Por Nemesia Hijós (IIGG-UBA/CONICET)
Gambeteando la hegemonía masculina desde un fútbol femenino y disidente
El fútbol practicado por mujeres no es un boom ni una moda del último tiempo. Su historia centenaria en nuestro país está signada por prohibiciones, invisibilidades, escamoteos y luchas. Como lo hicieron las sufragistas a comienzos del siglo XX, las mujeres venimos dando pelea para ocupar distintos espacios y conquistar el derecho a decidir sobre nuestros cuerpos. Acompañadas con la fuerza y expansión de los movimientos feministas junto con organizaciones sociales que recorren Latinoamérica, el desafío es superar las causas de opresión que nos ubicaron como subalternas, históricamente forzadas a aceptar la pérdida de autonomía y libertad, condicionadas a ser objetos dependientes y condenadas a vivir sin realización personal, para finalmente asumir nuestros deseos.
Así, el deporte –como escenario de expresión, descubrimiento y empoderamiento– se incorpora a los reclamos de los colectivos que enfrentan la mirada androcéntrica y patriarcal, y disputan equidad de género e igualdad de oportunidades. ¿Cuál es el objetivo? Que el fútbol ya no sea un privilegio de varones, estructurado por la lógica del aguante, promotor de la masculinidad hegemónica y reproductor de violencias, xenofobias y machismos.
Mirar el pasado para construir el presente
Aunque la historia nos muestra que espacios como el fútbol han sido de y para varones, las mujeres estuvieron siempre. Su cronología está escrita por una sucesión de luchas, donde desde los inicios dieron batalla para ocupar las canchas. Antes de ser apartadas como acompañantes, hinchas y fanáticas, las mujeres argentinas jugaban en clubes, inspiradas por la popularidad de las “footballers” inglesas y francesas. Los primeros registros revelan la existencia de un equipo femenino en 1923 en Buenos Aires, llamado Río de la Plata. En los últimos meses, el poder legislativo, espacios de militancia política y algunos clubes sociales y deportivos –atravesados por la agenda de género– impulsaron la reparación simbólica y el reconocimiento a quienes hicieron historia (aquellas pioneras del fútbol argentino: jugadoras heroínas, lideresas y mártires), de quienes hasta hace poco se desconocía su biografía.
En otro intento por visibilizar y dar voz a estxs sujetxs, cuerpos y relatos que fueron silenciados y excluidos, la periodista Ayelén Pujol reconstruye un siglo de hechos en ¡Qué jugadora!1, uno de los libros sobre fútbol femenino publicados este año. Así conocemos que el 12 de octubre de 1923 tuvo lugar el primer partido protagonizado por mujeres en Argentina. En la antigua cancha de Boca Juniors, en las cercanías del puerto de Buenos Aires, un grupo de mujeres disputó un encuentro divididas en dos equipos: Argentinas y Cosmopolitas. Las primeras ganaron 4 a 3, pero al finalizar las jugadoras se quedaron en el medio de la cancha para discutir con el empresario que había organizado el evento, quien se quería quedar con el dinero recaudado. El inicio de la historia ya estaba signado por disputas, sin embargo, a medida que el fútbol se convirtió en deporte nacional y pasó a ser parte de nuestra identidad fue conllevando una única condición de género: un espacio casi exclusivamente jugado y contado por varones, donde se construyen y refuerzan masculinidades hegemónicas2 del que las mujeres han sido aisladas e invisibilizadas.
Los medios masivos de comunicación son en gran parte responsables por el lugar de privilegio otorgado al fútbol masculino, con coberturas sexistas que hasta la actualidad han ignorado casi por completo el juego de mujeres. Durante estos años se encargaron de poner en circulación argumentos biologicistas para sostener, “desde una perspectiva científica”, por qué las mujeres no debían jugar al fútbol. Una de las referencias tempranas fue la nota periodística escrita por el jugador inglés Andy Ducat, publicada el 15 de enero de 1921 en la revista deportiva El Gráfico. De acuerdo con el título –“¿Por qué la mujer no debe practicar el football?”–, el artículo explica que, por naturaleza, “la mujer” es demasiado frágil para participar en un deporte tan “rudo” y que, al jugar este deporte de “machos”, corre el riesgo de ganar musculatura y transformarse en un “marimacho”, dejando así de “ser mujer”.
