Política y papado
América Latina en la reforma de Francisco

Por Aníbal Torres
(CONICET- UNR-UNSAM)

¿Qué hay de nuevo para América Latina con Francisco en el papado? ¿Los cambios se reducen a hablar frecuentemente en español y lunfardo en el Vaticano, llevar la calidez “latina”, tomar mate e hinchar  por Argentina en la final con Alemania en 2014? ¿Se trata de salir sonriente en la foto si lo visita Evo Morales o Cristina Kirchner y serio si lo recibe a Mauricio Macri? Más allá de la superficialidad presente en gran parte de la cobertura mediática, parece haber algo más profundo en este Papa que para muchos combina denuncia profética con militancia política.

Una interesante interpretación de la renuncia de Benedicto XVI al pontificado que dieron autores como Agamben[i] y Reyes Mate[ii], sugiere que tuvo el mérito de recuperar el tiempo en la Iglesia, provocando un resurgir escatológico. Frente a cierto énfasis en que el pensamiento y la fe se rigen por la dimensión espacial de origen griego (“más acá y más allá”), el valiente gesto del Papa teólogo recuperó la dimensión temporal específicamente cristiana (“antes, ahora, después”). Esto no es menor para un mundo donde, como señalara Eco en su famoso intercambio epistolar público con Martini[iii], se da una “obsesión laica por un nuevo apocalipsis”. La propuesta del cristianismo -al concebir que el centro de la línea ascendente del tiempo ya fue alcanzado con la resurrección de Jesús Mesías- es mirar el futuro, el fin no consumado todavía, con “esperanza”, respondió el cardenal de Milán al escritor.

Esto ayuda a comprender qué quiere decir Francisco cuando señala que “el tiempo es superior al espacio”. El actual pontífice entiende que en el cambio de época que atraviesa el mundo, hay que generar procesos nuevos más que desesperarse por ocupar lugares de poder. Así como reconoce las actuales situaciones de antagonismo social y conflictividad religiosa, invita a no quedarse detenido en ellas sino a afrontarlas y superarlas mediante un diálogo abierto, responsable y esperanzado. Por eso considera tan relevante el diálogo político, social, ecuménico e interreligioso.

Este artículo analiza las implicancias que tiene para América Latina el proceso reformista iniciado con Francisco. La exposición se organiza a partir de los aspectos que en tal sentido se consideran más relevantes: 1) el vínculo con los Estados desde la preocupación por sus fundamentos últimos y el ejercicio de su soberanía, 2) la ampliación de la coalición con la incorporación de los movimientos populares, y 3) algunos medios empleados para que el cambio continúe en el futuro.

Los fundamentos del Estado y su soberanía

Un signo de continuidad del papado de Francisco con el de sus predecesores es su apuesta por la alta política o la “diplomacia”, tal como lo dice en su encíclica social Laudato si’. Retomando a Benedicto XVI, pide incluso una autoridad internacional para regular el sistema mundial. Así como ratificó el apoyo vaticano a las Naciones Unidas, exige cambios en sus estructuras, sobre todo reformar el Consejo de Seguridad, que asegura el predominio de las grandes potencias. Tal posicionamiento no debe confundirse con la idea de un “Estado mundial”, pues Francisco defiende, contra la uniformidad esférica de la globalización,  la idea del poliedro, donde puedan convivir la diversidad de pueblos y culturas.

Existe una larga relación del papado con los Estados, al punto de haberse cristalizado parte de la institucionalizad eclesial en la forma estatal vaticana con los Pactos Lateranenses. Eso se comprende desde la temprana preocupación del cristianismo por los fundamentos del Estado. Éste se concibe en su doble carácter de ser instrumento de Dios (si promueve el desarrollo integral y la justicia), aunque enfrenta el peligro de convertirse en ídolo al servicio de las potencias del mal (si oprime, si persigue y deviene en totalitario). De ahí la relevancia neotestamentaria de afirmar revolucionariamente que el verdadero Kyrios es Cristo y no el César. El Concilio Vaticano II plasmó el reconocimiento eclesial de la laicidad del Estado y la apertura al pluralismo al exigirle defender la libertad religiosa (como dijera Cavour, “la Iglesia libre en el Estado libre”).

