, Gustavo Petro, podría resultar ganador y podría, de esa manera, romper con un estado de cosas que parecía inamovible. Después de más de un siglo de bipartidismo liberal y conservador de redes clientelares poderosas, y del liderazgo sostenido durante las últimas dos décadas por la derecha del ex presidente Álvaro Uribe Vélez, la sociedad colombiana tiene como favorito a un economista de 62 años que militó en la guerrilla Movimiento 19 de abril (M-19) en los años 80’. Además, Petro lleva como compañera de fórmula a la lideresa social afrodescendiente Francia Márquez, que despierta los peores temores y las mayores ilusiones de un cambio posible en una sociedad racista y también clasista. De todos modos, advierten Cristian Acosta Olaya y David E. Santos Gómez en esta nota detallada sobre la situación política actual de Colombia, una verdadera transformación va a requerir más que la suma de los votos necesarios para acceder al Palacio de Nariño.  

 

 

La frase sobrevuela el ambiente político colombiano con una determinación que no deja de ser sorprendente. Para algunos, es la sentencia definitiva del desastre; para otros, la expresión de un futuro anhelado. Los primeros la repiten como amenaza y los segundos como promesa. El infierno y el cielo encerrados en una misma oración que cambia su tonalidad según quien la diga y quien la escuche: “las próximas elecciones presidenciales las puede ganar un político de izquierda”. 

Vista por fuera de las fronteras del país andino la expresión no tendría porqué causar tanto revuelo. En menor o mayor medida en las últimas décadas las tendencias políticas del continente han fluctuado entre conservadoras y progresistas. En Colombia, sin embargo, no es así. Amarrada por más de un siglo a un bipartidismo liberal y conservador de redes clientelares poderosas, y durante todo el siglo XXI a la fuerza de derecha del ex presidente Álvaro Uribe Vélez (2002-2010), la izquierda del país es asimilada aún por un altísimo porcentaje de la población como la oferta discursiva sobre la cual se sostuvo la lucha armada durante más de cinco décadas. O, en el mejor de los casos, como el eje político de Venezuela y el temido (castro)chavismo. Es que, sin riesgo a exagerar, la absurda generalización discursiva que ha logrado construir la derecha en el lenguaje político local al equiparar izquierda-progresismo-socialismo-comunismo se agita como un fantasma, sin duda anacrónico, que genera llantos de pánico en buena parte de los colombianos. De ahí que la posibilidad de un triunfo de un candidato que, además de ser de izquierda, cuenta con un pasado en la extinta guerrilla del M-19, sea toda una novedad para la realidad democrática de ese país. 

Hablamos de Gustavo Petro, economista de 62 años que militó en la guerrilla Movimiento 19 de abril (M-19) en los años 80’, para luego de un proceso de paz reinsertarse a la vida civil y política a finales de esa década. Ex alcalde de Bogotá (2012-2015) y senador de la república en varios periodos, Petro cuenta ya con dos intentos frustrados para llegar al Palacio de Nariño, uno en 2010 y otro en las pasadas elecciones de 2018. Sin embargo, según las últimas encuestas, ahora es el favorito para ganar las votaciones del próximo 29 de mayo e incluso, si fuese necesario una segunda vuelta como todos parecen coincidir, tendría la capacidad de derrotar al candidato de la derecha.  

Ciertamente, las mediciones más recientes le dan a Petro entre 36 y 43 puntos porcentuales y a su más inmediato perseguidor, el derechista Federico Gutiérrez, entre 23 y 361. Muy de cerca a Gutiérrez, y en un sorprendente crecimiento en las últimas semanas está el ingeniero Rodolfo Hernández, ex alcalde de la ciudad de Bucaramanga, quien se ha posicionado como una oferta alternativa con un discurso anti establecimiento y basado en la lucha contra la corrupción. La diferencia que Petro les saca a ambos, de más de diez puntos, convierte hoy la posibilidad de su triunfo en un asunto palpable, algo que no había pasado nunca con la izquierda en la historia contemporánea de Colombia. 

