Por Mariana de Gainza
El año pasado se publicó un importante libro colectivo, compilado por Agustín Lucas Prestifilippo y Santiago Roggerone, sobre el lugar de la crítica en el mundo contemporáneo y las posibilidades de recrear nuevas formas de la emancipación. Según Mariana de Gainza, la diversidad de perspectivas que traman el libro intentan responder, de cierto modo, una misma pregunta sobre la que se vuelve cada vez que la interrogación sobre el presente emerge: ¿Qué hace a una generación?
A propósito de la reciente publicación de Crisis y crítica. Intervenciones en presente sobre el futuro de la emancipación.1
¿Qué puede reunir a escritos tan variados cuando ellos participan de un libro conjunto? Crisis y crítica. Intervenciones en presente sobre el futuro de la emancipación nos lo hace saber desde un comienzo.
Más allá del hecho de que todos giran en torno a la tensión entre crisis y crítica, la unidad en cuestión la asocia con una pertenencia generacional: todos los autores nacieron en la década del 80. En la Introducción al libro, sus editores, Agustín Lucas Prestifilippo y Santiago Roggerone, hablan de esa pertenencia como coincidente con una sensación de desacomodo; vivieron y crecieron entre la revuelta del 2001 y los años kirchneristas, pero, sin ser “protagonistas ni de una situación ni de la otra”, y sienten que su voz colectiva se fue modulando más bien durante el macrismo.
De modo que si leemos las tres primeras palabras de la Introducción –“vivimos la crisis”– dándole entidad a esa primera persona del plural que ellos enfatizan, somos llevados a repetirlas, como pregunta, desde nuestra propia perspectiva: “¿cómo vivimos nosotros la crisis”? ¿Desde cuál nosotros podemos coincidir con los autores de este libro, y decir con ellos que, efectivamente, “vivimos la crisis”? Que nos inviten a preguntarnos cómo vivimos cada uno de nosotros la pluralidad de crisis de este momento tan complicado, hace ya a la feliz inquietud que sostiene al libro en el movimiento de sus dos partes, “desde la crisis” y “hacia la crítica”.
Desde la crisis: o desde lo que denominan una “ontología de la situación”, donde se cruzan la crisis sanitaria, económica, social, política, cultural, ecológica, etc., en este momento tan particular donde no es posible prever prácticamente nada de lo que vendrá. Un desconocimiento generalizado –dicen– que diluye toda ilusión de un control racional de nuestro destino, y que es a la vez el que se abre hacia la crítica.
El libro, que plantea la necesidad de profundizar el intercambio entre distintas “constelaciones materialistas de críticas sociales y luchas emancipatorias”, busca y encuentra sus interlocutores:
“La teoría crítica sólo existe en cuanto se apoya en la vivencia que los agentes sociales tienen de las crisis que padecen. Sólo existe, en cuanto parte de las tentativas de esos mismos grupos y colectivos por diagnosticar y abordar estas crisis a su manera, con sus propias formas de resistencia y a través de sus propios ejercicios de crítica práctica. La teoría crítica se sitúa entonces en el campo de los conflictos, las luchas y las resistencias, comprometida con la auto-ilustración de las prácticas sociales” –dice el interlocutor frankfurtiano que este libro encontró–. “La teoría crítica pretende prolongar el trabajo cognitivo de los grupos oprimidos”, buscando comprender las dinámicas subyacentes a las crisis, tratando de ampliar perspectivas, combinando lo social, lo político, lo económico, lo psicológico, lo estético.
El conjunto de lxs participantes del libro, según creo, suscribiría a esta idea de la teoría crítica. Pero además, en sus respectivas presentaciones, desarrollan sus propios ejercicios de definición. Así que voy a tratar de hilar o de hacer un collage con algunas de esas ideas, sin orden ni remisión a los nombres de los autores, a modo de evocación de lo que puede encontrarse en esta compilación, como exploración de lo crítico, de lo que se rompe y lo que se rehace, históricamente, cada vez, y esta vez.
La crítica es producir un desfasaje activo respecto a un presente que se cierra sobre sí mismo. Señalar lo intolerable. No acostumbrarse al sufrimiento, a la desigualdad, a la miseria, a la violencia. La crítica es “el arte de no ser totalmente gobernados”, partiendo de una diferencia con el presente del cual somos parte. La posibilidad de diferenciarse de un presente que se absolutiza y se vuelve asfixiante pone en conexión el diagnóstico de la actualidad con una pregunta sobre la historia, que hace jugar cuestiones de perspectiva. Desde diferentes pasados se modulan distintos presentes, de tal manera que la atención a determinadas experiencias históricas permite agujerear este presente, que proyecta hacia atrás la serie causal que lo instituye y lo clausura, para abrir unos horizontes que parecerían bloqueados.
La crítica trabaja con una potencia de imaginar liberada de sus ataduras cotidianas. Pone en juego la posibilidad de desmontar las continuidades rutinarias, y producir nuevos montajes a partir de lo que se percibe como secretamente afín en cosas que aparecen como separadas. Es una sensibilidad para captar en las imágenes que conmocionan –provistas por los documentos históricos, por el arte, por la experiencia diaria– las huellas de los tiempos que esas imágenes rozan, pero también las de otros tiempos suplementarios, anacrónicos, heterogéneos.
La crítica es abrir porvenires tratando de ser un poco menos y un poco más de los que fuimos hasta este momento, tomando apoyo en las tradiciones populares, en la historia, en la experiencia, apostando a generar formas del lazo social más justas, igualitarias y democráticas. Más que apresurarse a anticipar futuros apocalípticos o redentores, una actitud crítica es saber soportar el vacío existencial, fundar otro tipo de relación con el tiempo y el espacio. La crítica es luchar para que la justicia social siga teniendo algún contenido vigente.