Tal preocupación por los fundamentos del Estado, su legitimidad, reaparece no sólo con el pensamiento posfundacional sino también con el actual Papa, según señala Cuda en su lúcido estudio Para leer a Francisco[iv]. Con su fuerte crítica a la “cultura del descarte”, el Papa llama a reflexionar no sólo sobre la forma de democracia y de Estado sino también sobre las noción que cada cultura tiene del ser del hombre y, en última instancia, de la divinidad. Según concibe, cuando se idolatra la acumulación de capital, se genera la perniciosa “cultura del descarte” o “cultura de muerte”. Por eso Francisco, observa Cuda, apunta a las causas antes que a los efectos.

Así, el actual Papa se vale de la extensa red diplomática que la Santa Sede ha ido tejiendo a lo largo del tiempo, sobre todo con Juan Pablo II. Hoy Francisco está a cargo de un Vaticano cuya densidad organizacional le permite tener relaciones diplomáticas con el mayor número de Estados (180) y organizaciones (globales y regionales) que en toda su historia. Corresponde a la estratégica Secretaría de Estado vaticana mover a la Santa Sede como global player, con líneas pastorales tanto a escala planetaria como hemisférica y regional. Esto permite comprender que junto al accionar eclesial a favor de mantener la unidad de Europa en clave de memoria, solidaridad e integración de los refugiados, están los esfuerzos por la estabilización pacífica del norte de África y la protección a las minorías religiosas perseguidas, así como lograr la libertad de la Iglesia en Asia (particularmente Rusia y China), la gran meta de mediano y largo plazo para la diplomacia pontificia.

En este esquema, América Latina aparece como el punto fuerte de la Iglesia en el hemisferio occidental. Es un área desde la cual se busca frenar el retroceso de la fe cristiana en Europa, fortalecer la ayuda humanitaria a África y defender a los hispanos en Estados Unidos frente a los brotes de xenofobia y racismo, hoy condensados en Trump. De ahí emerge la relevancia de Cuba, único país visitado por Francisco en dos oportunidades, reconociendo algunos logros de la revolución, recomponiendo la comunidad continental de Estados al cerrar el largo conflicto entre el vecino norteamericano y la isla, relanzando ahí el vínculo con la ortodoxia rusa tendiente a cerrar el Gran Cisma de Oriente y Occidente de 1054 y apoyando que sea marco de los acuerdos de paz para Colombia.

En el Papa latinoamericano, la preocupación por la unidad regional es central y de allí sus reiterados llamados a construir el sueño de la “patria grande”. Cuando el pontífice plantea las inequidades globales, no sólo alude a los derechos humanos de los cuales se priva a millones de personas, sino a los peligros que atraviesan pueblos, culturas y los Estados que ven amenazada su soberanía. Por eso se entiende su atención a los procesos de las democracias populares (la cercanía con Ecuador y Bolivia, y la preocupación ante la crisis de Venezuela, la destitución de Dilma Rousseff y el cambio de gobierno en Argentina) que percibe amenazadas por el avance de las políticas de ajuste.

En un contexto latinoamericano de modernidad barroca, donde la relación política-religión no tiene la separación rígida de algunos países europeos-, tales posicionamientos fueron correspondidos con un renovado interés de los países de la región por sus vínculos con el papado, al punto que prácticamente todos cambiaron sus embajadores cuando Bergoglio llegó al Vaticano.

A diferencia de sus antecesores, traía consigo una dilatada experiencia en dirigirse a la dirigencia estatal de su país en pleno régimen democrático. El entonces arzobispo de Buenos Aires pronunció él mismo las homilías del Te Deum del 25 de Mayo, hablando ante cuatro presidentes. En su cátedra teológico política confluyó el pastor vinculado con la teología del pueblo, el orador sagrado más cercano al genio de Esquiú que a los célebres Bossuet y Lacordaire y, nunca hay que olvidar, el jesuita heredero de una larga tradición en la formación de la conciencia de los gobernantes y críticos severos del poder despótico.

