Teoría social y coronavirus
Cultura visual y pandemia

Por Esteban Dipaola (CONICET/UBA-IIGG) 

Reflexiones acerca de un virus a la vista 

Introducción 

Acerca del Covid-19 se expresan distintas cuestiones e inquietudes, pero una singular y repetida es la metáfora bélica del “enemigo invisible”; y lo paradójico es que lo vemos por todas partes. Si en términos biológicos el virus es invisible a la vista humana, de todos modos asistimos a los montajes imaginales de una visualidad ampliada: en televisión, en internet, en redes sociales, en gráficos de curvas comparadas, etc., el virus aparece y, como toda aparición, también acecha. 

Me interesa en este artículo reflexionar en derredor de aquella metáfora y empezar a interrogar qué es lo que efectivamente se está traduciendo o mencionando a partir de la concepción de lo invisible. 

Lo invisible es una referencia constante y compleja en las ciencias sociales, a menudo se alude a estructuras que permanecen invisibles con el objeto de comprender modalidades de acción de los sujetos prefiguradas en condiciones que aparecen como “incorporadas”, es decir, hechas cuerpo en los individuos. En tal aspecto, puede pensarse en el recorrido epistemológico de Althusser y Balibar en su análisis de “El Capital”, y sus referencias a lo esencial e inesencial del objeto como intervención entre lo visible e invisible.1 Asimismo, se conoce la figura de “la mano invisible” con la que la economía clásica definió el carácter del liberalismo. Por todas partes, lo invisible aparece siempre nombrado como condición para ser visto. 

En la pandemia actual por el virus Covid-19, distintos Jefes de Estado y referentes políticos, así como también los medios de comunicación eligieron aludir a la invisibilidad para presentar las condiciones de la situación. El virus, entonces, permanece incontrolable, en principio, porque no lo vemos. Pero la pregunta necesaria frente a esta experiencia debe ser, ¿qué es lo que efectivamente corre el riesgo de invisibilizarse con la propagación del virus? De otra manera, ¿qué transparencia hay en eso que es el “enemigo invisible”? 

Cultura visual 

Las sociedades globales del presente se conciben dentro de lo que puede denominarse una cultura visual. Por ésta se comprende un tipo de sociedades determinadas a partir de un “régimen escópico”,2 en la cual el predominio de lo visual organiza los modos de vida e interacción y las capacidades de información de los individuos. Esto significa que las personas establecen vínculos referidos en las imágenes y las estéticas visuales (modas, consumos, redes, etc.). Es lo que defino como “producciones imaginales”, donde lo social y las imágenes se componen bajo modalidad indiscernible.3 La indiscernibilidad entre las imágenes y las prácticas sociales y los “diseños de sí” como estéticas de subjetivación, conforman un tipo de individuo concentrado en hacer su visibilidad. 

En esta cultura visual, las lógicas de la visibilidad capturan todo y definen las relaciones, pero haciendo una totalidad de lo visible, promueven eficazmente también una producción de la transparencia en la que todo se percibe como lo mismo. Una regulación de lo idéntico y de lo igual condiciona lo que aparece en el orden de lo visto. En La sociedad de la transparencia, el pensador coreano Byung-Chul Han analiza la situación aludiendo a como el nuevo control social se fundamenta en una exasperación de lo liso y anulamiento de las singularidades.4 Es decir, mediante los usos de las redes de información, comunicación y contacto y con sus modalidades virtuales, se condicionan nuestras lógicas de comprensión y análisis, administrando formas de semejanza acerca de los hechos. Algo que puede concebirse como la supresión del conflicto de las interpretaciones, para asumir un imperio de lo igual. También el sociólogo Zygmunt Bauman expuso el modo de regimentación de los deseos mediante el consumo, y por esto distinguía entre el consumo que es un acto individual y regido por reglas de mismidad y el consumismo que es el vínculo social consiguiente a partir de la concreción de lo idéntico.5 Sobre las representaciones de la cultura visual, de las formas de lo visible, lo que se vislumbra es que la libertad de diseñarse, de elecciones de consumos, etc., reposa en la invisibilidad de una vigilancia social y vitalmente aceptada: somos libres mientras más geolocalizados estamos, mientras más se digitan nuestras necesidades mediante algoritmos, mientras más se restringen las opciones de acuerdo a los servidores de búsquedas online. La información libre está predefinida, pero ello es invisible, y por eso por todas partes vemos libertad. Este es el vínculo entre globalización y cultura visual. 

