PROCESO DE PAZ EN COLOMBIA
“El ‘no’ a los acuerdos podría ser una oportunidad para la paz”

Entrevista a Diego Paredes Goicochea, analista colombiano y militante de la paz, becario postdoctoral latinoamericano de Conicet.
Por Dolores Amat.

Doctor en filosofía política por la Universidad Nacional de Colombia y por la Universidad de París VII, miembro del equipo editorial del portal “Palabras al margen”, Diego Paredes lleva varios años tratando de entender y explicar las complejas relaciones que se tejen en Colombia entre violencia y política. Como fruto de ese trabajo, en las próximas semanas saldrá publicado “Intervenciones filosóficas en medio del conflicto: Debates sobre la construcción de paz en Colombia hoy”, una compilación llevada adelante por Paredes junto con Anders Fjeld, Carlos Manrique y Laura Quintana. Pero su interés no es sólo teórico, preocupado íntimamente por el destino de su tierra natal, Paredes siguió con entusiasmo las conversaciones abiertas por el gobierno de Juan Manuel Santos con las FARC y militó por la paz desde Argentina, donde lleva adelante una investigación acerca del conflicto colombiano desde la teoría política. Antes del plebiscito firmó una carta redactada por intelectuales colombianos que buscaba respaldar el “sí” y ayudó activamente a que se conociera una iniciativa internacional similar. “Los abajo firmantes, intelectuales, académicos, hombres y mujeres de la cultura de distintos lugares del mundo, distintas disciplinas y distintas orientaciones políticas, queremos expresar nuestro apoyo al actual proceso de paz en Colombia”, empieza el comunicado que lleva las firmas de Judith Butler, Simona Forti, Saskia Sassen, Claudia Hilb, Diego Tatián, Etienne Tassin, Emilio de Ípola, Gilles Bataillon, Graciela Fernández Meijide y José Emilio Burucúa, entre muchísimos otros.  “La declaración adquirió una notoriedad inesperada luego de que la Oficina del Alto Comisionado para la Paz del gobierno de Colombia la compartiera en Facebook y el presidente Santos la mencionara en Twitter”, cuenta Paredes, que se alegra de poder hacer su humilde aporte desde el extranjero. A pesar del triunfo del “no” en el plebiscito del 2 de octubre en el que los colombianos fueron llamados a pronunciarse sobre los acuerdos firmados entre el gobierno y las FARC, Paredes está convencido de que todavía existen oportunidades para la paz.

Amat: ¿Cuánto ayuda el premio Nobel de la Paz, otorgado en estos días al presidente Santos, para dar fuerza al “Acuerdo Final para la Terminación del Conflicto Armado y la Construcción de una Paz Estable y Duradera”?

Paredes: Los resultados del plebiscito mostraron que es muy difícil que un cambio significativo pueda darse en el país sin la participación de aquellos que se expresaron en las urnas contra el acuerdo entre el Gobierno y las FARC. Una parte de la élite colombiana y algunos sectores de la sociedad estaban descontentos con el proceso  y esto quedó plasmado en el triunfo del “no”. Así, a pesar de haber ganado por un estrecho margen, los promotores del “no” salieron muy fortalecidos del proceso y el presidente empezó a negociar con ellos debilitado por la derrota. En este contexto, el premio Nobel es un espaldarazo internacional para el presidente y le abre a Santos un margen de maniobra mayor para defender lo acordado con las FARC. De todas maneras, el Nobel no borra lo sucedido el 2 de octubre y el presidente va a tener que escuchar los argumentos del “no” y negociar con sus representantes si quiere que el proceso de paz siga adelante.

 

Amat: Algunos analistas consideran que fue un error convocar al plebiscito (que no era un verdadero requisito legal para la implementación de los acuerdos), especialmente en un momento en el que el presidente goza de muy poca popularidad entre los colombianos.

