Por Rodrigo Karmy Bolton
(Universidad de Chile)
La política chilena vive hoy su punto cero. La decisión de declarar el Estado de Excepción Constitucional marca la implosión completa del sistema político. Militares y policías, espectáculo y gobierno intervienen permanentemente para neutralizar la incandescencia de la revuelta que ha depuesto la poca legitimidad de la que aún podía gozar la tecnocracia neoliberal y sus remedios.
Seguramente, el gobierno, en un rápido análisis de la situación ecuatoriana, optó por decidir el estado de excepción antes que todo pudiera estallar (antes que los “indios” pudieran apropiarse de las “alamedas”), pero al racionalizar la situación a partir de la lógica de la “prevención” desató lo que finalmente pretendía prevenir: la revuelta estalló con más fuerza y su violencia redentora logró subir hacia la superficie de la ciudad. Este y no otro, devino el instante decisivo, el momentum en el que el gobierno perdió el control de la situación y la calle marcó el triunfo. La decisión de declarar el Estado de Excepción Constitucional signa la debilidad y no la fortaleza del gobierno, su extrema fragilidad, el hecho que tras de sí no sólo existe relato sino que su gestión ha consistido nada más que en profundizar las dosis de excepcionalidad permanente de manera variable y modulada hacia diversas zonas del país.
El caso de Wallmapu en el que Camilo Catrillanca fue asesinado por un comando especial de la policía se presenta como el verdadero laboratorio de lo que está ocurriendo hoy día en Santiago. Si bien, la lucha mapuche es transfigurada en la lucha proletaria, debemos insistir que en América Latina ambos no son más que la misma “indiada”. Asimismo, el caso del Instituto Nacional que ha sido objeto de una violencia sistemática y permanente, ha visto profundizado el problema por parte del alcalde Alessandri y la ministra Cubillos que, incluso, llegó a decir que “tranquilamente” podía llegar a cerrar el colegio, así como hoy Piñera podía ir “tranquilamente” a comer Pizza mientras se incendiaba Roma.
Mientras los Hawker Hunter bombardeaban La Moneda, el presidente Allende alcanzaba a pronunciar sus últimas palabras: “El pueblo debe defenderse, pero no sacrificarse. El pueblo no debe dejarse arrasar ni acribillar, pero tampoco puede humillarse.” Los términos que usa son clave: la defensa del pueblo es enteramente legítima porque ella no se inscribe al interior de la violencia sacrificial. La legítima defensa es tal, porque revoca al poder, no porque lo reproduce incondicionadamente. El pueblo debe, ante todo pensar. Porque el pueblo piensa. Y el día 18 de Octubre –así como otros tantos momentos- fue uno de los instantes más prístinos de una máquina de pensamiento que, sin embargo, carece de pensadores así como la revuelta tampoco tiene liderazgos. Esa “falencia” que la politología se apresura en denunciar es precisamente su ventaja: la astucia de una forma de articulación que impacta enteramente acéfala.
En tanto condensación de toda la historia colonial desde la que se forja la República que, a su vez, continúa su violencia, el golpe de 1973 arrojó al pueblo al sacrificio para fundar la nueva institucionalidad del Estado subsidiario: el punto cero de la política chilena se muestra perfectamente de este modo: el Estado subsidiario fue impuesto con los militares en la calle; el fin de dicha matriz se anuncia en la revuelta del 18 de Octubre que termina con militares en la calle. Una verdadera teodicea militar en que la violencia de 1973 permanece incólume en la violencia de 2019. El discurso de Allende resuena con la fuerza de lo que, siendo un legado del pasado, permite inteligir con extrema fineza la situación del presente: el gobierno de Piñera ha declarado el Estado de Excepción Constitucional, condensando en dicho gesto, las modulaciones variables y diversas de la excepcionalidad permanente que han sido una y otra vez dosificadas durante el largo proceso de la llamada “transición”. En este sentido, la única respuesta popular debe ser obligar al gobierno a revocar el Estado de Excepción Constitucional, destituir esa violencia soberana por el abrazo infinito en el que los cuerpos y las potencias restituyen una misma intensidad. No tenemos miedo, no queremos morir, por eso resistiremos.
19 de Octubre de 2019.