Crisis y elecciones en Brasil
Camiones y tanquetas. Lula como problema democrático

Por Amílcar Salas Oroño (UNPAZ/UBA)

Mayo 2018, Brasil. La generosa posibilidad del registro audiovisual de las experiencias. Un camionero subido a un tanque de un Regimiento paraneanse habla de la “unión entre pueblo y militares”: gesticula, convoca, aunque no parece generar demasiadas adhesiones. Otro camionero filmado en el Rodanel paulista por su hermano, que a su vez le dedica la filmación a su madre, se para delante de un convoy de camiones completamente paralizado, lo más parecido a vagones de un tren fantasma interminable, y explica que va a ir a Brasilia para (místicamente) “tirar os tres Poderes”. Otro: un conductor de un Scania 113 en un lugar cercano a Fortaleza. El hombre está relajado, en una noche cálida del árido cearense, dando vuelta con los dedos una parte del pollo en su “churrasqueira” portátil y reclama: “intervención militar ya”, y lo dice enfático, como queriendo decir “ya, lo que se dice ya, ¡ya!”.

En la era de los videos y los whatsapp –o, mejor dicho, los videos para whatsapp– todo circula: éste video tiene otro muy parecido a aquél, que a su vez le agrega un aspecto no visto al que le sigue, y así. Y entonces, lo que dice un video es copiado y reproducido a miles de kilómetros de distancia, posiblemente con otro acento, dicción y formato. Pero la regla indica, en este caso, que la consigna (?) es muy parecida: ¡militares! A esta altura de las cosas no deja de ser deprimente, teniendo en cuenta todo lo que tuvieron que pasar nuestras democracias latinoamericanas –y la brasileña en particular– hasta llegar al punto que llegaron, esto es, respecto de la consolidación de la legitimidad democrática de la autoridad. Es y no es una sorpresa la naturaleza de la evocación: desde un punto de vista intelectual, hay una extensa y nutrida reflexión brasileña desde los años `20 en adelante acerca del carácter autoritario brasileño, desde los “idealismos orgánicos” F. Oliveira Viana, pasando por la revisión de los desdoblamientos que las huellas patrimonialistas de raíz ibérica dejaron en las pautas de comportamiento, los estudios sobre los impactos de la arquitectura institucional estadonovista o bien, y más cerca en el tiempo, las actitudes sociales que identificó Marilena Chauí en relación con las clases medias antilulistas.

Los pedidos camioneros se hacen sobre una tendencia en curso, a la que contribuyen. Para el caso, este protagonismo militar –acoplado a la descomposición de la institucionalidad democrática con el impeachment a Dilma Rousseff– se viene afirmando tenebrosamente durante los últimos meses, en dos modalidades: una más material y física, simbólicamente identificada con la intervención decretada en Rio de Janeiro el verano pasado, y otra más del plano interpretativo, de la esfera pública, sea en la modalidad de los tuitazos –la recordada sinfonía de opiniones la noche previa al veredicto de los jueces de la Corte Suprema a propósito de la libertad de Lula–, sea mediante videos “caseros” informativos, explicativos –como los hubo muchos estas semanas pasadas–, o bien en exposiciones más estandarizadas, a la manera de intervenciones de consulta específica. Lo que también llama la atención es que la búsqueda (¿propia?) de protagonismo desborda la propia jerarquía. Porque en esta nueva función pública se anotan todos, desde el Comandante del Ejército a oficiales de rango menor, retirados y personal en actividad, todos con alguna cosa para decir. Así fue como, ante la imagen de carreteras taponadas, testimonios de desabastecimiento, el fuego de cortes, con las plataformas mediáticas novelizando estridentemente la temperatura política y social del país con un mismo diagnóstico, de norte a sur, de la Amazonia a las playas, aparecieron con su voz los militares. Llamados esta vez por los camioneros. El descampado de la ruta, además, no obliga a esas mediaciones de urbanidad para realizar el pedido: la convocatoria es hecha a pura vehemencia, puro grito, diferente de los rodeos a veces se mostraron en la Avenida Paulista.

Esta presencia militar tiene que ver con que el Gobierno Temer ha sido tan ruinoso como fórmula política de reorganización del bloque histórico que no les sobró nada a ellos mismos como para poder ser los mediadores de la dialéctica social: en ese sentido, el golpe del 2016 supuso una pulverización institucional de envergadura y autodestructiva. En términos de realpolitik: esto sucede también porque el bloque dominante no tiene candidato presidencial para octubre. Por eso buscan colocar un elemento más en el ya convulsionado escenario político, de forma tal que la agenda resultante para los próximos meses tenga como telón de fondo la incorporación del Estado de Excepción al interior del Estado de Derecho, esto es, lo militar en el ámbito de lo civil.

