Entrevista al filósofo Esteban Ierardo
Por Dolores Amat y Mariana Percovich
A dos años de la aparición del virus del covid-19 dejamos de preguntamos por sus causas. El foco de la sociedad global está puesto en dejar la pandemia atrás y construir la nueva normalidad. La pregunta sobre si pandemia nos deja aprendizajes sociales y colectivos se diluye… se derrite como el Ártico. Incomoda y miramos para otro lado.
Esteban Ierardo, licenciado en Filosofía por la Universidad de Buenos Aires, docente y autor de varios libros se lamenta que “el virus pudo haber hecho evidente la subyacente unidad biológica de la especie, el hecho de que todos estamos compuestos de los mismos materiales genéticos, acechados por los mismos peligros”, pero eso no sucedió. ¿Por qué no sucedió? Cree que “la realidad actual, tecnoglobal y algorítmica, teje una sobreoferta de entretenimiento, de noticias reales y fake news a cada segundo” que nos atrapa en lo inmediato y coyuntural.
En tiempos de hiperconsumo, hiperconexion y negacionismo, Ierardo propone pensar también el hiperfuturo, el devenir de nuestras sociedades de acá a quinientos o mil años, y confía en la serenidad, como una actitud posible para distanciarse del bombeo continuo del corazón digital de esta sociedad y poder pensar.
En tu último libro reflexionás sobre nuestra sociedad de la excitación y del hiperconsumo. ¿En qué sentido este mundo propicia el pensamiento y la filosofía o los entorpece?
Sí, en los tres últimos libros, Sociedad Pantalla, Mundo virtual, y La sociedad de la excitación, abordo uno de los varios caminos que me gusta transitar: la reflexión sobre la cultura contemporánea global para pensar cómo somos, desviados de un abrirnos a lo real en su máxima amplitud posible. La realidad actual, tecnoglobal y algorítmica, teje una sobreoferta de entretenimiento, de noticias reales y fake news a cada segundo, que generan la excitación necesaria para que nuestra atención y energía nerviosa se reviertan a lo inmediato y coyuntural, a un entretenernos solo para escapar del agobio, sin cultivar el saber más, o un mayor darse cuenta, o un ser más conscientes de la realidad en red en todos sus aspectos o pliegues. Y de lo que podríamos darnos cuenta es de nuestro estar inmersos en lo que cada vez más nos encierra en lo inmediato, en un reflejo entre pantallas y más nos distancia de la realidad amplia: la del conflicto social pero también la del misterio de la existencia; la conciencia del humano paradójico, de un progreso innegable por la tecnología que, a la vez, sigue sometido a la explotación y la esclavitud en muchos lugares, y acosado por el perfeccionamiento de modos en línea para su mejor manipulación y vigilancia. Y la realidad amplia es también la conciencia completa del mundo, la del animal y los ecosistemas, y todo eso dentro de la realidad cosmológica en la que existimos.
La propia filosofía ha olvidado la reflexión sobre la realidad en su amplitud compleja; en general, solo se concentra en el conflicto político y económico, o en la especialización académica de un tema determinado, pero se desentiende de una reflexión universal amplia sobre el ser humano, en la que el sujeto pertenece también al orden de los cuerpos y, a través de estos, existe en relación a la realidad siempre mayor de la naturaleza, el ambiente y del humano que no es centro, sino otro pliegue de una realidad compleja que no puede ser reducida a un titular, o a las redes informáticas, o a un video juego, o solo al consumo periodístico de lo coyuntural.
A su vez, hay cierta aversión a pensar, quizá, por su intrínseca condición utópica, a la humanidad como expresión de una unidad no realizada, que puede pensarse más allá de la coacción de una sola cultura globalizada, de modo de intentar destacar el valor de la diversidad, sin que esto niegue nuestra íntima unidad no pensada como especie.
Evidentemente, la emergencia climática no tolera la lógica de amigo-enemigo porque la atmósfera es una y la solución es para todos o para nadie. ¿Puede la agenda climática, la lucha conjunta contra el calentamiento global del planeta, ser una oportunidad para pensar esta idea de unidad de la especie de la que hablás?
Efectivamente. ¿Qué puede llevar a la humanidad a abandonar el paradigma de confrontación continua, para ir hacia una conciencia de unidad desde la diferencia? No parece probable que el nuevo estado de conciencia vaya a surgir desde adentro. Pero la cuestión del cambio climático podría sacudirnos desde afuera. Tenemos algo en común nos guste o no: nuestra casa, el planeta. Todos necesitamos aire, alimento, luz, todos dependemos de los mismos procesos naturales para ser y sobrevivir.
