#MarchasDeMarzo
El movimiento se demuestra andando

Por Germán Pérez
(Centro de Estudios Sociales y Políticos, Facultad de Humanidades, UNMDP)

Apuntes ligeros sobre política y movilización en un marzo caliente.

Los discursos importan porque los hechos no hablan. Ahora bien, los segundos establecen las coordenadas que hacen verosímiles a los primeros. Las interpretaciones son tantas como la filigrana de los hechos las permitan.

Los hechos son presentes, o se hacen presentes; el futuro es un albur. Sobre todo en política. “Basta de que nos regalen el presente para robarnos el futuro”, dijo el presidente, siempre al borde del colapso gramatical, el primero de marzo en la inauguración de las sesiones legislativas. Extraña fenomenología dado que el presente, lo que se regala, lo que se dona, es lo que está; lo que se roba no existe, lo que se roba es promesa. Sacrificar lo que está para garantizar lo que no existe. Esta idea es la nervadura que relaciona a la gubernamentalidad neoliberal contemporánea con su procedencia pastoral: sacrificio, autoexamen, mortificación. “Las fiestas hay que pagarlas” se escucha retumbar en los meandros del sentido común macrista. La fiesta que se alude remite al despilfarro y el descontrol manifiestos o a la complicidad que los hizo posibles; “ahora hay que pagar los platos rotos”. La fiesta es gasto improductivo, festival de máscaras y engaños que se combaten con la verdad; no la realidad que todavía está afectada por la resaca de la fiesta sino la verdad como promesa purificadora. El discurso de Macri pretende una inversión del lema peronista: la única realidad es la verdad del porvenir venturoso, la realidad es la distorsión que nos legó el desenfreno fiestero. La verdad es una construcción humana, la realidad no sabemos muy bien… Hay que confiar, persistir, no aflojar, no desanimarse. “Estamos mal pero vamos bien”.

Hablemos de la grieta, que es más real que verdadera. Si para el kirchnerismo la grieta era política, esto es, designaba una fractura conflictiva entre los proyectos y los intereses más o menos organizados de distintos sectores sociales; la grieta que Macri no se priva de profundizar es de tipo moral: inspecciona y deslinda la culpabilidad y las responsabilidades de los participantes en la fiesta. El discurso de Macri no trata sobre políticas -decisiones- sino sobre intenciones, no evalúa resultados sino que juzga motivaciones, ejerce la profilaxis moral del camino de redención que propone: “el que para no quiere el cambio”. De ahí la nimiedad de la letanía de “sentarse a una mesa”; el gobierno del diálogo selecciona a sus interlocutores no de acuerdo con sus intereses y responsabilidades representativas sino con su catadura moral. El “camino del diálogo” se vuelve ripioso si se mide a los interlocutores según el grado de complicidad con los “diez años de despilfarro y corrupción”. En el paroxismo del dispositivo pastoral Mariu inquiere: “confiesen si son kirchneristas”

 

“Yo pienso a la sociedad como una inmensa red afectiva” dijo el presidente en otra definición filosófica. Se sabe, el afecto es filial, fraternal, cercano. La familia, los amigos, el barrio; la experiencia inmediata. El macrismo toca el timbre, escucha. Todas las organizaciones intermedias entre esas familias y el gobierno, esto es, la política con sus modos de representación de conflictos, son mecanismos de distorsión de la alegre competencia por la felicidad agregada. Los “rehenes” son los niños, las familias, los docentes organizados no entienden el cambio y pretenden que su salario se ajuste a la pérdida de poder adquisitivo y no a las metas de inflación del Banco Central: las metas de la felicidad diríamos. Y allí está la gobernadora abandonando sus mohines angelicales para hablarle a las familias bonaerenses, para que sepan que ella va a dar la batalla contra el abuso aun en contra de la ley. Descolectivización, individuación, proximidad: neoliberalismo.