Es desarmar las retóricas bélicas que, a imagen y semejanza de las guerras contra los enemigos internos o contra las poblaciones, afirmaron que se iniciaba la guerra contra un virus, proyectando falsos escenarios de combate. Para no quedar desarmados ante los verdaderos enfrentamientos, la crítica debe saber distinguir entre las distintas violencias que se producen a diario en el contexto de la reproducción social neoliberal.
La crítica es el respeto por una singularidad que se subleva. Es el rechazo de lo que hay de normalizador en el psicoanálisis, y el llamado a tomar al pie de su letra a Freud, cuando habla del “impulso o el anhelo de libertad”. Es percibir que en los padecimientos psíquicos algo protesta contra una opresión, y transformar al análisis en una práctica capaz de aliarse con ese impulso. O con el síntoma. La crítica es una lectura de los síntomas sociales, y una disposición compartida con algunas prácticas estéticas a explorar los elementos oníricos en el momento del despertar.
Es comprender que la salud mental adquiere una centralidad estratégica en la situación actual, y explorar los caminos de una politización de los malestares sociales que sea emancipadora. Es buscar intercambios y confluencias transversales entre trabajadores e investigadores, movimientos sociales, organizaciones políticas y activismos institucionales para elaborar modos de lidiar con los padecimientos psicosociales que resistan la presión de los tratamientos individualizadores, culpabilizantes, o violentos de los conflictos. Es asumir cabalmente que la subjetividad es un campo de batalla. Y que al lado del sujeto se abre un abismo, un precipicio, una carencia, una abertura. Allí, en esa grieta, se disputan los sentidos de la crisis.
Hay una violencia que la crítica asume, cuando prosigue por otros medios, a través de esos gestos que suelen denominarse “intervenciones”, las líneas que señalan las posibilidades y las imposibilidades de la reflexión pública. Abrir todas las interlocuciones que es necesario sostener, cerrar las que no tienen ni producen sentido y sólo colaboran con el griterío ambiente.
Pero lo mismo vale para el propio pensamiento, en su interioridad autorreflexiva. El gesto de interrupción de la auto-referencialidad solipsista que la racionalidad moderna proyecta sobre la tarea intelectual sigue siendo actual. Ese pensamiento que se toma a sí mismo por objeto y queda atrapado y abarcado en la fórmula: “ yo estoy pensando lo que yo pienso que pienso”, carga consigo el riesgo de creer que el único sujeto pensable es el que se piensa a sí mismo, y cuyos predicados son los pensamientos. Parece que hicimos un giro filosófico, pero seguimos en territorios neoliberales.
Una variedad de dilemas clásicos –que se dirimen entre la filosofía y las distintas perspectivas marxistas– resuenan como componentes sustantivos de la crítica contemporánea.
La separación del sujeto y el objeto, de una interioridad y una exterioridad, de la naturaleza y la cultura, sigue vigente en las “formas de objetividad” y las “formas de subjetividad” que son funcionales al despliegue de la reificación en nuestros modos de vida tecnológicamente mediados. Y sigue vigente en las distinciones –que se retoman en diferentes contextos– entre críticas exteriores y críticas internas, críticas trascendentes y críticas inmanentes.
La forma clásica de entender la crítica como pregunta por las garantías de la objetividad del conocimiento, junto con la pregunta por la legitimidad de la autoridad que juzga, permanece vigente en la vertiente jurídica que conecta al sujeto con cierto modo de comprender la verdad y la política. Las pretensiones universales de esos discursos normativos son a su vez cuestionados desde la pregunta por lo singular y lo contingente, que escapa a lo que se presenta como necesario y obligatorio. La crítica práctica asume, así, la forma de una posible transgresión o de un derecho de resistencia, en la medida en que las búsquedas de una vida digna se afirman más allá de las restricciones de un orden de razones objetivadas.
La crítica, entonces, no pierde de vista aquello que Marx imaginó como un futuro para ese anhelo de libertad también pensado por Freud. La crítica, como “la cabeza de la pasión”, produjo la ficción liberadora de un porvenir donde será “posible hacer hoy esto, mañana aquello, cazar por la mañana, pescar por la tarde, dedicarse a la cría de ganado por la noche, criticar después de comer, según se quiera y sin que sea necesario convertirse en cazador, pescador, pastor o crítico”.
Marx, entonces, en conexión con las derivas más recientes de la teoría crítica. Aquellas que se formulan desde los nuevos feminismos y los ecologismos, y que relanzan de modos fecundos los debates entre humanismos, anti-humanismo y post-humanismos, antropocentrismos y post-antropocentrismos, en conexión con las transformaciones actuales del capitalismo. Son tentativas de dar cuenta de la escena crítica contemporánea –que traen nuevas palabras y nuevos aires para esos dilemas que se reescriben entre viejos y novedosos objetivismos y subjetivismos.
Aprendí mucho leyendo este libro, debo decir. Quisiera agradecer a los miembros de esta generación de nacidos en los ochentas, por sus esfuerzos teóricos y su decisión de no aceptar caer en las redes de la melancolía.
Mariana de Gainza es socióloga por la Universidad de Buenos Aires. Doctora en filosofía por la Universidad de San Pablo, investigadora del Conicet y docente en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires y en la Universidad Nacional de San Martín.
Agustín Lucas Prestifilippo y Santiago M. Roggerone (eds.) Crisis y crítica. Intervenciones en presente sobre el futuro de la emancipación, Buenos Aires: IIGG-CLACSO, 2021.
[1] Este texto fue leído en la presentación del libro junto a Eduardo Grüner, Martín Unzué, los editores y los autores de sus capítulos.
Imagen de portada: Juan Pablo Renzi, Música de pájaro III (1983).