Elecciones 2019
Las representaciones y las cosas

Por Pedro Fernández (UBA-FSOC)

Gobernar es movilizar

Gobernar es movilizar, rezaba la potente consigna de la revista Envido en los años 70. Esa época en donde la militancia era estar en un barrio, una fábrica, una comisión vecinal y además tener una revista. Que florezcan mil revistas. Gobernar es movilizar, sí, de acuerdo. La modernidad política en la Argentina, el sujeto en el centro de la escena transformando la historia, alcanza su punto más alto con una gran movilización: el 17 de octubre. Movilizar para discutir poder. Llenar la plaza para decir acá estamos. Pero también para dialogar. La movilización como un diálogo entre el líder y el pueblo, la plaza como el ágora. El espacio público como el lugar de la discusión acerca de lo común.

Entonces sí, gobernar es movilizar. Movilización que implica un grado de politización. Entendida esta en al menos dos acepciones. Por un lado, una forma que sale a la luz con mucha claridad, la de la militancia organizada. Como dijimos más arriba, el estar. En un barrio, en un sindicato, en una comisión directiva. La política de los cuerpos, en tanto se pone el cuerpo. La militancia es esa manera de estar-en-el-mundo. Un estilo de vida dirían algunos. Cierta forma de pensar y actuar, que aquí se escriben por separado, pero, a lo Nico del Caño, son lo mismo.

Un segundo modo de politización, más sutil quizás, es, precisamente, el que convoca a la discusión, al diálogo acerca de lo común. La política como mecanismo por el cual dirimimos el mejor modo de vivir en comunidad. Seres conflictivos que quieren vivir juntos. ¿Cómo? Hagamos política. La politización surge aquí, entonces, no tanto ya como el poner-se, sino como la invitación a discutir sobre los mejores modos, sobre las mejores formas del vivir en común. La discusión sobre lo público en tanto nos atañe a todos. Y esto toma distintas formas: desde el pacto social, a la 125. La ley de medios y la ley de divorcio. Del 1 a 1 al fin de la convertibilidad. La politización como el mayor o menor grado en que una sociedad discute de los temas que hacen al cuerpo social.

Habrá entonces, momentos de mayor politización y momentos en donde será menor. Y también habrá espacios políticos que se esfuercen por politizar la sociedad y espacios a los que no les interese. Gobiernos de la politización y gobiernos de la apatía.  Gobiernos que ponen a discutir a las sociedades acerca de lo común, de los mejores modos de vivir en sociedad, a discutir un deber ser. Y gobiernos que son más un reflejo de lo que la sociedad es. No se interesan tanto por ir hacia algún lugar, sino por reflejarla tal cual es, con sus vicios y virtudes.

La importancia reside en que la sociedad se politiza y despolitiza permanentemente. Una suerte de casa al trabajo, del trabajo a la discusión y de la discusión a casa. Los límites son difusos, y justamente en esos límites es donde reside el núcleo de la discusión por los modos de vivir en común. Lo político, en tanto conflicto, se nos aparece  como  lo que sucede en los márgenes, o más bien, por fijar los márgenes, por dejarlos quietos de una vez y para siempre, pero que a la vez eso, dejarlos quietos, se convierte en la imposible posibilidad política. Nunca podemos fijarlos para siempre, no al menos si pensamos en una sociedad democrática. La democracia misma, ¿qué es? Nadie sabe. Es lo que queremos que sea. Es la disputa por su nombre, por fijarla. Pero en el momento en que la fijamos, ya no es democracia, es otra cosa, porque justamente la democracia combina la pluralidad, lo conflictivo, todo ahí adentro.

Lo político, entonces, insistimos con esto, aparece en la disputa por fijar los límites. Más acá o más allá de la 125. Más acá o más allá del matrimonio igualitario. Y así. La politización de la sociedad se convierte en un insumo estratégico. ¿Cómo hago para fijar ‘más acá o más allá’? Politizo. Pero que se entienda bien esto. Se habla aquí de esa segunda acepción. Traigo más agua para mi molino, convenzo de que lo mío es lo mejor, lo que nos sirve a todos, hago política. Abrimos la discusión por lo común, abrimos el espacio público, llenamos una, dos, cien plazas en tanto sea adecuado para la estrategia mayor, que es la de convencer. Porque de eso se trata, convencer al otro. Política en estado puro. De la sociedad al gobierno y de nuevo del gobierno a la sociedad, enriquecido. Tomo un reclamo, lo trabajo, lo proceso, lo contengo, lo devuelvo más grande, lo paso como universal. En el pasar lo particular como universal se juega la política grande, ese arte de convencer, o en otros términos, la hegemonía. La operación hegemónica mediante la cual lo particular se aparece como universal. El ABC de la política. En el medio hay otra operación que pasa desapercibida, pero que es central en la política moderna: la representación.