Pero más allá de este aspecto ideológico de la grieta, nos parece que para entender tanto al macrismo como al kirchnerismo es preciso remitirnos a otra grieta; una previa y de tipo estructural, más sociológica que ideológica digamos. Esa grieta se manifestó como estallido en la rebelión de diciembre de 2001 y reaparece como síntoma a poco de andar el gobierno de la alianza Cambiemos. La “normalización” y el “sinceramiento” PRO (devaluación, quita de retenciones, retraso cambiario, altas tasas, endeudamiento externo, tarifazo, cambio en las alianzas estratégicas: debilitamiento del MERCOSUR y tratados de libre comercio como la Alianza del Pacífico y la UE que implican apertura comercial y reducción de costos laborales)  reenvía al síntoma fatídico que la sociedad argentina conoció en los 90 y que operó como gran dislocación en la genealogía del quilombo de 2001: el crecimiento excluyente. En un capitalismo abstracto y globalizado como el actual, una economía impulsada por el capital financiero, agroexportador -que en su versión concentrada es lo mismo que el financiero- y algunas áreas de servicios, perfectamente puede conducir un crecimiento macroeconómico con altas tasas de exclusión y marginalidad. En las economías contemporáneas, mucho más las dependientes, la relación entre crecimiento económico y protección/integración social se vuelve extremadamente compleja y problemática. El paradigma neoliberal invirtió la relación entre desarrollo económico y democratización política que habían establecido, con sus matices, la teoría de la modernización y el desarrollismo: no sólo el crecimiento económico no garantiza la integración social sino que en muchos aspectos la vulnera, con los efectos que esta fragmentación del tejido social produce sobre el régimen político de gobierno: crónicas crisis de representación, deslegitimación de las élites, propensión a la acción directa no institucionalizada, parálisis de las capacidades estatales.

 

Esa gran grieta estructural que se manifestó de manera ostensible a partir del segundo lustro de la década del 90, sobre todo en el incremento de los índices de desocupación, precarización laboral, informalidad y pobreza estructural, afectó la consistencia de las clases sociales que había configurado el imaginario de la “excepcionalidad argentina”. La columna vertebral del peronismo quedó fracturada en varias partes y la amalgama clásica del radicalismo, las clases medias hijas de la educación pública y con expectativas de movilidad social ascendente, en situación de dispersión agravada. Tanto el kirchnerismo como el PRO son emergentes de esa grieta y lidian con sus efectos hasta la fecha: debilidad institucional (intra y extra partidaria) como consecuencia de la persistente crisis de representación, incertidumbre electoral por la alta volatilidad del electorado, vulnerabilidad frente a la acción directa por la fuerte trama organizativa y el repertorio agresivo instalado en el ciclo 97-03, relación táctica y tensa con los grandes partidos tradicionales que redunda en la constante fragmentación de los mismos.

El kirchnerismno, impulsado por el “consenso de los commodities” que permitió recrear rápidamente el mercado interno e inducir el consumo, intentó dar una respuesta a esta problemática fortaleciendo la institucionalidad laboral, reformando la política social y profundizando las facultades regulativas del estado (control de precios, cambio y comercio exterior). La crisis global de 2008/09, sumada a su aislamiento y creciente megalomanía política, fueron complicando el corporativismo segmentado de los primeros años que promovía trabajosamente la cooperación entre los actores implicados en algunas ramas clave de la industria. Pero la fisura entre crecimiento e integración también atravesó el proceso kirchnerista. Se redujo la pobreza pero se aumentó la informalidad, se expandió el consumo de masas pero se operó una importante concentración y extranjerización de la economía que tensó la desigualdad.

El gobierno de la Alianza Cambiemos construyó su campaña y arrancó su gobierno sobre la promesa de concordia y consenso que contrastaba con la desgatada conflictividad kirchnerista. La estrategia legislativa de los primeros meses logró centrifugar a los bloques mayoritarios a favor de reformas polémicas como el acuerdo con los hold outs y concitar la expectativa de las corporaciones del trabajo restituyéndole beneficios que el kirchnerismo le había retaceado. Sin embargo, la primavera conciliadora no hizo verano y las consecuencias sociales de las reformas económicas regresivas expusieron rápidamente el rostro beligerante del mejor equipo de los últimos 50 años. Agresividad agravada, además, por lo que podríamos denominar un cierto goce de clase: las dos pizzas de Prat Gay, los mal acostumbrados de González Fraga, los 9000 pesos que Michetti hubiera aceptado para servir a la educación pública, las  vacaciones crónicas del presidente con transmisión en directo por revista Caras, la  tilinguería con Antonia y Juliana en la corte de España, en definitiva, un aparato simbólico irritante para un país con fuerte tradición plebeya y predisposición a manifestarla. Sin perjuicio de los vaivenes en decisiones sensibles como el nombramiento de jueces de la Corte Suprema a comisión del Poder Ejecutivo, la omisión de las audiencias públicas en la suba exorbitante de tarifas, el encarcelamiento injustificado e ilegal de Milagro Sala, el recorte a los jubilados que terminó siendo un  error administrativo, la condonación de la deuda del Correo y la saga de “conflictos de intereses”, la no convocatoria a la paritaria nacional docente de la que hablaremos más abajo, todo esto invita a preguntarse: ¿Errorismo de estado o revisionismo leninista: “un paso adelante, dos para atrás”? Me temo que lo segundo.