Paredes: Es cierto que no era un verdadero requisito legal, pero Santos sabía que tenía que encontrar algún mecanismo para darle legitimidad política al acuerdo. De hecho, estaba estudiando varias alternativas de refrendación desde que comenzó el proceso y  por eso tomó la decisión de llamar al plebiscito. La victoria del “no” fue, en un primer momento, una pésima noticia para aquellos que veníamos defendiendo los acuerdos de La Habana. Pero, ahora, una vez se conoce el resultado, vemos que lo ocurrido no es completamente negativo, puesto que, para empezar, los opositores al acuerdo, que no habían querido involucrarse en las conversaciones hasta ahora, están obligados a participar activamente. De hecho, algunos representantes ya empezaron a reunirse con el gobierno, y las FARC esperan escucharlos. Pero también, por otra parte, muchos colombianos que se habían mantenido hasta cierto punto al margen del proceso, y otros que venían defendiendo los acuerdos, se vieron interpelados por los resultados del plebiscito, y desde entonces se organizaron marchas multitudinarias y surgieron diferentes iniciativas que buscan impulsar la paz. En pocas palabras, la sociedad al fin se está movilizando masivamente por la salida dialogada al conflicto armado. Esto es relevante porque para que un proceso de paz se mantenga, luego de más de 50 años de conflicto, no alcanza con que algunos actores importantes se comprometan. Se necesita una legitimidad política y social amplia, que haga realmente difícil el camino a aquellos que puedan verse tentados en el futuro a destruir lo conseguido. El plebiscito mostró que todavía falta trabajo para terminar de construir esa legitimidad y la debilidad que vemos hoy se podría haber expresado, con consecuencias más graves, en la fase de implementación de los acuerdos, o en las elecciones presidenciales de 2018. En este sentido, podemos pensar que el “no” a los acuerdos, que tanto sorprendió y desilusionó, podría ser ahora una oportunidad para la paz.

Amat: ¿Quiénes son aquellos que podrían minar la paz que se intenta construir hoy?

Paredes: No hablo solamente de aquellos que se ven beneficiados con la guerra, sino también de muchos que dicen querer la paz, pero que no están de acuerdo con los términos en los que se está construyendo hoy esa paz.

Amat: ¿Los que no están de acuerdo con aplicar penas alternativas a los autores de delitos graves o con dar la posibilidad a los miembros de las FARC de presentarse a elecciones en el futuro?

Paredes: Yo diría que existe una oposición entre dos visiones acerca de cómo debería ser la paz: una que entiende la paz como rendición del enemigo y otra que busca una paz negociada. Santos viene recorriendo hace cuatro años el camino de la paz negociada y su enorme desafío en este momento es el de sumar a los sectores del “no” en esta negociación. Por supuesto, sólo podrá hacerlo si escucha los argumentos de sus opositores y si consigue dar lugar a sus reclamos sin hacer que las FARC terminen abandonando el proceso.

 

Amat: Los argumentos y los reclamos presentados durante la campaña fueron muy diversos, no parece fácil escuchar todas las voces.

Paredes: Sí, en efecto, el “no” aglutina a varios grupos diferentes: a algunos sectores conservadores tradicionales, a propietarios de tierras, a ciertos grupos empresarios, a una parte de la iglesia católica y a ciertos grupos cristianos. Colombia es una sociedad muy compleja, que viene transformándose profundamente en las últimas décadas. Por eso no puede decirse simplemente, como se dio a entender en más de un foro, que los que rechazaron los acuerdos fueron los conservadores de siempre. La antigua oposición entre conservadores y liberales, que caracterizó la escena política del país, está hoy atravesada por nuevas realidades sociales e identidades.

Creo que las FARC vienen constatando estas transformaciones y entienden hoy que ya no pueden seguir pensando a la sociedad como dos bloques antagónicos homogéneos. Me animaría a decir que vieron dentro de la clase dominante la existencia de diferentes grupos y entre ellos un sector genuinamente interesado en negociar una paz que podría dar cauce a sus propios intereses y a sus aspiraciones políticas más profundas. De hecho, hoy puede verse que la búsqueda de la paz agudizó las tensiones entre las élites que representa el uribismo y aquellas que apoyan al santismo.