El crecimiento de Petro en las mediciones se debe en parte al cierre de uno de los periodos presidenciales más impopulares de las últimas décadas. El uribista Iván Duque, un joven legislador que hace cuatro años logró el triunfo gracias exclusivamente a la bendición del ex presidente, cierra un cuatrienio con niveles de popularidad inferiores al 30 por ciento y un país con altos niveles de descontento y desigualdad social (profundizados por la pandemia), sumido en un resurgir de la violencia y unos agónicos Acuerdos de paz que, tras los continuos ataques gubernamentales, están lejos de implementarse. Duque, quien dice respetar dichos Acuerdos, se mueve entre puntillas para no molestar, de un lado, al ala más dura de su partido que asegura que el proceso de paz con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc) fue una claudicación del Estado, y del otro, a una parte del país que insiste en la necesidad de dar cumplimiento a lo acordado para obtener una paz duradera. 

Ahora bien, las opciones de triunfo de Petro no solo se explican por el desgaste del uribismo acompasado por los desastres del gobierno de Duque. Desde su derrota en el ballotage de 2018, frente al actual presidente de Colombia, Petro ha navegado los avatares de la política colombiana durante cuatro años, pero no solo desde una implacable convicción y arengando valores absolutos. Por supuesto, Petro lleva casi un lustro proponiendo un proyecto que, pese a ser mesurado en múltiples sentidos, hace temblar los cimientos de un país acostumbrado ‒por la fuerza‒ a no cambiar. Su propuesta ambiental de reemplazo progresivo de los combustibles fósiles por energías limpias (con el rimbombante llamado a ser “potencia mundial de la vida”); la transformación y control del rol de las fuerzas armadas y de policía; y la consolidación de derechos básicos todavía no garantizados (la gratuidad de la educación y la salud, por mencionar solo dos) son, ciertamente, propuestas que logran convocar al electorado de un país con casi 20 millones de personas en la pobreza y 6,1 millones en la pobreza extrema2 

Además de todo lo anterior, es innegable que también ha jugado un rol importante en la carrera a la presidencia de Petro sus polémicas y variopintas alianzas con todo tipo de actores políticos del establishment al que suele denostar en su discurso: desde sus vínculos con el liberal Luis Pérez Gutiérrez (vinculado a hechos de corrupción tras su gestión como gobernador de Antioquia) y el pastor evangélico Alfredo Saade (contrario a la interrupción voluntaria del embarazo), hasta la inclusión en su campaña de antiguos referentes uribistas y afines al ex mandatario Juan Manuel Santos (como Armando Benedetti y Roy Barreras, que han surfeado por distintas instancias del poder político del país desde hace décadas); y sin obviar los diálogos para una posible alianza ‒fallida, finalmente‒ con César Gaviria, actual jefe único del tradicional Partido Liberal (poseedor de una maquinaria electoral implacable). La conformación de la coalición petrista, el “Pacto Histórico”, ha tensionado el respaldo de su propio electorado, colocándolo muchas veces frente al interrogante de cuál es el precio y el sacrificio necesarios para llevar el cambio al Palacio de Nariño. De cualquier manera, esta vocación hegemónica del petrismo es claro reflejo de una lección casi weberiana que su candidato ha ganado a lo largo de una década y media: sin pactos, incluso con el mismo diablo, es imposible llegar a la cúspide del poder político.  

Por su parte y en la vereda de en frente, con 47 años, Federico Gutiérrez representa la opción más fuerte para atajar el ascenso de Gustavo Petro. Ex alcalde de Medellín entre 2016 y 2020, Fico, como se hace llamar, logró aglutinar bajo su candidatura presidencial a todo el establecimiento político del país -tanto el Partido Liberal como el Partido Conservador se adhirieron a su campaña-, y sumó además el espectro de centro derecha, a grupos cristianos y, en últimas, pero no menos importante, a un uribismo de capa caída que puso en él toda su esperanza para buscar un nuevo gobierno de continuidad. Fico dice ser autónomo, no responder al uribismo ni a los viejos barones electorales colombianos, pero a juzgar por sus alianzas -con los ex presidentes César Gaviria, el conservador Andrés Pastrana y el propio Álvaro Uribe-, su candidatura es la más apetecida por las maquinarias tradicionales. 