La transparencia del virus 

La metáfora del “enemigo invisible” resulta interesante por lo que hace ver. La sociedad capitalista contemporánea, anclada en flujos financieros globales (las constantes crisis de deuda que afrontan los países emergentes en los últimos cuarenta años son un índice de esto) se desarrolla a partir de condiciones de individualización, lo que significa que los procesos de anclaje institucional que formaron las normas y conductas sociales durante la modernidad, han cedido frente a una proliferación de signos, estéticas, productos que uniformizan la experiencia de la vida común. Cuando todo se vuelve igual y la repetición es síntoma de adecuación normativa y se anula lo diferente, cuando el consenso neutraliza y todo deseo pondera lo semejante, la consecuencia es un orden donde todos piensan lo mismo y, entonces, nadie piensa. Esa uniformidad es lo que en la sociedad global posibilita el control individualizante, esto es, ya no es el control social formalizado en la metáfora del panóptico, pues no se trata ahora del ser visto sin ver, no es ese tipo de agenciamiento de lo visible con lo invisible. Actualmente estamos ante un tipo de control de los individuos en repetición y mismidad formal, fundado en la transparencia de la cultura visual, es decir, su invisibilidad consiste en mostrarlo todo. La pandemia por Covid-19 enseña esta transparencia de la globalización: el virus como “enemigo invisible” aparece cuando todo está a la vista. 

Esta es la característica de la vida contemporánea: un virus que es posible por la consolidación del individualismo global, que, en otras palabras, implica atender a las prácticas sociales del presente desprendidas del contacto. Enfrentamos la propagación de un virus en sociedades de restricción de contacto, donde el teletrabajo, el teleconsumo y la virtualización en general conducen a la constitución de un nuevo tipo de sujeto que denomino individuo contactless. Este individuo pregona una moral propia que asume como universal, y en esto consiste el control individualizante, significando que cada cual decide sobre las conductas de lo demás, a partir de condiciones de transparencia que uniformizan modos de vida (laborales, sexuales, de alimentación -la vida sana-, de consumo). Una nueva gestión de la vida que se fundamenta en la transparencia de que cada individuo, sin contacto con los demás, elige libremente sus formas de hacerse visible. El sociólogo italiano Maurizio Lazzarato interpreta algo semejante mediante la formulación de la idea de “noo-política”, la cual es una modalidad de gestión de lo vivo de acuerdo a políticas de control a distancia ejercidas a partir de los múltiples dispositivos electrónicos y redes. La noo-política, entonces, es la superposición de las biopolíticas de las sociedades disciplinarias todavía ordenadas bajo el par capital/trabajo, y los agenciamientos de las sociedades de control, donde la vida es interrogada en su relación con lo inmaterial.6 Puede inscribirse a la dimensión noo-política en la figuración del individuo contactless, en tanto posibilita pensar algunas formas de control de la cultura visual en la globalización sobre las modalidades de digitación de eso que todavía llamamos libertades individuales. Porque la condición del control contemporáneo es la de la repetición y anulación de las multiplicidades: un mundo liso y sin conflicto, sin las arrugas de lo social que promueve que todos y todas piensen igual, y que, entonces, nadie piense. El más certero control, el de una identificación y repetición fija, la anulación de la diferencia. El consenso como forma de neutralidad, la celebración de lo uniforme. La vida digital es anulación del contacto en ese virtual sentido: nadie tiene necesidad de lo diferente para realizar sus actividades y comunicarse. La regulación de lo igual que conforma módulos de compresión común que rigen los medios interpretativos de nuestras acciones. Los cálculos ordenados en aplicaciones y plataformas virtuales verifican si comimos a horario, si cumplimentamos con nuestra actividad laboral, si realizamos ejercicios físicos, si leímos o hicimos la tarea de las instituciones educativas, si tenemos síntomas de enfermedades, etc. Asistimos a la visualidad de todo, incluso la de nuestras condiciones interpretativas sobre las decisiones vitales, y entonces como señala Lazzarato que había indicado Deleuze acerca de las “sociedades de control”: “lo que está encerrado es el afuera”. 