Para quienes ven con reticencia a este Papa “que juega en política”, actitud que adoptan incluso muchos católicos (sociológicamente una Iglesia cercana a la complexio oppositorum schmittiana), es bueno recordar que, con mayor o menos énfasis según los momentos, la Iglesia siempre sostuvo la incidencia social del mensaje cristiano. Lo contrario lo volvería una religión burguesa, sin capacidad de crítica ante las estructuras injustas, sin incidencia alguna en que el Estado tienda al logro de la felicidad pública. Para quienes erigen a la “prudencia” de la diplomacia pontifica en conducta a seguir siempre, olvidan los movimientos audaces de la Secretaría de Estado vaticana, por ejemplo, dando impulso al Zentrumpartei para que vaya en coalición electoral con la socialdemocracia alemana en defensa de la República de Weimar, o el apoyo a Schuman, Adenauer y De Gasperi para sentar las bases de la actual Unión Europea. El Vaticano abandonó hace tiempo el proyecto de la segunda posguerra de generar partidos demócratacristianos y pasó a priorizar el diálogo con los sistemas partidistas de cada país, haciendo una firme defensa de la democracia, abogando por un régimen político que conjugara su dimensión procedimental con la sustancial. Francisco también recibió este legado de la diplomacia de sus predecesores, junto con la Biblioteca Apostólica y el inconmensurable Archivo Secreto Vaticano.

 

La coalición se agranda hacia los movimientos populares

Si respecto al vínculo con los Estados la innovación de Francisco pasa por los temas que pone en agenda y su interés en los fundamentos últimos de la comunidad política y el ejercicio de la soberanía, el cambio se juega también en el ámbito de haber potenciado el diálogo con los movimientos populares. Como se dijo más arriba,  a este Papa se lo comprende desde su vinculación con la teología del pueblo o de la cultura. Esta corriente argentina, con sus mentores Lucio Gera y Rafael Tello, se inscribe en la teología latinoamericana y recibió la influencia de la filosofía de la liberación (elaborada en dicha región por autores como Juan C. Scannone y Enrique Dussel), las llamadas Cátedras Nacionales de los 60’ y el peronismo. Cuando Bergoglio habló ante los presidentes que fueron al Te Deum patrio, apeló a una categoría de pueblo cercana a la de pueblo-pobre-trabajador (noción central para dicha corriente argentina), destacando su memoria, su racionalidad sapiencial, su conciencia de dignidad mediante el trabajo, su saber conjugar la unidad en la diferencia (distinguir sin separar) y sus ansias de participación en democracia.

Tal opción preferencial por ese pueblo aparece también en Francisco.  De ahí que su propuesta de una Iglesia en salida pase por tender puentes de diálogo con actores pertenecientes a ese colectivo. Al trato prioritario que el papado dio al vínculo con los Estados, el Concilio Vaticano II le agregó el ecumenismo y el diálogo interreligioso. Con Francisco, la Iglesia invita a los movimientos populares a sumarse a la coalición para resistir la globalización de la “cultura del descarte” y reemplazarla por la “cultura del cuidado”, por una “ecología integral”.

El armado de esa alianza se beneficia de la reorganización de la Curia Romana que el pontífice puso en marcha desde el inicio de su ministerio (siendo que el diseño de la institución papal a lo largo de la historia ha mostrado dejarse influenciar por la situación cultural del momento y las teorías políticas respecto a los modos de gobernar). Ese nivel de la reforma de Francisco se visualiza, por ejemplo, en la reorientación del perfil de instituciones como las Pontificas Academias de Ciencias y de Ciencias Sociales. Se trata de organismos a los cuales tradicionalmente la Santa Sede invitó a lo más granado del mundo académico internacional, contando con más de setenta premios Nobel desde que fueron creadas (entre ellos Bohr, Fleming, Stiglitz y Arrow).

