Los movimientos populares en la era macrista
¿Revival piquetero?

Por María Mercedes Palumbo (IICE-UBA/CONICET)

En tiempos de crisis económica, descontento ciudadano, políticas neoliberales, acuerdos con el Fondo Monetario Internacional y aumento de la conflictividad en las calles, la comparación con el año 2001 -y su desenlace- circula cotidianamente con cierta inevitabilidad. A menudo escuchamos intervenciones de periodistas en la radio y la televisión que trazan paralelismos entre ambos contextos y/o buscan marcar los términos de su distinción (otro tanto cabe para los editoriales de los diarios), también encontramos presente dicha comparación en los discursos de la clase política y en los cálculos de la alianza gobernante, tanto como en comentarios de gente de a pie –en charlas informales entre familia, amigos y vecinos– donde sobrevuela el espectro de la crisis del 2001 y las vivencias asociadas a ese entonces. Pareciera que diciembre del 2001 se erige como el espacio y el tiempo al que no se ha de volver, sea para conservar la gobernabilidad, sea para evitar el default financiero, sea para no sufrir los embates materiales de la pobreza y la indigencia.

Entre todos los actores a los que nos remite el 2001, sin dudas hay uno central: los piqueteros. Las organizaciones piqueteras, vanguardia de la resistencia a las políticas neoliberales de la década del noventa, conforman hoy un sector –junto a otros- de cuestionamiento activo a las políticas macristas en clave de continuidad histórica. Tal es así que desde los medios hegemónicos de comunicación se instala la inquietud por el revival piquetero ante la asidua presencia de los sectores populares en las calles. Pero, ¿siempre los espejos devuelven una imagen fiel del sujeto (colectivo)?

De las organizaciones piqueteras a los movimientos populares

Si nos remontamos a finales de la década del noventa, cabe señalar las notas características del heterogéneo movimiento piquetero que se configuró en el denominado ciclo resistencialista a las políticas neoliberales: el corte de ruta –el famoso “piquete”– como repertorio de lucha, las demandas articulantes de trabajo, dignidad y cambio social, el trabajador desocupado como sujeto emergente, la asamblea como modalidad decisoria, y el trabajo territorial en los barrios en torno a merenderos, comedores, emprendimientos productivos y espacios de formación. Ya desde los inicios, aunque menos visible en comparación con la espectacularidad de las acciones directas, se evidenció una dinámica recursiva entre el piquete y el barrio puesto que parte de los recursos obtenidos en las rutas y las calles fueron destinados al trabajo territorial. Se entabló así una compleja relación de negociación y confrontación con el Estado.

El estallido de diciembre de 2001 marcó en la Argentina el quiebre (provisorio) de la legitimidad del neoliberalismo como política estatal-institucional. En este desenlace, confluyeron las dificultades para estructurar un modelo de acumulación, el cuestionamiento a los lugares estables de la política y a la autoridad representativa de los políticos como sus sujetos exclusivos, y la proliferación de acciones de lucha y resistencia que reivindicaban la intervención en los asuntos públicos. Desde la perspectiva del movimiento piquetero, diciembre de 2001 implicó un mito de origen, un punto de inflexión en términos de acumulación organizativa y una concepción de la política forjada desde una relativa exterioridad respecto a sus lugares y mediadores clásicos como el Estado, los partidos políticos y los sindicatos.[1]

Importa aquí señalar que, más allá de su menor visibilidad mediática circunscripta a las secciones relativas al tránsito en los noticieros donde se aconsejan las calles por las cuales no circular, las organizaciones piqueteras no desaparecieron en el lapso de tiempo que une la “vuelta a la normalidad”, signada por el inicio del gobierno de Néstor Kirchner, y la elección de Mauricio Macri; esto es, entre los años 2003 y  2015. Más bien lo que sucedió fue una reconfiguración de estas organizaciones donde lo piquetero transmutó en lo popular, incluso conllevando cambios en los nombres de la mayoría de ellas. En este sentido, se observó una ampliación de sus territorios de lucha –además del barrio se pasó a incluir la disputa en las universidades y en ciertos espacios sindicales-, la incorporación de nuevos sujetos distintos a los trabajadores desocupados, la complejización de las demandas en función de una vocación integral de transformación, el uso menos cotidiano del piquete como repertorio de acción y la estrategia de prefiguración de la sociedad futura en los territorios de emplazamiento.