Evidentemente, el costo de reemplazar una coalición de gobierno mediante un impeachment como el aplicado a Dilma Rousseff fue demasiado alto. Quedó un país desquiciado en términos institucionales (ni hablar de los indicadores fiscales, de dinámica productiva o de proyección geopolítica):  un Congreso caotizado en bancadas imprevisibles (los últimos meses del 2017 y lo que va de este año 2018 van a servir de provechoso insumo para los estudiosos del transfuguismo partidario y la volatilidad ideológica de los representantes políticos); cámaras sectoriales lanzadas a colonizar ya no una porción del Estado sino cualquier funcionario del área que más le convengan, en desmedro de las relaciones capitalistas ya ni siquiera de mediano plazo; vehículos de comunicación sin ninguna confiabilidad ni siquiera para garantizar pactos oscuros (el tratamiento destructivo que le ha dado O Globo a M. Temer, a propósito de su actuación en el paro de los camioneros/lockout patronal, ha sepultado cualquier chance del MDB de reacomodarse en un esquema futuro de poder, en continuidad con lo hecho el año pasado a propósito de los audios comprometedores del Presidente en el caso de los empresarios cárnicos); a lo que hay que sumar, desde ya, un Poder Judicial expansivo en sus irregularidades, completamente autonomizado y sin brújula jurisprudencial.

Como no hay un candidato definido (y ganador) del régimen en estabilización, de lo que se trata es de ampliar aún más la incertidumbre, para ver si eso puede incorporar otras posibilidades al panorama: ahí es cuando entran los militares en la escena. El punto es que una vez que estos han entrado, poco se sabe del momento de su salida. O por lo menos eso indica la historia del continente, y la propia experiencia brasileña; como diría Primo Levi, nada indica que aquello que ocurrió no pueda volver a ocurrir.

Así las cosas, Lula es una solución y, al mismo tiempo, un problema. Es una solución porque es un candidato capaz de revertir el cuadro y el sentido histórico del deterioro, y es el único con las credenciales necesarias para recomponer una legitimidad democrática de la autoridad en términos federales. Es muy difícil ser un legítimo garante del pacto federativo en Brasil (que es lo que urgentemente se requiere para la administración integral del Estado); ni Getulio la tuvo fácil al respecto. En este punto, no hay figura más conocida y caminada del país que el propio Lula (¡justo al momento de ir preso estaba en plena caravana!); ya lo era antes, lo continua siendo.

Del resto de los candidatos, ninguno puede mostrarse como una verdadera figura nacional: lo intentaron con J. Doria (al mes de asumir la intendencia de San Pablo en 2017 lo pusieron a viajar por todo el país a ver si… pero nada; ya desistió). Lo sabían de antemano con G. Alckmin, un político tan parroquial en su práctica como en sus creencias. Tampoco Marina Silva, que tiene un physique du rol para el asunto –en tanto originaria políticamente es de Acre, con carrera política en otros Estados– pero que tendrá muchas dificultades para su (re)instalación pública (siendo que no ha permanecido siempre en los primeros planos durante estos años) dado el menor espacio televisivo de propaganda con el que contará, al igual que el propio Jair Bolsonaro. Quizás Ciro Gomes pueda avanzar un poco sobre el vacío que deje una inhabilitación definitiva de Lula, en tanto que fue Ministro de dos gobiernos diferentes, gobernador, diputado federal, aunque tiene como obstáculo la necesidad de tener que definir pronto la estructura ideológica de su presentación, algo que no siempre le ha garantizado las mejores decisiones. En síntesis, hay un lugar Lula de la política que está vacante, a ser ocupado.

Para el campo progresista el desafío es más urgente. Ese lugar tiene que ser ocupado lo antes posible para que la candidatura gane musculatura y se crea a sí mismo las posibilidades de su sustitución. No hay mucho margen ni de tiempo ni de chances: los contornos de la democracia brasileña dependen de este fenómeno de reemplazo y extraña mimesis. Luego, desde ya, del profesional y detallado ejercicio de costura política (municipal y estadual) para componer los respaldos políticos necesarios. Más que nunca la coyuntura política pauta la necesidad de una originalidad muy fina y creativa para ese frente político. En un sentido más genérico y regional, hay algo de laboratorio para los próximos tiempos que se está poniendo en juego en Brasil.

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