Sin embargo, nada indica que en un futuro cercano aumente la conciencia de nuestra pertenencia a una realidad común marcada por el peligro climático. No soy muy optimista. Posiblemente eso suceda cuando ya la situación sea tan evidente e irreversible que, como última circunstancia, se decida tomar medidas en común, más allá de los cálculos y los intereses. Pero ya sería demasiado tarde… Cabe preguntarse, entonces, si podría existir algún otro tipo de impulso externo o de amenaza común para conducir a la humanidad hacia la unidad.
¡Una invasión extraterrestre!
¡Claro! Eso nos llevaría a la cultura popular, a la ciencia ficción. Aunque un ex presidente de Estados Unidos, Ronald Reagan, lo dijo en un discurso ante las Naciones Unidas: medio en serio, medio en broma, dijo que lo único que uniría a la humanidad sería una amenaza extraterrestre.
Se ha pensado a la pandemia del covid-19 como una suerte de invasión intraterrestre, que amenaza a toda la humanidad, y al principio hubo una esperanza de unión.
Que no se concretó. El virus es una amenaza común, porque no hace distinción entre comunistas, capitalistas, jóvenes o viejos. El virus pudo haber hecho evidente la subyacente unidad biológica de la especie, el hecho de que todos estamos compuestos de los mismos materiales genéticos, acechados por los mismos peligros, pero lamentablemente eso no prosperó.
La amenaza común derivó en una competencia para llegar primero a la vacuna, para dominar el mercado de los fármacos. Es decir, una vuelta al modelo de la confrontación. Lo que pudo haber sido una oportunidad se malogró.
¿Esta posibilidad malograda tiene que ver con cierta falta de imaginación para las utopías? Se habló mucho de las distopías desde que se desató la pandemia. Se extendió incluso una sensación de estar viviendo en un futuro oscuro, en el tiempo que construyó una humanidad que se encamina ciega hacia al ecocidio. Recientemente escribiste dos libros que toman la serie Black Mirror como disparador para reflexionar sobre las sociedades virtuales. ¿Qué podés decir sobre estas cuestiones a partir de la pandemia?
Justamente en relación al “futuro oscuro” del que hablas, la escala de futuro es fundamental para la imaginación y el pensamiento. En el libro Mundo virtual trato de pensar la noción de porvenir a partir del concepto de hiperfuturo. El hiperfuturo es un punto que no podemos prever, algo que desafía nuestra capacidad de comprensión.
Sobre el futuro cercano es difícil no ser pesimista, y quizá la distopía a las que te referís sea nuestra condición permanente, la confrontación profunda, no la cooperación. Y no hay nada que indique que vaya a cambiar la estructura de desunión, el odio estructural ancestral con el que ahora se profundizan polarizaciones y lucran las empresas informáticas, como Facebook. Pero cuando pensamos en un futuro muy lejano aparece el hiperfuturo. Es muy difícil imaginar cómo va a ser la humanidad dentro de quinientos o mil años, pero a menos que se produzca una gran destrucción, la humanidad existirá con su modelación cultural futura que no podemos prever con claridad. ¿Cómo será la humanidad dentro de un milenio? No lo podemos imaginar. Eso pertenece al hiperfuturo. Es ya una región del tiempo por venir que está más allá de nuestro alcance, pero es algo que va a ocurrir. Y en ese hiperfuturo, quizás, la humanidad llegué a un nivel de transformación, a una conciencia de unidad, y tenga otros conflictos. Ya no conflictos endógenos, conflictos desde dentro de la especie, sino conflictos en relación con el conocimiento sobre el universo y la expansión del sapiens en él. Todo esto ya parece ciencia ficción de vuelta, sin embargo, es un aspecto legítimo de pensamiento. Y particularmente relevante si se busca pensar más allá de la coyuntura y lo inmediato.
Pero si volvemos a la coyuntura global, hay un concepto de la unidad como potencialidad de las redes que desarrollo en un nuevo libro, y que tiene que ver con reformular el concepto de negacionismo. Cuando se habla de negacionismo, ¿Cuál es el negacionismo arquetípico? El del Holocausto. Ahí es donde empezó el término: negar que el holocausto ocurrió o minimizarlo. Tenemos el negacionismo histórico, el negacionismo climático o el negacionismo de las vacunas, que es una forma reciente de negacionismo. Pero estimo que hay otro negacionismo no pensado. Hay un negacionismo mayor a todos que es el negacionismo de la potencialidad de la humanidad avanzando hacia lo que realmente es, no un conjunto de fuerzas enfrentadas, sino una sola especie. Es el negacionismo de la unidad. Su superación parece, de vuelta, algo más propio del hiperfuturo.