Por otra parte, también hubo mucho ruido durante la campaña, hubo argumentos absurdos, tergiversaciones y mentiras. Pero creo que no tiene mucho sentido responder directamente a los que dicen que detrás de los acuerdos de paz se esconde una “ideología de género peligrosa” o a los que alertan sobre el advenimiento de un país “castro-chavista”, aunque sí sería interesante, me parece, tratar de entender los miedos que se expresan en esos engaños para poder dialogar con los que rechazan los acuerdos de paz. En todo caso, no es un grupo homogéneo el que dijo “no” en el plebiscito. En este sentido, el ex presidente Álvaro Uribe es una voz entre varias otras.

Amat: Hasta aquí hablamos de la composición del grupo que rechazó el plebiscito en las urnas. Pero en términos más amplios, ¿cuáles son a tu criterio las principales razones por las que, contra todos los pronósticos, ganó el “no”?

Paredes: Creo que los pronósticos fueron un poco apresurados y que si se comparó la sorpresa que generó el resultado de este plebiscito con el estupor que provocó el Brexit, es porque se subestimó el tiempo que toman los cambios en las sociedades, y en particular en la colombiana, atravesada por un conflicto armado de tantos años. La escasa participación de los ciudadanos, por ejemplo, no es nueva y expresa el funcionamiento precario de la restringida democracia colombiana. De hecho, si uno analiza los resultados, puede constatar que el comportamiento del electorado fue bastante similar al que pudo verse en las elecciones presidenciales de 2014. En este sentido, si se presta atención a las cifras, se ve que no es cierto, como se dijo en algunos medios de comunicación, que Colombia les falló a sus víctimas: no es verdad que las zonas más afectadas por el conflicto votaron mayoritariamente por el sí y que las más alejadas decidieron por el no. La realidad es más compleja y no admite este tipo de análisis binarios. Cada país tiene sus tiempos y sus inercias y la sociedad colombiana siguió ciertas tendencias que la caracterizaron en los últimos años. Me parece que el cambio que se esperaba ver el pasado 2 de octubre todavía está por construirse. Creíamos que la esperanza de la paz ya había transformado a Colombia, pero todavía queda mucho por recorrer.

 

Amat: ¿Por qué podría, a pesar de la derrota en el plebiscito, tener éxito este proceso de paz? ¿Qué lo diferencia de otros intentos anteriores?

Paredes: Porque nunca se había avanzado tanto, y de manera tan seria, en un negociación entre el Gobierno colombiano y las FARC. Santos sigue contando con un apoyo importante de la dirigencia política y de las fuerzas militares y las FARC ya han dado señales claras de su objetivo de convertirse en un movimiento político. Pero además los acuerdos alcanzados buscan sentar las bases para construir una Colombia diferente: condiciones de bienestar para la población rural, apertura democrática, garantías de seguridad para la oposición, solución al problema de las drogas ilícitas y todo esto amparado en un proyecto de justicia transicional fundamentado en un sistema de verdad, justicia, reparación y no repetición. Finalmente, este proceso de paz ha tenido un gran acompañamiento internacional, mucho respaldo y consenso de Estados Unidos, de Cuba, de la ONU, de otros países, organizaciones y personalidades diversas. Además, varios actores internacionales participaron del proceso como veedores, lo que pone límites y da garantías a las diferentes partes del acuerdo. El cese al fuego, por ejemplo, hubiese sido mucho más difícil sin la verificación de la ONU. Se necesita seguir contando con este acompañamiento.

Amat: En una nota que publicaste en esta revista dabas a entender que la violencia estaba muy arraigada en la sociedad colombiana. ¿Es imaginable el país sin esa violencia que caracteriza la escena política desde hace más de 50 años?

Paredes: El proceso de paz no es una solución mágica. Es una salida política para crear las condiciones que pueden permitir que la violencia vaya disminuyendo, que vaya perdiendo poco a poco la importancia que hoy tiene, que las armas dejen de ser las protagonistas y den lugar a otras formas de hacer política. El sueño es la paz, pero nuestra realidad es muy compleja y todavía queda un largo camino.

 

 

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