Los movimientos populares en la era macrista

El giro propio de la etapa que se abrió con la elección de Mauricio Macri en el año 2015 nos sitúa en una nueva coyuntura. Es notorio recordar que, al igual que los movimientos en cuestión y el kirchnerismo, el partido Propuesta Republicana (PRO) también conforma un emergente de la crisis del 2001 que se propuso refundar la política en un contexto de debilitamiento de las fuerzas políticas tradicionales.

La actualidad de los movimientos populares en la era macrista se inscribe en el cambio en la recepción gubernamental de la protesta social alineada hacia respuestas represivas, el agudizamiento del contexto económico a partir de una combinación de medidas de ajuste y recesión, la masiva afluencia a los comedores de los movimientos de sujetos movidos por la necesidad, un Estado que vuelve a presentarse como un enemigo directo de los intereses populares, y un cierto revival piquetero que se deja entrever en los planteos de las coberturas de los medios hegemónicos. Si los movimientos piqueteros estuvieron a la avanzada en el ciclo resistencialista, los movimientos populares –herederos de aquellos piqueteros– vuelven a desplegar su presencia en las calles junto a otros sectores.

Existen dos elementos centrales, considerados como innovaciones organizativas en el campo popular, que permiten realizar una radiografía de la actualidad de los movimientos populares en la Argentina. Ellos son: por un lado, la participación en elecciones que comprende incluso a ciertos movimientos pertenecientes a una matriz de izquierda independiente; y, por otro lado, la consolidación de la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP) en tanto expresión del sindicalismo de movimientos populares. Si bien estas innovaciones no surgen en la era macrista, dado que ambas comienzan a articularse desde el año 2011, se observa una consolidación de las mismas a partir del año 2015 en adelante. No sin paradojas, estos elementos inscriben el revival piquetero en un marco de decisiones tácticas y de espacios de confluencia entre organizaciones que se aleja de las improntas más propias del resistencialismo piquetero, marcadas por el abstencionismo electoral tanto como por la crítica a las mediaciones representativas.

En cuanto a la participación en elecciones, la opción electoral traduce -en nuevos términos y con fuerza renovada- la cuestión del Estado, presente ya desde el ciclo resistencialista. Frente al dilema de la participación en las elecciones, en su condición de institución central de la política representativa, se buscó dilucidar si lo electoral permitiría realizar un salto en la construcción de poder popular, articulando la prefiguración de la sociedad futura en los territorios a distancia del Estado con la disputa en el seno de sus instituciones. A este respecto, es claro el slogan de una herramienta electoral donde confluyeron distintos movimientos populares en la campaña electoral del 2015 en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires que refiere a tener “un pie en las instituciones y miles en las calles”,[2] un pie en la lucha estatal-electoral y otros muchos en la construcción política en los territorios.[3] Luego de intensos debates internos, los movimientos comenzaron a participar de armados electorales ya existentes y, en algunos casos, a crear sus propias herramientas político-electorales.

Por su parte, la CTEP es el segundo elemento que marca la actualidad de los movimientos populares y de sus sujetos devenidos en trabajadores de la economía popular como marca identitaria (que tensiona, a su vez, las identificaciones en torno a la figura del beneficiario de políticas sociales). Fundada en el año 2011,[4] se erige como organización aglutinante de un conjunto de movimientos populares con el propósito de crear una confederación de “trabajadores sin reconocimiento, sin capital y sin patrón”[5] a partir de una gremialización que abogue por la restitución de derechos para el sector. De este modo, emerge como una organización sindical multi-tendencia y multi-rama, de carácter fuertemente reivindicativo, en la que convergen agrupamientos con inscripciones político-ideológicas diversas. Estas recientes formas de organización y sindicalización de la economía popular nos traen la novedad de un movimiento social sindicalizado,[6] en una sugerente combinación de la tradición sindical junto a la herencia de los movimientos de trabajadores desocupados. Para el desarrollo de su agenda reivindicativa, y en consonancia con su doble inscripción en lo sindical y lo movimental, la CTEP despliega una compleja estrategia. Articula acciones colectivas de movilización y protesta callejera (como corte de calles, verdurazos, ollas populares) con una incidencia en la agenda legislativa para la sanción de leyes de promoción del sector, tanto como en el ejecutivo nacional por medio de la participación en canales sostenidos de negociación, particularmente en la cartera a cargo de la Ministra Carolina Stanley. La sanción de la Ley de Emergencia Social No 27345 hacia finales del año 2016 constituye un ejemplo de dicha estrategia legislativa.