Es comprensible porque tenemos un largo aprendizaje en la historia y en nuestras vidas individuales que nos conduce al conflicto y a la oposición. La oposición y el enfrentamiento son la negación de la unidad. En el mundo primitivo distintos clanes primero se tiraban piedras para conquistar un territorio. Después con armas hechas de metales. Ciertos pueblos con espadas y caballos dominan a otros, hacen imperios. Después vienen las armas de fuego. Después vienen las armas más sofisticadas: aviones, misiles. El principio de pensar a la sociedad es el mismo. Pensamos a la humanidad como un conjunto de bloques, fuerzas, naciones e ideologías enfrentadas. Eso no ha cambiado en modo alguno. Y ahora reproducimos ese patrón de enfrentamiento a través de las redes. En lugar de convertir a las redes en un camino hacia lo que las redes muestran: que todas las cosas funcionan integrándose, unificándose.
El progreso de la conciencia ética se da cuando pasamos de creer que el único modelo posible de convivencia es el de la oposición, a otro modelo donde el ser humano se realiza a través de la unidad en la diferencia. No la unidad de pensar lo mismo, no la unidad de un patrón único. Por el contrario, la unidad de la diferencia, la unidad de la diversidad. Ese es el desafío del progreso ético.
¡Por eso somos una gran anomalía! La mentalidad de la confrontación que atraviesa la historia es una gran anomalía, la anomalía que impide que la realidad funcione plenamente en unidad. Es nuestra conciencia de enfrentamiento, de búsqueda de poder. ¡La voluntad de poder es la gran anomalía de la Historia! Es la que impide que haya un progreso ético hacia la colaboración, hacia el cooperativismo, hacia una comunidad de intereses que permita la mayor integración y distribución, incluso, de la riqueza.
Todo eso lamentablemente es parte de la utopía y del hiperfuturo. Pero creo que es interesante de pensarlo, no desalojarlo del mapa de la realidad.
¿Pensás que de estos dos años de pandemia nos van a dejar aprendizajes, cambios?
Quizás el cambio más realista que produce la pandemia es un aprendizaje cotidiano de la cultura virtual. Al punto que muchas más personas han ingresado a un manejo cotidiano de los dispositivos del mundo digital. De modo tal que ahora la pantalla, las redes, las plataformas de streaming, todo lo vinculado con el mundo virtual ha ingresado a un nivel de aprendizaje colectivo masivo con una aceleración impensable antes de la pandemia.
Ahora, ese efecto nada tiene que ver con una transformación filosófica profunda. De todos modos, nunca pensé que eso iba a suceder. Los cambios que vemos son cambios en la ubicación de los muebles de una casa ya conocida. No un cambio de casa. Es decir, el mueble de lo virtual, que teníamos quizás en una esquina de una habitación, ahora está en el centro de la sala.
La cultura virtual se integra como parte de una nueva trasformación de lo cotidiano. Por lo tanto, a la salida de la pandemia la experiencia cotidiana se verá con más claridad en lo que ya era: una construcción cultural de realidad basada en la fusión de lo digital y lo físico. Ya vivimos, de hecho, en una cultura de hibridación de lo real-analógico y de lo virtual. El cyborg ilustra este proceso: el humano de biología y tecnología integrada, que se lo puede entender a través de un ejemplo ya cotidiano: nuestra imposibilidad de vivir sin un celular encima, adherido, in–corporado a nuestro cuerpo, como si la carne y el dispositivo fuera una unidad ya de hecho. Siendo realistas, una mayor conciencia de este tipo de cultura híbrida quizá sea el efecto más importante del cambio que vino a traer la pandemia. “Cambio”, en realidad, que es la radicalización de un proceso anterior pre–pandémico, ya en curso.
Claro uno quisiera que el efecto fuera más transformador, que se haya iniciado un proceso por el que la humanidad va a pensar de otra forma, que vamos a suspender las intrigas, las luchas, las competencias, pero lamentablemente eso va a tener que quedar para el hiperfuturo.
Y hay que observar que la pandemia también nos acercó a una experiencia generalmente diluida en el vértigo urbano: la dimensión de la mortalidad cercana y la fragilidad estructural del ser humano. Vernos como cuerpos que pueden morir en cualquier momento, tomar esa conciencia de la finitud y de lo trágico, podría llevar a una nueva sabiduría. Pero ese aprendizaje, que asomaba en el 2020, ya se ha diluido. Lo absolutamente previsible.