La época en la cual se publica no es fortuita: en Inglaterra estaban expandiéndose los clubes para mujeres y existía un interés por circular opiniones que impulsaran control y gestión del cuerpo femenino. Y aunque Ducat no duda que el entrenamiento mejore sus habilidades y se sorprende por la destreza de algunas jugadoras europeas, los argumentos relativos a la salud (“un cuerpo no preparado para este esfuerzo muscular”) y la falta de atracción como espectáculo (“no tendrán la fuerza que entusiasma al público”) son factores determinantes para apartar a las mujeres de este deporte, instalando cuerpos y modos de ser legítimos. Hoy, casi cien años después, ¿cuánto nos hemos alejado de estas representaciones? ¿Cuánto nos falta aún para alcanzar un horizonte emancipatorio y liberador?
Otra de las referencias que confirma el ingreso “temprano” de las mujeres al fútbol es un poema de Bernardo Canal Feijóo, “Fútbol de mujeres”, de su colección Penúltimo poema del fútbol de 1924. El poema condena la participación femenina a través de una descripción de un partido en el cual la acción de juego se asocia con el lesbianismo y la sexualidad descontrolada: “los choques trataban a los jugadores en un abrazo lésbico inaceptable”. Estas fuentes aluden la participación durante el primer cuarto de siglo, pero implican una necesidad o un deseo de neutralizar una amenaza femenina a un espacio construido como masculino, brindando razones supuestamente objetivas (ligadas a la ciencia y la salud) para alejar a las mujeres y respaldar juicios de que este no era un juego para ellas. Así, se promovieron disposiciones que prohibieron la práctica del fútbol femenino en países como Inglaterra (1921-1971), Brasil (1941-1979) y Alemania (1955-1970) porque se consideraba un deporte demasiado “macho” y peligroso para el sexo “más débil”, que ponía en riesgo el sistema reproductivo femenino. Paulatinamente, en revistas y diarios de los años veinte, las mujeres empezaron a ser representadas de modo pasivo. La “mujer moderna” era caracterizada por la debilidad física, intelectual y moral, así como exceso de sentimentalismo, mientras que sus funciones fundamentales eran la maternidad y el cuidado de la familia, que se creían constitutivas de su esencia3.
En el caso argentino, desde el retorno democrático hay un silencio mediático general sobre el fútbol femenino. Aquel mutismo se puede atribuir, en gran parte, a la informalidad de la práctica antes de la inauguración en 1991 de la liga femenina oficial organizada por la Asociación del Fútbol Argentino (AFA). En el período previo hubo una Selección que disputó un Mundial, el segundo de mujeres de la órbita de la Fédération Internationale de Football Association (FIFA). En aquel tiempo, en Buenos Aires, pocos clubes recibían mujeres: Piraña, en Pompeya, Excursionistas, en el Bajo Belgrano, y Universitario o All Boys, en Floresta. Al mismo tiempo se realizaban exhibiciones de diferentes equipos a lo largo del país: algunos empresarios armaban partidos, cobraban entradas, llevaban a las jugadoras de gira y las hacían jugar sin el apoyo ni el reconocimiento de la federación.
Argentina llegó a ese primer Mundial (“no oficial”) de 1971 en México como un equipo huérfano: sin director técnico, médico, ni ningún otro tipo de personal administrativo durante la competencia, y con una camiseta que al primer lavado no sirvió más. Los organizadores mexicanos tuvieron que proveer botines a las argentinas que solamente tenían zapatillas deportivas comunes. Además, la indumentaria que recibieron las futbolistas fue un obsequio de la Unión de Tranviarios Automotor (UTA), sindicato que antes les había prestado las canchas para entrenar. A pesar de las malas condiciones, la Selección argentina ganó 4-1 a Inglaterra y logró terminar en la cuarta posición ante 110 mil personas en el Estadio Azteca.