Francisco retoma la invitación de sus predecesores al diálogo abierto con el mundo científico, continuando el programa plasmado artísticamente por el genio de Rafael, mostrando que La escuela de Atenas y La disputa sobre el Sacramento están juntas, que el diálogo entre razón y fe es posible y necesario para “purificarse mutuamente” en una “correlación polifónica” y para “aprender complementariamente”, como decían Ratzinger y Habermas, respectivamente, en su célebre diálogo público de 2004 en Baviera[v].

Lo novedoso es que a dicho legado, el actual pontífice le adiciona el involucro de esos organismos en la realización de actividades para contribuir a generar el cambio cultural. Así, se generaron encuentros como “Esclavitud moderna y cambio climático” (2015) y la reciente “Cumbre de los Jueces Contra la Trata de Personas y el Crimen Organizado” (2016). En lo que hace a América Latina, quizás lo más relevante de señalar es la organización del “Encuentro Mundial de Movimientos Populares”, con su primera edición en el Vaticano (2014) y la segunda en Bolivia (2015), con Evo Morales como invitado principal primero y anfitrión después, respectivamente. El discurso papal en Santa Cruz de la Sierra fue una ocasión especial para ratificar el llamado a una democracia que conjugara representación y participación, reiterando el reclamo por el derecho de los pueblos a las “tres T” (tierra, techo y trabajo). Además, ese encuentro sirvió para graficar lo que Francisco ya expresó en Evangelii Gaudium  y Laudato si’: que el Papa no es algo así como el “pozo de la sabiduría” del que cabe esperar una respuesta para todo, en particular las cuestiones sociales, sino que el mundo saldrá adelante con un fecundo diálogo intercultural donde todos tienen algo que aportar.

Esta confianza del Papa en el diálogo con los movimientos populares (de extracciones diversas e incluso muchos de ellos sin vinculación con la Iglesia), lo ha llevado a tenerlos como consejeros en Roma, incluso con nombramientos oficiales en otros organismos donde hasta hace poco sólo ingresaban académicos de prestigio mundial, algunos miembros de familias católicas “tradicionales” y proclives al clericalismo que denuncia el Papa.

Por eso, que él dé lugar a la escucha de esas otras voces puede ser una de las claves para comprender la irritación que despierta en algunos, dentro (y fuera) de la Iglesia. Esa pastoral teológica de Francisco no está exenta de riesgos (como la interferencia con los canales diplomáticos profesionales, la proliferación de “voceros”), pero parece estar decidido a seguir en esa línea que fomenta que todos sean partícipes activos del cambio cultural. La consecuencia de esto para las democracias contemporáneas es recuperar la legitimidad sustancial frente a la legalidad formal. En este sentido, no es menor que en el mencionado encuentro con los magistrados (en un mundo donde la judicialización parece indetenible) el Papa reivindicó la política y el involucro de la Iglesia en ella.

Favorecer la continuidad del cambio

“La reforma seguirá adelante con determinación, lucidez y resolución,
porque Ecclesia semper reformanda” (Francisco, 21/12/2015).

Francisco eligió un nombre que en sí mismo evoca aires de reforma eclesial. En la iniciativa de ir hacia una Iglesia cada vez menos monocultural y eurocéntrica, el pontífice le viene dando mayor lugar a América Latina y otras regiones extraeuropeas, por ejemplo, en la estratégica designación de los cardenales, muchos de ellos con derecho a formar el selecto colegio que elegirá a su sucesor. En términos de ingeniería electoral se trata de una eliminación paulatina de la sobrerrepresentación de un sector poderoso (en este caso, los europeos y curiales) en el colegio cardenalicio.

Por un lado, es notable su intención de visibilizar dentro de la Iglesia los aportes realizados desde diferentes partes del mundo para solucionar diversos problemas de la agenda global (por ejemplo, empleando en sus documentos abundantes citas de textos de las Conferencias Episcopales). Por el otro lado, la reforma electoral avanza en el sentido antes indicado y no en la ampliación del número y los sujetos electores. Es decir, como en otras épocas del papado  (lo mismo hizo Pío XI en 1936 con la sede primada de Argentina), Francisco está creando cardenales incluso en lugares donde no había (Haití y las Antillas en 2014, Panamá en 2015), fortaleciendo el accionar de la Iglesia en las “periferias”.