Los estímulos para el disfrute instantáneo son tan grandes en el capitalismo del entretenimiento global, que cualquier atisbo de conciencia que nos lleve a preguntarnos por el sentido del consumo desenfrenado, que nos empuje a dedicar el poco tiempo que tenemos a desarrollarnos en lugar de evadirnos, se disuelve rápidamente.
En Sociedad Pantalla. Black Mirror y la tecnodependencia hablás de las diferencias entre La dimensión desconocida, de Rob Serling (1956-1964), y Black Mirror, de Charlie Brooker. Entre otras cosas, señalás diferencias respecto de las sociedades que las concibieron y observás que mientras la primera presenta realidades alternativas a aquella avalada por el poder, e incluso tiene como horizonte el espacio exterior, la otra comunidad (la nuestra), no imagina salidas y en cambio se encuentra encerrada en pantallas que prometen felicidad y libertad. La sociedad híbrida de la que hablabas hace un momento, de hecho, parece no tener límites o un mundo exterior. ¿Ves salidas o ventanas para esta sociedad que pareciera cerrarse sobre sí misma?
Obviamente, yo no sé cuál es el camino para cambiar las estructuras profundas. Sí creo que, a nivel individual, se pueden buscar alternativas a una progresiva pérdida del mundo exterior, como decís. En el libro que estoy escribiendo ahora abordo lo que llamo la tendencia del solipsismo digital: dependemos tanto de estar conectados, de estar en línea, dedicamos tanto tiempo al mundo de las pantallas, que vamos generando una desconexión del mundo ambiental, del mundo real, del mundo físico y del autoconocimiento.
Todo esto se enlaza con una inversión o transformación del campo de la interioridad. Lo “interior” no remite ya al llamado “mundo interior”, a la espiritualidad, el inconsciente. En el siglo XIX, bajo la influencia del paradigma filosófico romántico, se podía decir que el adentro era la reflexión, lo inconsciente, el alma, no como inmortalidad individual sino como un mundo interior de alguna forma conectado con una mejor compresión del mundo exterior; algo de esto subsistió hasta la contracultura en la posguerra. Pero hoy el adentro es el mundo virtual. Es la interioridad digitalizada, modelada por la tecnocultura, respecto del afuera del mundo ambiental, del mundo físico.
Entonces hay una tentación de mantenernos inmersos en la interioridad del corazón digital de esta sociedad. Ese es el adentro, pero el afuera sigue existiendo. Y como usuario podés desarrollar una conciencia que lleve a esa actitud que yo llamo dialéctica en espiral del adentro y el afuera: se trata de estar adentro, pero sin olvidar el afuera, y de buscar volver siempre a ese afuera. De experimentar la nueva interioridad del mundo virtual, pero seguir construyendo una experiencia de vida a partir de relaciones y vivencias del afuera, del mundo ambiental, de la naturaleza, y la conciencia del universo. Eso es entrar y salir. Es entrar sin quedar atrapado.
Tomar conciencia de esa posibilidad no promete ninguna transformación estructural, lamentablemente, pero puede generar un cambio de actitud como usuario, como ciudadano del mundo informatizado global.
Es una ventana para evitar los excesos de la hiperconexión, que nos expone a una invasión creciente de lo inmediato, de lo efímero, y del entretenimiento que no aviva el pensamiento o la curiosidad, que amenaza con convertirnos en espejos de la oferta continua de una realidad encerrada.
Pero esto no supone negar la virtualidad. Vivimos en un mundo que es en parte virtual, dependemos de él. Lo que intento señalar es solo “la conveniencia filosófica” de ser conscientes de que la vida es más compleja, es la red de los distintos planos de existencia integrados. No es solo el adentro virtual, con qué me entretendré hoy, cuál será mis próximas vacaciones, o con qué enemigo descargaré mi frustración; es también el afuera, de la realidad por un lado del conflicto social permanente, con injusticias, manipulaciones y desigualdades estructurales, cuya superación exige un genuino progreso ético en el futuro, o quizá lamentablemente en el hiperfuturo; y es también la realidad desplegada en la inmensidad espacial en la que somos dentro de un planeta y este dentro de un sistema mayor.
¿Qué lugar queda para el arte en el capitalismo del hiperconsumo? ¿Una condición necesaria para el artista será ser capaz de entrar y salir en esta cultura híbrida?