Jugar y competir se mantuvo entre las sombras de los torneos no oficiales hasta los noventa. A nivel internacional, el mismo año que inició la liga femenina de AFA, la FIFA organizó el “primer” Mundial de Fútbol Femenino en China. Ya desde fines de los setenta y durante los ochenta, cuando el organismo notó un interés importante en el fútbol de mujeres, comenzó un proceso de “oficialización” a través de un mandato que obligaría a las asociaciones de cada país afiliado a incorporarlo. Aunque pareciera que la FIFA fuese responsable por el boom de la disciplina a nivel global,4 esta “legitimación”, a la vez, ha intentado ocultar una historia que va más allá de 1991 promoviendo estrategias para combatir o suprimir la imagen negativa asociada a las futbolistas (aquella mirada sobre las jugadoras como “machonas”), para empezar a “vender” este deporte.
Las luchas actuales
Si bien prohibiciones como las de Inglaterra, Brasil y Alemania ya no rigen, algunas disposiciones perduran: hoy las deportistas atraviesan obstáculos institucionales, culturales y económicos, además de marginalización y estigmatización social, que las ubica en un lugar de segunda categoría. Pero la presión del mercado para transformar el fútbol femenino en un producto comercial revela una reciente expansión hacia las clases más altas. De este modo, la imagen, el estilo personal y el desenvolvimiento en los medios y redes sociales juegan un papel importante que corre el riesgo de homogeneizar a las deportistas bajo estereotipos de mujer “bella y femenina”. Jugadoras que ya no son vistas como “machonas” sino como sex symbols; es el status que encontramos en algunas representaciones mediáticas, o adjudicadas por las marcas. Irónicamente, muchas organizaciones deportivas (que fueron responsables de auspiciar campañas que promovieron el fútbol como deporte de “machos” y fomentaron mitos sobre la inferioridad de las capacidades del cuerpo de las mujeres) ahora intentan “arreglar” o “controlar el daño” del “problema de la imagen” del fútbol femenino. Con el fin de trabajar para “deshacer” la imagen problemática y “vender” la disciplina, junto con publicistas y sponsors, la FIFA anunció mejorar el marketing y la promoción del fútbol femenino entre sus prioridades 2015-2018. Las “FIFA’s 10” impulsan emprendimientos para que aumente la participación de niñas y mujeres jugando alrededor del mundo (con una proyección a 60 millones), se potencie el valor comercial del fútbol de mujeres a través de estrategias de publicidad y alianzas, acompañadas de mayor cobertura mediática, y se contemplen “precios accesibles” en las entradas para expandir la disciplina. Además, el año pasado lanzó una “Estrategia de Fútbol Femenino” a fin de “empoderar a la organización para que tome más medidas concretas para abordar las deficiencias históricas de recursos y representación, al tiempo que aboga por una posición mundial contra la discriminación de género a través del fútbol”. Pero no eligió a una mujer para su Comité Ejecutivo hasta 2013.
La Confederación de Fútbol Sudamericano (CONMEBOL) también emitió resoluciones que presionan para elevar la disciplina: por un lado, todos los clubes que deseen participar en torneos internacionales deben contar con un equipo de fútbol femenino. Asimismo, deben asegurar la presencia de (al menos) dos mujeres en el cuerpo técnico. ¿El fútbol que proponen la FIFA y CONMEBOL abre la cancha a todxs? Por ahora no: conserva el binarismo (porque limita las formas de vivir el género a estas dos opciones), pero asegura la exposición mundial, aunque atravesada por lógicas mercantiles. Bajo este escenario, en los últimos dos años el fútbol femenino logró una atención que, incluso para quienes seguíamos su desarrollo, nos tomó por sorpresa. Mientras se elegía un nuevo presidente para la AFA y se reestructuraba la institución, la disciplina no aparecía en la lista de prioridades. Empezó a recibir cobertura mediática cuando la Selección anunció el primer paro y huelga en septiembre de 2017, denunciando el sexismo estructural en la industria deportiva. En una carta a Ricardo Pinela, quien fuera presidente de la Comisión de Fútbol Femenino en la AFA, las jugadoras pedían acompañamiento y mejoras para recibir el mismo trato que sus pares masculinos y se posicionaban como protagonistas dispuestas a luchar por sus derechos: viáticos dignos, indumentaria y calzado propio, condiciones de entrenamiento adecuadas, trabajo y formación a largo plazo.