Invisibilización de los cuerpos 

Hay una cuestión que podríamos definir como partícipe de un modelo kantiano de saber, que fundamenta que una representación, un conocimiento, un objeto, si tiene referencia en su concepto contiene una finalidad. Pero la característica de la globalización es que las cosas, los signos, han perdido toda referencia en su concepto y lo paradójico de esto es que la mismidad es consecuencia de ese desprendimiento que provoca que todo funcione en una permanente proliferación. Es posible atribuir al coronavirus un carácter global, precisamente en este sentido, porque circula no sobre formas reglamentadas de lo común que propiciarían un control efectivo del mismo, sino por senderos de individualidad donde todos son semejantes o idénticos, pero sin referir a un concepto o idea fundante. 

Esto también señala la transparencia del virus en épocas de globalización. Se propone atacar al “enemigo invisible” mediante regulaciones higiénicas de la visibilidad: lavarse las manos, limpiar y desinfectar absolutamente todo con cloro diluido en agua, lavar la ropa con la que salimos a la calle, quitarse los zapatos para reingresar a la vivienda. Todas estas reglamentaciones de los hábitos cotidianos ordenan lo que una sociedad hace visible; y por eso el virus es lo único que vemos en su invisibilidad, haciendo que por todas partes el Covid-19 conforme cada uno de nuestros actos y redireccione nuestros contactos. Se trata del higienismo sanitarista como modelo total de comprensión de la vida y ningún discurso puede alterar esa formalidad interpretativa. Pero además, es un modelo confirmado mediante una regulación tecnológica de la distancia: cuerpos encerrados que no deben concurrir a ningún encuentro (afectivo, sexual, familiar, amistoso, etc.), es decir, cuerpos que deben mantenerse limpios y sin contaminación, lo que equivale a cuerpos confinados a su invisibilidad para hacer visible el virus. La cultura visual que todo lo hace ver, encuentra su paradoja: necesita invisibilizar los cuerpos, es decir, que todos estos se vuelvan iguales, higiénicos. 

Hace ya varios años, Jean Baudrillard pensó algo semejante cuando lo que acosaba era el virus HIV, y entonces esgrimía que, “No es absurdo suponer que el exterminio del hombre comienza con el exterminio de sus gérmenes”, refiriéndose a la anulación de sus pasiones, sus humores, sus secreciones. Y su pronóstico poco alentador consistía en que cuando ya no queden cuerpos que se concurran entre sí y se ensucien y contaminen, “solo quedará el virus de la tristeza en un universo de una limpieza y una sofisticación mortales”.7 

En definitiva, asistiríamos a la invisibilidad más plena. El control individualizante propio de esta modalidad de individuo contactless, puede culminar desarrollando una paradoja sintética: la cultura visual solo puede sostenerse sobre la invisibilidad de los cuerpos. Porque en las lógicas digitales y virtuales de hiperconexión, lo liso y uniforme, lo hiperreal como desrealización y desmaterialización se proyectan por sobre cualquier experiencia de lo corruptible, de lo arrugado y degradado. La cultura visual produce cuerpos sin olores, sin vicios, sin secreciones y suciedad, sin erotismo. Porque son cuerpos exclusivamente visibles, es decir, administrados para la visión en un paradigma higienista que se define a partir de la limitación del contacto. 

 

 

1 Althusser, L. y Balibar, E. Para leer El capital, México Siglo XXI, 1996. 

2 Brea, J. L., Estudios visuales. La epistemología de la visualidad en la era de la globalización, Madrid, Akal, 2005. 

3 Dipaola, E. “Producciones imaginales: lazo social y subjetivación en una sociedad entre imágenes”, en: Arte, individuo y sociedad, Vol. 31 N 2, Universidad Complutense de Madrid, 2019, pp. 311-325. 

4 Han, B. La sociedad de la transparencia, Buenos Aires, Herder, 2013. 

5 Bauman, Z. Vida de consumo, Buenos Aires, FCE, 2008. 

6 Lazzarato, M. Políticas del acontecimiento, Buenos Aires, Tinta limón, 2006. 

7 Baudrillard, J. La transparencia del mal. Ensayos sobre los fenómenos extremos, Barcelona, Anagrama, 1993, p. 68. 

 

Imagen de portada: Los Amantes, de René Magritte

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