A poco de andar, el macrismo, lejos de construir una hegemonía de centro derecha siguiendo modelos como el chileno o el español, como podía esperarse tratándose de la primera victoria electoral de una coalición dominada por un partido abiertamente de derecha, ha emprendido una ofensiva de contrarreformas sostenida en la debilidad político-institucional de muchos de los logros kirchneristas (ley de medios, retenciones, programas de integración territorial en educación y salud), el desmadre del peronismo derrotado y un poderoso, a veces brutal, aparato mediático. Pero nada más… No se alcanza a vislumbrar la alianza social que podría sostener las reformas propuestas, sobre todo sus consecuencias, su consistencia parlamentaria es frágil ya que controla a apenas un tercio de los diputados y un quinto de los senadores -con una perspectiva incierta de cara a la próxima elección de medio término- y en este marzo hot ha sufrido el desborde de “la calle” ya que hasta las propias organizaciones sociales que pactaron una ley de emergencia social con el gobierno se han lanzado a la movilización masiva por su inexplicable incumplimiento. De ahí ese efecto de tembladeral por el que transita la política argentina por estos meses: un gobierno que no logra consolidarse ni definir un rumbo -sobre todo porque no puede, no porque no sabe- y un peronismo en estado de deglución de liderazgos recuerdan demasiado a contextos explosivos del pasado reciente.

 

Y mientras tanto la sociedad se mueve, anda, se crispa. Se moviliza. 1M: científicos y universitarios, 3M: frutazo en Cipolleti y Neuquén,  2M: yerbatazo en Plaza de Mayo, 6M: docentes en CABA, 7M: CGT, 8M: paro de mujeres;  15M y 16 M: paro docente en todos los niveles; 15M: piquetazo nacional con más de 300 cortes en todo el país; 15M: ruidazo en todo el país contra los tarifazos convocado por las Multisectoriales en Red; 16M: estatales, judiciales, médicos y docentes en La Plata; 17M: Confederación Nacional de Cooperativas del Trabajo (Tupac Amaru, CTD Aníbal Verón, Movimiento Nacional de Trabajadores Autogestionados); 18M: sobrevivientes y familiares de víctimas de los centros clandestinos que funcionaron en Campo de Mayo junto a docentes y estudiantes; 21M: marchas de antorchas por la educación pública en todo el país y grandes caravanas que nutren la Marcha Federal para confluir en la monumental concentración del 22M en Plaza de Mayo; 24M: multitudinarias manifestaciones conmemorando los 41 años del inicio de la dictadura y defendiendo los avances conseguidos en memoria, verdad y justicia durante los últimos años; 30M: multitudinaria movilización convocada por ambas CTA. Todas de una masividad abrumadora, pacíficas, con altos niveles de organización interna y de coordinación externa, enmarcando sus demandas en tres aspectos fundamentales: la política económica con sus consecuencias socialmente excluyentes y de destrucción de bienes públicos: salud, educación, seguridad, la violación de derechos humanos y garantías constitucionales -con la exigencia de libertad para Milagro Sala como estandarte- y la denuncia por los numerosos casos de “conflicto de intereses” que enfrenta el gobierno.