Programáticamente la campaña de Gutiérrez se sostiene en un discurso de “orden y seguridad” y una continuidad de los ideales de libertad económica que ejecutaron tanto Duque como su antecesor Santos, y antes de ellos, el propio Uribe. Promete cumplir con el acuerdo de paz firmado en el 2016 con la guerrilla de las Farc, pero en ocasiones lo ha catalogado como un camino hacia la impunidad. En otra de sus posiciones conservadoras cuestionó la más reciente sentencia de la Corte Constitucional de ese país que despenalizó el aborto hasta la semana 24 de gestación. En todo caso, el progresivo ascenso de Fico es también el resultado del declive acelerado del uribismo, de su partido, el gobernante Centro Democrático (CD), y de la figura del ex presidente Uribe, quien enfrenta varios procesos jurídicos en contra y cuya favorabilidad no supera hoy un 20 por ciento (cuando registró, en contraste, un pico de popularidad en el 2008 cercano al 85%). El CD, cuyo candidato principal era el antiguo ministro de Hacienda Óscar Iván Zuluaga, declinó la posibilidad de competir con una figura propia; de hecho, el propio Zuluaga anunció en marzo pasado su renuncia a competir para acompañar la campaña de Fico. 

Pero, más allá de su discurso programático, el eje sobre el cual el candidato de derecha sostiene su campaña es la directa oposición a Gustavo Petro. Para Gutiérrez, como para sus seguidores, el candidato del Pacto Histórico representa un salto al vacío en lo económico, una amenaza contra el orden público y un ataque a la libertad económica; todo envuelto en demagogia e irresponsabilidad fiscal. Fico insiste en que lo de Petro es un “modelo fallido” que no dista mucho de aquel que impulsó Hugo Chávez y ahora administra Maduro en Venezuela, que fracasó con su “autoritarismo” y “corrupción”. La simpleza en el discurso del candidato de la derecha parece un disco rayado, repetido hasta el cansancio por el uribismo, y pasa por alto incluso las críticas de Petro al chavismo. Entonces, ¿hasta qué punto Gutiérrez representa una distancia, una innovación respecto al saliente mandato de Duque? 

El reconocido economista Salomón Kalmanovitz, antiguo codirector del Banco de la República y uno de los más reconocidos defensores del modelo económico colombiano, lo resumió en una frase contundente: “Me preocupa más Federico Gutiérrez que Petro. Porque creo que Petro puede ser más flexible y va a ser más conciliador. […] Federico Gutiérrez me parece un peligro. Es una persona que no conoce, que no tiene intelecto suficiente para entender la sociedad colombiana, el país, el rol de las políticas públicas y el de la política monetaria en particular”3. 

Que un personaje como Fico, con pocas credenciales para dar el salto a la presidencia colombiana, sea hoy el candidato más opcionado para competirle a Gustavo Petro es también el resultado, no tanto de una polarización entre extremos (uribismo y petrismo), sino de un colapso de las opciones políticas de centro que en las primeras horas de campaña parecieron tener la fuerza suficiente para convertirse en la alternativa, pero que luego de las elecciones primarias de marzo pasado demostraron tener poco sustento electoral. El caso más sonoro es el del ex alcalde de Medellín, ex gobernador del departamento de Antioquia y ya recurrente candidato presidencial, Sergio Fajardo, quien en las elecciones presidenciales del 2018 obtuvo más de cuatro millones y medio de votos (23.7 %), pero cuyos resultados en las encuestas de hoy no le otorgan más de un 7 por ciento. La ineficiencia del relato de centro encontró su puntillazo final en los últimos días con el ascenso del ingeniero Hernández, quien ya parece ser fijo tercero en la contienda con posibilidades, incluso, de dar la sorpresa y darle un susto electoral a la maquinaria de Gutiérrez. 