Sin modificaciones radicales en las condiciones laborales y de entrenamiento pero tampoco de divulgación (los partidos se transmitían por Facebook), esa Selección viajó a Chile a disputar la Copa América en abril de 2018. Las jugadoras aprovecharon la instancia de competencia internacional para visibilizar sus demandas y antes del partido con Colombia, posaron con la mano derecha detrás de la oreja, en alusión al Topo Gigio. La imagen recorrió el mundo y superó la difusión que había tenido el anuncio del paro el año previo. En las redes sociales y en entrevistas con los medios, las jugadoras criticaron el escaso apoyo de la AFA, reforzando la concepción cultural del fútbol en Argentina como un espacio regido por y para varones. Estas demostraciones operaron más que nunca como una presión para que los clubes argentinos invirtieran en la disciplina y para que la AFA se hiciera eco de la urgencia de un cambio de paradigma.
Tras el tercer puesto en la Copa América 2018 en Chile y el histórico partido por el repechaje contra Panamá en noviembre, con un récord de asistencia de 11.500 personas en Arsenal, la lucha de las jugadoras cobró más visibilidad. El caso de Macarena Sánchez –la ex jugadora de UAI Urquiza que, asumiéndose como trabajadora, demandó al club tras dejarla libre– llevó a otro plano la discusión sobre las mujeres en el fútbol. La presión de su exposición (individual) y de las precarias condiciones que enfrenta(ba)n las futbolistas (de forma colectiva) tuvo repercusión mundial y condujo a que “Chiqui” Tapia anunciara, junto a Futbolistas Argentinos Agremiados, la creación de la Liga Profesional de Fútbol Femenino en marzo pasado. Durante su asunción, Tapia se había autoproclamado como “el presidente de la igualdad de género” con un programa de desarrollo que pretendía saldar las desigualdades y construir una marca propia del fútbol de mujeres. La profesionalización, con algunos puntos difusos, llegaba oportunamente tres meses antes del inicio del Mundial (clasificación que Argentina no lograba hacía 12 años).
Francia 2019 será recordado como el torneo de las reivindicaciones que marcó un quiebre y consolidó un proceso para la transformación global de este deporte. A diferencia de los países latinoamericanos que disputan un reconocimiento legítimo de la disciplina, las luchas del “primer mundo” se enmarcan en reclamos por equidad salarial y convenios colectivos de trabajo. En Argentina, las iniciativas del presidente Matías Lammens (candidato a Jefe de Gobierno porteño en las últimas elecciones) hicieron que San Lorenzo sea el club pionero en las pautas de (re)organización del fútbol femenino: instaló el debate sobre la ley de cupos y la representatividad de mujeres en Comisión Directiva, y oficializó 15 contratos profesionales, entre ellos a Maca Sánchez. Aunque se puede discutir sobre los usos estratégicos de estas luchas por parte de los dirigentes (con el objetivo de generar popularidad y perpetuidad en el poder), no todos los clubes se comprometieron a avanzar en el desarrollo del fútbol de mujeres. ¿Se puede hablar de profesionalización cuando hay (hasta ahora) solo 194 contratos firmados y futbolistas que pagan para jugar5? Varios colectivos y referentes desestiman el anuncio de la AFA y lo titulan como semi-profesionalización. En su libro Guerreras6, Gabriela Garton –socióloga y arquera– habla de “marronismo moderno”: un espacio donde las fronteras entre el amateurismo y el profesionalismo son borrosas. El concepto tiene sus raíces en la era pre-profesional del fútbol masculino en Argentina a principios del siglo XX y nos hace pensar en las tensiones e incertidumbres actuales: ¿Cómo deciden los clubes quiénes firman contrato; quién recibe un beneficio y quién no? ¿Cómo resuelven estas situaciones las jugadoras? ¿Reparten el dinero de los contratos entre ellas o buscan otras alternativas? ¿Cuál es el rol que ocupan las marcas y los sponsors? ¿Cuáles son las estrategias empleadas por los clubes para atraerlas y retenerlas?
