Por Roque Farrán
En estos días, ante una nueva carta pública de la vicepresidenta de la Argentina Cristina Fernández de Kirchner, reaparece, una vez más, un viejo tema de la historia política: el problema de la lectura. A partir de esto el filósofo Roque Farrán indaga aquí sobre la posibilidad de que, quizá, la política sea también, sino fundamentalmente, un problema de lectura.
Cuenta Valéry que el pintor Degas andaba repleto de ideas y sin embargo no podía escribir ningún poema, entonces Mallarmé le dijo: “Pero Degas, no es con ideas que se hacen los versos, es con palabras.” Se me ocurrió que lo mismo podría decirse de cada práctica, solo que habría que descubrir cuál es su materia específica. En el caso de la filosofía, podría recrearlo en el siguiente diálogo:
– He leído a Platón, Aristóteles, Kant, Hegel, Nietzsche, Heidegger, me he especializado en los autores del último giro académico, pero no me sale ninguna filosofía.
– No es con grandes nombres propios, ideas o sistemas acabados que se hace filosofía, querido amigo, sino con la urgencia de pensar ante un agujero abierto en lo real que angustia, cuando la realidad ha caído y ya no se soporta ningún semblante. Allí vienen con tacto, como imantadas, las palabras que hacen cuerpo, los saberes que movilizan, las ideas que alegran y ayudan a fabricar conceptos. Ahí recién se hace posible encontrarse con otros, recuperar tradiciones olvidadas, pensar el presente y, sobre todo, prepararse para la muerte.
Escribí este diálogo ficcional justamente para hacer notar que no siempre sabemos lo que hacemos, como decía Mallarmé, ni siquiera en las prácticas que parecen más sofisticadas. No necesito postular aquí la hipótesis del inconsciente, como tampoco operar una rectificación subjetiva, se trata de producir algo más modesto pero fundamental: una rectificación material. A veces no sabemos siquiera cuál es la materia de nuestro trabajo. ¿Con qué trabaja, por ejemplo, la práctica política? ¿Relaciones de poder, gubernamentalidades, modos de organización? ¿Cuerpos, lenguajes, afectos? No soy experto en la materia pero me animo a decir que la práctica política trabaja con las relaciones de mediación -o dispositivos- donde la potencia se convierte en poder, y viceversa. De allí la complejidad ínsita en esta práctica, su materia son nada menos que las relaciones de fuerza. Pero quizá ello no sea comprensible de suyo y haya que desplazarse también hacia otras prácticas.
Quisiera mostrarlo con algunos ejemplos actuales de la coyuntura en los cuales me siento implicado. Primero, ciertos fenómenos de conversión mediática y autoritarismo neoliberal; luego, algunas precisiones sobre la crítica pulsional al capitalismo; y por último, las cuestiones filosóficas de lecto-escritura.
I
Por un lado, el poder de conversión que operan los medios hegemónicos. Siempre me pareció ridícula, por obvia en su tendenciosidad manifiesta, la entrevista de Tenembaum a Lanata donde este decía que se ponía del lado del más débil y por eso en aquella triste coyuntura de la Ley de Medios apoyaba a Clarín. Luego de haber mostrado todo el mapa mediático de su poder omnímodo, el adalid del progresismo crítico cruzaba de bando sin dar muestras de vergüenza alguna. Clarín decía que iba a desaparecer y el gobierno de Cristina parecía omnipotente porque afirmaba ir por todo y nos habíamos acostumbrado a que cumpliera sus promesas. Sin embargo, a la distancia vimos lo que pasó: el candidato de Cristina perdió, ganó el no-presidente, nos volvió a endeudar por miles de millones de dólares, e intentaron asesinar a la vicepresidenta luego de buscar eliminarla por todos los medios judiciales y mediáticos posibles. En el medio hubo un aislamiento completo y un presidente a medias que no tomó las decisiones necesarias por no leer bien las relaciones de fuerza: las obras no solo se deben cuantificar, se deben multiplicar exponencialmente.
Por tanto, tenemos que darnos cuenta de esta simple verdad: en nuestra sociedad vencen los más débiles cuando los más fuertes renuncian a su potencia de obrar, sea por exceso de culpabilidad, por exceso de racionalidad instrumental, o por lo que fuera. Si decimos que vamos a ir por todo, tenemos que ir por todo realmente, tenemos que tener confianza en nosotros mismos, no podemos retroceder a mitad de camino, porque el débil siempre juega así: se hace pasar por víctima y termina imponiéndose con la astucia de la razón y la culpa. Realmente nosotros teníamos y tenemos la potencia de obrar pero ellos tienen el poder real, y -como decía Deleuze- el poder se basa en los afectos tristes, en dar lástima o culpa para imponer la impotencia generalizada, donde ellos dominan oscuramente. Lanata tenía razón: él apoyaba al más débil porque él también era el más débil, ahora lo sabemos, porque la estupidez y la estulticia dominan cuando los más fuertes dudan de su potencia de obrar, de sus capacidades para hacer que más seres aumenten su verdadera potencia.