Gobernar es representar

¿Qué es Alberto Fernández? Es, quizás, una vuelta a la representación. A la representación de las cosas. Gobernar es movilizar, sí, lo dijimos. Y gobernar es representar. ¿Cómo? En su reciente libro “La grieta desnuda”, Martín Rodríguez y Pablo Touzon afirman que los años más virtuosos políticamente del kirchnerismo, fueron esos que van de la 125, a la victoria del 2011, con la derrota electoral del 2009 en el medio. Y lo fueron porque quizás hayan sido los años de mayor esfuerzo por politizar los modos del vivir en común. Las cosas, digámoslo, son intereses y de lo más diversos. Desde la ley de género a Techint. Matrimonio igualitario y la electrónica en Tierra del Fuego. No es casual que el saldo de estos años, de esta politización, haya sido, precisamente, la otra forma de politización, la militancia organizada netamente kirchnerista. De la representación de las cosas a la militancia política.

¿Por qué una vuelta? Sin dudas que nunca se dejó de representar. La centralidad política de Cristina da cuenta de eso. Pero está claro que algo sucedió, algo se rompió. Los famosos 30 puntos de Cristina (que hoy parecieran ser un poco más) son una potencialidad y a la vez una suerte de talón de Aquiles. La Argentina del ballotage requiere de bastante más que 30 puntos para ganar, más precisamente de 51 puntos.

¿Qué es, entonces, Alberto Fernández? Es dar cuenta de esta sociedad argentina que no es la misma que la del 2011, ni la del 2015 ciertamente. Es reconocer que el kirchnerismo por sí solo no puede representar la compleja trama de la sociedad argentina con su 80% de autopercepción de clase media. La utopía de Marx a la argentina: la sociedad sin clases en donde todos son clase media. Siguiendo con los rojos, ¿qué hacer? Podríamos enojarnos con la sociedad y decirle que eso es una falsa conciencia, que en realidad son todos (o casi) pobres, explotados por el capital, por clarín, por el campo, por los buitres, inserte aquí ‘    ’ lo que le guste. De hecho, durante gran parte del último período de Cristina, se hizo. La  representación del todo (o casi), mutó al punto de representar una parte. Y la pregunta fundamental que aparece es si puede ser un gobierno popular sin ser de mayorías. La respuesta es no. La ruptura de la alianza entre sectores medios y sectores populares que sostuvo el kirchnerismo hasta llegar al histórico 54%, culminó con la victoria de Cambiemos en el año 2015. Previo a eso, derrota en el 2013. Post 2015, derrota en el 2017.

Gobernar es representar. Retórica y política. Retórica para convencer, persuadir, encantar y hasta enamorar. Política para transformar. Representación para ganar. Todo junto y al mismo tiempo.

La apuesta a Alberto Fernández se revela como una posibilidad para volver a politizar a la sociedad, invitar a discutir sobre la casa común más que sobre lo que se hizo. Más economía y menos Comodoro Py. Sus primeras intervenciones dan cuenta de ello. Hay que representar más cosas para ganar. No integra la fórmula por poseer votos propios, hay que ir a buscarlos. Es la intención de romper la inercia en la que está inmersa la sociedad argentina del voto resignación. El “voto a Macri resignado porque me defraudó, pero que no vuelva Cristina”. El “voto a Cristina resignado, porque no quiero que vuelva, pero es mejor que Macri”. Quizás se abra la posibilidad del “voto a Alberto porque quiero otra cosa, algo distinto a lo que ya tuvimos”. Allí está la búsqueda por ampliar la representación.

¿Qué dice Alberto cuándo invita a Massa? Es un error creer que es meramente un acuerdo de dirigentes. Nos cansamos de escuchar que no hay que buscar un acuerdo de dirigentes, sino que hay que ir a buscarlo en la sociedad. ¿Y qué son los dirigentes, sino la expresión de partes de la sociedad? ¿Qué son los 15 puntos de Massa? ¿No valen? Las representaciones son expresiones de la sociedad, así como al mismo tiempo la constituyen, y se constituyen. En ciertas lecturas selectivas de Laclau, quizás se pasó por alto la dialéctica del representante y el representado. El representante no solo expresa y llena el vacío del representado, sino que a la vez se constituye en representante por el representado. El representado lo constituye en representante. Entonces Massa, ¿qué es? Son sus votos, porque ahí hay sociedad. El propio Macri, ¿qué es? Son, también, sus votos. ¿O el 51% del ballotage es todo macrista? Desde ya que no. De vuelta, gobernar es representar.

Si pensamos entonces al kirchnerismo como un conjunto de respuestas a ciertas discusiones sobre el vivir juntos, no pareciera Alberto Fernández distanciarse demasiado. Lo que se avizora en la decisión de Cristina, es más una salida del kirchnerismo como pura retórica. Retórica sin política. El kirchnerismo del 30%. El kirchnerismo estéril que mantiene viva la llama de lo que alguna vez fue. El del resistiendo con aguante.

La decisión de Cristina es entonces de una enorme potencialidad política. Porque no implica volver a algún lugar, sino que implica la idea de futuro. La búsqueda por ampliar la base de representación y romper con el lugar testimonial en el que intentan colocar, propios y ajenos, a una fuerza política que supo ser transformadora. A la vez, su figura en la fórmula garantiza las pasiones que sostuvieron viva la llama, que no es para nada menor. Nada grande se hace en la Historia sin pasión, dijo un alemán. La potencia transformadora del kirchnerismo es también la pasión que genera en su militancia y adherentes. Se dijo, gobernar es movilizar. Movilización y representación, los dos pilares de la gobernabilidad moderna en la argentina peronista.

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