¿Revival piquetero?

Para ser claros, el 2018 no es el 2001 aun con la presencia de una constelación de elementos compartidos. No solo porque las condiciones sociales y económicas no revisten una simple analogía sino porque el campo popular y sus organizaciones no son los mismos. Los derroteros y aprendizajes transitados por los movimientos populares no permiten realizar extrapolaciones lineales con su contexto de emergencia en el ciclo resistencialista a las políticas neoliberales de finales de la década del noventa e inicio del nuevo siglo. Lejos quedaron los debates en torno a las posibilidades de reeditar el autonomismo zapatista en el Área Metropolitana de Buenos Aires, las concepciones del Estado como actor monolítico refractario a las demandas populares, las críticas furibundas a la forma-partido y a la izquierda trotskista por su verticalismo, y el enarbolado de las banderas del abstencionismo electoral, incluso en las derivas de los movimientos pertenecientes a la izquierda independiente.

Analizado desde la perspectiva de los protagonistas del adjudicado revival piquetero, dicho retorno puede ser sostenido solo en tanto nos centremos en sus formas con más impacto y los espectros que convocan; esto es, en la renovada presencia en la calles de los sectores populares en oposición a una serie de políticas contrarias a sus intereses (y de gran parte de la sociedad) que evoca la herencia que los movimientos populares portan de sus organizaciones piqueteras antecedentes. Ahora bien, este revival no puede soslayar la metamorfosis de este actor colectivo: del asentimiento activo con el “¡que se vayan todos!” a la efectiva participación en las elecciones, de la demanda de trabajo a la centralidad de los espacios laborales en sus prácticas cotidianas y la asunción de la identidad de trabajadores de la economía popular, de las críticas a la mediación del sindicalismo tradicional a la conformación de un sindicato de movimientos populares. La lectura de esta reconfiguración de las organizaciones del campo popular amerita alejarse del simplismo de pensarla en términos de contradicción, se vislumbra aquí un proceso de debate y de maduración insuflado por los cambios contextuales, de gestión gubernamental y de las coyunturas electorales recientes, que fueron generando ciertas estructuras de oportunidades. En todo caso, podríamos sostener que las prácticas de los movimientos populares en la era macrista –mediadas por ya casi veinte años de existencia- no son meramente resistencialistas al disputar, paralelamente, espacios, sujetos y políticas públicas en el seno de las instituciones establecidas en una tarea compleja pero asumida como necesaria.

 

Foto de portada: Jorge Ariza – Pueblada de Cultral Co en 1996

 

[1]           No obstante la radicalidad de la negación al orden existente que era evidente en ese tiempo, no se logró conformar un proyecto y un sujeto político que aglutinara la heterogeneidad emergida.

[2]          Este slogan fue utilizado en la campaña electoral de Pueblo en Marcha que participó junto al Frente de Izquierda y de los Trabajadores (FIT) en las elecciones de 2015.

[3]          Esto generó la revisión de improntas arraigadas en las bases sociales de los movimientos respecto a los sentidos de la autonomía, las formas de construcción política y la persistencia de cierto rechazo a la política que evoca el contexto piquetero de génesis. Asimismo, si bien las primeras intervenciones electorales se desarrollaron por medio de su inclusión en armados de partidos tradicionales (el peronismo o la izquierda trotskista), actualmente muchos movimientos populares se encuentran consolidando herramientas político-electorales propias.

[4]         En el año 2011, el Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE), la cooperativa textil La Alameda, el Movimiento Nacional de Empresas Recuperadas (MNER) y el Movimiento Evita participaron en la fundación de la CTEP. Más adelante se sumarían el Movimiento Popular la Dignidad (MPLD), el Movimiento Nacional Campesino Indígena (MNCI), la Unión de Trabajadores de la Tierra (UTT), la organización social y política Los Pibes, Patria Grande, Seamos Libres y más recientemente la Garganta Poderosa.

[5]          Así define la CTEP, en su página web, a los trabajadores que la conforman y que la organización representa. Véase: http://ctepargentina.org/nosotros/

[6]         Este término es utilizado alternativamente con el de movimiento social hacia el sindicalismo en la bibliografía especializada sobre la CTEP.

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