A principios de mes Dujovne anuncia el fin de la recesión en simultáneo con la descomposición de la red de salarios, subsidios y acceso al consumo que había permitido la recuperación de la clase media y buena parte de la trabajadora durante la década disputada. Ese es el síntoma que moviliza a la CGT y la vuelve convocante. El problema es que en lo más doloroso del inconciente colectivo el fin de la recesión puede coincidir perfectamente con la profundización de los padecimientos de los sectores populares. El crecimiento no es desarrollo y el desarrollo está en proceso de constante redefinición tanto en la teoría social como en las trincheras populares que resisten las políticas extractivistas y la sobreexplotación humana.

Desde el propio anuncio de la marcha a realizarse el 7 de marzo, y contando con el antecedente de la realizada el día del trabajador del año pasado que tuvo una convocatoria notable, se advertía que la manifestación excedería el mero reclamo gremial. El primer dato curioso fue que la dirigencia cegetista decidió convocar una marcha que se presumía masiva en un no lugar y contra un no adversario: el Ministerio de la Producción ubicado en un laberinto del centro porteño cuyo inquilino -el adversario- es un dandy que oficia de Ministro de la Producción abriendo indiscriminadamente las exportaciones de productos terminados y afectando a la vapuleada industria nacional. Es decir, el diseño simbólico del acto mostraba de entrada que la CGT no quiso realizar una marcha política, en cuyo caso hubiera convocado a la Plaza de Mayo, ni confrontar con el presidente sino con un ministro menor. El problema es que, en política, cuenta poco la voluntad de los actores y mucho el curso de los procesos históricos, los ejemplos abruman.

 

Como era de esperarse, en este contexto, y sobre todo considerando la devastación que la política de Cambiemos está generando entre los sectores populares, la asistencia al acto desbordó todo lo previsto alcanzando casi el medio millón de personas. Ahora bien: ¿Por qué la CGT, una institución tradicional y con dirigentes desprestigiados, consigue semejante convocatoria? Creemos que por dos razones: en la dispersión institucional del peronismo es la institución que puede actualizar la tradición del reclamo plebeyo frente a la ofensiva neoliberal, por un lado, y porque aparece como prescindente del espantajo kirchnerista, por el otro. El mérito de la CGT es su historia, no su presente, encabezado por un triunvirato que permitió la reunificación de la Central pero no su integración organizativa, estratégica e ideológica. El sueño laborista del sindicalismo argentino tuvo su estertor en la postulación de Hugo Moyano durante el segundo mandato de Cristina Kirchner que condujo a la ruptura definitiva entre el líder sindical y la ex presidenta. La idea de que esta CGT conducida por este triunvirato puede ser el eje de la reconstrucción del peronismo ya no es un sueño, sino un delirio.

No se puede esperar que la CGT encabece y/o convoque un ciclo de movilización ampliado contra las contrarreformas dado que su posición de debilidad estructural como corporación obrera la coloca en situaciones defensivas respecto del poder político. Mucho más respecto de un gobierno que le reintegró una enorme y antigua deuda que el estado mantenía con las obras sociales sindicales, sin perjuicio del control político de la caja de las mismas y retoques en “ganancias” que favorecen a los trabajadores más encumbrados en la escala salarial que nutren mayoritariamente las arcas de la histórica Central. Todo esto sumado al canto de sirena de la obra pública que seduce a sindicatos poderosos como la construcción y el transporte y las transferencias a las prestadoras de servicios vía tarifazos que augura una mejora relativa de los trabajadores de esos sectores.

Pero, sobre todo, desbordada por arriba por la dispersión del peronismo luego de la derrota electoral y por abajo por el crecimiento de los sindicatos clasistas e independientes, la vieja Central no dispone de los recursos organizativos, ideológicos ni dirigenciales para dar cauce político a semejante movilización pluriorganizacional. Tan es así que buena parte de los debates al interior de la Central fueron acerca de si los movimientos sociales y las organizaciones -sobre todo las CTA- podían acceder al palco; los numerosos dirigentes que apuestan al massismo como la renovación renovada del peronismo en el poder resistieron esa posibilidad hasta que la magnitud de la movilización, como se dice en el barrio, se los llevó puestos. El cierre épico de la toma del escenario y la profanación del atril, sumado a la intensidad adversativa del discurso del presidente que glosamos más arriba, corroboran que la “ancha avenida del medio” se parece bastante a un oscuro callejón sin salida. Sin embargo, los triunviros parecen estar más pendientes de los reacomodamientos al interior del peronismo, que los tienen, como a todos, bastante desorientados, que de encabezar una coalición movilizadora con las CTA y el tridente piquetero: CTEP, CCC y Barrios de Pié; aunque, como suele suceder, sea mayor la posibilidad de articulación entre ocupados, precarizados y desocupados en un contexto de ajuste pronunciado, crecimiento de la pobreza y gobierno no peronista.