Por otro lado, hay un fenómeno político autoritario emergente que hace alarde de agresividad e irracionalidad como si fuesen la actualización de una potencia, me refiero a los llamados libertarios. Escuchaba a un grupo de periodistas tratando de analizar el fenómeno Milei: se enojaban, buscaban encasillarlo como anormal, hablaban del incesto como si hubiese que explicarlo, dudaban si convenía o no hacerlo, si psicopatologizarlo no era caer en lo mismo que hacía Castro con Cristina, tematizaban la responsabilidad social, etc. En cuanto a esto último, la responsabilidad social nos cabe a todos, por supuesto, empezando por los periodistas que han contribuido a reproducir y ampliar el fenómeno y que tampoco tienen ninguna inquietud para formarse, para no replicar especularmente, para abordar cada tema con conocimiento de causa, sensibilidad e inteligencia, sin necesidad de ser especialistas o inhibirse intelectualmente por no serlo. Sin ser tampoco especialista en fenómenos autoritarios, podría anotar algunas cosas.
En primer lugar, el carácter deshumanizado que sobreactúa esa identificación cerrada con el dogma neoliberal, donde cada quien es dueño de vender órganos o niños o lo que sea según la demanda del mercado, no es una simple locura, es la verdad del capitalismo encarnada en un sujeto que se hace su fiel portavoz. Si hay locura, entonces es la del sistema en su conjunto, de su lógica encarnada: el valor de cambio manda a todas luces, ¿por qué habría de detenerse ante un ser en especial, un cuerpo o una parte?
En segundo lugar, el carácter incestuoso y endogámico de su enunciación afectiva, entre patética y autoritaria, resulta legible a la luz del análisis del mito de Edipo que hace Foucault: el tirano es el que pretende reunir en su persona el saber y el poder. Por más pobre o limitado que sea ese saber encarnado en dogmas neoliberales y el poder de la impunidad que le otorgan los medios en el caso del Edipo actual, que hace su ley a imagen y semejanza. Si llegase a una posición más encumbrada no podría más que caer, como Edipo, pero antes seguramente habría males y pestes para toda la ciudad.
En tercer lugar, podemos hablar de posiciones subjetivas y estilos de subjetivación que interpelan a otros sin caer en la psicopatologización o el diagnóstico psiquiátrico, porque los procesos de constitución subjetiva son históricos y sociales, son prácticas y técnicas precisas que podemos reconstruir, responden a lógicas afectivas y complexiones singulares tematizables; no tenemos que inhibirnos de hacerlo, pero para eso debemos formarnos e implicarnos nosotros mismos en los modos y prácticas reflexivas que también desarrollamos, no es mera información o punto de vista relativista.
Por último, yo también creo como mi amigo Diego Singer que hay mucho de humanismo cristiano en la interpelación mileinarista, de impotencia autodestructiva adolescente que no puede asumir la potencia de la fragilidad, que tiene que gritar y golpear porque no encuentra lugar para expresar su herida de manera sosegada, para elaborar el duelo de las separaciones, para conversar con los muertos y abrirse a lo extraño que nos habita. Pero quién sabe si estamos a la altura de brindar la cura, el remedio o phármakon necesarios para responder desde la práctica social que nos toca. No tenemos esta vez ningún oráculo, ante el agujero abierto en lo social, apenas nuestras insistencias.
II
Tampoco debemos olvidar que la práctica política, junto a sus dinámicas de conversión entre poder y potencia, se despliegan en el capitalismo actual y encuentran en él sus límites y posibilidades. Este quizá sea el punto de enlace de la práctica política con otras prácticas: una crítica al capitalismo con conocimiento de causa debe apuntar a cómo estamos constituidos efectivamente. Acá sí conviene traer a colación lo que nos muestra el psicoanálisis sobre la constitución del sujeto: el entramado pulsional.
En primer lugar, una crítica al capitalismo debe contemplar la complejidad pulsional que nos constituye: pulsión de autoconservación, pulsión de vida, pulsión de muerte. Ninguna pulsión es buena o mala en sí misma, la vida es efecto de su enlace y la muerte de su desenlace. La conservación no es necesariamente conservadurismo, tiene que ver con el conatus o esfuerzo de perseverar en el ser que constituye a cada ente singular. La destrucción es parte de la naturaleza y es útil también para que muchas otras formas de vida nazcan y se multipliquen. Pero la composición o multiplicación no es buena por sí misma, si un virus letal se propaga o una célula cancerígena invade todo un organismo, por ejemplo, ya sabemos lo que sucede. Entonces, atención: una crítica a esta máquina que deglute todo, llamada capitalismo, debe asumir la estrategia del conatus, la táctica de la destrucción localizada y la política de la composición virtuosa. No se trata en ningún caso de caer en las dicotomías simplificantes del tipo: “vida versus muerte” o “transformación versus conservación”. Debemos poder elegir qué conviene conservar, transformar o destruir en función del conjunto vivo y sus procesos de muerte ineluctables.
