Militares y política
¿Y ahora qué pasa?: Bolivia de cara a su historia

Por Tomás Bontempo

Hace solo unos días una imagen alertó a buena parte de la comunidad internacional, especialmente a la latinoamericana: un tanque golpeó las puertas del Palacio Quemado, sede del gobierno boliviano. Tomás Bontempo, Director de la Maestría en Relaciones Internacionales en la Universidad del Salvador, sitúa este acontecimiento en el marco del proceso político que se abrió con el golpe de 2019, marcado por la militarización de la política y las tensiones al interior del MAS.

 

El destacado filósofo Rene Zavaleta definió a Bolivia como de “formación social abigarrada”. Una sociedad heterogénea, que es más bien como la existencia y superposición de sociedades, donde de forma desarticulada los diversos elementos tradicionales se fusionan con la modernidad. El país sudamericano presenta interesantes particularidades a la hora de evaluar su sistema político, la construcción del Estado y su relación con esta sociedad abigarrada.

El Estado boliviano –en palabras del sociólogo Fernando Calderón[1] – tiene dos caras que combinan precisamente a lo moderno y lo tradicional, la del “tecnócrata de cuello y corbata que toma whisky y habla inglés y la del policía o juez local de ojotas que masca coca y habla quichua”. La evolución del Estado se encuentra gravitada por una sucesión histórica de revoluciones y contrarrevoluciones permanentes en el marco de una sociedad históricamente fuerte y movilizada que se tradujo no solo la formación de partidos políticos de la más variada orientación (generalmente desprestigiados), sino también otros actores de comités cívicos, juntas vecinales, federaciones sindicales, movimientos indígenas y organizaciones campesinas.

Estas tensiones y distensiones históricas se evidencian una vez más en el actual panorama de crisis política en el cual Bolivia continúa transitando los coletazos del golpe de 2019. ¿Pero cómo llegamos al momento actual y a los hechos ocurridos en estos últimos días que evidencian un nuevo intento de golpe de Estado al actual presidente Luis Arce?

Recordemos que luego de la destitución y persecución de Morales en 2019 y el posterior interinato tumultuoso de Jeanine Añez, parecía perfilarse un nuevo ciclo de (contra)revolución en un complejo escenario en donde intervinieron actores diversos. Por un lado la postura política adoptada por la OEA había agitado las aguas de forma combinada con el accionar desestabilizador planificado por ciertos actores tanto antes como después de las elecciones. Las movilizaciones ocurridas contaron con participación de la clase media urbana, la cual ya en buena medida había cuestionado la entonces decisión de Morales de volver a postularse a pesar del plebiscito perdido en 2016 para reformar la constitución y habilitar un nuevo mandato. A esto se sumaría el acuartelamiento policial, la movilización de los comités cívicos encabezados por el de Santa Cruz con la intrusión al Palacio Quemado con Biblia en mano y finalmente la “sugerencia” de renuncia por parte de las Fuerzas Armadas a pesar del llamado a nuevas elecciones.

Añez encabezó un gobierno fuertemente represivo con un rol casi tutelar de las Fuerzas Armadas, lo que resultó también en la reacción de distintas movilizaciones ocurridas en todo el país acompañadas por hechos de violencia que se asemejaban a los momentos de la Guerra del agua y del gas de los años 2000 y 2003. Una mayor calma en el escenario político provino del establecimiento de la dupla electoral Arce Catacora-David Choquehuanca definida por el MAS en el estadio de Deportivo Español en Buenos Aires. La misma estuvo dirigida no solo a los sectores indígenas, campesinos y sindicales sino también a la pretensión de con el primero de la formula recuperar el voto de una clase media urbana perdida ante Mesa en las elecciones presidenciales del 19’. La buena imagen del ex Ministro de Economía en esa parte de la sociedad había sido una respuesta a los avances sociales, y la casi incuestionable evolución micro y macroeconómica de la economía boliviana de los años anteriores.

Por otro lado, la candidatura de Añez a las elecciones de 2020 intentó convertirla en polo aglutinador del voto opositor anti MAS, siguiendo el rol tomado por Mesa en las elecciones mencionadas. Cabe destacar que desde la elección de 2005, el único momento en que la oposición “derrotó” al MAS en elecciones generales fue cuando su voto se aglutinó en el NO en el referéndum de 2016, lo que llevó a la posterior judicialización de la postulación presidencial de Morales.