No obstante, Pérsico, Castro y Ardura ocuparon un lugar destacado en el palco de la CGT. Lo que marea a los triunviros cegetistas opera como una oportunidad política para el tridente piquetero que sabe de acumulación territorial en situaciones de apertura de las elites políticas. El kirchnerismo fue construyendo un control centralizado de la relación con las organizaciones territoriales que les dejaba escasos márgenes de negociación y, sobre todo, de institucionalización de sus relaciones con el estado. El macrismo en menos de un año convirtió en ley una serie de reclamos que le dan consistencia institucional a ese mundo complejo que denominamos economía popular. La ley de emergencia social crea el Consejo de la Economía Popular y del Salario Social Complementario (CEPSSC). Su función principal es crear un registro de los trabajadores y las trabajadoras de la economía popular y fungir como una paritaria social para convertir la asistencia en ingreso con protección social, es decir, salario con acceso a obras sociales y ART. Ahora bien, ese acuerdo logrado en diciembre de 2016, que hubiera permitido un tránsito pacífico del verano, disparó una masiva protesta piquetera el 15 de marzo con 300 piquetes en todo el país y más de 150000 personas movilizadas por la incomprensible pereza del gobierno en reglamentar e implementar la ley mientras los índices de indigencia crecen aceleradamente. Nuevamente: ¿error no forzado o estrategia del cangrejo?

Pero el conflicto verdaderamente caliente en esta marzo hot es el de los docentes; en esa cancha se ven los pingos. Lo es porque supone un test acerca del posible techo de las paritarias para otros sectores, principalmente estatales. Pero, sobre todo, porque su escalada ha colocado en el centro del tironeo -que no debate por la negativa del gobierno nacional a convocar la paritaria nacional docente (PND)- a una institución central en el imaginario cívico argentino y en la contención del conflicto social en las últimas décadas: la escuela pública. Desde mediados de los 90 la escuela pública ha padecido un proceso de extensión de sus funciones más allá de las estrictamente pedagógicas asumiendo responsabilidades en la integración territorial, la sustentabilidad comunitaria, y la homogeneidad cultural; todo esto en un contexto de descentralización desfinanciada. Sin reformar el modelo educativo, quizá, justamente, por la dificultad para reemplazar esta serie de funciones que la escuela fue adquiriendo por la vacancia de otras estructuras estatales de contención, el kirchnerismo, sin embargo, ideó la paritaria nacional docente como un mecanismo de compensación de los daños salariales y presupuestarios sobre docentes y provincias, respectivamente. El mecanismo permite establecer una referencia de aumentos de salarios integrados a nivel nacional definiendo el monto de un Fondo Compensador que aporta el estado central, además de funcionar como ámbito institucional y legal de discusión de todos los temas que el gobierno del “diálogo” propone para mejorar la calidad de la escuela pública: evaluación y capacitación docente, inversión en infraestructura y contenidos educativos básicos para todo el país. Consecuentemente, la “mesa del diálogo” está servida por el artículo 10 de la ley 26.075 de Financiamiento Educativo y su decreto reglamentario 457/07.

El gobierno no sólo incumplió la ley sino que incurrió en sorprendentes provocaciones políticas como la convocatoria a voluntarios para reemplazar a los docentes que se plegaran al paro y las injurias y agresiones a los dirigentes sindicales al frente del reclamo. “No creo que Baradel necesite nadie que lo cuide”, dijo el presidente con mueca socarrona frente al Parlamento en referencia a un dirigente sindical amenazado y con custodia permanente por decisión judicial. Para completar el panorama de convocatoria al “diálogo”, en un mismo movimiento la gobernadora de modales delicados y sonrisa encantadora se cargó la Constitución, las reglamentaciones de la OIT y el decoro necesario para “sentarse a una mesa”, estableciendo un plus salarial retroactivo para quienes no se plegaron al paro docente. A juzgar por la brutalidad de los procedimientos, el gobierno se juega una parada fuerte en este conflicto: no sólo la reducción de la inflación vía retracción del salario real sino también la flexibilización laboral y la fragmentación gremial. Desconocer la PND es al sector educativo como volver a la negociación por empresa, y no por sector, al sector privado.