Todo esto forma parte de la gran reforma (“conversión”) del papado promovida por él, proyecto de escala planetaria. Este cambio no debe ser mal comprendido, pues está al servicio ante todo de un fin teológico que toma en cuenta la situación cultural contemporánea: avanzar en el ecumenismo, la unidad plena y visible de los cristianos (católicos, ortodoxos, protestantes y pentecostales). Esto es fundamental para la inculturación del Evangelio y contener el fundamentalismo y el secularismo. Signo del cambio epocal es la celebración conjunta entre luteranos y católicos del 500º aniversario de la Reforma.

Como enseñara Ratzinger[vi], al igual que en la concepción escultórica de Miguel Ángel (donde corresponde al artista liberar la obra que está dentro del mármol), la reforma del papado, en particular de su gobierno central, queda comprendida en una dinámica que anima toda reforma eclesial: se debe quitar (ablatio) todo aquello que es accesorio y dificulta a la Iglesia responder al anhelo de “realizar el sueño de un mundo mejor”, ser “…llena de humanidad, llena de sentido fraterno, de creatividad generosa, un lugar de reconciliación de todos y para todos”.

A eso Francisco lo entiende desde el deseo de una Iglesia preferencialmente “pobre y para los pobres”, el “santo pueblo fiel” del Dios que hace justicia haciendo misericordia personal y estructural, instando a todos al compromiso aquí y ahora con la construcción del auténtico humanismo. Esta reforma en la continuidad es parte del proceso abierto por el pontífice, quien afirmó que no hay que tenerle miedo a la “alegría de pasar la antorcha”. Una invitación  para que otros cooperen y continúen la tarea de descentrar a la Iglesia de sí misma, sacudirle los privilegios y componendas con el poder, para así ser en este tiempo el mysterium lunae señalado por la patrística. Reflejar de manera renovada esa Luz que no le es propia es su mejor contribución a la purificación de la razón política en la era que luego de Auschwitz repite horrores en Lampedusa, Alepo, Ayotzinapa y Orlando. 

Promover el cambio cultural epocal con el cuidado de la casa común que contiene a toda la humanidad, revisar los fundamentos últimos del Estado, fortalecer su soberanía ante las presiones del capitalismo transnacional y apostar por una democracia que conjugue la representación partidista con una vigorosa participación popular, son signos de la “cultura del encuentro” fundada en el amor que politiza, que genera vínculos solidarios y contribuye a la formación de la opinión pública política en las sociedades postseculares. Estos son algunos rasgos de la reforma de Francisco, desconcierto para algunos y esperanzas para al pueblo-pobre-trabajador de América Latina y quienes con él se identifican.

 

[i] Agamben, Giorgio (2013): El misterio del mal. Benedicto XVI y el fin de los tiempos. Buenos Aires, Adriana Hidalgo Editora.

[ii] Mate, Reyes (2013): “La renuncia como gesto apocalíptico”, en Laboa, J., Vide, V. y Mate, R., El valor de una decisión. De Benedicto XVI a Francisco. Buenos Aires, PPC.

[iii] Eco, Umberto y Martini, Carlo (1996): ¿En qué creen los que no creen? Un diálogo sobre la ética en el fin del milenio. Madrid, Editorial Atlántida.

[iv] Cuda, Emilce (2016): Para leer a Francisco. Teología, ética y política. Buenos Aires, Manantial.

[v] Habermas, Jürgen y Ratzinger, Joseph (2004): “Fundamentos morales prepolíticos del Estado liberal”. El original alemán en la revista bimestral Zur Debatte. Themen der Katholischen Akademie in Bayern, 34. Jahrgang, 1/2004, München.

[vi] Ratzinger, Joseph (1990): “Una compagnia sempre riformanda”. Ponencia en la clausura del meeting anual de Rímini (1º de septiembre). Disponible en http://blogratzinger.blogspot.com.ar/2013/07/una-compania-siempre-reformada-cardenal.html

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