Resulta evidente, pues, que el ambiente político y social en Colombia está enrarecido por dos opciones que se asumen como incompatibles, pero, a su vez, como imprescindibles para salvar al país, ya sea del continuismo uribista, ya sea del castrochavismo. Lo cierto es que la pregunta de si es posible que la izquierda gane las elecciones el próximo 29 de mayo (o, dado el caso, el 19 de junio, en el ballotage) tiene en vilo a los casi 50 millones de colombianos y colombianas. Mientras Fico construye su camino presidencial sobre las piedras de un antipetrismo furibundo y de la gastada aunque todavía efectiva sinonimia izquierda=castrochavismo, Petro ha logrado convocar a diversos sectores de la sociedad, no solo desde su pragmatismo, sino enarbolando a su fórmula vicepresidencial como la concreción del momento de cambio en el que está el país. La sola posibilidad de que hoy una lideresa social afrodescendiente como lo es Francia Márquez, en un país paradójicamente racista y profundamente clasista, sea la próxima vicepresidenta de Colombia ha consolidado las intenciones de voto del electorado petrista (o, al menos, el no anti-petrista), insuflando la sensación de que en estas elecciones, más que la designación del nuevo presidente, está en juego un verdadero cambio en la historia de Colombia. 

En contraste con este optimismo, e independiente de quien gane los comicios por venir, la realidad del país sugiere que en el futuro inmediato las transformaciones que precisa el país pueden tomar más de un periodo presidencial. O, dicho en otros términos, revertir la situación de pobreza, exclusión y necesidad de más participación de la población colombiana difícilmente pueda realizarse en cuatro años. El reto para un eventual gobierno de izquierda en Colombia es, entonces, inmenso, pues gobernar no consiste solo en llegar al solio de Bolívar; implica también negociar y transar con los consolidados y grandes poderes económicos y políticos del país, enquistados por décadas en un cómodo lugar de privilegio; supone, asimismo, enfrentar problemas que a corto plazo son casi imposibles de solucionar (fundamentalmente, el drama del narcotráfico: desde la existencia de actores armados como el Clan del Golfo hasta el microtráfico o la injerencia de Estados Unidos en la materia).  

Por ahora, el camino parece favorable a un triunfo de la izquierda, por primera vez en la historia reciente de Colombia. De lograrlo, Gustavo Petro tendría que, primero, formar un gabinete que tranquilice las aguas turbulentas que causa su figura en buena parte de la ciudadanía y luego capotear la administración de un país en crisis. El reto se antoja bastante complejo. Lo cierto es que de su gestión dependerá no solo su éxito como gobernante sino el futuro del progresismo colombiano.  

 

 


David Santos Gómez  es colombiano, Doctor en Ciencias Sociales de Flacso (Argentina), magíster en Estudios Humanísticos y periodista. Fue editor internacional del periódico El Colombiano de Medellín y desde hace diez años es columnista semanal del mismo medio. Es docente universitario en temas de historia colombiana y política internacional. Actualmente vive en Buenos Aires, Argentina. 

Twitter: @davidsantos82 

 

Cristian Acosta Olaya es colombiano, politólogo de la Universidad Nacional de Colombia, Magister en Ciencia política de la Escuela Interdisciplinaria de Altos Estudios Sociales (Idaes, Unsam) y doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires. Actualmente es becario posdoctoral del Conicet y coordina el Círculo de Estudios sobre la Colombia Contemporánea radicado en el Idaes.  

Twitter: @cjacostao 

 


1 A mediados de mayo la firma Invamer, contratada por los medios de comunicación Caracol, Blu Radio y El Espectador, realizó una encuesta en la que Gustavo Petro lidera la intención de voto con un 40,6%. Federico Gutiérrez obtuvo un 27,1% de apoyo y Rodolfo Hernández aparece en tercera posición con un 20,9%.  

2 Recuperado de Pobreza en Colombia: estas son las cifras de 2021 | EL ESPECTADOR 

3 Recuperado de https://nt24.com.co/fico-no-tiiene-intelecto-suficiente-para-entender-la-sociedad-colombiana-kalmanovich/  

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