El tipo de mirada que la hiperconexión genera es lo que yo llamo la mirada intra-pantalla. En esa mirada se devalúa la percepción de los detalles que la realidad física y ambiental ofrece. Cuando lo virtual crece en desmedro de la percepción ambiental se pierde la realidad compleja como sucesión sinfónica en la que resuenan todas las notas, no solo las de lo digitalizado, sino también de las de nuestra relación con la naturaleza, con los cuerpos plenos y sanos, y también enfermos y explotados, la conciencia del gran espacio y sus distancias.
Esa percepción más holística o completa, es la que parpadea en la mirada del artista a través de un ojo activo o un oído activos, por los que nuestra dimensión sensorial se activa en un estar abierto a todo lo que haya por ver o escuchar, mucho más allá de lo inmediato o coyuntural. Podría dar muchos ejemplos de artistas y sus modo de expansiva conciencia sensorial, pero ahora solo les diré que el arte desata al ser sensible, agudiza la percepción de los distintos modos por los que el Ser se manifiesta.
Y el Ser que el arte, en su máxima activación, nos hace ver o escuchar no es solo la realidad digitalizada, sino lo real en una tendencia a la totalidad. La percepción de la totalidad como tal es lo imposible; o lo imposible es intentar convertir la totalidad en concepto como lo muestra Adorno al criticar a Hegel a través de su desarrollo de la “dialéctica negativa”. O esa totalidad es lo que busca experimentar la mística, o la literatura, como el supremo momento visionario de Borges en El Aleph.
Pero sí hay una realidad más vasta a percibir más allá de las pantallas: la realidad de la diversidad de la vida derramada en el espacio, la de los colores, la de nuestro ser en el tiempo urbano pero también el tiempo que supera lo cultural, el del cambio de las estaciones, el cambio de la luz, de lo solar y la trasparencia en el día, a lo difuso y misterioso de la noche. Y el lugar del oído activo: la escucha del silencio, o de la música humana cuando quiere acercarnos a algo más íntimo, secreto, o algo más encendido o esencial, que nos eleva respeto a lo puramente cotidiano.
Por eso, el ojo activo y el oído activos del arte fungen como compensación ante el peligro de una mirada totalmente educada en lo intra-pantalla, de una mirada que solo es sensible ante lo digitalizado.
Sin embargo, lo digitalizado también puede ser una forma de cultivar una mirada del detalle y de lo amplio…El caso de la ampliación de los detalles de las grandes obras de arte por su digitalización en los museos, por ejemplo: o la ampliación del universo astronómico a través de ojo del telescopio del Hubble y su extensión del universo observable y de la cantidad de galaxias (hoy aproximadamente dos billones!!). El lugar del arte es el de preservar el asombro ante la realidad en su amplitud; y dentro de lo extenso y amplio a lo que al artista puede atender se encuentra lo natural, y lo humano en toda su resonancia, el dolor del ser deshumanizado por el poder en todos los sistemas, la tristeza, el misterio y la sed de alguna trascendencia; y lo fabricado, y en esto último, hoy la cultura hibrida en la que lo real es lo físico y virtual integrados.
¿Esto sería una aproximación a la serenidad de la que hablas en tu libro La sociedad de la excitación, del hiperconsumo al arte y la serenidad?
Sí, porque la experiencia artística no solo intensifica la percepción del detalle y de lo amplio y el espacio que contiene a animal y lo humano, con sus conflictos y deseos, sino que también alimenta lo introspectivo. Y lo introspectivo es conciencia reflexiva, actitud filosófica que busca moderar la hiperconexión tecnológica, no ser prisionero de ella; serenidad es lo que busca mantener lucidez respecto del adentro y el afuera, que busca introducir momentos de detención, de distanciamiento, estrategias para no ser totalmente atrapado por un sistema que solo buscar entretenernos y disminuir el darse cuenta.
La serenidad tiene que ver con esa actitud mental de distancia y de freno a la propuesta de un hiperconsumo incesante que no reflexiona, o con la hiperconexión digital excesiva que nos saca de nosotros mismos, y obstruye la actitud introspectiva y lo abierto al mundo en toda su dimensión. Y esto involucra una actitud filosófica. por ejemplo, la de la antigua filosofía de los estoicos, que buscaban de alguna forma no quedar totalmente absorbidos por la invasión de los estímulos culturales y sociales, que trataban de preservar un espacio propio para construir una experiencia personal no masificada. En nuestra sociedad contemporánea sería una experiencia que no esté totalmente impuesta o dominada por una excitante demanda de atención y de consumo sin reflexión ni percepción de la vida en toda su diversa extensión.
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