Ahora bien, este posicionamiento generó como resultado que el bloque de poder contrario al MAS haya arribado electoralmente fragmentado a las elecciones generales celebradas en 2020, obteniendo el MAS la victoria en primera vuelta, mermando el apoyo obtenido por Carlos Mesa previamente, y vislumbrando los obstáculos de los liderazgos regionales de proyectarse a nivel nacional (Luis Fernando Camacho con base fuerte en Santa Cruz se posicionó cómodo en la tercera posición de las elecciones con el 14% de los votos).

¿Por qué mencionamos estos hechos pasados y en que aportan para entender el panorama actual? En los últimos meses la política boliviana se vio deteriorada por la progresiva y cada vez más abierta puja política entre dos facciones generales del MAS encabezadas por el actual presidente Luis Arce y Evo Morales. Siendo además este último afectado por el fallo del Tribunal Constitucional Plurinacional de inhabilitar la reelección por un numero indefinido de mandatos incluso de forma no consecutiva, acusando a la otra facción del MAS de complicidad.

Este escenario de erosión institucional se combina también con un contexto económico poco similar al de años anteriores y más representado en una conflictividad económica creciente marcada por la escasez de divisas y problemas con los combustibles. Nos obstante, la fragmentación de la oposición aleja las visiones de una derrota electoral del MAS, aunque ello no descarta la inexistencia o articulación de un complejo y nuevo(viejo) bloque de poder político y social que como expresó el periodista Fernando Molina[2] se encuentra en búsqueda de refundar el país desde el golpe de 2019 (en términos de desafiar la construcción de lo plurinacional instaurada desde 2006). Esto es un claro reflejo del componente adicional que la geografía aporta a la diversidad de la sociedad boliviana, con una población mayoritaria indígena en los departamentos del altiplano del occidente minero y la población blanca y mestiza de los departamentos del oriente petrolero y agro productor.

No obstante, este bloque heterogéneo no ha logrado vencer al MAS mediante la vía electoral y abrir así una nueva configuración del sistema de partidos, como aquella que significó el ascenso a la presidencia de Evo Morales en 2005. La realidad actual boliviana refleja lo que Rut Diamint[3] denomina la militarización de la política latinoamericana. Las Fuerzas Armadas y de seguridad han incrementado su injerencia en la política, sin hacer necesaria la toma directa del poder, pero en parte también porque los gobiernos han recurrido a las mismas como sostén y aliados de gobierno, como sucedió en Bolivia con la asunción de Añez, retomando los militares un rol histórico en el país andino. En este caso representado en el ahora ex Comandante General del Ejército, Juan José Zuñiga, quien ya había declarado acerca de la imposibilidad de Evo Morales de presentarse a las próximas elecciones y que luego de generar las imágenes de una Plaza Murillo rodeada de tanquetas intentó (al igual que el propio Evo) instalar ciertas versiones de autogolpe. Lo cierto es que los movimientos militares contaron con un amplio repudio del arco político boliviano, incluyendo a opositores como Añez y Camacho, así como de actores internacionales y la mayoría de los países de la región.

El escenario político amaga con tomar caminos que no parecen encaminarse por la vía partidaria sino mediante la opción militar, aunque por ahora con expresiones minoritarias. Justamente en un contexto de desgaste interno e institucional generado desde las disputas internas una fuerza política que tiene como desafío continuar las transformaciones realizadas en las décadas anteriores pero en el marco de una nueva dirigencia y un contexto político, económico y social más complejo y conflictivo que pone a Bolivia nuevamente de cara frente a su historia.

 

 

 


Tomas Bontempo. Desde 2021 es Director de la Maestría en Relaciones Internacionales en la Universidad del Salvador así como docente en otros posgrados de universidades de Argentina, Uruguay y Brasil. También es director de la Catedra Abierta Pepe Paradiso de Estudios Latinoamericanos e Integración Regional y docente de sistemas políticos latinoamericanos comparados. X: @tomdist1986

 

 


[1] Calderón, Fernando (1999). “El nuevo Estado y la integración social”. Nueva Sociedad N°159.

[2] Molina, Fernando. Bolivia: un nuevo bloque de poder. Revista Nueva Sociedad. Enero de 2020. Disponible en: https://nuso.org/articulo/Bolivia-derecha-Evo-Morales/

[3]Diamint (2019). ¿Sonidos repetidos? Los militares en América Latina. Agenda Global. 24 de Noviembre de 2019. Disponible en: https://agendapublica.elpais.com/noticia/13885/sonidos-repetidos-militares-am-rica-latina

 


Imagen de portada: https://eldeber.com.bo

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