CRÓNICA DESDE ESTAMBUL
Relato (caótico y veloz) de un golpe de estado (caótico y veloz)

Por Ingmar Barrañon
(Editor mexicano)

El horno no está para bollos en Turquía. Apenas un par de semanas atrás un ataque al Aeropuerto más grande de Estambul acabó con la vida de 41 personas, en su mayoría turcos, crispando una vez más los nervios de una población que vive cada día la angustia de habitar una zona donde sorpresas como esa se han vuelto perseverantes. ¿A quién, con todo, se le ocurre hacer un golpe de Estado en un país con problemas tan serios? En medio de la confusa noche del viernes 15 de julio, esa era una buena pregunta.

Nueve de la noche aproximadamente, ciertas páginas de internet como youtube y facebook fallaban, tardaban en cargar o de plano no cargaban, señal de que algo importante ocurría en el país; de igual manera dos semanas atrás las redes sociales fueron suspendidas inmediatamente después de los ataques en el Aeropuerto Kemal Atatürk de Estambul. Se trata de una especie de práctica en situaciones de crisis. Poco antes de las 10 de la noche el primer ministro, Binali Yildirin, anunciaba un intento de golpe de Estado perpetrado por una facción del ejército que para ese momento tenía ya en su poder algunas sedes gubernamentales en Ankara, la capital, así como infraestructura en Estambul, donde tanques militares rodeaban el Aeropuerto Kemal Atatürk, en el llamado lado europeo de la ciudad. A lo largo de la noche varias compañías aéreas cancelaron sus vuelos hacia y desde algunos aeropuertos turcos.

Pocos minutos después la transmisión se había detenido en la televisora gubernamental, TRT; las palabras “transmisión en vivo” aparecían en la pantalla poco antes de que la presentadora del noticiero nocturno, Tijen Karash, apareciera en pantalla leyendo un comunicado que confirmaba lo dicho por el primer ministro: algunos militares se habían hecho con el poder (tal vez aprovechando un periodo vacacional del presidente Recep Erdogan en la costa del Egeo) para asegurar el orden y la democracia, mensaje bastante contradictorio con los hechos. Aquella misma facción denunciada por el primer ministro, decretaba con su anuncio la ley marcial y un toque de queda, cosa harto complicada tratándose de la noche de un viernes en la ciudad más poblada del país: 14 millones de personas andan por sus calles fumando o sólo caminando a cualquier hora; en ambos lados de la ciudad abundan bares y restaurantes, y es común que las personas que habitan un lado tengan amigos y salgan con personas que habitan el otro.

Antes algunos camiones militares y un grupo de efectivos del ejército habían bloqueado los dos puentes que cruzan el Bósforo, modernas construcciones que unen el oriente y el occidente de la ciudad, por los que se mueven libremente los habitantes a cualquier hora del día: filas de autos cuyos conductores tenían la intención de llegar a sus casas, a alguna cena, o donde fuera, empezaron a formarse sobre los puentes y en la ruta que conduce a estos: en algunas imágenes se observa a diversas personas bajando de sus vehículos para quejarse y exigir el paso a los militares.

Helicópteros y aviones del ejército y la policía se movían veloces por el cielo de Estambul. En las terrazas las luces se habían apagado. El choque de la vajilla mientras era devuelta a sus cajones llenaba los restaurantes. Muchos puntos de la ciudad permanecían en calma. Las familias sentadas frente a la televisión bebían té esperando un resultado, cualquiera que fuera y les permitiera reiniciar en la mañana otra simple jornada. En Sultanahmet algunos turistas se apertrechaban en sus cuartos con cervezas y cigarros. Frente a los cajeros automáticos se hacían filas, por si las dudas. Los habitantes sumidos en la incertidumbre escuchaban de detenciones de policías, quienes siempre permanecieron leales al régimen.

La imagen de la mujer leyendo el comunicado de los golpistas se repetía una y otra vez en las pantallas de televisión. Treinta minutos después de medianoche el presidente turco se comunicaba vía FaceTime con la televisora CNN Türk: con carácter adusto y poco ayudado por una señal a veces interrumpida, aseguraba que los golpistas eran una minoría en el ejército y pedía a la población salir a calles y plazas para manifestarse contra el golpe. “Esta misma noche yo me estaré uniendo a ustedes”; algo así dijo.

Pero la gente no tenía que salir a las calles: en una noche de viernes con el tráfico cerrado en los dos puentes que cruzan el estrecho del Bósforo, o en algunas calles de la capital, muchos aún sin quererlo estaban allí, en medio de un cruce de discursos políticos y ocasionalmente, en medio de las balas. El ejército había empezado a disparar contra civiles o al aire, los policías respondían, la calle, las plazas y los puentes invadidos por uniformados y no uniformados se estaban sumiendo en el caos. Reuters y la embajada de Estados Unidos reportaban disparos en el Aeropuerto Kemal Atatürk y en el Parlamento (en Ankara). La cifra de heridos y muertos dejaba de ser cero.