En el momento álgido del conflicto el presidente divulga datos de una encuesta denominada Aprender que arroja resultados alarmantes respecto de la calidad de la enseñanza pública en relación con la privada, pero sin esclarecer los mínimos requisitos que dan rigor metodológico a la investigación y sus resultados, por ejemplo, la matriz socioeconómica y sociocultural de la muestra. El INDEK mentía respecto a la inflación y la desocupación; ahora no hay más mentira porque habitamos el pantanoso mundo de la posverdad. Aún si concediéramos retirar el prefijo, no se entiende bien como el gobierno pretende mejorar la escuela pública, para que los alumnos no sigan “cayendo” en semejante desamparo, desconociendo la normativa vigente -PND- afectando los salarios, el presupuesto en infrestructura y la formación de los maestros y profesores. En definitiva, agravado por su dicción jerigonza y su inestabilidad gramatical adquiridas en -carísimos- colegios privados, no se llega a comprender si lo que dice el presidente es “mejoremos la educación pública” o “váyanse todos los que puedan a la privada”. Es decir, en lo importante, el planteo del presidente consiste en decidir si la educación es un derecho o una mercancía. Con el agravante de que la matrícula estatal es del 70% y en muchísimas provincias alcanza el 90%.

 

La marcha federal educativa del 21 y 22 de marzo constituyó una contundente respuesta pacífica y multitudinaria a esta batería de provocaciones e incumplimientos. Convocada por el Frente Educativo Nacional formado en febrero para reclamar la apertura de la PND, la marcha reenvió a la memoria media del conflicto social en el país cuando en el primer lustro de la década del 90 CTERA lideró la formación de un poderoso frente antineoliberal cuyo símbolo fue la Carpa Blanca y su expresión político-sindical la constitución del Congreso y luego la Central de los Trabajadores Argentinos. A diferencia de las dificultades estructurales y estratégicas que enfrenta la CGT, anteriormente mencionadas, los gremios educativos resultan más homogéneos, democráticos y  con una gran capacidad de movilizar el consenso a través de repertorios variados y dinámicos -clases públicas, marchas de antorchas, carpas en plazas-, el reclutamiento de adherentes destacados en el ámbito de la cultura -se “viralizó” en estos días por redes sociales la foto del eterno Luis Alberto Spinetta en una de sus visitas a la Carpa con un cartel que dice: “docentes somos todos”-, y el reconocimiento de aliados influyentes en espacios de poder como el parlamento y el poder judicial. La CTERA logró en aquellos años el dificultoso pasaje del reclamo sectorial (sobre todo salarial como el actual) al problema político de la calidad de la educación entendida como bien público y derecho universal. Esa posibilidad constituye una amenaza real para la estrategia confrontativa e intransigente del gobierno destinada a la fragmentación y flexibilización del frente sindical.

Cuando escribo “macrismo” el corrector reemplaza por “machismo” en ejercicio de una extraña forma de conciencia informática. Y me habilita a referirme al paro internacional de mujeres del 8 de marzo como una dimensión más de la movilización de este mes incandescente. Se advierten en esa movilización extraordinaria los mejores rasgos de la rebelión popular de diciembre de 2001: autonomía, demodiversidad y pluralismo. Autonomía no en el sentido de aislamiento o solipsismo sino de construcción deliberativa de la voluntad política y el cambio social que se reflejan en la forma de “colectivos”; demodiversidad como extensión del sentido de la democracia más allá de las instituciones políticas a la sociabilidad cotidiana donde se produce lo común: la escuela, la familia, el trabajo; pluralismo no como alternancia de ofertas políticas sino como celebración de la multiplicidad en la experiencia de los cuerpos y los afectos. Todo esto en el marco de una riquísima politización de la estética que confiere a las movilizaciones un tremendo impacto público. Quizá sea en estos colectivos y estas manifestaciones donde se exprese mejor la generación política que se educó en aquella rebelión y perduró en organizaciones culturales, socioambientales, barriales, etc.