Este año estuvo marcado por la proliferación de comisiones de género y diversidad, secretarías, subsecretarías y peñas, y la resignificación de áreas preexistentes como espacios desde donde debatir violencias, repensar masculinidades y jerarquías, y generar alianzas para implementar transversalmente estas perspectivas en las instituciones deportivas. La socióloga Julia Hang7 señala que la organización colectiva permite la construcción –tanto desde la institucionalidad de los clubes argentinos como desde el activismo por fuera– de lugares dedicados a la cimentación de políticas de género que equiparen la escasa participación de mujeres y disidencias en estas organizaciones. Actualmente las Comisiones Directivas de los clubes asociados a la AFA están compuestas por 6,1% de mujeres y 93,9% de varones.8 Para garantizar la equidad y el desarrollo del fútbol femenino más allá de las canchas, es necesario asegurar la entrada de las mujeres a la AFA –para que deje de ser un “club de caballeros”– como a todos los espacios donde se toman decisiones. Por ello distintas agrupaciones piden la reglamentación de la Ley de Deporte N° 27.202, la cual dispone que las listas que se presenten para la elección de las/los integrantes de las Comisiones Directivas deben tener un mínimo de 20%, en conjunto, de mujeres y jóvenes. Aunque la incorporación del cupo femenino trae controversias y no asegura la asunción de una perspectiva de género en la institución, quiebra la representatividad histórica de varones en el ejercicio del poder. Asimismo, podría alentar el ingreso de mujeres en otros puestos significativos, como direcciones técnicas y cuerpos médicos.
¿Es posible construir un deporte con nuevas lógicas, que no alimente desigualdades, que no reproduzca violencias, machismos, xenofobias ni discriminación? ¿Un fútbol que no exalte el protagonismo individual, que no se guíe por la lógica mercantil y de lucro? ¿Un deporte que busque experiencias colectivas, que incluya a todas, a todos, a todes? Más allá de las trayectorias y convicciones disímiles de las propias jugadoras, es factible reconocer que los feminismos y los movimientos sociales han impulsado y encausado su reclamo como trabajadoras en (histórica) condición de desigualdad, subordinación y opresión. La efervescencia social ante la lucha colectiva logra así penetrar las agendas políticas y, a la vez, constituye el medio que tienen los grupos invisibilizados para alzar la voz, sin quedar desdibujados como casos individuales aislados.
Ahora bien, en un corto lapso donde se conquistaron de forma acelerada derechos negados históricamente, resta seguir buscando tácticas para revertir conflictos institucionales y económicos, ampliando las discusiones y las posibilidades (que aseguren representatividad sindical, convenios colectivos de trabajo, salarios dignos para todas las futbolistas). Entre los reclamos que continúan batallando contra prohibiciones y sexismos, militando dentro y fuera de la cancha, se subraya que el deporte no tenga género. No obstante, esconder este clivaje nos lleva a eclipsar las desigualdades (que no contemplarían, por ejemplo, que las jugadoras pueden elegir maternar y que eso requiere contemplaciones en sus contratos). Porque tanto el mercado como los organismos que regulan el deporte capitalizan manteniendo un deporte binario y moldeado según géneros. El desafío radicará entonces en que mujeres, disidencias, subalternidades, tomen protagonismo. Con los feminismos como herramienta de transformación, la verdadera emancipación llegará luego de superar diferencias y rivalidades, dejando de lado privilegios para construir de forma colectiva, (re)pensando, problematizando y construyendo una cancha donde realmente entremos todos los cuerpos.
(1) Pujol, Ayelén (2019). ¡Qué jugadora! Un siglo de fútbol femenino en la Argentina. Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Ariel.
(2) Archetti, Eduardo (1994). Masculinity and football: The formation of national identity in Argentina. En R. Giulianotti & J. Williams (Eds.), Game without Frontiers: Football, Identity and Modernity (pp. 225-243). Aldershot: Arena.
(3) Barrancos, Dora (2010). Mujeres en la sociedad argentina: una historia de cinco siglos. Buenos Aires: Sudamericana.
(4) Según fuentes oficiales de la FIFA hubo ratings históricos durante el último Mundial femenino, siendo Francia vs. Brasil el nuevo récord para un partido femenino con más de 58 millones de televidentes.
(5) En la forma de una cuota social o para cubrir los costos de los partidos como el transporte, los árbitros, la policía, la ambulancia.
(6) Garton, Gabriela (2019). Guerreras: Fútbol, mujeres y poder. Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Capital Intelectual.
(7) Hang, Julia (diciembre, 2018). Política y género en el deporte. Apuntes introductorios en torno al área de género en un club de fútbol platense. Ponencia presentada en las X Jornadas de Sociología de la Universidad Nacional de La Plata.
(8) Datos relevados por la Coordinadora de Fútbol Feminista en julio de 2019.