En la misma llamada de FaceTime, según Reuters, el presidente señaló (aunque sin mencionarlo) a Fetulla Gülen, un clérigo autoexiliado en Estados Unidos, como responsable de los hechos. Más tarde aquel habría de decir que él no había sido. Y entre que sí y que no, aquí al lado Grecia se ponía en guardia. La confusión continuaba, pero la gente seguía asistiendo a las plazas, por ejemplo a Taksim, rodeada por el ejército, donde algunos se trepaban al Monumento a la República enarbolando las rojas banderas turcas. Ocasionalmente más disparos horadaban alguna piel. Alrededor de la 1:30 de la tarde, el golpe estaba sumiéndose en el fracaso. A esa hora, dos antes del primer llamado a la oración, desde los alminares de varias mezquitas se hacían llamados para salir a la calle y enfrentar al ejército. Todo el gobierno se había cerrado alrededor de Erdogan y el ministro para la Unión Europea llamaba a los militares a hacer lo mismo. Los partidos CHP y MHP, opositores al régimen, también cerraron filas con el gobierno. Tímidamente lo hicieron también Barack Obama y Ban Ki Moon, entre otros, mientras las embajadas de muchos países occidentales recomendaban a sus ciudadanos vía twitter encerrarse en sus casas u hoteles. Siendo Turquía un muro de contención para las olas de refugiados que el año pasado tan molestos resultaron a los países del norte europeo, y estando en su territorio bases aéreas desde las que la OTAN ataca al Estado Islámico, la timidez se entiende: hay que ser cauto, en estos casos uno nunca sabe con quién hay que negociar al día siguiente.

Fue tal vez cuando Obama llamó a respetar a las instituciones democráticamente electas cuando se pudo saber de qué lado se estaba inclinando la balanza. La falta de firmeza con que había iniciado el golpe, así como otras circunstancias entre las que cabe enfatizar la mesura de la mayoría de los militares golpistas y el empoderamiento de los civiles, repercutieron en la corta vida del levantamiento y, también, para que no se desatara una carnicería. Antes de las dos de la mañana policías y ciudadanos de a pie detenían o medio linchaban a integrantes del ejército: existen varios videos donde se ve a la muchedumbre golpear con saña a militares que ya habían sido sometidos o que ya se habían rendido.

A las 3 de la mañana la televisora TRT restablecía su transmisión y el Aeropuerto Kemal Atatürk se disponía a reiniciar sus operaciones. Pero el caos continuaba, se reportaban varias explosiones en el mismo aeródromo, en la plaza Taksim y una más a las 3:30 en el Parlamento, en Ankara, donde murió un diputado. Algunos militares tomaron el edificio de CNN Türk, donde desalojaron las instalaciones olvidando apagar las cámaras y los controles: la imagen congelada en las pantallas mostraba un set vacío. A esa misma hora Erdogan aterrizaba en el Aeropuerto Kemal Atatürk, tal como había prometido; allí una multitud lo aguardaba.

Una hora más tarde se daba la orden de despejar el espacio aéreo y derribar cualquier artefacto manipulado por los golpistas; el gobierno anunciaba la muerte del general que habría dirigido el golpe.

Cerca del amanecer Erdogan aparecía ante los medios dando por zanjado el asunto, mientras un avión bombardeaba la sede de gobierno en la capital. A lo largo de la madrugada las detenciones se sucedían, los soldados golpistas se rendían, algunos eran golpeados, otros desnudados, y un helicóptero con ocho mandos cruzaba antes del mediodía de este sábado la frontera norte con Grecia.

La mañana de este sábado las calles de Estambul estaban en calma; tal vez demasiada calma. Algunos partidarios del gobierno seguían en las calles agitando banderas y gritando consignas, mientras la mayoría de los locales comerciales permanecían cerrados. El gobierno empezaba a dar cifras: 265 muertos en total (la mayoría militares golpistas, aunque también policías y civiles) y alrededor de 3 mil militares detenidos.

Son las diez de la noche del sábado. A esta hora parece que no hay más golpistas en las calles, ni helicópteros en sus manos; hay en cambio aún confusión, una posibilidad de que se restablezca la pena capital, y la duda persistente todavía: a quién se le ha ocurrido en un país con una situación crítica de inseguridad, en nombre del orden y la democracia provocar justo lo contrario. La respuesta queda en suspenso como muchas cosas aquí, en el muro de contención de los europeos.

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