En segundo lugar, lo mismo sucede con la cuestión de los afectos y goces: no es que el capitalismo sea puro hedonismo o empuje al goce, sabemos que puede volverse victoriano y sacrificial, como ascético y vegano. El punto es poder entender cómo se producen los afectos, cómo se transforman las pasiones, y adquirir cierta autonomía relativa en la disposición ético-afectiva que nos resulte más conveniente para afrontar los acontecimientos. Las escuelas filosóficas de la antigüedad tienen mucho más que enseñarnos al respecto que las psicologías positivas o el psicoanálisis. Pero, sobre todo, una crítica efectiva del capitalismo tiene que poder discernir cuáles son sus dimensiones ontológicas, ideológicas, políticas, epistémicas, éticas, etc., y cómo se pude intervenir puntualmente en cada dispositivo subvirtiendo la economía pulsional simplificante que el capitalismo quiere consumar.
III
Dicho todo esto no puedo dejar de pensar que quizá me equivoque y no esté leyendo bien las cartas que se muestran de manera tan ostensible en el escenario político, porque no estoy tratando directamente con esas relaciones de fuerza, mi material de trabajo son los textos que hacen cuerpo, las ideas que emergen de ellos, las cicatrices que siguen el proceso de escritura. Por eso, tal vez, no pude dejar de reparar en algo que dijo Cristina en su última entrevista. Ante la insistencia del periodista Duggan sobre si iba a ser o no candidata, ella afirmó que ya lo había escrito en su carta y que confiaba en la comprensión lectora de la gente. Me permito entonces mostrar otro modo de entender la incidencia de lo textual, desde mi práctica filosófica.
No hay comprensión directa del texto porque la lectura es siempre sintomática: se lee en los huecos, repeticiones, rodeos y vacilaciones del otro. Lo he verificado en las más altas esferas del pensamiento, en analistas altamente especializados en la lectura de textos. Puede que alguien con múltiples títulos y antecedentes no lea un enunciado escrito con todas las letras porque espera encontrar otra cosa. Por supuesto, también ocurre en la gente de a pie. No hay textos sin contextos, sin relaciones de poder, de sugestión, de transferencia, sin amor y odio proyectados en el otro. Leer es una práctica que se consigue difícilmente, con el tiempo y la paciencia, con heridas y cicatrices: entender las relaciones lógicas, los mitos, las leyendas, las acentuaciones, las obliteraciones puede llevar una vida o varias. Fue el caso de un tal Spinoza, que nos legó una práctica de lectura crítica y cuidada que luego otros han tratado de reactivar. No por citar filósofos ilustres hacemos filosofía, por supuesto, pero al escribir sirviéndonos de nuestro propio síntoma, sin proyectar el malestar en los demás, el pensamiento empieza a tomar cuerpo y eso puede ser retomado a su vez por otros. La lectura deviene así evento colectivo y movilizador porque ha producido cuerpos e ideas adecuadas de lo que pueden esos cuerpos movilizados. La cita está hecha, y no faltaremos a ella: el enigma de la transmisión generacional, la transferencia de un poder que solo puede abrir a la verdadera potencia si asume su falla.
IV
Por último, quisiera ofrecer una meditación para que se ejerciten y habiliten quienes se sientan llamados a escribir sus propias cartas (podríamos cambiar los términos del llamado histórico en esta coyuntura, aunque no rime: ¡bastones y lapiceras, la lucha es una sola!).
No te distraigas con las valoraciones meridianas de la escritura, con tal o cual personaje idealizado, o vapuleado, con el alma que vaga inquieta sin encontrar su causa. No creas demasiado en las primeras impresiones, en los reflejos apresurados del fantasma que te hacen vislumbrar un irremediable destino: la letra siempre resta por escribirse, no es ideal regulativo sino acto que insiste, que puede mejorarse acaso, si se despoja de todas las pretensiones y figuraciones antedichas. Y sí, por supuesto que existen los otros y nos afectan, pero no creas demasiado en sus valoraciones, ellos también sabrán apreciar la letra que llega siempre a destino. Y si no, ¡peor para ellos! Porque el destino es una orientación, una tendencia ineluctable, no un final anunciado.
Roque Farrán: Filósofo, investigador Independiente del Conicet, entre sus últimos libros: La razón de los afectos, El giro práctico