Por todo esto no parece tan fácil hoy por hoy reimplantar un consenso neoliberal como el que logró establecer Menem luego de la hiperinflación del final del gobierno de Alfonsín y de los primeros años del suyo; las movilizaciones de estos días demuestran que no parece posible levantar sin más la red de protecciones laborales, políticas sociales y regulaciones estatales legadas por el kirchnerismo como parte de una cultura política más que como el modelo o proyecto que le gustaba imaginar. La relación estado-derechos parece haberse consolidado como un aspecto central del imaginario político a diferencia del consenso promercados que fácilmente construyó el menemismo con el telón de fondo de la hiperinflación.

Para terminar, lo más difícil: ¿qué decir sobre la expresión política de esta vasta movilización social que reactivó capas tectónicas de las memorias colectivas? Desde el punto de vista de lo que hemos denominado la gran grieta, la estructural no la ideológica, es importante reparar en las mutaciones de las relaciones entre proceso de individuación, formas de organización y dispositivos de representación política en sociedades donde la tradiciones políticas clásicas y las pertenencias funcionales han perdido capacidad de articulación política. Desde esta perspectiva, la volatilidad de los electorados y el incremento de la acción directa parecen fenómenos dispuestos a perdurar en el horizonte de nuestras democracias con el riesgo siempre latente de la antipolítica como destitución/deslegitimación de los procedimientos democráticos de gestión del conflicto social.

 

Creemos que la posibilidad de morigerar este riesgo radica en una renovada imaginación institucional que permita establecer reglas compartidas de relación entre sociedad y estado, más allá del sistema político tradicional, que contribuyan a la organización, agregación de intereses y cooperación de los actores. En esa incapacidad radica, quizá, el principal déficit de la experiencia kirchnerista. El kirchnerismo se empecinó en sacrificar la sustentabilidad político-institucional del “proyecto” en el altar de las tácticas urgentes requeridas por la realpolitik. Así, para mencionar dos aspectos clave, la inicial transversalidad destinada a recomponer el sistema de partidos sobre nuevos clivajes sociales e ideológicos y los intentos de reforma política que mejoraran la competitividad y transparencia del sistema naufragaron cerca de la costa en listas testimoniales y colectoras, y la convocatoria abierta y participativa a los movimientos sociales en el legendario “gabinete piquetero” de los primeros años de Néstor se extinguió en el estalinismo patagónico de Unidos y Organizados… Sin perjuicio de reformas pendientes en aspectos tributarios, fiscales, judiciales y sindicales que permanecieron en estado de anuncio crónico.

Don Gino decía que para analizar la emergencia, la “disponibilidad”, de los actores movilizados y sus posibles consecuencias sobre el régimen político había que hacer entrar en consideración tres factores fundamentales: las élites participantes, las ideologías disponibles y la cultura política de los sectores movilizados. El kirchnerismo no ha legado élites electorales ni sociales destacables por sus ya mencionados problemas con la institucionalización de la movilización que promovió y lo favoreció; sin embargo, nos ha ofrecido una cosmovisión de la política, y de la posibilidad de esa política, vinculada a la relación indisoluble entre derechos y Estado, la indispensabilidad de la regulación estatal de la economía en un capitalismo global amenazante para los países emergentes, el latinoamericanismo y la multipolaridad como estrategias de política internacional y la defensa irrestricta de los ideales de memoria, verdad y justicia como horizonte de reconocimiento colectivo. También una cultura, un repertorio de movilización, que ha incorporado generaciones a la militancia y al debate político, haciendo foco en la importancia de la organización y la movilización pacífica.

La figura de Cristina encarna esos rasgos ideológicos y esa predisposición militante, es decir, parece difícil prescindir de su participación en la reconstrucción de un Frente con aspiraciones de victoria electoral y sustentabilidad política. El kirchnerismo permanece como una minoría intensa alrededor de la cual orbita el universo peronista; sin embargo, su piso y su techo están demasiado cerca como para apostar a la reconstrucción del movimiento popular en clave de kirchnerismo cristinista. El desafío consiste en imaginar la forma de incorporar los valores políticos que la figura de Cristina encarna sin perjudicar la formación de liderazgos indispensable para tener serias expectativas electorales. No es fácil.

El movimiento se demuestra andando.

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